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Chapter 26 - κϝ

El viento frío del bosque arrastraba susurros oscuros entre las sombras de los árboles. El silencio era denso, solo roto por el crujir de las hojas secas bajo los pasos de Alqatil. A medida que avanzaba, una presencia inconfundible lo guiaba. Ahí estaba, Sidra, arrodillada sobre el suelo, su cuerpo tembloroso y cubierto por una capa de lágrimas que caían sin cesar.

¿Qué quieres, Alqatil? —murmuró ella entre sollozos, sin atreverse a girarse por completo.

Alqatil se detuvo a una distancia prudente, observando la escena con una calma inquietante. La luna apenas iluminaba su figura, pero su presencia era aplastante, como si la oscuridad misma lo hubiera formado. Sidra, a pesar de sus lágrimas, no pudo evitar sentir la presión de su mirada, una que la atravesaba como si pudiera leer cada rincón de su ser.

Con un lento movimiento, Alqatil dio un paso más hacia ella, casi deslizándose, y se agachó, acercándose a su oído. En un gesto que no anticipaba, la abrazó con fuerza. Sidra se quedó completamente inmóvil por un instante, el shock paralizando su cuerpo y mente. Las lágrimas seguían cayendo, pero ahora la confusión y la incredulidad tomaban el lugar del dolor.

Poco a poco, la calidez del abrazo comenzó a calar en su ser, y sin poder resistirse, comenzó a llorar nuevamente, con una intensidad que parecía liberar todo lo contenido en su interior. Su llanto se mezclaba con el sonido de la oscuridad, y sus manos, temblorosas, se aferraron a Alqatil, como buscando una razón para seguir luchando, aunque no comprendiera aún si él era su salvador o su condena.

Alqatil, con una expresión imperturbable, permitió que el tiempo transcurriera en ese abrazo, como si la escena fuera un ritual que debía cumplirse. No dijo una palabra, solo escuchaba el llanto de Sidra, sin dejar de observarla, como si estuviera midiendo cada latido de su ser.

El tiempo parecía detenerse, hasta que finalmente, Sidra, agotada, se quedó dormida en sus brazos. Alqatil, sin perder su postura, levantó la mirada hacia el borde del bosque. Desde las sombras emergió Orion, quien se acercó en silencio.

Llévala a su cuarto. —ordenó Alqatil en voz baja, como si fuera una orden más, sin emoción alguna.

Orion asintió sin hablar, y con una destreza casi mecánica, levantó a Sidra en sus brazos. Alqatil, por su parte, se incorporó lentamente, sus ojos recorriendo el suelo hasta que se posaron sobre una tumba cercana. Sonrió de manera macabra, una sonrisa fría y sin piedad.

Hasta en la muerte uno sigue siendo útil —murmuró para sí mismo, sus ojos brillando con una sombra de satisfacción.

Sus pasos lo llevaron lejos, hacia las sombras del bosque, mientras una inquietante pregunta rondaba su mente. ¿Fue mi cuerpo útil en mi última vida? Sin esperar respuesta, desapareció entre la oscuridad, como una sombra más que se desvanecía en el olvido.

La penumbra del criadero envolvía el ambiente, creando una atmósfera tensa y cargada de susurros inquietantes. Alqatil avanzaba por los túneles subterráneos de contrabando, cada paso resonando suavemente en las paredes de piedra. Los ecos de los niños, un murmullo de miedo y desesperación, llenaban el aire, pero sus gritos no se escuchaban. Estaban atrapados en un lugar donde la esperanza parecía haberse desvanecido por completo. Sus rostros, pálidos y con ojos desorbitados por el miedo, se asomaban entre las sombras, buscando a ciegas alguna forma de escapar. Cada uno de ellos parecía estar a punto de romperse, pero no se atrevían a hacer más que susurrar, temerosos de lo que pudiera suceder si rompían el silencio.

