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Chapter 17 - ϝβ

Cuando Alqatil y la niña se alejaron del callejón, la oscuridad de la noche parecía tragarse todo a su alrededor. El aire pesado olía a humedad y descomposición, y una sonrisa sádica se dibujó lentamente en el rostro de Alqatil. No era solo una sonrisa de victoria, sino de satisfacción macabra, como si estuviera saboreando el inicio de un plan que ya había comenzado a tomar forma.

La niña, sin saberlo, había sido la primera pieza de un rompecabezas siniestro, la primera de muchas que seguirían. Con ella en sus manos, Alqatil sentía que su poder crecía, que el control ya era suyo. La oscuridad se cerraba más sobre el callejón, consumiéndolo, mientras avanzaban hacia su destino.

Al llegar al prostíbulo, la entrada era una oscura puerta de madera que crujía al abrirse. La recepcionista, una mujer de mirada vacía y rostro impasible, levantó la vista cuando Alqatil habló. La observó por un momento, frunciendo el ceño al notar que los dos niños estaban allí, pero no hizo preguntas. ¿Quién era ella para juzgar? El lugar era un pozo de corrupción y depravity donde nadie era inocente.

—Señorita, ¿me haría el favor de dejarnos entrar? —dijo Alqatil, su voz fría como el acero, sus ojos vacíos de emoción.

La recepcionista lo miró de arriba a abajo, pero al ver el brillo metálico de las monedas que Alqatil sacó de su bolsillo, no dijo más. Tomó los cobres sin dudarlo y, finalmente, aceptó el precio.

—Cinco cobres... y con una plata, tal vez te den algo mejor dentro. —La voz de la recepcionista era monótona, como si ya no le importara nada en ese mundo.

Al entrar, Alqatil y la niña fueron recibidos por un ambiente enloquecido. El aire estaba denso, saturado de olores nauseabundos: el vómito, el semen, el sudor, el alcohol y las drogas se mezclaban en una atmósfera espesa que se sentía como una nube de desesperación.

El lugar estaba decorado con colores brillantes y luces tenues, pero esas luces solo acentuaban la decadencia, como una pintura de belleza rota. Mujeres y hombres se movían por el lugar, algunos con sonrisas forzadas, otros simplemente vacíos, ya sin alma. Los cuerpos de las bailarinas se movían con desesperación, algunos en busca de una escapatoria, otros resignados a la vida que se les había impuesto. El sonido de risas ahogadas y carcajadas mezcladas con gritos y sonidos de golpes llenaban el aire, creando una melodía macabra, casi ensordecedora.

En los rincones más oscuros, la violencia se desataba de forma rutinaria: hombres golpeando a mujeres y viceversa, deudas que se cobraban con sangre y sudor. Los gritos eran constantes, y la sensación de sufrimiento estaba impregnada en cada rincón. Había peleas, personas buscando su dosis de Blue Cristal, y cuerpos caídos que ya no importaban.

[¿Estás disfrutando del espectáculo, Alqatil? Porque parece que este lugar es tan corrupto que podría ser tu hogar. Aunque debo admitir que no puedo evitar ver el atractivo en la miseria ajena.]

Alqatil no respondió al sistema, su mirada fija en la niña, quien, aunque aún asustada, no podía evitar observar con una mezcla de horror y fascinación el lugar al que había llegado.

—Estos sitios siempre son así, niña. No te alejes de mí. —Alqatil no podía permitirse que ella se perdiera en la oscuridad del lugar, pero tampoco le importaba demasiado. Era solo otra pieza en su juego.

Las luces brillaban, los cuerpos se movían, pero en el fondo, todo era una farsa. El dolor humano era la verdadera moneda aquí, y todo el mundo tenía un precio.

Advertencia: El siguiente contenido es oscuro y perturbador, y puede ser inapropiado para ciertos lectores aparecera un icono en verde cuando termine la escena.

