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Chapter 18 - ϝγ

—Entonces, Sidra, descansa. Duerme bien. Saldremos a buscar a tu hermana pasado mañana.

La niña asintió tímidamente, su cuerpo aún temblando por los eventos recientes.

—¿Cómo prefieres que te llame? —preguntó, sin levantar mucho la voz, como si temiera ser castigada por preguntar.

—Puedes llamarme Alqatil, o como te sientas cómoda, —respondió él con suavidad, notando el miedo que aún persistía en su mirada.

—Está bien... Alqatil, —dijo Sidra, aún titubeante, abrazándose a sí misma.

La habitación que le mostró tenía una cama, simple pero cómoda. Alqatil la notó mirar alrededor, sus ojos explorando cada rincón como si esperara que algo saliera de las sombras. Su miedo a estar sola era palpable.

—No te preocupes, —dijo él, agachándose a su nivel—. Me quedaré contigo hasta que te duermas. No tienes que estar sola.

Sidra lo miró, sus ojos llenos de un terror que aún no podía ocultar. Asintió lentamente, como si esa promesa le diera un respiro momentáneo.

Alqatil se sentó en una silla junto a la cama, observándola mientras ella se acurrucaba bajo las mantas. Poco a poco, su respiración se hizo más suave, el agotamiento finalmente venciendo al miedo. Cuando estuvo seguro de que se había dormido, Alqatil se puso de pie, llendose de su lugar despacio para asegurarse de que el descanso de Sidra no fuera perturbado.

Alqatil cerró la puerta detrás de Sidra, dejándola descansar. Se dirigió a su habitación, pensando en las piezas sueltas que formaban la historia de la niña. Sus recuerdos de la novela eran fragmentados, pero suficientes para saber que Sidra no era cualquier niña.

—Sistema, recuérdame la historia de Sidra, —pidió Alqatil, sentándose en el borde de su cama—. Sé que hay algo más detrás de todo esto, pero no lo recuerdo bien.

[¿Olvidando los detalles, Al? Qué sorpresa. Sidra, o como la conocías en la novela, es mucho más que una niña asustada. ¿Quieres el resumen o te cuento todo el drama?]

—Todo el drama, —respondió Alqatil, apoyando los codos en sus rodillas—. Necesito entender exactamente quién es y cómo puedo usar esa información.

[Bien, aquí vamos. Sidra von Aranto, hija de un comerciante influyente. Su vida se hizo pedazos cuando su familia fue atacada por bandidos. Después del ataque su padre desaparecio y ella, sufrió muchas penurias. Fue secuestrada junto con su hermana, pero una persona desconocida las salvó: el padre del protagonista. Las llevó a un orfanato donde fueron adoptadas por un hombre llamado Alfred, quien resultó ser un bebedor compulsivo y jugador empedernido. Cuando no pudo pagar sus deudas, los criminales lo asesinaron y decidieron secuestrar a las niñas.]

Alqatil frunció el ceño, la historia empezaba a volverse más oscura.

[Sidra logró escapar, pero sus captores la encontraron, violándola y llevándola con ellos. Una vez más, el padre del protagonista apareció, salvándola y llevándola consigo. Pero el daño ya estaba hecho. Sidra desarrolló una profunda misoginia y nunca volvió a ver a su hermana. Desde ahí, su odio por el crimen y su deseo de venganza crecieron. Eventualmente, descubrió que a uno de los subordinados que había destruido su vida era un de un miembro de un culto demoníaco, lo que solo aumentó su odio. Pero la identidad de la mente maestra nunca se reveló por completo.]

—¿Y Alfred era su padre adoptivo no? —preguntó Alqatil, recordando un detalle importante.

[Exacto. Alfred no solo era su padre adoptivo, sino el real. Y escapo de la ciudad a un pueblo hasta que Sidra lo encontro y por alguna razon no explicada Sidra lo enfrenta.]

Alqatil asintió, recordando fragmentos de lo que el sistema decía.

—Recuerdo algo sobre ella enfrentándose a el. ¿Qué pasó?

[Ah, sí, el gran momento de Sidra. Finalmente tuvo en sus manos al hombre que había destruido su vida. Pero en lugar de matarlo, lo dejó vivir. Decidió que no valía la pena cargar con el peso de la venganza. Prefería enfocarse en el futuro y ayudar a otros a encontrar una vida mejor. Todo muy noble, ¿no crees?]

Alqatil sonrió, sabiendo cómo aprovechar esa nobleza.

—Interesante. Entonces, ¿hay pistas sobre dónde podría estar su hermana?

