Al se acomodó en la cama, respirando con dificultad, y cerró los ojos, permitiendo que la oscuridad lo envolviera mientras las sombras de sus pensamientos se se aclaraban lentamente.
Al, recostado en la cama de su habitación, levantó la vista, los ojos fríos y calculadores, y llamó con voz firme:
—Sirius.—Sirio.
En un abrir y cerrar de ojos, el hombre corpulento apareció en la puerta, su figura imponente llena de presencia. Sonrió levemente al ver que Al lo había convocado.
—¿Qué pasa, señor? —preguntó Sirius, su tono reverente, como siempre.
Al penso con intensidad, sin apartar la imaginación de Jared, cuya vida se deslizaba entre las grietas de su respiración entrecortada. Su mirada era fría, casi desapegada.
—Tráeme unas vendas y desaparece ese cadáver —ordenó Al, sus palabras firmes como un mandato inquebrantable.
Sirius asintió, sin dudar ni un segundo, y se dirigió a cumplir la orden sin titubear. Al no podía quitar la mirada de Jared, su mente repasando la situación con precisión matemática. Sabía que todo estaba bajo control.
Pocos minutos después, Sirius regresó con las vendas. Mientras estaba llendo al cuarto de Al vio a Jared desangrándose, una expresión de asco y desprecio cruzó su rostro, aunque se apresuró a realizar su tarea sin mostrar más emociones.
—
—Hombre, ¿por qué tenías que meterte con ese monstruo? —dijo Sirius, mirando al hombre moribundo con desdén, su voz cargada de una amargura palpable.
El sonido de murmullos llegó a sus oídos. Sirius inclinó ligeramente la cabeza, intentando escuchar.
—"Trampa, hizo trampa. Me engañó, engañó a esa chica. Es un monstruo, es un villano, es la..." —las palabras de Jared se desvanecían lentamente, como si su vida misma se desvaneciera con cada respiración.
Sirius se volvió hacia el hombre desangrado, su expresión tensa mientras el desprecio burbujeaba en su interior. No era odio ciego, sino una decepción amarga.
—"Maldad, ¿verdad? Sí, es un monstruo inteligente y capaz. De verdad, lamento tu suerte." —dijo Sirius en voz baja, una sonrisa irónica asomándose en su rostro. La ironía de la situación le quemaba las entrañas, pero no había tiempo para contemplaciones.
Sirius dio un paso al frente y levantó al hombre por el cuello, su fuerza brutal aplastando cualquier intento de resistencia. Jared, cuyos ojos se nublaban por la agonía, no pudo hacer nada. La calma de Sirius era perturbadora.
Sacó el cuchillo con un movimiento fluido y, con un gesto tan rápido como resolutivo, lo clavó en la cabeza del hombre. Un crujido seco se escuchó, el sonido de una vida apagándose.
—"Hija, lamento haber sido un mal padre." —murmuró Jared, las palabras saliendo de su boca como una confesión, aunque vacía de arrepentimiento. Lo que había sucedido, lo que había hecho, era un castigo inevitable.
El cuerpo de Jared cayó al suelo con un estrépito, su vida ya desvanecida, y Sirius miró su cadáver con una satisfacción retorcida. No era placer, sino la satisfacción de cumplir con un deber oscuro.
—"Qué triste." —murmuró Sirius, los ojos clavados en el hombre muerto, mientras la calma reinaba en la habitación. Su deber estaba cumplido, y no importaba que la tragedia ya estuviera escrita.
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Sirius, con una calma inquietante, arrastró el cuerpo de Jared por los oscuros pasadizos de la organización, el sonido de los pasos resonando en las paredes frías. La pesada carga parecía insignificante para su fuerza. Al llegar a una especie de carnicería, el aire denso y húmedo le dio la bienvenida, impregnado del pesado olor de sangre y carne.
Sin una pizca de duda, colgó al hombre de cabeza, sus piernas temblando incontrolablemente mientras la vida se desvanecía por completo. Sirius no era ajeno a esta escena; era una rutina para él. Se colocó un delantal grueso y las ropas de carnicero con la precisión de alguien que ya había hecho esto demasiadas veces. El crujido de la carne al ser estirada y colgada parecía un eco distante, mientras se preparaba para lo que seguiría.
