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Chapter 20 - κ

Sidra, entonces, comenzó a respirar más despacio. La furia que la había consumido comenzaba a calmarse, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza. La determinación reemplazó a la rabia, y por primera vez en mucho tiempo, ella empezó a sentir que podía controlar algo, aunque fuera su propia respuesta.

—¿Entonces, dónde estaba el lugar al que la iban a llevar? —preguntó Sidra, su voz ya más serena, pero con una firmeza que resonaba en la sala. La oscuridad seguía presente, pero en su interior, algo había cambiado. Un poder latente había despertado en ella, y la ira que antes la había consumido se había transformado en algo mucho más peligroso.

—En el almacén 213 del barrio rojo. Ese es el lugar al que iríamos después de capturarla —respondió Jared, su voz un susurro, sintiendo la inminente condena.

Sidra se quedó allí, quieta por un momento, asimilando las palabras de Jared. Su respiración se aceleró, el odio burbujeaba en su pecho, crecía como una llama voraz que comenzaba a consumirla por dentro.

—¿Qué fue lo que le hicieron a mi hermana? —preguntó Sidra, su voz ahora más firme, pero bajo la superficie, la ira era incontrolable.

Jared tragó saliva, mirando hacia abajo como si no pudiera soportar enfrentarse a los ojos de Sidra.

—Lo único que sé es que la han golpeado, dejándola sin agua ni comida durante todo este tiempo. Planeaban volarla esta noche, eso es todo lo que sé —respondió, su voz quebrada, una mezcla de desesperación y miedo.

Las palabras de Jared se clavaron como dagas en el alma de Sidra. Un grito de furia salió de sus labios, su cuerpo temblando con la fuerza de la ira que la invadía.

—¡MALDITO DEMONIO! —gritó Sidra, el dolor transformado en furia, resonando con una fuerza inhumana. Sus manos se apretaron en puños, la tensión acumulada haciéndola vibrar de rabia.

Al observó desde un rincón de la habitación, su mirada calculadora, ya acostumbrado a los estallidos de ira de aquellos que se encontraban en su presencia. Se acercó a Sidra con calma, colocando una mano firme sobre su hombro, obligándola a mirar hacia él.

—Cálmate —dijo Al, su tono suave pero firme, como si tratara de disipar una tormenta.

Sidra respiraba con dificultad, luchando por mantener el control. Podía sentir que su furia estaba al borde de romperla, pero sabía que si lo hacía, nada quedaría. Sabía que necesitaría más que solo odio para sobrevivir en este mundo.

Al la guió hacia la sala, mientras ella trataba de contener la tormenta interior que amenazaba con consumirla. Al no dijo nada más, pero su presencia era la única ancla que podía ofrecerle en ese momento, el único resquicio de estabilidad en un mar de furia.

En silencio, Sidra se dejó llevar, su cuerpo temblando con cada paso, pero en su mente, las sombras de la venganza comenzaban a tomar forma.

—Sidra, te voy a decir algo que quiero que guardes en tu corazón: en este mundo, es matar o morir. Por eso, te doy la opción —dijo Al, su tono firme y cargado de una oscuridad sutil que parecía envolver cada palabra.

Sidra tragó saliva, un nudo formándose en su garganta. Su mente no podía procesar la gravedad de lo que Al le pedía. La opción era clara, pero el peso moral era tan grande que casi la estrangulaba.

Alqatil sacó el cuchillo de su espalda, sosteniéndolo con una mano, y lo mostró ante Sidra. La hoja brilló con una frialdad que cortó el aire entre ellos.

Sidra miró el cuchillo en las manos de Alqatil, la hoja reluciendo con una intensidad casi deslumbrante, reflejando la fría luz que llenaba la sala. El simple peso del acero parecía amplificar el vacío en su estómago. Cada fibra de su ser se rebelaba ante la idea de sostenerlo, mucho menos usarlo. Las palabras de Al resonaban en su mente: matar o morir.

—Véngate por tu hermana y por lo que sufriste, o sé un cobarde y déjalo libre —la voz de Al era clara, directa, desprovista de compasión.

Sidra se quedó quieta, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Matar a alguien, ¿era realmente lo que se esperaba de ella? Nunca había pensado en esa posibilidad. La ira, la desesperación, el odio por lo que su hermana había sufrido comenzaban a mezclarse en su interior, pero aún así, la idea de derramar sangre era ajena a ella.

