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Chapter 10 - ι

Una mujer, con una cesta de compras colgada del brazo, caminaba apresurada por una calle vacía. El sol comenzaba a ponerse, sumiendo las calles en una penumbra inquietante. Sus ojos se movían constantemente, mirando a su alrededor, temerosa de ser observada. Los rumores sobre un asesino en la ciudad eran cada vez más frecuentes, y con cada paso, su paranoia aumentaba. El miedo era palpable en el aire, como una sombra que se cernía sobre todos.

Desde las sombras de una esquina oscura, Alqatil la observaba con una mirada fría. Esta será la próxima, pensó, una mezcla de resignación y determinación en su pecho. La sed de sangre lo consumía cada vez más, como un fuego que no podía apagar. Solo una más, se dijo, mientras sus pasos eran suaves, casi imperceptibles, hacia su objetivo.

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El despacho del barón estaba iluminado tenuemente por la luz de una lámpara. El ambiente era pesado, cargado de tensión. Un oficial, jadeante y con el rostro desencajado, entró apresuradamente, interrumpiendo la quietud del lugar. Su rostro reflejaba preocupación y angustia.

—Se ha encontrado otra víctima, señor —dijo el oficial, su voz temblando por la tensión. Su respiración era agitada, como si cada palabra le costara un esfuerzo—. Es la misma escena de siempre: brutalidad sin piedad. La mujer está completamente desfigurada, y el asesino dejó su marca. Los rumores crecen, señor. Dicen que hay alguien detrás de todo esto, alguien que se está ganando el terror de la ciudad.

El barón, sentado en su gran sillón de cuero, levantó la mirada lentamente. Su rostro se endureció, y un aire de frustración comenzó a envolverlo.

—¿Qué está haciendo ese cultivador maldito? —preguntó, su voz rasposa por la rabia contenida. Golpeó la mesa con el puño, haciendo que los papeles volaran por los aires—. ¿Cómo se atreve a fallarme en esta situación? ¡Este caos está afectando mis negocios y mi poder en la región!

El oficial, nervioso, trató de calmarse y se inclinó ligeramente.

—Señor, el cultivador está en su despacho... aguardando sus órdenes.

En ese momento, la puerta se abrió con un crujido, y el cultivador entró, imponente, con pasos firmes y calculados. Su presencia llenó la habitación de inmediato, una figura alta, fría y distante, que no ofreció saludo alguno. Su rostro era como una máscara, vacío de cualquier emoción, pero sus ojos, fríos como el acero, reflejaban una mirada que penetraba sin piedad.

El barón lo miró con una mezcla de furia y desesperación.

—¿Dónde está el maldito asesino? —demandó, intentando contener la ira.

El cultivador mantuvo su postura erguida y sus manos entrelazadas frente a él, como si el barón no fuera más que una molestia para él.

—No lo he atrapado —respondió con una voz tan fría que parecía cortante—. El asesino es un niño vagabundo. Se mueve a través de las alcantarillas, como una sombra que no deja rastro. Es... una pérdida de tiempo ensuciarme por un criminal tan insignificante.

El barón lo miró, atónito por la arrogancia del cultivador. En su mente, una ola de incredulidad y enojo lo invadió. ¿Cómo se atreve a hablarme así? pensó, apretando los dientes con furia. Pero, a pesar de su rabia, no podía permitir que su control se desmoronara frente a aquel hombre que aún mantenía poder sobre su situación.

—¿Dónde se encuentra? —dijo finalmente, tratando de mantener la calma.

El cultivador sacó un mapa detallado de su túnica, lo extendió sobre la mesa del barón, señalando con un dedo impasible la ubicación exacta donde el asesino se encontraba.

—Aquí —dijo simplemente.

El barón no dijo una palabra. Tomó el mapa y lo miró con los ojos entrecerrados, su mente maquinando rápidamente mientras sus dedos apretaban el papel con fuerza.

—¿Eso es todo? —preguntó el barón, su voz tensa—. ¿Una simple ubicación? ¿Y qué haré yo con esto?

El cultivador no mostró ninguna emoción ante la pregunta. Su rostro seguía siendo una pared inquebrantable.

—Eso es todo lo que puedo ofrecerle. El trabajo sucio es suyo, barón. Yo ya he cumplido con mi parte.

El barón lo miró fijamente, sintiendo una mezcla de desprecio y desesperación. Pero, sin poder hacer nada más, se vio obligado a aceptar lo que tenía ante él.

—Gracias —dijo, la palabra saliendo de su boca con esfuerzo. Era más una orden que una muestra de gratitud.

El cultivador, sin responder, se dio la vuelta y salió tan rápido como había entrado, dejando al barón solo con su furia contenida. Sus pensamientos se agolpaban en su mente mientras él apretaba el mapa con fuerza, su respiración irregular por la rabia.