La atmósfera se hizo densa, y una sensación de inevitabilidad impregnaba el espacio. Los cuchillos, afilados y fríos, brillaban bajo la luz tenue. Cada instrumento, cada herramienta a su alrededor, parecía tener una historia de dolor y sufrimiento grabada en sus filos. La macabra tarea que tenía por delante no le causaba revulsión; era solo otro trabajo más que completar, otro cuerpo que preparar.
Con un cuchillo afilado y frío, Sirius comenzó a cortar las arterias principales del cuerpo, un ritual macabro que había realizado innumerables veces. La hoja rasgó la piel, separando con facilidad los tejidos gruesos, mientras la sangre brotaba en chorros, desbordándose de las cavidades abiertas. Un flujo espeso y oscuro se derramaba en el suelo, tiñendo la fría superficie de la carnicería con su tonalidad carmesí.
El aire se llenó con el olor metálico y acre de la sangre, una fragancia visceral que impregnó cada rincón del lugar, haciendo que la atmósfera se volviera aún más opresiva. Sirius no pareció inmutarse; su respiración se mantenía controlada, aunque el ritmo de su corazón se aceleraba en una cadencia casi hipnótica, como si se sincronizara con el espeso líquido que escapaba del cadáver.
Cada corte parecía hacerlo con un entusiasmo sombrío, como si disfrutara el proceso, cada paso más grotesco y violento que el anterior. Las pulsaciones de la sangre resonaban en sus oídos, su mirada fija en el trabajo.
Sirius comenzó a despojar al hombre de su capa externa, moviéndose con precisión meticulosa mientras retiraba la piel, separándola con calma y destreza. Cada movimiento era como un acto que no solo implicaba destreza, sino también una incomodidad casi ritual, un recordatorio de la desconexión entre su humanidad y lo que estaba haciendo.
Luego, con una destreza casi ritual, hizo un corte limpio en el abdomen del hombre, abriéndolo de manera precisa. Con cuidado, fue extrayendo los órganos, manejándolos con una atención meticulosa. Al llegar al estómago y los intestinos, los retiró con facilidad, despojándolos de la grasa visceral que los rodeaba, creando un pequeño montículo de vísceras separadas sobre la mesa.
Cada movimiento estaba impregnado de una experiencia adquirida con el tiempo. Tras haber retirado cuidadosamente todos los órganos, pasó a cortar la zona del coxis, seguido de una extracción precisa de la próstata, continuando con su labor meticulosa, como si cada paso fuera parte de una rutina conocida.
Con una precisión implacable, comenzó a decapitar la cabeza, separándola del cuerpo con un golpe limpio. Las piernas y los brazos siguieron, sus articulaciones cediendo con un sonido espantoso mientras caían pesadamente sobre la mesa metálica. El tórax se abrió de un solo tajo, dejando escapar el aire estancado. Con destreza y frialdad, comenzó a desprender la carne del esqueleto, desgarrando los músculos y tejidos, pieza por pieza, cada corte revelando la anatomía interna en toda su grotesca realidad. La carne, aún tibia, se apilaba con un sonido húmedo y macabro, mientras él la trasladaba al cuarto frío, donde el ambiente helado comenzaba a endurecerla.
Cuando solo quedó el esqueleto y la cabeza, comenzó a retirar la piel y la carne con una precisión que rozaba la perfección. Cada corte, calculado y preciso, dejaba atrás una masa sangrienta que se deslizaba de la estructura ósea, mientras Sirius se detenía a observar con una satisfacción fría. La carne caía en trozos, arrastrada por la fuerza de sus cuchillos, dejando la superficie del esqueleto desnuda y expuesta.
Con una calma inquietante, retiró los ojos de la cuenca ocular, dejando un vacío espantoso en el rostro, y con un movimiento certero, partió el cráneo por la mitad. El sonido del hueso cediendo ante la presión era grotesco, y de inmediato, extrajo el cerebro con un corte limpio. La masa gris y blanca se deshizo entre sus manos, separando las partes con meticuloso cuidado. Luego, con una manguera, comenzó a limpiar el cráneo, arrastrando la sangre y los fragmentos hasta dejarlo completamente vacío, brillando de una manera macabra bajo la luz de la sala.
