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Chapter 19 - ϝδ

Ella caminó hacia él, el sonido de sus pasos retumbando en su mente como un recordatorio de lo que había perdido, de lo que podría perder aún más. Su cuerpo temblaba, pero era un temblor distinto al de miedo: era la vibración de la rabia contenida, la energía de un ser que había estado al borde de la desesperación y ahora encontraba en su interior un espacio oscuro, lleno de deseos torcidos. Su mirada se fijó en el matón, que estaba sentado frente a ellos.

Al dejó escapar un suspiro, como si esta escena le resultara casi entretenida. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Jared, el matón, observando su temor de una manera que más bien parecía divertido. La tensión en la habitación crecía, pero Al no se veía afectado.

— Entonces, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Al, su voz baja, pero clara, llena de una autoridad que no dejaba lugar a dudas.

— Jared —respondió el matón, su voz temblando al pronunciar las palabras.

— Bien, Jared, ¿por qué...?

— ¿Por qué la perseguía? —interrumpió el matón, sintiendo cómo el control de la situación se desmoronaba poco a poco. Sabía que su destino ya estaba sellado.

— Mi jefe me pidió que la siguiéramos. Nos dijo que podíamos hacer con ella lo que quisiéramos —confesó Jared, su voz quebrada por el miedo y la desesperación.

Sidra cerró los ojos, la ira ardía dentro de ella, como un fuego que jamás podría extinguirse. El dolor de su propio sufrimiento había dejado de ser el único impulso que guiaba sus pensamientos. Ahora, la traición de aquellos que se creían superiores sobre ella había pasado de la humillación a la necesidad de destrucción.

Al no se molestó en ocultar su sonrisa sádica, mirando al matón como si fuera una simple pieza en un tablero de ajedrez que pronto sería removida.

— Entonces, planeaban violarla, ¿no? —dijo Al, con un tono tan helado que el aire a su alrededor parecía volverse más denso.

Jared no pudo evitar asentir, su cabeza hundiéndose en la vergüenza. Esa simple afirmación resonó en el aire como un golpe a la moral, aunque la mirada de Sidra ya no reflejaba lo que era la vergüenza, sino la determinación de alguien que ya no tenía nada que perder.

— Sí —dijo Jared, casi sin aliento, mientras su alma comenzaba a romperse ante la condena inminente que ya había pronunciado.

Sidra apretó las manos sobre las piernas, sintiendo que sus uñas se clavaban en su piel. Cada palabra de Jared era un golpe que la llevaba más cerca de la oscuridad. La última parte de su humanidad se desplomó al escuchar la respuesta del matón.

Las lágrimas de Sidra cayeron, pero Al no permitió que la desesperación la arrastrara. Sabía que la rabia era su única aliada ahora. La misma rabia que había incendiado su alma en su propio camino de destrucción. La niña ya no podía permitirse la debilidad. Y él, como siempre, se nutría del sufrimiento ajeno, sin un ápice de compasión.

— ¿Quién fue el que lo sugirió? —demandó Al, su voz baja pero cargada de amenaza. Sus ojos no parpadeaban, fijos en el matón frente a él, sin ninguna piedad.

Sidra abrió los ojos, viendo cómo la oscuridad que ya recorría su alma tomaba una forma más palpable. No pudo contener el furor, ni el asco que la idea le provocaba. Miró a Jared, el matón, y vio algo en él que se retorcía en su interior. Miedo. Su miedo era más fuerte que cualquier otra cosa. Y eso, la mantenía alerta.

Jared desvió la mirada, tembloroso ante la furia que le rodeaba.

— Yo —murmuró Jared, su voz quebrada, cada palabra un sacrificio, una condena en sus labios. Pronunciar su nombre le sellaba la muerte.

Sidra no pudo evitarlo: la ira se encendió en su interior como una llamarada incontrolable. Sus ojos, antes perdidos, ahora destellaban con una furia que no conocía límites. Su dolor se transformó en odio, una fuerza tan destructiva que ni siquiera el miedo de Jared pudo apagarla. Ya no quedaba humanidad en ella, solo un vacío negro que solo ansiaba venganza.