Cuando Alqatil llegó al centro del espacio, la escena parecía sacada de un sueño oscuro. Los niños estaban enjaulados, sus cuerpos en posiciones incómodas, sin espacio para moverse, sin forma de escapar. El aire pesado del criadero impregnaba sus pulmones, y la atmósfera de terror parecía tensarse aún más al sentir la presencia de Al. Aunque no había gritos audibles, el pánico era palpable, como un eco que vibraba en el aire.

Nova, el encargado de vigilar a los pequeños, lo recibió con una mirada fija y calculadora, sin ningún signo de inquietud. Su rostro estaba marcado por la frialdad habitual, y su postura era firme, como si todo fuera parte de un plan. En su mirada no había la menor preocupación, solo una ligera satisfacción por el control que ejercía sobre los niños. La luz tenue de las lámparas arrojaba sombras largas sobre las paredes, revelando las líneas de cansancio y angustia en su rostro, pero Alqatil sabía que eso era solo parte del juego.

¿Cómo están? —preguntó Alqatil, su tono tan frío como el acero, como si estuviera hablando de un asunto insignificante.

Nova, sin titubear, respondió con una calma ominosa, su voz suave pero firme.

Están... asustados. Algunos han comenzado a cuestionar lo que realmente está sucediendo aquí —respondió en un susurro, sus ojos desviándose hacia los niños. A pesar de la falta de ruido, la tensión era tan densa que se podía sentir la desesperación en sus miradas.

Alqatil asintió lentamente, observando los ojos de los pequeños que brillaban con terror. Un grupo de ellos se aferraba a sus compañeros, buscando consuelo en un gesto que solo incrementaba la ansiedad de los demás. Algunos ni siquiera levantaban la mirada, sus cuerpos rígidos y temblorosos como si cada segundo les recordara que estaban a merced de algo mucho más grande que ellos.

Sin mostrar ninguna emoción, Alqatil caminó hacia un grupo en particular, que estaba más cerca de las jaulas. Los niños lo miraron, sus ojos agrandándose aún más al ver la figura imponente de Al, pero ninguno se atrevió a moverse. Había algo en él, algo que helaba la sangre, que los mantenía quietos, como si su propia presencia fuera capaz de paralizarlos.

Uno de los niños, el más pequeño del grupo, dejó escapar un grito sordo, pero nadie podía escuchar el sonido. En un movimiento brusco, Alqatil golpeó la jaula con su pierna, el ruido resonó en todo el espacio. Los niños se sobresaltaron, algunos retrocedieron con el rostro cubierto de terror, mientras que otros, incapaces de controlar su miedo, se orinaron de puro pánico. La escena era grotesca, pero para Alqatil, era solo un reflejo de lo que era necesario: la dominación absoluta. Casi, pero no lo suficiente, una risa se le escapó de los labios, divertida por la humillación, pero su rostro permaneció impasible.

Los niños gritaban, su miedo era evidente en sus ojos, pero el sonido de sus voces no llegaba a sus oídos. La atmósfera estaba tan densa que sus gritos eran absorbidos por la oscuridad misma.

Alqatil, sin apartar la mirada, se giró hacia Nova, como si todo aquello fuera un simple inconveniente en su camino hacia algo mucho más grande.

Es hora de que refuercen la lealtad de los niños. Asegúrate de que entiendan que somos su única esperanza —ordenó, su mirada fija en Nova, cuyo rostro permaneció inmutable ante la orden.

Nova asintió con una ligera sonrisa maliciosa, satisfecho con la situación. No había temor en él, solo un interés calculado en lo que vendría.

Están listos para ser moldeados, Alqatil. Haré lo que sea necesario para que entiendan su lugar —respondió, sin la más mínima vacilación.

Alqatil observó unos segundos más a los niños, sus mentes perdidas en el miedo y la desesperación. La lealtad, después de todo, era una cadena que se forjaba en el sufrimiento.