[Sí, hay pistas. En los barrios bajos, encontrarás a uno de los secuaces con información. Pero ya sabes, nada es tan simple como parece.]

Alqatil frunció el ceño, una chispa de comprensión iluminando su mirada.

—¡Tengo a los secuaces!

[Por fin lo entiendes.]

Al rápidamente se alistó, calzándose unas sandalias y saliendo de su habitación con determinación. Antes de ir a los barrios bajos, necesitaba hablar con Orion.

Se dirigió donde trabajaba en secreto solo uno de los pocos uqe conocían su verdadera identidad. Orion estaba allí, revisando informes en la sala oculta bajo la mansión.

—Orion, necesito que hagas algo por mí, —dijo Alqatil, su voz firme pero baja.

Orion levantó la vista, atento y listo para recibir órdenes.

—Dime qué necesitas, —respondió Orion, manteniendo la compostura.

Alqatil abrió la boca para hablar, pero la pesada atmósfera del lugar se cortó con un movimiento en la sombra.

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Desde el punto de vista de Orion, todo lo que ocurría a su alrededor se volvió nítido. Alqatil no solo era su líder, sino la clave para un futuro incierto. Orion observó cómo Alqatil meditaba cada palabra, cada movimiento, y entendió la gravedad del momento.

—Estamos listos para cualquier cosa, —dijo Orion, esperando que Alqatil terminara de detallar su plan.

Orion se adentró en el bosque del sur, donde la vegetación densa y sombría ocultaba la entrada a Aurora. Su rostro permanecía impasible, endurecido por los años de lealtad ciega y la falta de escrúpulos. Cada paso que daba era calculado, firme, sin un atisbo de emoción.

Caminó hasta una caseta de vigilancia, donde dos rangos C lo recibieron con miradas de respeto mezcladas con miedo. Orion, como mano derecha de Sirius y uno de los lideres y jefes de este sitio, era una figura imponente y temida. Su presencia bastaba para imponer silencio y obediencia.

Sin perder tiempo, se dirigió al Centro de Orden y Tortura (COT), su lugar de trabajo y una de las piezas clave del entramado que Alqatil había construido tras la adquisición del Blue Ice. Este comercio de sustancias ilícitas les había proporcionado los fondos necesarios para financiar proyectos oscuros y eficientes, como el COT. Allí, la disciplina era severa para quienes osaban desafiar las órdenes. Pero más allá de la fachada disciplinaria, en lo más profundo, se ocultaba un centro de tortura donde solo los más psicópatas podían trabajar. Muchos de ellos, incapaces de soportar su propia oscuridad, desertaban y desaparecían misteriosamente.

Orion, acostumbrado a la brutalidad, no se inmutó ante el aire pesado impregnado de sangre y sufrimiento. Los gritos que resonaban en los pasillos oscuros eran simplemente parte del paisaje para él, un recordatorio constante de que el miedo era una herramienta eficaz. Avanzó sin titubear, como si los lamentos fueran melodías lejanas, insignificantes.

Desde su punto de vista, la tortura no era más que un medio para un fin. La moralidad no tenía lugar en sus pensamientos; la lealtad que se iba desarrollando a Alqatil y la eficiencia eran todo lo que importaba.

Orion se acercó a una celda específica y cerró la puerta detrás de él, sumergiendo el pequeño espacio en una atmósfera opresiva de claustrofobia y tensión. Su mirada gélida se posó en el matón que estaba sentado, visiblemente nervioso ante su presencia.

Sin preámbulos ni palabras innecesarias, Orion avanzó, su figura imponente proyectando una sombra que devoraba la luz tenue de la celda. Su voz, cortante y sin emoción, llenó el aire:

—¿Recuerdas quién soy?

El matón abrió la boca para responder, pero no tuvo tiempo. Orion, sin esfuerzo, en un movimiento fluido, lanzó una patada brutal al estómago del hombre. El impacto fue tan potente que se escuchó el crujido de órganos desplazados, y el matón comenzó a escupir sangre, manchando el suelo y dejando un rastro desde sus orejas.

Orion se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija, sin un atisbo de compasión.

—No me hagas perder el tiempo. Solo necesito algunas respuestas. ¿Cooperarás?

El matón, doblado de dolor y tosiendo sangre, levantó la cabeza lo suficiente para encontrarse con la mirada de Orion. Los ojos llenos de súplica y terror no eran suficientes para conmoverlo. Asintió repetidamente, incapaz de articular palabras.

Orion se enderezó, satisfecho. La información vendría, ya sea por miedo o por el dolor que aún estaba dispuesto a infligir.