El ambiente estaba sumido en la oscuridad, el silencio roto solo por el goteo de la sangre y el sonido del agua cayendo sobre la carne. Cada gota parecía resonar en la habitación, como un triste acompañamiento a la escena macabra que se desplegaba ante él. La sangre formaba pequeños charcos en el suelo, añadiendo una capa de horror a la atmósfera ya opresiva.
Sirius se detuvo un momento para tomar aire, observando el trabajo que había hecho. Con una calma escalofriante, tomó el cráneo partido y comenzó a pegar las dos mitades con un pegamento industrial, uniendo las piezas con la precisión de un cirujano, dejando el cráneo completo ante él. Colocó el cerebro junto con los demás órganos, guardándolos con un cuidado casi reverencial en frascos sellados. La masa gris y blanca se deslizaba lentamente hacia el interior del vidrio, el líquido ambarino cubriendo la sustancia cerebral con una espesura viscosa.
Luego, se dirigió hacia los huesos. Con un gesto experto, los trituró, transformándolos en un polvo fino que comenzó a acumularse en un pequeño recipiente. Cada golpe del mortero parecía resonar en su interior, mientras veía cómo el polvo de hueso caía lentamente dentro de los frascos. Guardó todo con la misma precisión, sin prisa, como si la acción misma le diera satisfacción, el proceso un ritual que siempre le había resultado fascinante.
Con una calma inquietante, Sirius comenzó a recoger cuidadosamente todos los materiales restantes, cada uno destinado a un propósito específico. El polvo de hueso fue almacenado en frascos etiquetados con precisión, pensado para la creación de drogas, un uso macabro pero eficiente de los restos. La piel, ya tratada, sería convertida en un producto valioso, perfecta para sus oscuros fines. La materia gris y blanca, aún con su fragor intacto, fue cuidadosamente preservada en frascos de vidrio, destinado a estudios científicos, aunque la palabra 'científico' ya no tuviera el mismo significado en este contexto. Los órganos, arrugados y ensangrentados, fueron colocados con descaro en una bolsa, listos para ser vendidos en el mercado negro, donde el sufrimiento ajeno valía mucho más que cualquier moralidad. Finalmente, el estómago, aún resbaloso y lleno de residuos orgánicos, fue guardado para recoger el ácido, un componente clave en sus otros experimentos, invaluables para los fines de su macabro arte.
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Después de completar su macabra tarea, Sirius regresó a la casa principal. La oscuridad de la noche ya lo había envuelto todo, y al llegar, encontró a su maestro inmerso en su cultivo. Solo Lyra y Orion sabían que Alqatil practicaba dicha disciplina.
—Señor, he terminado —anunció Sirius, su tono impersonal y directo, sin dejar traslucir la más mínima emoción por el acto que acababa de llevar a cabo.
—Bien, vigila como va la ropa de Sidra —respondió Alqatil, manteniendo la voz firme y controlada, como siempre, sin mostrar signos de debilidad, aunque su cuerpo aún conservaba las huellas de la reciente herida.
—Entendido, señor —dijo Sirius, su tono reverente, mientras se retiraba para cumplir con la orden.
Al, con el pecho desnudo, continuó concentrándose en su práctica. Su cuerpo estaba cubierto por vendajes manchados de sangre, pero debajo de ellos se encontraba una piel perfectamente lisa, ya sin señales de la herida. La curación era casi completa, y la fuerza de su cultivo era palpable. A pesar de que aún no había alcanzado el primer nivel completo, su progreso era impresionante. Su cultivación estaba al 70%, un nivel que podría considerarse casi inalcanzable para la mayoría de los cultivadores de su edad, pero no para él.
Con un gesto casi inconsciente, levantó una mesa de madera de tamaño considerable, como si fuera un simple juguete. Su cuerpo, aunque joven, había adquirido una fuerza sobrehumana. De repente, su mano impactó contra una de las paredes de la habitación, y la estructura de la casa tembló. El muro se agrietó y cedió ante el poder de su golpe, como si fuera papel. Ni siquiera había utilizado la energía de su cultivo, era solo la fuerza bruta que había adquirido a través de sus avances.
Al se quedó mirando la grieta en la pared, ligeramente impresionado, pero con una leve sonrisa que revelaba un atisbo de satisfacción. Ni siquiera he alcanzado el primer nivel completo y ya soy capaz de esto, pensó, asimilando la magnitud de su poder. El progreso había sido rápido, pero el camino aún estaba lejos de terminar.