—¡Atrápenlo! —gritó finalmente, su voz rasgada de rabia. Sabía que este asesino era una amenaza para su poder, y lo iba a eliminar a toda costa.

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—¿Cuántas más debo matar? —se preguntaba Alqatil mientras caminaba entre la multitud de la ciudad, su mente atrapada en pensamientos oscuros. La frialdad de su existencia, las constantes muertes que su cuerpo exigía, se estaba volviendo insoportable. Pero entonces, una idea brillante cruzó por su mente. Un orfanato…. Esa era su oportunidad, un lugar perfecto donde la muerte podía acechar a aquellos que nadie extrañaría. La jugada sería sutil, eficiente. Algo que no solo cumpliera con la misión, sino que también le ofreciera un sabor amargo de satisfacción.

Alqatil llegó al orfanato a última hora de la noche, cuando la ciudad comenzaba a calmarse. Se presentó con una historia cuidadosamente elaborada y, tras una breve verificación, fue aceptado sin mucho cuestionamiento. Sabía que los niños en el orfanato no eran el objetivo, sino la oportunidad. Al fin y al cabo, todo era cuestión de perspectiva.

Lo guiaron por los pasillos del edificio, pero la mayoría de los niños ya estaban dormidos, envueltos en la quietud que precede a la tragedia. Cuando el silencio se apoderó del lugar, y la seguridad parecía haberse relajado, Alqatil sonrió para sí mismo. Finalmente solo.

En el pasillo desierto, sus pasos eran ligeros, como los de una sombra que no deja huella. Se dirigió a la cocina, y con una precisión casi meticulosa, comenzó a abrir los cajones. Encontró lo que necesitaba: un cuchillo de carnicero, de esos grandes, pesados, con el filo afilado por la constante exigencia. Perfecto.

Con el cuchillo en mano, se dirigió al dormitorio de los niños. La oscuridad lo envolvía, cada paso lo sumergía más en un mundo donde el límite entre lo real y lo monstruoso se difuminaba.

Su primer objetivo fue una niña pequeña, no más de seis años. En silencio, se acercó a ella mientras dormía profundamente, ajena a la fatalidad. Colocó una almohada sobre su rostro, asfixiándola momentáneamente, y con una rapidez que solo alguien entrenado podría lograr, cortó su carótida. La sangre comenzó a brotar con fuerza, pero lo que más le perturbaba no era el sonido del derramamiento, sino la sensación de vacío que lo invadía. Otra más… pensó, casi como si se tratara de un mecanismo en su interior, algo que no podía detener.

A continuación, sus ojos se posaron en un niño pequeño, no más de cinco años. El rostro inocente de la víctima no provocó en Alqatil ni un mínimo titubeo. De hecho, lo observó por un momento, disfrutando de la pureza que iba a corromper. Se acercó sin hacer ruido, levantó el cuchillo, y con la misma frialdad, lo hundió en la garganta del niño.

Finalmente, una niña de diez años. Estaba profundamente dormida, su respiración tranquila y regular. Era su última víctima, y la satisfacción de completar su tarea estaba al alcance de su mano. Se acercó, y justo cuando el cuchillo iba a descender sobre ella, algo interrumpió el ritual. El sonido de pasos apresurados y una fuerte patada contra la puerta lo hicieron girar rápidamente.

Diez oficiales irrumpieron en el cuarto. Espadas y arcos apuntaban hacia él en un movimiento coordinado.

—¡Suelta ese cuchillo! —gritó uno de los oficiales, mientras otro disparaba con su arco.

Alqatil sintió el dolor de la flecha atravesando su hombro, pero no dejó que la sorpresa lo dominara. En lugar de retirarse o rendirse, su mirada se volvió aún más fría, más decidida. Un par de años en prisión no me importan pensó, sin perder el control de sus acciones. Con un rápido movimiento, clavó el cuchillo en el pecho de la niña. El terror puro reflejado en sus ojos fue lo único que notó antes de que la sangre salpicara su rostro. El instante de impacto fue como un despertar de algo aún más profundo en su ser.

La sangre brotó con una violencia que parecía desafiar la gravedad, bañando todo a su alrededor mientras las flechas seguían cayendo sobre él, pero Alqatil no flaqueó. Su mente era un abismo en ese momento, una mente de acero que había sido entrenada para no sentir. No sentía remordimiento, ni miedo. Solo sentía el impulso de continuar, de no detenerse, de seguir adelante.

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—Queridos ciudadanos, no hay por qué temer más. Hemos atrapado al malechor. Ahora pueden descansar tranquilos —anunció el barón, con una sonrisa de satisfacción mientras su voz resonaba por todo el pueblo. El público lo aplaudió con fervor, algunos de ellos con la esperanza de que la pesadilla finalmente hubiera terminado. Sin embargo, pocos sabían la verdad detrás de la fachada.

