Las bebidas fluían y el grupo se sumergió en la diversión, haciendo bromas y, eventualmente, cometiendo pequeñas tonterías que arrancaban aplausos y risas del resto de los amigos. Orion y Sirius comenzaron a competir para ver quién podía inventar la historia más ridícula, mientras Lyra los animaba con vítores y Al se reía por sus estupideces.
Llegó un punto en el que Sirius, claramente ebrio, se apoyó en la silla y, con una expresión nostálgica, comenzó a hablar más de sí mismo. Su tono, aunque titubeante, estaba cargado de emociones que rara vez mostraba.
—Ustedes no saben mucho de mi pasado, ¿verdad?— comenzó, su mirada perdida en su copa. —Debería contarles una historia...
El lugar se silenció levemente mientras los demás lo miraban, intrigados y expectantes. Alqatil, aún sonriendo por las tonterías de antes, se preparó para escuchar, sabiendo que este podría ser el momento para comprender mejor a su amigo.
Sirius tomó un largo sorbo de su bebida, sus ojos fijos en el líquido ámbar que giraba en su vaso. Parecía buscar respuestas en el remolino, como si cada gota contuviera un fragmento de su pasado. Cuando habló, su voz estaba cargada de una nostalgia que hizo que todos en la mesa se inclinaran ligeramente hacia él, atrapados por la gravedad de sus palabras.
—Siempre tuve un don para la actuación,— comenzó, su tono más suave de lo habitual. —Desde que era un niño, podía imitar voces, gestos, y encantar a cualquiera con una sonrisa o una palabra bien dicha.
Hizo una pausa, como si reviviera los días dorados de su juventud. —En las fiestas de mi familia, yo era el centro de atención. Los aplausos, las risas... eran mi aire. Todo era tan fácil, tan natural.
Su rostro se ensombreció, y sus ojos se perdieron en un punto lejano. —Pero luego, todo cambió. Una noche, después de una de esas fiestas, alguien me ofreció blue ice. Me dijeron que me haría sentir vivo, que la vida sería más vibrante. Y, por un tiempo, lo fue.
Sirius se encogió de hombros, una sonrisa amarga jugando en sus labios. —Al principio, fue una maravilla. Todo parecía más brillante, más intenso. Pero pronto, esa euforia se convirtió en necesidad, en una adicción que no podía controlar.
Sus manos, que habían estado quietas sobre la mesa, comenzaron a temblar ligeramente. —Las fiestas se desvanecieron, y mis amigos se alejaron. Ya no era el encantador Sirius que conocían, sino un hombre roto, consumido por el deseo de una dosis más. Mis talentos, mi carisma... todo se fue, y solo quedaba un reflejo vacío en el espejo.
Los ojos de Sirius se humedecieron ligeramente, pero su voz permaneció firme. —Me encontré solo, vagando por calles que antes evitaba. Era un extraño en mi propia vida, un actor que había perdido su papel.
Hubo un momento de silencio antes de que continuara, su tono más esperanzado. —Fue en una de esas calles donde encontré a Orion y Lyra. Estaban refugiados de la lluvia en un callejón, sus rostros marcados por el sufrimiento, pero con una determinación que me llamó la atención.
Los recuerdos parecían fluir con más facilidad ahora. —Nos presentamos, compartimos nuestras historias, y en sus palabras, encontré algo que había olvidado: la esperanza. Vimos en cada uno un reflejo del dolor, pero también una chispa de algo más. Algo que nos decía que aún había más por vivir, por luchar y gracias a ellos pude dejar el Blue Ice que ahora utilizamos.
Sirius miró a Orion y Lyra, sus compañeros en esta nueva etapa de su vida. —Y entonces llegó Alqatil, un niño que, a pesar de su sufrimiento, tenía una visión clara. Nos ofreció una nueva oportunidad, una manera de redimirnos, de usar nuestros talentos de maneras que nunca habíamos imaginado.
Finalmente, Sirius sonrió, esta vez con una calidez genuina. —Tal vez, solo tal vez, mi don para la actuación pueda ser algo más que un escape. Tal vez, pueda ser una herramienta para algo mayor.
Lyra suspiró profundamente al sentarse junto a Sirius. Su mirada vagó por el bar, pero pronto se enfocó en el grupo que la rodeaba. Tomó un trago antes de comenzar, su voz teñida de una melancolía que parecía envolverla.
—Yo también vengo de un lugar muy diferente a este —comenzó, con una sonrisa triste—. Nací en una familia noble, y durante mi juventud, era considerada una de las mujeres más bellas y talentosas de la corte.
