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Chapter 13 - ιγ

De regreso en el almacén, Alqatil decidió intentar la segunda opción. Sentado en el suelo, adoptó una postura de meditación y comenzó a concentrarse. Imaginó la energía del mundo a su alrededor, visualizándola fluir hacia su dantian.

Las horas pasaron lentamente. El sudor perlaba su frente mientras luchaba por atrapar incluso una fracción de esa energía.

[Progreso: 49.001% moléculas de qi.]

—¿Qué? ¿Después de ocho horas? —gruñó Alqatil, frustrado.

[Oye, eso es un logro. Podría ser peor: podrías haber absorbido 49.000% moléculas.]

—Muy gracioso, sistema.

[No es sarcasmo, pequeño cultivador frustrado. Es física. Tu cuerpo está diseñado como un balde con agujeros. Reunir qi con -10 % de talento es como intentar llenar un colador con agua. Pero, oye, con esfuerzo, paciencia y tal vez un milagro divino, podrías hacerlo.]

—¿Y si no quiero esperar siglos para mejorar?

[Entonces usa el cerebro que te queda. Domina a otros. Haz que trabajen para ti. Convierte su fuerza en tu fuerza. Y, quién sabe, tal vez un día hasta yo me sorprenda de lo lejos que llegaste. Aunque lo dudo.]

La idea resonó en su mente. Alqatil miró el techo del almacén, reflexionando. "Dominar a otros, hacerlos útiles..." Era algo que ya estaba haciendo con los vagabundos. Tal vez este era el camino que debía seguir, al menos por ahora.

—¿No tienes algo más constructivo que decir?

[Claro: buena suerte con las moléculas. No las gastes todas en un solo lugar.]

Alqatil apretó los dientes, pero no pudo evitar que una leve sonrisa se dibujara en su rostro.

Con el paso de los días, la red de vagabundos que Alqatil había comenzado a construir creció de manera exponencial. Aunque su figura permanecía oculta en las sombras, los tres primeros vagabundos que había reclutado se convirtieron en los líderes visibles de esta red. Eran ellos quienes motivaban, organizaban y guiaban al creciente grupo de marginados, mientras Alqatil manejaba todo desde las sombras, invisible para la mayoría.

Los tres intermediarios, impulsados por las recompensas que recibían, se encargaron de reclutar a más vagabundos con discursos apasionados y promesas de un propósito.

—¡Escuchen, muchachos! —gritaba uno de ellos, con la mirada encendida—. El mundo nos pisoteó, pero aquí tenemos una oportunidad. Si trabajamos juntos, nadie podrá ignorarnos jamás.

Otro añadía, con voz firme: —No es solo cuestión de dinero. Es pertenecer a algo más grande. Hacer que nuestras vidas valgan algo.

El tercer vagabundo, el más pragmático, cerraba el discurso con un tono autoritario: —Sigamos las reglas, cumplamos las misiones, y no habrá límites para lo que podamos conseguir.

Estas palabras resonaban en los corazones de los vagabundos, muchos de los cuales nunca habían sentido que formaban parte de algo. Poco a poco, comenzaron a unirse más personas. Cada misión completada traía recompensas tangibles y una sensación de logro que era nueva para ellos.

Mientras tanto, Alqatil supervisaba todo desde la distancia. Sus instrucciones llegaban a través de los tres intermediarios, quienes las transmitían como si fueran propias. Él se aseguraba de que los pagos se entregaran de manera justa y que los nuevos miembros de la red se sintieran valorados.

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Desde un rincón oscuro del almacén donde se ocultaba, Alqatil observaba cómo los tres vagabundos repartían las recompensas y daban los discursos motivadores. Sus manos jugueteaban con una moneda de cobre mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.

"Un líder invisible siempre es más efectivo," pensó, "cuando los seguidores creen que las ideas vienen de ellos mismos."

El sistema, que había permanecido en silencio, decidió interrumpir sus pensamientos.

[Interesante estrategia. Manipular sin ensuciarte las manos. Muy propio de alguien que carece de fuerza física.]

—¿Te burlas de mí? —preguntó Alqatil en voz baja.

[Al contrario. Estoy impresionado. Aunque, si me permites un consejo, no subestimes el poder del anonimato. La ambición de estos hombres puede ser un arma de doble filo.]

Alqatil asintió ligeramente. Sabía que debía mantener a los tres líderes bajo control, pero por ahora estaban demasiado ocupados disfrutando de su recién adquirido respeto como para cuestionar la cadena de mando.

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En menos de una semana, la red creció de 60 a 100 vagabundos. Las misiones que el gremio otorgaba, que parecían triviales y poco importantes, se convertían en monedas acumuladas en las manos de Alqatil.

Cada día, uno de los tres líderes entregaba los resultados al gremio, reclamaba las recompensas, y luego las redistribuía entre los vagabundos, dejando una pequeña porción para ellos mismos. Alqatil, mientras tanto, calculaba cuidadosamente las ganancias y se aseguraba de que el flujo de dinero se mantuviera constante.

En solo nueve días, las ganancias eran considerables:

[19 plata, 380 cobre.]