¿Estás listo para la reunión con mis subordinados? —preguntó Alqatil, su tono aún frío pero cargado de propósito.

Nova asintió de nuevo, y con una mirada de entendimiento mutuo, Alqatil comenzó a caminar hacia la salida. La misión debía continuar. La reunión con sus subordinados estaba próxima, y el futuro de los niños ya estaba decidido.

Alqatil llegó a la casa, la cual aún olía a la tormenta que había azotado la noche anterior. Se dirigió directamente hacia la habitación donde Sidra estaba, encontrándola sentada en el borde de la cama, con los ojos vacíos y la respiración entrecortada. Sus dedos jugaban nerviosamente con la tela desgastada de su vestido, y su mirada se perdía en el vacío, como si su mente estuviera atrapada en pensamientos oscuros y desbordados.

Cuando Sidra lo vio, un destello de reconocimiento cruzó su rostro, pero rápidamente fue sustituido por una expresión de culpa y desdicha. Sus hombros se encogieron y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.

—Alqatil... Ely... No pude... No pude salvarla —susurró, su voz quebrada y vacilante, mientras el dolor se reflejaba en cada palabra.

Alqatil se acercó, su rostro imperturbable, y se sentó a su lado, no con prisa, sino con una calma calculada. Su presencia parecía dominar la habitación, y sin embargo, su tono de voz era suave, casi condescendiente, como si estuviera consolando a un niño.

—No fue tu culpa, Sidra. No podías hacer nada —respondió, su voz baja pero firme, como si fuera un mantra que debía calar en ella. —Ely estaba en un lugar donde tú no podías llegar.

Sidra, con las manos apretadas contra su vestido, apenas lograba contener las lágrimas. Sus ojos brillaban con una mezcla de angustia y frustración, pero Alqatil continuó, hablando con el mismo tono que usaba para calmar a un niño que teme lo inevitable.

—Pero tú prometiste que la salvarías... —murmuró ella, las lágrimas resbalando por sus mejillas. —Me dejaste... me dejaste aquí. Debiste haberlo hecho.

Alqatil tomó un respiro y, con una voz que parecía cargada de dolor pero que no mostraba ni un ápice de emoción, le respondió:

—Prometí salvarla, y fallé. Pero no puedes cargar con esa culpa. La muerte de Ely no es tu carga, Sidra —dijo, sus palabras pesando en el aire como una sentencia. —El mundo está lleno de cosas que no podemos controlar. Y no es tu culpa que Ely haya sido arrastrada hacia ese destino.

Sidra frunció el ceño, las emociones luchando dentro de ella. La confusión la hacía tambalear, pero Alqatil sabía cómo manejarlo. Como un depredador que estudia a su presa, aprovechó el momento para profundizar aún más en sus miedos.

—Si te quedas anclada a esa culpa, te hundirás. Ellos te necesitan fuerte, Sidra. Si caes en la desesperación, los arrastrarás con tu dolor —susurró, acercándose un poco más, su mirada fija en ella.

Sidra tragó saliva, sus pensamientos luchando contra su dolor. La voz de Alqatil la envolvía, y aunque las palabras eran suaves, estaban llenas de veneno. Alqatil sabía que tenía que ser paciente, dar el siguiente paso con sutileza.

—¿Cómo puedo ser fuerte después de todo esto? —preguntó ella, su voz temblorosa, pero con un atisbo de enojo acumulado en su pecho.

—Solo necesitas dejarlo ir. Ely no querría verte así —respondió Alqatil, sus ojos brillando con una luz fría y distante. —Convertirás ese dolor en fuerza. Serás más poderosa de lo que imaginas. Y yo estaré aquí para guiarte.

Sidra observó sus ojos, un vacío extraño llenando su pecho. La culpa que había sentido antes se desvanecía, reemplazada por una sensación de indignación, pero también por una llama de determinación, como si, por un momento, empezara a entender lo que debía hacer para hacerle frente a su propio destino.