La niña observaba todo a su alrededor con ojos desorbitados, una mezcla de curiosidad y miedo que la hacía sentir más pequeña de lo que era. Cada paso que daban en el prostíbulo parecía sumergirla aún más en un abismo de podredumbre. Al principio, los colores llamativos, las risas y los movimientos sensuales parecían emocionantes, pero a medida que avanzaban, el ambiente se tornaba cada vez más repulsivo.

Las sombras de los pasillos se alargaban, y los sonidos de risas se entremezclaban con gritos apagados y murmullos sucios. La suciedad impregnaba cada rincón, y el aire pesado se sentía como una bofetada en el rostro. La niña, incapaz de comprender del todo la magnitud de lo que veía, intentaba esconder su horror, pero era imposible. Cada lugar que pasaban parecía peor que el anterior.

—Oye, ¿tú sabes dónde está Daniel? —preguntó Alqatil con una calma inquietante.

Se acercaron a un hombre corpulento, recostado en una silla con dos mujeres a su lado. El gordo estaba bebiendo, y su sonrisa era de las que desbordaban satisfacción vacía. Al escuchar la pregunta, soltó una carcajada que resonó de manera burlona en el aire. Su mirada pasó de Alqatil a la niña, y con una mano despectiva le dio una nalgada a una de las chicas a su lado, quien apenas reaccionó.

—Ho, ho, ho... un niño que divertido. ¿No querrás alguna de estas bellezas? —dijo el hombre, mientras su risa grotesca llenaba el espacio.

Alqatil, sin un atisbo de emoción, dejó caer una moneda de cincuenta cobres en la mesa. El sonido metálico cortó la risa del gordo, y las monedas rodaron por el suelo, dispersándose por el lugar con el peso de la compra.

—¿Dónde está? —repitió Alqatil, con un tono que dejaba claro que no estaba para juegos.

El hombre, ahora molesto, bufó y se inclinó hacia él, mirando a la niña de manera lasciva antes de contestar.

—No eres divertido, lo sabes. No, Daniel está en el tercer piso... aunque no lo recomendaría para unos niños. —Su voz era áspera, como si estuviera acostumbrado a manipular y despreciar todo lo que le rodeaba.

—Gracias —respondió Alqatil con un tono tan plano que parecía más una orden que una gratitud.

Con un leve gesto, ambos se dirigieron hacia el ascensor. La niña aún no entendía bien por qué todo parecía tan mal, pero la presión en el aire era palpable. Los pasillos se volvían más oscuros y las puertas más sucias a medida que se acercaban. Al entrar al elevador, una nube de humedad, polvo y un olor nauseabundo de fluidos viejos y podridos los envolvió. Bichos revoloteaban sobre las paredes, el sudor y la suciedad pegajosa cubrían los rincones. El aire estaba impregnado con una mezcla asquerosa de semen y orina.

Alqatil frunció el ceño al ver la escena, pero sin perder su compostura. Sin decir palabra, empujó a un hombre que estaba en el ascensor, un completo desconocido, y lo empujó contra el panel de botones. Con una mano firme, obligó al hombre a presionar el botón del tercer piso, mientras la niña se aferraba a su lado, sintiendo una presión en el pecho que no podía explicar.

El ascensor comenzó a ascender, el sonido de las cuerdas y el crujido del metal resonando en la quietud.

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El ambiente dentro del edificio era completamente diferente. Todo estaba más organizado, y la luz, blanca y uniforme, bañaba las paredes sin una sombra que alterara la serenidad de ese espacio. Había dos hombres adultos, robustos, que custodiaban una puerta. Su mirada fija, como si estuvieran esperando a alguien importante.

Cuando vieron a Alqatil acercarse, sus ojos se entrecerraron. No parecía el tipo de persona que perteneciera allí.

—Niño, te equivocaste o tienes VIP —uno de ellos dijo con tono de desdén, creyendo que su simple presencia bastaba para intimidar.

Pero Alqatil ya no estaba en el estado de ánimo para negociar.

Con una rapidez y furia imprevistas, alzó su mano y, con un solo golpe, reventó las cabezas de ambos guardaespaldas. La sangre salpicó por toda la puerta, tiñendo de rojo la fría piedra que adornaba la entrada. Las vísceras y fragmentos de hueso se dispersaron como una lluvia macabra, quedando esparcidos sin piedad.

