—Este plan será secreto. Nadie debe saber el objetivo real que tenemos. Especialmente Daniel. Su participación en la creación de la nueva sustancia será clave, pero aún debemos ser cautelosos con él. Asegúrense de que todos los detalles se manejen dentro de nuestra confianza —Al dejó caer la frase con la misma frialdad con la que manejaba cada uno de los aspectos del negocio. Sus palabras no dejaban margen para discusión.
Con eso dicho, los cuatro se dispersaron, cada uno con su rol y sus tareas. Nova guio a Daniel hacia el laboratorio, donde el trabajo comenzaría de inmediato. Sirius y Orion se encargaron de la logística en el cuartel central, siempre al tanto de los movimientos de los demás. Al y Lyra, con una dirección aún incierta, se dirigieron hacia su casa, con la mente puesta en los próximos movimientos.
A medida que avanzaba la noche, el aire se volvió denso y cargado de una tensión casi palpable. Sombras sin rostro se deslizaron por las callejuelas, sus movimientos eran fluidos, casi irreales, como si la oscuridad misma las impulsara. Más de cincuenta figuras encapuchadas convergieron alrededor de un almacén en los barrios rojos, su presencia apenas un murmullo en la penumbra. Los matones en la entrada, ajenos al peligro que se cernía sobre ellos, se pavoneaban con una falsa seguridad, confiados en su dominio del lugar.
El interior del almacén era un escenario de desolación. Jaulas de metal oxidado albergaban a niños demacrados, entre ellos Ely, la hermana de Sidra. Su cuerpo frágil y sucio, apenas un vestigio de vida, colgaba como si la esperanza hubiera sido arrancada de raíz. Pero Al, oculto entre las sombras, observaba desde la distancia. No era la compasión lo que le impulsaba, sino un propósito mucho más oscuro.
[El príncipe azul va a actuar]
Al ignoró el comentario, su rostro permanecía impasible mientras se camuflaba entre las figuras encapuchadas, fundiéndose con ellas hasta ser indistinguible. Las sombras no sabían de su presencia, y esa era la ventaja que él necesitaba.
De repente, con una precisión escalofriante, dos sombras se deslizaron hacia la entrada, sus movimientos eran un ballet de muerte. En un abrir y cerrar de ojos, los guardias fueron silenciados, sus cuerpos desplomándose al suelo sin un solo grito que rompiera el silencio. La alarma, destinada a alertar de cualquier intrusión, permaneció muda, vencida por la eficacia mortal de las sombras.
El silencio que siguió fue más denso, cargado de expectativa. En ese momento, Al se desplazó ligeramente, su mirada fría como el acero, mientras las sombras avanzaban hacia su objetivo. Nadie notó su presencia; nadie se dio cuenta de que el verdadero maestro de la escena estaba entre ellos, invisible, implacable.
Desde su posición oculta entre las sombras, Al observaba con una calma calculada mientras sus hombres se acercaban al almacén, listos para desatar el infierno. No había necesidad de dar órdenes en voz alta; el silencio era su aliado, y cada sombra sabía que el caos debía llegar como un relámpago. Al, envuelto en la penumbra, mantuvo su presencia invisible, incluso para sus propios aliados.
Orion fue el primero en romper el velo de la noche. Con un rugido bajo y una fuerza implacable, se lanzó contra la puerta, destrozándola de un solo golpe. Los guardias apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Orion ya estuviera sobre ellos, sus puños chocando contra carne y hueso, enviando a los primeros matones al suelo en un aluvión de golpes brutales.
El almacén estalló en un pandemónium de movimientos rápidos y violentos. Las sombras se arremolinaron en torno a los guardias, cada una atacando con una precisión mortal. Los gritos de dolor se mezclaron con el sonido sordo de cuerpos cayendo, y el aire se llenó del hedor metálico de la sangre. Orion, una fuerza imparable, embistió a un grupo de matones, rompiendo huesos y derribando obstáculos como si fueran de papel.
Desde su escondite, Al observaba cómo la violencia se desplegaba ante sus ojos, cada golpe y cada grito alimentando su control absoluto sobre el escenario. Un matón intentó retroceder, pero fue interceptado por una sombra que lo golpeó con tal fuerza que su cuerpo giró en el aire antes de caer inerte.
Orion, sin detenerse un instante, agarró a un matón y lo lanzó hacia una de las jaulas. El impacto fue tan fuerte que los barrotes se retorcieron y cedieron, liberando a Ely y a los otros niños. El caos se intensificó aún más cuando Ely corrió, su pequeño cuerpo moviéndose con rapidez entre las sombras, buscando refugio detrás de unas cajas.
Otro matón, más rápido, se abalanzó sobre Orion con un cuchillo en mano, buscando tomar ventaja en el desorden. Pero Orion, con un instinto afilado, bloqueó el ataque y respondió con un puñetazo que hizo estallar la nariz del agresor en un estallido de sangre y cartílago.
—El príncipe observa, su peón hace el trabajo sucio mientras él permanece intocable —susurró el sistema con un tono sarcástico en la mente de Al.
Al ignoró el comentario, sus ojos fríos fijos en la carnicería que se desplegaba. Cada segundo se sentía como un compás frenético, una sinfonía de violencia que él dirigía desde las sombras.
Los golpes, los gritos y el sonido de la carne desgarrándose llenaron el aire. Las sombras no se detenían, un torbellino de destrucción que no daba tregua. Los matones, cada vez más superados, intentaban huir, pero las sombras eran implacables, cerrando cada posible salida.
Al sonrió ligeramente, sabiendo que el control absoluto sobre el caos era suyo. Cada sombra, cada golpe, cada grito, todo se movía al ritmo de su voluntad, y él no necesitaba más que observar.