Al sintió la tensión crecer aún más en el aire. Como si toda la habitación se hubiera detenido, esperando el siguiente movimiento, la siguiente palabra que decidiera su destino.

— Entonces, después de violarla, ¿qué planeaban hacer? —exigió Al, su tono cargado de veneno y amenaza. No había compasión, solo la pura frialdad de un hombre acostumbrado a jugar con vidas.

Jared, que ya había cruzado el umbral de la desesperación, ya no tenía fuerzas para mentir. Su destino estaba marcado, pero aún le quedaba la esperanza de ser la pieza más pequeña en esta tormenta de destrucción.

— La secuestraríamos y la llevaríamos junto con nuestro jefe... quien la vendería a un amigo suyo. Un hombre... que tiene cierto fetiche —respondió Jared, cada palabra más desesperada que la anterior. Lo dijo con la voz temblorosa, como si esos secretos lo pudieran devorar a él mismo.

La respuesta fue como un latigazo en el aire, el odio de Sidra se materializó en su cuerpo, su respiración acelerada, mientras su mente ya no podía retener más que los fragmentos rotos de lo que había sido su vida. El matón estaba buscando una salida, pero no la iba a encontrar.

Sidra apretó las manos con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en su piel, un dolor que la hacía sentir viva, que la conectaba con la rabia que ahora dominaba su ser.

Sidra golpeó la mesa con los dos puños, un grito mudo de ira desbordada escapando de su pecho. La rabia ardiendo en su interior parecía consumirla por completo, como un fuego descontrolado. La niña, que antes parecía tan quebrada, ahora estaba completamente perdida en la oscuridad de su propio dolor. Su respiración era agitada, y la desesperación se había transformado en una necesidad visceral de venganza.

Al, observando el fuego en sus ojos, sabía que cualquier chispa podría hacer que todo se desbordara. Se acercó rápidamente y la sujetó de los hombros, forzándola a sentarse nuevamente. Sus dedos apretaron sus hombros con la fuerza suficiente para que la niña dejara de moverse, pero no con intención de lastimarla, sino para anclarla. Para asegurarse de que no cayera aún más en ese abismo.

— Ya casi terminamos —dijo Al, su voz más suave de lo habitual, aunque la dureza no desaparecía por completo. Había algo de calma en su tono, pero una calma tensa, como si estuviera a punto de estallar nuevamente.

Sidra no respondió de inmediato. Sus ojos, antes llenos de lágrimas, ahora reflejaban la furia de un ser que ya no podía ser salvado, solo utilizado. La oscuridad la había engullido por completo. Pero Al no era un hombre que juzgara a otros por sus caídas. Sabía lo que ella necesitaba.

— Entonces, ¿quién es tu jefe? —preguntó Al, repitiendo la pregunta con un tono más grave, sin dejar de observarla. La niña seguía sin hablar, su silencio más pesado que cualquier grito.

Un vacío se formó en la habitación, donde la desesperación de Sidra se combinaba con el frío calculador de Al. Él quería respuestas. Y no estaba dispuesto a esperar demasiado.

— ¿Quién es tu jefe? —repitió, su tono mucho más amenazante, acercándose a Jared, quien estaba visiblemente descompuesto. Los ojos del matón estaban vidriosos, la incomodidad palpable.

Jared, ya al borde de la locura, solo balbuceó, incapaz de articular una palabra coherente. La presión era demasiado.

— ¡Habla! —ordenó Al con una frialdad aterradora. El matón no pudo más. Sin decir una palabra, Al se movió hacia él. En un movimiento rápido y preciso, cogió la cabeza de Jared y la estampó contra la mesa, el sonido del impacto resonó en la habitación. La madera se rompió bajo la fuerza, y el diente de Jared voló por el aire, cayendo con un sonido metálico al suelo. La sangre brotó de su boca, pero no hubo tiempo para más.

Sidra observó todo, su respiración entrecortada. En sus ojos no había miedo. Solo un profundo vacío, como si la escena no le causara nada, como si ya no quedara humanidad en ella.

— Última vez, ¿quién, es, tu, JEFE? —gritó Al, su voz cada vez más fría, cargada de furia controlada.