Desde las sombras, Alqatil observaba cómo su red se fortalecía, sabiendo que este era solo el primer paso en un plan mucho más ambicioso.

[Sigue así, pequeño estratega. Pero recuerda: mientras ellos crean que tienen poder, lo tendrán. No permitas que se les suba a la cabeza.]

Alqatil sonrió con ironía. —No lo permitiré.

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El ambiente en el campamento comenzaba a tensarse. Aunque muchos vagabundos se habían beneficiado del sistema de misiones, algunos comenzaban a cuestionar la estructura. ¿Por qué los tres líderes decidían todo? ¿Y por qué ellos parecían recibir un trato especial?

La noche en que estalló la revuelta, un grupo de veinte hombres se reunió en secreto en un rincón apartado del campamento. Liderados por un hombre corpulento de barba rala, discutían en voz baja.

—Esto no es justo —gruñó el líder, golpeando una roca con su puño—. Nosotros hacemos todo el trabajo y ellos solo reparten las sobras.

Los murmullos de aprobación llenaron el espacio. Decididos a cambiar las cosas, el grupo marchó hacia el almacén, donde los tres líderes solían reunirse.

Cuando irrumpieron, encontraron a los tres vagabundos sentados alrededor de una mesa, revisando pergaminos y organizando monedas. El líder pragmático alzó la vista, mientras que el hombre de la cicatriz se inclinó hacia atrás en su silla, con una sonrisa ladeada.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó dl tercero, la más callada del grupo, alzando una ceja.

—¡Esto pasa! —gritó el líder de los revoltosos—. ¡Estamos hartos de que ustedes se lleven la mejor parte mientras nosotros apenas sobrevivimos!

La sala quedó en silencio. Los ojos del pragmático se estrecharon, y su tono se volvió frío.

—¿Y qué sugieres, exactamente?

—Queremos igualdad. Queremos que las decisiones se tomen entre todos, no solo entre ustedes tres.

El hombre de la cicatriz se rió entre dientes, una risa baja y burlona que hizo retroceder a algunos de los revoltosos.

—¿Igualdad? —repitió, poniéndose de pie lentamente—. ¿Sabes lo que eso significa en este mundo? Nada. La igualdad no te alimenta, no te da refugio, y mucho menos respeto.

El líder de los revoltosos frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, el pragmático se levantó de su silla y lo enfrentó directamente.

—Este sistema funciona porque hay orden —dijo, con un tono que parecía cortar el aire—. Si cada uno hiciera lo que quisiera, todos estaríamos muertos o peor. Ahora bien... ¿quieres tomar decisiones? Muy bien, entonces carga con la responsabilidad de que todo funcione. ¿Sabes lo que eso implica?

El líder de los revoltosos vaciló.

—No es justo...

—¿No es justo? —El pragmático dio un paso más cerca, hasta que estuvo frente a frente—. Lo justo es que tú comes porque otros, como nosotros, nos aseguramos de que haya comida. Lo justo es que tienes monedas porque nosotros te dimos una forma de ganarlas.

La tensión en la sala creció. Algunos de los revoltosos comenzaron a retroceder, incómodos.

—Pero si crees que puedes hacerlo mejor —continuó el pragmático, señalando la puerta—, por favor, inténtalo. Sal ahí fuera, organiza a todos, busca las misiones, negocia los pagos y reparte las recompensas. Vamos, demuéstranos lo "justo" que eres.

El hombre de la cicatriz chasqueó la lengua, disfrutando del espectáculo.

—Aunque, si lo preguntas, creo que durará menos de un día antes de que alguien te corte la garganta.

El líder de los revoltosos, ahora rojo de vergüenza y rabia, apretó los puños, pero no dijo nada más. Finalmente, se dio la vuelta y salió del almacén, seguido por los demás, que ahora evitaban mirar a los líderes.

Cuando todo terminó, el pragmático suspiró y volvió a sentarse.

—Esto no volverá a pasar —dijo, mirando a los otros dos—. Si alguien más intenta algo, lo resolveremos antes de que crezca.

El hombre de la cicatriz asintió, su sonrisa desapareciendo.

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Desde un rincón oscuro fuera del almacén, Alqatil observaba en silencio. Los líderes habían manejado la situación mejor de lo que esperaba.

[Debo decir que tienes un buen ojo para elegir herramientas. Aunque, claro, incluso las herramientas más afiladas pueden volverse contra su dueño.]

—Por eso las mantengo ocupadas —murmuró Alqatil.

[Ingenioso. Pero nunca olvides: el poder necesita de un rostro visible, y ellos tres ya son ese rostro. Solo asegúrate de que nunca miren detrás del telón.]

Alqatil no respondió. Sus ojos se mantuvieron fijos en los líderes, que ahora discutían cómo evitar futuras revueltas.

"Que sigan creyendo que son los que mandan", pensó, con una sonrisa apenas visible.

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Con los ingresos acumulados, Sirius, Orion y Lyra tomaron el control visible de las operaciones. Se aseguraron de alquilar una casa abandonada, supuestamente embrujada, por 1 plata al mes. Aunque algunos seguidores dudaron al principio, los líderes rápidamente transformaron el lugar en un refugio.