El almacén quedó en silencio, salvo por el sonido de los últimos suspiros de los caídos y el goteo constante de sangre sobre el suelo. La batalla había terminado, y las sombras, cubiertas de sudor y sangre, respiraban con dificultad, esperando órdenes.
Orion se levantó, cubierto de heridas menores, pero con una presencia imponente que demandaba atención. Caminó hacia el centro del almacén, su mirada recorriendo a los hombres y mujeres que lo rodeaban, antes de hablar con una voz firme y decidida.
—Escuchen —dijo, su tono duro pero claro—. Hoy hemos tomado este lugar. Hemos demostrado nuestra fuerza, nuestra determinación. Pero esto es solo el comienzo.
Las sombras se quedaron quietas, atentos a cada palabra de Orion. No había necesidad de florituras ni sentimentalismos. La crudeza de la realidad estaba en cada rostro, en cada mancha de sangre.
—No estamos aquí solo para matar. No estamos aquí para masacrar sin propósito. Nuestro objetivo es claro: liberar a aquellos que han sido oprimidos, y acabar con aquellos que los esclavizan.
Señaló las jaulas donde aún quedaban niños, con los ojos abiertos de par en par, llenos de miedo.
—Estos niños son nuestra responsabilidad ahora. No podemos permitir que sigan sufriendo. Llévenlos al laboratorio. Queremos asegurarnos de que están bien, física y mentalmente.
Orion no necesitaba decir más. Las sombras comenzaron a moverse, liberando a los niños restantes con rapidez y cuidado. Sin embargo, entre ellos no estaba Ely.
Desde las sombras, Al observaba todo en silencio. Su mente, siempre alerta, notó la ausencia de Ely inmediatamente. Sin perder un segundo, se deslizó entre las sombras, su silueta casi invisible mientras buscaba en la oscuridad. Los llantos y el caos comenzaban a disminuir, pero su enfoque estaba en un solo punto: encontrar a Ely.
Mientras Orion daba órdenes y los niños eran llevados fuera del almacén, Al se adentró más en los corredores oscuros. Su oído captó un sonido débil, un sollozo que provenía de los camerinos de los matones. Siguiendo el rastro, se movió con la precisión de un cazador, cada paso calculado para no revelar su presencia.
El llanto se hizo más claro, desgarrador, y Al sabía que estaba cerca.
Al avanzó silenciosamente por los corredores hasta llegar a una puerta entreabierta. La empujó con cuidado, dejando que el tenue resplandor de una lámpara rota iluminara la pequeña habitación. En un rincón, acurrucada y temblando, estaba Ely. Su cuerpo desnutrido y sucio contrastaba con sus ojos grandes, que brillaban con lágrimas y miedo.
Al se quedó en la entrada, observándola unos instantes, permitiendo que la escena se grabara en su mente. Sabía que no podía acercarse de golpe. Ely era como un animal herido, asustada y desconfiada. Cualquier movimiento brusco la haría retroceder más en su caparazón.
—Ely —murmuró, su voz suave como el viento que acaricia una hoja caída—. Soy Al, amigo de Sidra.
Ely levantó la vista lentamente, su mirada desconfiada recorriendo la figura de Al. No respondió, pero tampoco huyó. Era un comienzo.
—Sé que todo esto es aterrador —continuó Al, dando un paso cauteloso hacia ella—. Has pasado por cosas que nadie debería vivir. Pero ya no estás sola.
Ely seguía sin hablar, pero su cuerpo dejó de temblar tanto. Al interpretó ese cambio como un permiso implícito para acercarse más.
—Sidra me habló de ti —dijo, inyectando calidez en sus palabras—. Me contó lo valiente que eres, lo fuerte que has sido a pesar de todo.
Ely apartó la mirada, susurrando casi para sí misma: —No me siento fuerte.
Al se agachó a su altura, manteniendo una distancia respetuosa. —La fuerza no siempre se siente en el momento, Ely. A veces, se esconde en el simple acto de resistir, de sobrevivir un día más.
La niña lo miró de reojo, su expresión llena de dolor y escepticismo. —¿Y qué quieres de mí?
Al dejó que una pausa se alargara antes de responder, asegurándose de que sus próximas palabras fueran precisas y cargadas de intención. —Quiero darte una oportunidad. Una oportunidad para que nunca más tengas que sentirte débil o impotente. Puedo enseñarte a ser fuerte, a proteger a aquellos que amas. A Sidra, por ejemplo.
El nombre de su hermana encendió algo en Ely. Una chispa de emoción cruzó su rostro, pero también una sombra de duda.
—¿Cómo sé que no eres como los demás? —preguntó, su voz un susurro quebrado.
Al suavizó aún más su tono, mezclando empatía con un sutil toque de manipulación. —Porque he estado donde tú estás ahora. He conocido la desesperación y la rabia. Pero encontré una forma de cambiarlo, y quiero enseñarte esa forma. No tienes que confiar en mí de inmediato. Solo... dame la oportunidad de demostrarte que hay otro camino.
Ely se mordió el labio, sus pensamientos reflejándose en sus ojos mientras luchaba contra su desconfianza natural. Al esperó, sabiendo que la semilla de la duda y la promesa de poder ya habían sido plantadas.
Finalmente, la niña asintió, aunque con cierta reticencia. —Está bien... pero solo porque quiero proteger a Sidra.
—Por supuesto —respondió Al, extendiendo una mano hacia ella—. Vamos, Ely. Lo primero es salir de aquí y reunirnos con Sidra. Juntos, podemos encontrar la forma de nunca más ser víctimas.
Con una última mirada vacilante, Ely tomó la mano de Al, permitiendo que él la guiara fuera de la oscuridad.