En una celda oscura, húmeda y desmoronada, Alqatil yacía tendido en el suelo. Su cuerpo estaba marcado por el sufrimiento: las flechas seguían clavadas en su carne, y su rostro reflejaba una mezcla de agotamiento y un extraño éxtasis. La humedad de la celda calaba sus huesos, y el aire denso lo asfixiaba lentamente.

—Maldición… ni siquiera me han dado comida, ni han tratado mis heridas… —susurró Alqatil, su voz rasposa por la deshidratación y el dolor. Pero, en medio de su sufrimiento, había algo más que burbujeaba en su interior—. Pero... por lo menos tengo esto. Al menos por fin me darán mi recompensa.

La ironía en sus pensamientos era evidente, como si el dolor y la humillación de la captura lo acercaran a la obtención de algo aún más grande. El destino, pensó, siempre tenía una manera de burlarse de aquellos que deseaban algo más grande que su humanidad.

Misión Principal 2 (Completada)

Recompensa: Venas espirituales y dantian.

[Anfitrión, le recomiendo estar en un lugar seguro y cómodo, porque va a doler.]

Alqatil cerró los ojos, sabiendo que lo peor estaba por comenzar. "Doler..." repitió en su mente, la palabra resonando con una gravedad inusual. ¿Qué podría doler más de lo que ya he sentido?

Pero lo que sucedió a continuación fue más allá de lo que su cuerpo, o incluso su mente, podrían haber imaginado. Los gritos horripilantes comenzaron a llenar la celda. Otros prisioneros, atrapados en sus propias desesperaciones, se taparon los oídos, incapaces de soportar los terribles ruidos que emanaban de la oscuridad. El cuerpo de Alqatil comenzó a retorcerse, y el proceso de transformación arrancó con una grotesca brutalidad.

Primero, su piel comenzó a derretirse. Lentamente, como si algo extraño y antinatural estuviera devorando su ser desde dentro, la carne se desintegraba. No había sangre, no había llanto. Solo el sonido sordo de la carne cediendo a una fuerza incomprensible. La energía del Qi fluía a través de él, tomando su cuerpo como un recipiente.

Los músculos, antes tensos por el dolor, comenzaron a contraerse y estirarse de manera que desafiaban cualquier ley natural. Nuevas venas crecían y se entrelazaban a lo largo de su torso, extendiéndose hasta su espina dorsal, recorriendo sus órganos, hasta llegar a su cerebro. En cada nueva vena, una corriente de energía vibraba, conectando cada célula, cada fibra, a un propósito superior.

El cráneo de Alqatil crujió, desgarrándose de manera grotesca. Con un sonido ensordecedor, la cavidad de su cabeza se abrió, permitiendo que una vena gruesa se conectara directamente a su cerebro. Esta vena no era como las demás; tenía la apariencia de algo vivo, de algo que pensaba por sí mismo. Sus nervios se fusionaron con las venas espirituales, creando una red inquebrantable de conexiones, aumentando su capacidad para canalizar el Qi.

En el proceso, sus costillas se abrieron, sus pulmones y órganos expuestos al aire frío de la celda. El corazón de Alqatil, golpeado por la agonía, comenzó a transformar su estructura. Se contrajo, como si se dislocara de su forma original, convirtiéndose en una bola de carne en ebullición. Con una precisión perfecta, una arteria principal se dividió y se conectó a esa bola, formando una nueva estructura de vida, más fuerte, más poderosa.

Pero lo más impactante, lo más macabro, fue lo que sucedió a continuación: el dantian. El pequeño punto de energía que se había formado en su pecho se expandió, conectándose directamente con su alma. Su alma, como una sombra oscura, emergió de su cuerpo. Fue como un desprendimiento de todo lo que él había sido hasta ahora. Pero ya no era el mismo.

Desde el dantian, la energía brotó, fluyendo a través de cada rincón de su ser. Cada célula, cada fibra, se llenó con el poder de esta conexión espiritual, esta red de Qi que se tejía en su interior. Fue un proceso largo, doloroso, pero necesario. El cuerpo de Alqatil ya no era el de un simple humano. Era la base de algo más grande.

[Felicidades, anfitrión. Ahora puedes cultivar.]

La última sensación que Alqatil tuvo antes de perder el conocimiento fue el vacío. Su cuerpo, transformado por completo, cayó inerte al suelo frío de la celda. Su respiración era lenta, casi imperceptible. El dolor seguía presente, pero ahora se mezclaba con una sensación de poder abrumadora, un poder que nacía de lo más profundo de su ser.

Había obtenido lo que quería. Y, sin embargo, no había un suspiro de alivio. Solo un profundo, insondable abismo que lo miraba de vuelta.