Alqatil tomó un pedazo de trapo de su camisa, y con calma, limpió la sangre de su rostro. El sistema lo alertó en ese momento.

[Advertencia Alqatil Se acerca una escena que podría ser extremadamente perturbadora. El contenido visual y emocional puede ser más de lo que un ser humano debería enfrentar.]

— Ya he visto lo peor de la humanidad —pensó Alqatil, ya acostumbrado a lo inhumano.

Abrió la puerta con frialdad, sin un atisbo de emoción, sabiendo que lo que estaba por suceder no era más que otro paso en su camino hacia la oscuridad.

Y, en ese instante, comenzó el terror para la niña.

Nota: El contenido de esta sección es más sombrío y perturbador. He decidido omitir detalles explícitos en esta parte, ya que no deseo comprometer el acceso a la obra. Aquellos que ya están familiarizados con el tema entenderán el enfoque que estoy tomando. Estoy profundizando en territorios más oscuros, donde la imaginación no tiene fronteras, y algunos aspectos de la trama quedarán fuera de vista por el momento. Puede que en el futuro decida compartir esta parte en un espacio más privado, pero hasta entonces, permanecerá fuera del alcance utilizen su imaginacion y de los que vieron esta parte original.

— Esto es muy crudo y asqueroso.— penso la niña

La niña, completamente horrorizada y sintiendo un malestar insoportable, se agazapa detrás de Alqatil, aterrada. Aún recuerda que su cuerpo está sin proteccion textil de la cintura para arriba, y la única protección que tiene es la chaqueta que cuelga de sus hombros, incapaz de cubrirla completamente.

— Hey, esos jovenes no quieren disfrutar de esto, pero yo quiero sus cuerpos... Tal vez les dé algo a cambio.

Un hombre gordo, sin ropa, se acercó rápidamente a ellos. Pero antes de que pudiera siquiera tocar a la joven, su cabeza salió volando, despedazada por la furia de Alqatil, quien observaba con una mirada cargada de enojo.

— Qué asco... sigamos. Alqatil dice, mientras pisa desechos.

Avanzaron a través de ese lugar nauseabundo, el suelo cubierto de heces y sustancias repulsivas que la joven ni siquiera se atrevió a identificar. Cada paso parecía profundizar la podredumbre de su entorno, mientras la oscuridad se hacía más pesada, envolviéndolos en una atmósfera irrespirable.

Llegaron finalmente a una habitación donde una figura se encontraba de pie, vistiendo solo una bata, mientras observaba a una joven atrapada en una escena de humillación. La atmósfera era densa, cargada de desesperación, y el aire estaba impregnado de una decadencia indescriptible.

"Tsk, odio a este tipo de personas, y no estoy de acuerdo con lo que hacen. Trabajaré con él, pero jamás bajaré la guardia. Solo espero que no le haga nada a ella ni a ningun otro miembro."

— Eres Daniel.

El hombre flaco se giró, mirando a dos jovenes. A pesar de ser lo que era, no podía evitar seguir siendo un alquimista, observando desde la distancia. Alqatil, con su vestimenta rara pero de calidad alta, se destacaba, y la joven a su lado parecía ser un rescate, o algo similar, pero aún quedaba esa incertidumbre en el aire.

— Si, soy yo. ¿Qué necesitas, caballero?

Daniel aparta a la joven con brusquedad, tirándola al suelo sin preocuparse. Se ajusta los pantalones y se abrocha la bata con una calma inquietante, como si nada de lo que sucediera fuera importante.

[Aquí tenemos a la estrella invitada…]

— Requiero de tus servicios durante unas semanas, ¿te gustaría trabajar con Nova?

Daniel guarda silencio por un momento. Luego, una risa sádica brota de sus labios, como si la situación fuera una broma macabra.

— ¿En serio estás trabajando con ese loco? Bueno, necesito algo de dinero, así que no lo voy a rechazar. Pero antes, ¿qué tengo que hacer?