Jared, ya al borde del colapso, empezó a sollozar, su rostro reflejando un terror absoluto, como si cada palabra que pronunciara fuera una sentencia de muerte.

— Es Alfred, no me golpees más, por favor —murmuró, su voz quebrada por el miedo y la desesperación.

Sidra abrió los ojos lentamente, como si una revelación golpeara su alma. El nombre resonó en su mente con la fuerza de un trueno. Alfred. El padre adoptivo de Sidra. El hombre que había sido la raíz de todo su sufrimiento. El hombre que, ahora, no solo representaba la causa de sus pesadillas, sino que también era el hombre que la había convertido en lo que era ahora.

Al observó la reacción de Sidra. Por un momento, su rostro mostró una pizca de humanidad, de comprensión, como si por fin la niña hubiera comenzado a entender la magnitud de lo que estaba sucediendo.

Pero en el fondo, Al no estaba tan interesado en la revelación de Sidra. Para él, todo era un juego de piezas en un tablero, y este nuevo giro solo añadía más sabor a su objetivo. Él, como siempre, tenía la mirada fija en lo que venía.

— Sistema —dijo Al con un tono sarcástico, sabiendo que el siguiente paso era importante para entender qué había detrás de toda esa información.

[No preguntes, Anfitrión. Estoy igual de sorprendido que tú. Revisé toda la novela en tu memoria, y no hay ni una sola parte que mencione esto.]

Al no pudo evitar esbozar una sonrisa, irónica y llena de cinismo.

— Oh, qué sorpresa. El sistema, por fin, se ha quedado sin respuestas. Qué momento histórico, ¿eh? —comentó con una risa burlona, como si nada le sorprendiera ya.

El matón, aún temblando de miedo, observaba la escena, incapaz de comprender nada. Sidra, por su parte, no movía un músculo, su mente sumida en el torbellino de emociones y recuerdos.

Al, al ver su falta de reacción, sintió que el momento había llegado. Era hora de que Sidra tomara la decisión final, la que definiría su destino.

Los ojos de Sidra se llenaron de una mezcla tumultuosa de emociones: sorpresa, ira, enojo, odio, tristeza y asco. Cada una de ellas se entrelazaba con la otra, una maraña impenetrable de sentimientos que comenzaba a consumirla por dentro. Su corazón latía con fuerza, y su mente vagaba entre los recuerdos. Recordó a su padre adoptivo, las golpizas, las humillaciones, la sensación de ser su juguete, su propiedad. Recordó a los hombres que la persiguieron, aquellos que disfrutaban del sufrimiento ajeno, y a los que habían sellado su destino en ese callejón oscuro. La figura de Alfred se recortaba como una sombra densa, un eco constante en sus pensamientos.

Pero mientras esos recuerdos llameaban con fuerza en su mente, había algo más, algo que intentaba surgir en medio de la tormenta de su interior. La mano de su padre biológico la abandonó, y el bosque donde pasó dos años en soledad, perdido entre las sombras del miedo y el abandono.

Sin embargo, no todo estaba teñido de esa oscuridad. Los recuerdos de aquellos momentos en los que un hombre la salvó del secuestro, o cuando otro la rescató de su violación, emergieron entre las tinieblas, pero rápidamente fueron tragados por la misma oscuridad que la rodeaba.

La oscuridad le ofreció consuelo, un refugio que la arropaba, donde podía sumirse y dejarse llevar. Y justo cuando todo parecía desmoronarse, una mano emergió de esa oscuridad, suave y cálida, envolviéndola, dándole la sensación de un respiro en medio del caos. La oscuridad no era solo el lugar de su sufrimiento, sino también el abrazo que la contenía.

En ese mismo instante, una sonrisa apareció en sus pensamientos, una sonrisa llena de malicia y entendimiento. Era la sonrisa de Al. Una sonrisa que surgía de las mismas profundidades de la oscuridad que la había consumido, un reflejo del poder que él representaba. No era una sonrisa de compasión, sino una de dominio, de alguien que comprendía la tormenta dentro de ella y la manipulaba a su antojo.