Sus manos temblaban. La idea de empuñar el cuchillo parecía tan imposible como un abismo profundo y oscuro. La sensación de horror que le provocaba pensar en usarlo casi la paralisaba. Pero también sentía un vacío que la llamaba, una parte de ella que quería la venganza a toda costa.

—No te preocupes, todavía tienes tiempo para pensar —dijo Al, con una sonrisa fría y un tono que no dejaba lugar a la duda—. Si quieres, hazle algunas preguntas, pero mantén el cuchillo.

Sidra levantó la mirada hacia Al, buscando algo en él que pudiera darle claridad, pero lo único que encontró fue una mirada tan implacable que hizo su piel erizarse. El cuchillo en sus manos parecía volverse más pesado con cada segundo, su mente luchando entre la moralidad y la oscuridad que comenzaba a invadirla.

Al la observaba, sabiendo que, tarde o temprano, ella tomaría la decisión. Sabía que lo que realmente quería no era solo venganza, sino algo mucho más profundo. Y si tenía que manipularla hasta ese punto, lo haría.

—Bueno —respondió Sidra, su corazón latiendo con fuerza, sintiendo el poder que comenzaba a florecer dentro de ella.

Ambos miraron a Jared, y Al decidió ir a la cocina a preparar algo, dejando a Sidra con Jared.

—Entonces, ¿por qué pensaste en violarme? —preguntó Sidra, su voz dura y desafiante.

—Por tu cuerpo —respondió Jared, sin inmutarse.

—¿Y no te importaba si era una niña? —replicó Sidra, la rabia chisporroteando en su interior.

—Niña, te lo voy a decir para que lo tengas como memoria, pero esa es una lección para ti: en este mundo, el fuerte hace las leyes y el débil las sufre. Esa violación lo máximo que podría hacernos es un mes en una comisaría, y solo si nos descubren.

Sidra aprieta los dientes; sus ojos prácticamente están en llamas y sostiene su cuchillo con fuerza.

—Dijiste una lección.

—Sí —respondió Jared, su desdén apenas disimulado.

Sidra, a punto de atacar, escuchó una voz.

Al salió de la cocina en ese momento, interrumpiendo la tensión. Se acercó y, sin decir palabra, le ofreció un vaso con el jugo.

—Relájate, Sidra. Toma esto.

Sidra lo miró, confundida, y preguntó:

—¿Qué es?

—Jugo de kalam —respondió Al con una calma inquietante, mientras sus ojos parecían brillar con una extraña intensidad.

—¿Kalam? ¿Qué es eso? —dijo, recibiendo la bebida con cautela.

—Una fruta —respondió Al, sin dejar de mirarla, su tono siniestro más palpable que nunca.

[Kalam, ehh, Al no puede controlar a alguien si no es con drogas. ¿Qué será lo siguiente? el Kalam ni existe y eres malo nombrando cosas ficticias no.]

—Vaya, alguien que no puede sobrevivir sin el alma de su anfitrion dice esas cosas —respondió Al.

Al se fue de nuevo a la cocina, tomando un cuchillo para preparar carne. Sin embargo, en un movimiento inesperado, el cuchillo se le resbaló y cayó muy cerca de Jared. En ese momento, sus ojos se cruzaron.

El aire entre ellos se tensó.

Jared, reaccionando rápidamente, se lanzó hacia el cuchillo, lo agarró con firmeza y, con rapidez, intentó apuñalar a Al. La punta del cuchillo simplemente pego momentáneamente en su estómago, pero antes de que pudiera reaccionar se clavo más y algo extraño ocurrió. El cuchillo quedó atascado, como si algo dentro de él lo estuviera deteniendo.

Jared intentó con todas sus fuerzas sacar el cuchillo, pero no pudo.

'¿Cómo puede ser? ¡¿Cómo es posible?!' Pensó, atónito, mientras veía a Al seguir de pie, sin mostrar ni una señal de dolor. '¡Esto no tiene sentido!'