— Obviamente, conoces la alquimia, pero ¿acaso conoces la química?

Daniel se detiene, como si la palabra resonara en su mente. Un brillo de emoción se enciende en sus ojos. La alquimia es su vida, pero esto... esto lo atrae aún más.

— ¿Qué es eso?

Alqatil observa la reacción, disfrutando de su angustia. Es su naturaleza aprovechar la curiosidad humana, esa debilidad que puede manipular a su favor.

— La química es... una forma más precisa y devastadora de arte, —respondió Alqatil con una sonrisa oscura—. Y como buen alquimista, deberías entenderlo. Manipulamos los átomos, los electrones, los protones... pero no solo para crear algo, sino para destruir, transformar, e incluso… controlar el caos.

Daniel asiente, como si hubiera descubierto una nueva dimensión en su obsesión. Su rostro se ilumina con la misma emoción que un niño en su primer descubrimiento.

— Suena interesante joven.

— Bien, entonces es un trato. Encuéntrame en el parque al norte de la ciudad a las 4 de la tarde. Nos vemos.

— Nos vemos.

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Alqatil, mientras recorría todo el camino, no podía dejar de pensar en algo que había comenzado a germinar en su mente desde su encuentro con Daniel: la inmortalidad que buscaban los alquimistas. No se trataba solo de un deseo fugaz, sino de una semilla que había comenzado a crecer, alimentada por la ambición y el deseo de poder absoluto. La muerte, esa barrera final... debe ser derrotada, controlada. No importa si no soy inmortal de verdad, puedo serlo en la mente de los demás. Ser algo más grande que la muerte misma, una idea.

A medida que caminaba, esa idea se volvía más poderosa, más clara.

Al llegar a la salida, vio a Orion esperándolo, siempre firme a su lado. Con un gesto, Alqatil lo miró y, sin más, dijo:

— Vámonos.

Al llegar al territorio de la organización, más específicamente a su casa, Alqatil se quita las sandalias antes de entrar, como si el simple hecho de estar allí lo obligara a despojarse de lo que representaban esos pasos. Mira a la niña a su lado y, con una mirada que parecía comprender más de lo que decía, habla con una frialdad calculada.

— Te comprendo —le dice—. Yo fui igual, solo que no tengo ropa de mujer, pero no te preocupes, el sastre se encargará de traer ropa adecuada para ti, como ropa interior para una niña, y algo cómodo, como pijamas o camisas.

Sidra lo observa en silencio, notando la frialdad en su tono, pero también la extraña sensación de que él, de alguna manera, entiende lo que acaba de presenciar. Alqatil se detiene frente a ella y, con una calma perturbadora, la mira a los ojos.

— Bienvenida, niña, a tu nuevo hogar. Pero antes que nada, tengo que preguntarte dos cosas.

Sidra asiente, sin poder apartar la vista de él.

— ¿Cuál es tu nombre y qué piensas de lo que viste hoy?

Sidra, aún impactada por la brutalidad que fue testigo, responde con una voz quebrada.

— Mi nombre es Sidra.

Hace una pausa, su rostro lleno de horror al recordar las escenas que acaba de presenciar.

— Y hoy... hoy fue la cosa más fea que he visto. Esa cantidad de gente haciendo eso, fue horrible, asqueroso... y me provoca una sensación de… —Sidra traga saliva, luchando por mantener la compostura—. De miedo, de repulsión.

Alqatil cierra los ojos por un momento, dejando que el silencio llene el espacio. Luego, se calma y se prepara para hablar, su rostro ahora tan frío como la muerte misma.

— Ira, enojo, odio. Porque eso es lo que siento cuando veo lo que le hacen a alguien como tú y sabras lo que le haran a tu.

Sidra levanta la cabeza, su rostro transformado por la mezcla de temor y curiosidad, y mira a Alqatil fijamente a los ojos. Luego, con una voz suave pero firme, pronuncia una palabra que resuena en el aire como una marca de destino.

— Hermana.