—Bien, vámonos —gruñó Orion, su voz cargada de amenaza—. Y espero que tus respuestas sean satisfactorias. Si no quieres que tu familia termine en el lugar equivocado...

Orion agarró al matón por el cuello de la camisa y lo arrastró sin esfuerzo hacia la puerta de la celda. El guardia, sin decir palabra, abrió la puerta, permitiendo que Orion saliera con su prisionero.

Mientras caminaban por el oscuro pasillo, el hedor a sangre y sudor impregnaba el aire, evocando un recuerdo que Orion siempre mantenía enterrado. Recordó su hogar, antes de que los nobles lo destruyeran todo. Las risas de su familia, la calidez de su esposa, la firmeza de su hija. Todo eso había sido arrebatado por la traición y la codicia de los poderosos.

El sonido de un prisionero jadeante lo sacó de sus pensamientos. Una mano temblorosa se aferró a su pierna, y el prisionero, desesperado, intentó decir algo. Antes de que pudiera emitir una palabra, el guardia reaccionó con precisión despiadada, su hacha descendiendo en un arco limpio y cortando la mano del hombre.

—¡No te atrevas a tocar al líder, basura! —rugió el guardia, su mirada dura y despectiva, mientras el prisionero gritaba de dolor, su sangre manchando el suelo de piedra.

Orion observó el espectáculo con indiferencia, su mirada helada e impenetrable. No mostró ninguna reacción, como si la brutalidad fuera un simple recordatorio de la forma en que funcionaba el mundo: solo los fuertes y despiadados sobrevivían.

Orion caminaba por los túneles oscuros del cot, sus pasos calculados y firmes, sin mostrar ningún signo de duda o emoción. La atmósfera densa y opresiva que rodeaba el cot no le afectaba en lo más mínimo; estaba acostumbrado a la oscuridad, al dolor, al sufrimiento. No era un hombre de emociones, ni de recuerdos. Era un ejecutor, un ser diseñado para cumplir órdenes, sin cuestionarlas.

Su mente apenas se detenía a considerar lo que sucedía a su alrededor, ni siquiera cuando escuchó los ecos de los gritos que emanaban de las celdas. Sabía lo que sucedía allí, lo que pasaba a aquellos que no cumplían con las expectativas de la organización. En su mundo, ese tipo de sufrimiento era necesario. Era el precio de la lealtad, y él no estaba en condiciones de dudar.

Al llegar a la salida del cot, Orion miró a su alrededor antes de mover el prisionero hacia la casa de Al. Sabía que este era solo el principio de lo que estaba por venir, pero sin importar lo que sucediera, su tarea no cambiaría. Lo único que importaba era la misión.

Al llegar a a la casa de Alqatil Orion entrega al maton y se despide llendo a continuar el papeleo del COT.

La perspectiva cambia a Al.

Al entró en la casa con el matón arrastrado detrás de él. La oscuridad de la casa, siempre silenciosa, parecía engullirlos a medida que avanzaban por el pasillo. Al dejó caer al prisionero en una silla frente a él, sin perder su mirada fría y calculadora. Se sentó frente al matón, observando su dolor físico, pero también la desesperación en sus ojos. Un silencio pesado colgaba entre ellos, solo roto por las respiraciones tensas y las gotas de sudor que caían lentamente de la frente del prisionero.

El ambiente se volvía aún más tenso cuando, de repente, un sonido ligero de pasos rompió la quietud. Al levantó la mirada, y vio a la niña entrar en la habitación. Su largo cabello dorado brillaba en la penumbra, sus ojos azules eran como espejos de una realidad distante. No era una niña común, algo en ella, en su actitud, parecía fuera de lugar, como si el tiempo hubiera jugado en su contra. A pesar de su juventud, había una oscuridad en su mirada, una dureza que no era propia de su edad.

El matón la observó de reojo, su mirada temerosa reflejaba la misma inquietud que la presencia de la niña provocaba en él. Pero ella no parecía notar la tensión, o tal vez no le importaba.

Al la miró por un momento, un leve titubeo apareció en su rostro, aunque fue tan fugaz que casi no se percibió. Recuperó su compostura rápidamente y dirigió su atención nuevamente al prisionero.

— ¿Qué harás ahora? —pensó Al, mientras los dos, uno esperando respuestas, el otro temblando de miedo, compartían el mismo espacio cargado de tensión.

— Sidra, ven siéntate conmigo —dijo Al, señalando una silla junto a él con un gesto seco, casi desinteresado.