Los recuerdos de su infancia y juventud parecían pesar en sus palabras. —Desde pequeña, fui educada en las artes, la etiqueta... todo lo que se esperaba de una dama de mi estatus. Mi familia mantenía una imagen de perfección, y yo era la joya de nuestro hogar. Pero la perfección es un espejismo, una ilusión que desaparece con el primer soplo de viento.
La expresión de Lyra se endureció ligeramente. —La vida cambió cuando mi padre, en su búsqueda de poder, tomó decisiones equivocadas. Fue traicionado por aquellos en quienes confiaba, y en un abrir y cerrar de ojos, nuestra familia perdió todo. Títulos, propiedades, reputación... todo se desmoronó.
Tomó otro sorbo, como si necesitara el calor del licor para continuar. —Mi madre no pudo soportar la pérdida. Se sumió en la locura, y yo me vi obligada a cuidarla. Cada día, luchaba por mantenerla a flote, por recordarle quiénes éramos y lo que habíamos perdido.
La voz de Lyra se quebró un poco, pero continuó. —Sin hogar, sin recursos, tuve que recurrir a medios desesperados para sobrevivir. Las calles que una vez recorrí en carruajes lujosos se convirtieron en mi hogar, y la miseria me empujó hacia la oscuridad. La prostitución no fue una elección, sino una necesidad, una manera de mantenerme viva y de mantener a mi madre.
Los ojos de Lyra se nublaron, pero su voz recobró fuerza. —A pesar de todo, nunca dejé que la desesperación me consumiera por completo. Había una chispa dentro de mí, una resistencia que se negaba a apagarse.
Su mirada se iluminó un poco al recordar el siguiente capítulo de su vida. —Fue en esas calles donde conocí a Orion y Sirius. Sus historias de desdicha resonaron con la mía, y formamos un vínculo inquebrantable. Compartimos nuestras penas, pero también nuestros sueños, y nos prometimos ayudarnos mutuamente.
Lyra sonrió, esta vez con algo de esperanza. —Nos convertimos en una familia, una que se forjó en la adversidad. Y un día, mientras buscábamos refugio, apareció un niño que parecía llevar un peso más grande de lo que su edad sugería. Alqatil.
La voz de Lyra se volvió más suave, casi reverente. —Nos ofreció una nueva oportunidad, una razón para seguir adelante. En sus ojos vi una chispa que reconocí, una determinación que me recordó a la mía. Y decidí unirme a él, dejar atrás mi pasado y luchar por algo más grande que yo misma.
Terminó su relato con un suspiro profundo, sus ojos volviendo al grupo. —Ahora estamos aquí, juntos, y aunque el camino ha sido duro, creo que estamos destinados a algo más grande.
Orion se sentó al otro lado de Sirius, tocándole el hombro antes de hablar. Su voz era grave, cargada de recuerdos y dolor.
—Antes de todo esto, yo era un hombre sencillo. No siempre fui el hombre que soy ahora.
Hizo una pausa, mirando a Sirius y Lyra, buscando en sus ojos la fuerza para continuar. —Tenía una familia hermosa. Mi esposa y mi hija eran todo para mí. Trabajaba como artesano, creando piezas de madera que vendía en el mercado. Mis manos siempre estaban manchadas de resina, pero cada sonrisa de mi hija al ver mis creaciones hacía que todo valiera la pena.
Orion apretó los puños, recordando esos tiempos. —Todo cambió cuando un noble, en su afán de aumentar su riqueza, destruyó nuestra comunidad. Implementó leyes que aplastaron a los pequeños artesanos. Mis piezas, que antes eran apreciadas, se volvieron invendibles. La desesperación se instaló en mi hogar.
Su voz se quebró ligeramente. —Mi esposa y mi hija comenzaron a sufrir. Las raciones de comida se redujeron, y los llantos de hambre reemplazaron las risas. Intenté buscar ayuda, pero el noble que nos había llevado a esta miseria ignoró mis súplicas.
Los ojos de Orion se oscurecieron al recordar la peor parte de su pasado. —Un día, mi hija cayó enferma. No tenía nada para ayudarla. Vi cómo la vida se escapaba de su cuerpo, y poco después, mi esposa también me dejó. Quedé solo, consumido por la culpa y la rabia.
Su tono se endureció, reflejando la transformación que había sufrido. —Después de eso, las calles se convirtieron en mi hogar. La desesperación me llevó a un camino oscuro. Las manos que una vez tallaron madera ahora empuñaban armas. La violencia se convirtió en mi única forma de sobrevivir.