Sirius, siempre pragmático, lideró las renovaciones. Supervisó la compra de colchones, mantas y una mesa de trabajo, asegurándose de que cada gasto fuera razonable. Su enfoque directo y sin rodeos le ganó el respeto inmediato de los vagabundos.

—Esto no es caridad —aclaró Sirius mientras repartía las primeras mantas—. Es una inversión en nosotros mismos. Si todos trabajamos juntos, este lugar será más que un techo; será nuestra fortaleza.

Orion, por su parte, se dedicó a mantener el orden entre los seguidores. Su carácter sarcástico y su sonrisa ladeada escondían una ferocidad que los demás no se atrevían a desafiar. Durante las reuniones, no dudaba en ridiculizar a quienes intentaban cuestionar las decisiones, pero lo hacía de una forma que arrancaba risas, incluso de sus víctimas.

—¿Reclamar? Claro, reclama todo lo que quieras —decía Orion con un tono burlón—. Pero asegúrate de que alguien más no reclame tu lugar mientras lo haces.

Su actitud le ganó tanto aliados como enemigos, pero nadie dudaba de su capacidad para lidiar con problemas.

Lyra, en cambio, actuaba como el cerebro logístico del grupo. Silenciosa pero aguda, manejaba las finanzas y organizaba las misiones con una eficiencia sorprendente. Su carácter calmado contrastaba con la intensidad de Sirius y el sarcasmo de Orion, pero eso solo la hacía más confiable.

—Si quieres que algo se haga bien, hazlo con números —decía Lyra mientras trazaba las rutas para las misiones—. Todo lo demás es ruido.

Bajo su supervisión, los vagabundos comenzaron a recibir tareas específicas. No se trataba solo de trabajar; se trataba de optimizar esfuerzos.

Aunque nadie lo sabía, cada decisión pasaba primero por Alqatil, quien se mantenía en las sombras, comunicándose con Lyra mediante mensajes privados y códigos simples. Era ella quien transmitía sus órdenes a Sirius y Orion, asegurándose de que la presencia del "cerebro" detrás del grupo siguiera siendo un secreto absoluto.

A medida que los días pasaban, la operación creció. El trío comenzó a implementar una estructura clara:

—Cien de ustedes realizarán misiones de rango H —anunció Sirius con su tono autoritario—. Cincuenta se encargarán de las de rango G, y los veinte más fuertes asumirán las misiones de rango F.

—Solo los más capaces, claro —interrumpió Orion, con su sonrisa burlona—. Así que, si crees que puedes hacerlo, demuéstralo.

Los vagabundos murmuraban entre ellos, emocionados por la oportunidad de demostrar su valía.

Mientras tanto, Lyra anotaba los nombres de los que serían asignados a cada grupo, asegurándose de que no se repitieran errores.

En las siguientes semanas, la casa abandonada se convirtió en un centro de actividad febril. Las misiones se aceptaban y completaban con una velocidad impresionante, y el dinero comenzaba a fluir. Lyra lo contabilizaba con precisión, mientras Sirius y Orion se encargaban de mantener la moral alta y los conflictos al mínimo.

Sin embargo, lo que los vagabundos veían como una organización liderada por tres figuras carismáticas era, en realidad, el resultado de los planes meticulosos de Alqatil.

[Debo admitir que has jugado bien tus cartas, pequeño estratega. Aunque me pregunto cuánto tiempo podrá mantenerse esta fachada.]

—El tiempo suficiente —susurró Alqatil desde las sombras de la casa, observando cómo Sirius lidiaba con un pequeño desacuerdo entre dos grupos—. Mientras sigan creyendo en ellos, yo puedo moverme sin problemas.

[Solo recuerda: las sombras protegen, pero también pueden asfixiar. No subestimes el riesgo de quedarte demasiado tiempo oculto.]

Alqatil no respondió. Sus ojos estaban fijos en Lyra, quien daba instrucciones claras y precisas a los nuevos reclutas.

"Todo está yendo según lo planeado", pensó, satisfecho.

Con el paso del tiempo, la notoriedad de Alqatil y su grupo de vagabundos creció. Pronto, aquellos fuera de su círculo comenzaron a enterarse de la nueva organización que operaba desde las sombras. Los mercenarios se hacían cada vez más conocidos en los callejones, y aunque el gremio legal no sabía qué pensar de ellos, las misiones que cumplían eran cada vez más solicitadas.

Las personas, particularmente aquellos con asuntos oscuros o urgentes, empezaron a acercarse a la casa abandonada, buscando contratar los servicios de este misterioso grupo. Los encargos llegaban en silencio, entregados por intermediarios, con instrucciones precisas de que todo debía mantenerse en secreto. Era crucial que no se relacionara a este grupo con ninguna organización conocida, ya que el gremio legal comenzaba a olfatear algo fuera de lo común ademas de los encargos realizarse por los miembros mas oscuros.

Alqatil, aunque nunca mostraba su rostro, ya comenzaba a consolidarse como el líder oculto detrás de la creciente red de mercenarios.