Sidra, sin pensarlo, se lanzó con el cuchillo hacia Jared, el metal brillando en el aire antes de clavarse profundamente en su pecho. La sorpresa se reflejó en los ojos de Jared antes de que la agonía lo envolviera por completo. Un grito de dolor escapó de su boca, pero pronto fue reemplazado por un gemido bajo, casi inaudible.

—Caiste, al parecer, en la trampa más vieja del libro —dijo Al, su voz baja lo suficiente para que solo Jared escuchar, como si la herida le otorgara una extraña satisfacción.

Jared, incapaz de reaccionar de otra manera, miró el cuchillo que se encontraba clavado en su pecho, la sangre brotando rápidamente de la herida. El dolor era insoportable, y su cuerpo comenzaba a ceder. Con un último esfuerzo, gimió:

—Trampa...

Pero antes de que pudiera terminar de hablar, Al le dio un puñetazo que lo envió al suelo, donde se desangró lentamente.

Sidra, aterrada, se lanzó hacia Al, sus brazos envolviéndolo en un abrazo tembloroso, sin saber qué hacer. Sus ojos estaban llenos de terror.

—¡Al, lo siento, lo siento! —exclamó, su voz quebrándose—. Es mi culpa por no poder actuar. ¿Qué hago? Dime, por favor, ¿qué hago?

—Sidra, no te preocupes. Solo ayúdame a llegar a mi cama, por favor —dijo Al, su voz temblorosa y con un toque de exageración, como si cada palabra le costara un esfuerzo sobrehumano. Cerró los ojos como si estuviera soportando el peso de una gran carga, haciendo que su dolor pareciera más intenso de lo que realmente era.

Sidra, desconcertada y preocupada, asintió y se apresuró a ayudarlo a levantarse. El sudor frío recorría su frente mientras sentía el cuerpo de Al flaquear en sus brazos, aunque sus movimientos seguían siendo calculados y casi teatrales.

—Está bien —respondió Sidra, su voz temblando mientras lo ayudaba, con el corazón acelerado por el miedo a que algo peor sucediera.

Con esfuerzo, Sidra logró llevar a Al hasta su habitación. La escena parecía un cuadro en el que cada paso que daban estaba cargado de tensión, el aire pesado entre ellos. Al se desplomó en la cama con un suspiro largo y profundo, exagerando el dolor como si estuviera al borde de la muerte.

Sidra lo observó, aterrada, mientras el miedo a perderlo la envolvía por completo. No pudo evitar las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas mientras tomaba su mano.

—No me dejes, por favor... —dijo con voz quebrada, como si las palabras fueran lo único que podía ofrecer en medio de su desesperación. Su corazón latía desbocado al ver la escena: Al herido, pero de alguna forma tan distante y calculador, mientras él actuaba como si cada movimiento le costara un sufrimiento indescriptible.

Sidra, con el rostro desbordado por las lágrimas, permaneció junto a la cama, mirando a Al con una expresión de angustia que no podía ocultar. Sus manos temblaban, incapaces de calmarse mientras sentía la impotencia de no poder hacer nada más por él.

Al, notando su desconcierto, extendió una mano débilmente hacia ella. Su voz, aunque cargada de dolor, intentó transmitir una calma que no sentía del todo.

—Sidra, tranquila. Yo estoy aquí para ti —dijo Al, su tono algo más suave que antes. A pesar de la herida, sus palabras eran claras, como un intento de reforzar la tranquilidad de ambos. —Ahora ve a tu cuarto, necesito descansar.

Sidra lo miró, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando, pero sus lágrimas no cesaron. No entendía cómo podía estar tan sereno, cómo aún podía pensar en ella cuando estaba en tan mal estado. Sin embargo, en el fondo, sabía que tenía que apartarse por un momento.

—No, Al me quedare hasta que te recuperes —respondió, su voz rota.

Como Sidra se quedo Al tuvo que esperar a que se quedara dormida, Al suspiró, aunque de una forma exagerada, como si realmente le costara soportar la herida. Miró el cuchillo que aún permanecía clavado en su estómago, sintiendo una mezcla de dolor y frustración.

—Tsk, maldita sea... qué feo es tener un cuchillo atravesándote, pero no se compara con lo que he vivido —murmuró para sí mismo, mientras cerraba los ojos, su mente corriendo en mil direcciones. Aunque el dolor era real, parecía menor comparado con todo lo que había soportado a lo largo de su vida.