Orion miró a Lyra y Sirius con una expresión que mezclaba pena y resolución. —Fue entonces cuando los encontré a ustedes. Compartimos nuestro dolor y formamos un vínculo. Pero no fue hasta que conocí a Alqatil que vi una nueva oportunidad.
Recostándose ligeramente, Orion concluyó con una voz más firme. —Al me ofreció algo que nadie más pudo: una forma de vengar a mi familia, de luchar contra los que nos oprimieron. Y decidí seguirlo, usar mi fuerza y mi determinación para proteger a este nuevo grupo, para asegurarme de que nadie más pase por lo que yo pasé.
Alqatil se sentó frente a Sirius, Lyra y Orion. El ambiente, se volvió más serio al sentir el cambio en su energía. Alqatil se recostó ligeramente, cerrando los ojos por un momento, como si estuviera reuniendo fuerzas para lo que iba a decir.
—Mi vida... siempre ha estado marcada por la oscuridad,— comenzó, su voz baja, apenas un susurro. —No siempre tuve poder ni influencia. Hubo un tiempo en que no era más que un niño perdido, sobreviviendo en las alcantarillas, comiendo de los restos que otros desechaban.
El peso de sus palabras cayó sobre los demás como una nube oscura. —Las calles se convirtieron en mi hogar después de que me arrancaron todo lo que amaba. Fui un asesino, no por elección, sino por necesidad. Mis manos, antes suaves, se cubrieron de heridas más profundas, marcas de las vidas que tomé para seguir con vida.
Alqatil hizo una pausa, su rostro mostrando una mezcla de dolor y resignación. —No hubo gloria, no hubo salvación. Solo había miseria y un ciclo interminable de violencia y sufrimiento.
Abrió los ojos y miró a sus compañeros, su mirada vacía. —Fui capturado, arrojado a las mazmorras. Allí, aprendí el verdadero significado del sufrimiento. Las torturas, el hambre, la desesperación... todo me moldeó, me convirtió en lo que soy hoy.
A mitad de su relato, una lágrima solitaria escapó de sus ojos, deslizándose lentamente por su mejilla. La dejó caer, sin intentar ocultarla ni detenerla, un símbolo silencioso de la carga que llevaba.
—Ahora, estoy aquí con ustedes, no porque haya encontrado la redención, sino porque quiero asegurarme de que nunca más seré una víctima. Nunca más me permitiré sufrir.
Alqatil se quedó en silencio, permitiendo que sus palabras resonaran en el aire. Su historia, aunque contada de manera breve y sin toda la información, dejó una impresión profunda en sus compañeros, quienes lo miraron con una mezcla de respeto y comprensión.
La noche transcurrió en un remolino de risas, anécdotas y confesiones. Sirius, Lyra, Orion y Alqatil siguieron bebiendo, dejando que las historias de sus pasados fluyeran entre ellos, formando un lazo invisible pero poderoso. El bar, que al principio había sido un lugar de incomodidad, ahora se sentía como un refugio donde podían ser vulnerables sin miedo al juicio.
A medida que la madrugada se acercaba, las palabras comenzaron a mezclarse con la embriaguez, y las risas se volvieron más suaves, casi melancólicas. Finalmente, decidieron regresar, el cansancio pesando sobre sus cuerpos como una manta cálida. Alqatil caminaba en silencio, dejando que la brisa nocturna despejara su mente de los pensamientos oscuros que aún acechaban en las sombras de su ser.
Al llegar a su cuarto, abrió la puerta suavemente. La tenue luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la figura de Sidra, que dormía en su cama, con las lágrimas todavía frescas en sus mejillas. Alqatil se detuvo un momento, observándola. En su mirada, por un instante, apareció un destello de cariño, una emoción que rara vez permitía salir a la superficie. Pero rápidamente la borró, endureciendo su expresión.
Con un suspiro, se acostó a un lado de la cama, dejando que la oscuridad lo envolviera. Cerró los ojos, pero el sueño no llegó de inmediato. En cambio, las pesadillas de su pasado comenzaron a agitarse en su mente: gritos desgarradores, el hedor nauseabundo de las alcantarillas, el dolor físico y emocional que lo había moldeado.
De repente, todo se desvaneció en un susurro cuando el sistema apareció, su voz fría y monótona llenando el vacío.
[Ayudando al anfitrión a dormir.]
Con esas palabras, las pesadillas se disolvieron, y Alqatil cayó en una oscuridad más profunda y pacífica, una que lo arrastró hacia un descanso sin sueños.