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Chapter 10 - Aurora

"Bien, Lyra, envíale una orden a Orión para que el laboratorio sea trasladado al bosque en la zona central. Lleva a los 20 primeros rangos como escolta. Además, consígueme que Sirius venga en cuanto sea posible."

Lyra, con su elegante figura y mirada afilada, asintió sin decir palabra. Su atuendo moderno con lo que la tecnologia permite mezclaba lo funcional con lo estético, era un reflejo del avance interno de la organización bajo las órdenes de Alqatil. La mejora en las condiciones de vida y la incorporación de roles específicos como sastres, herreros y cocineros habían transformado el panorama: 20 casas deshabitadas ahora eran hogares funcionales, algunos alquilados por los rangos altos.

El traslado no tardó en organizarse.

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Una semana después...

El nuevo laboratorio se encontraba oculto en un denso bosque, rodeado de fauna que rara vez era perturbada. La entrada era engañosamente simple: una estructura metálica oxidada que daba la impresión de ser un antiguo búnker abandonado. Sin embargo, aquellos lo suficientemente astutos podían notar que el lugar no estaba tan desprotegido como aparentaba.

A simple vista, parecía solitario, pero entre las sombras del bosque, al menos diez vigilantes patrullaban constantemente, observando con nerviosismo el laboratorio. A pesar de su número, no se atrevían a acercarse demasiado; algo en el aire alrededor del edificio provocaba un temor primitivo.

En el interior, todo estaba diseñado para el trabajo exhaustivo: pasillos metálicos iluminados por luces frías, habitaciones equipadas con instrumentos raros y una sala central repleta de tubos de ensayo, líquidos burbujeantes y notas desparramadas en escritorios caóticos.

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Alqatil entró al laboratorio mientras utilizaba una capucha para que nadie lo reconociera y utilizaba los tuneles secretos por donde accedera la mercancia, nadie sabia de esa entrada pues los constructores murieron misteriosamente. Nova lo recibió con una sonrisa apenas perceptible, luciendo agotado pero concentrado.

—Parece que estás acostumbrándote al nuevo lugar —comentó Alqatil, observando cómo Nova ajustaba un instrumento.

—El equipo es funcional, pero aún hay mucho por hacer. Espero que la insonorización esté lista pronto.

Alqatil sonrió levemente, sin dejar que sus emociones se reflejaran demasiado.

—Quiero preguntar por un alquimista, alguien con un enfoque menos convencional.

Nova arqueó una ceja.

—He oído que en el distrito rosa podrías localizar a Daniel. Es conocido por sus métodos extremos.

Alqatil asintió, su tono se volvió más serio.

—Hablemos del Proyecto Mananto.

Los ojos de Nova brillaron con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

—¿Ya tienes un lugar para iniciar?

—Sí, un orfanato en las afueras de la ciudad. Pasé tiempo allí hace unos meses... cuando aún era un asesino.

Nova lo miró fijamente, sorprendido.

—¿Tú eres ese asesino temido del que hablan las historias de que fue ejecutado?

—¿Esperabas algo menos? —respondió Alqatil con calma, sin rastro de emoción.

—El orfanato, según lo que sé, quedó casi en ruinas después de lo que hiciste.

—Exacto. Los niños sobreviven entre hambre y frío. Promételes refugio, comida y un propósito. Adóptalos, por así decirlo. Tú sabes a lo que me refiero.

Nova asintió lentamente, comprendiendo el alcance del plan.

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Esa noche, Alqatil regresó a su habitación temporal en la base y se dejó caer en la cama. Cerró los ojos y dejó que sus pensamientos se desvanecieran lentamente.

"Todo avanza según lo planeado. El próximo paso... es el más crucial."

Alqatil se movía con la precisión y el sigilo de un espectro. Había ordenado a Orión, que lo acompañara en esta incursión. Nadie debía saber que uno de los líderes de la organización estaba recorriendo esas calles. La discreción era absoluta, y cualquier desliz sería inaceptable.

Las casas de la organización habían sido conectadas por túneles subterráneos, lo que permitía un movimiento rápido y secreto. Orión, con su porte imponente y mirada calculadora, lo seguía a una distancia prudente, asegurándose de no llamar la atención, pero siempre alerta ante cualquier peligro.

Después de casi una hora de viaje, emergieron en un distrito teñido de decadencia y miseria. Era como si hubieran cruzado un umbral invisible hacia lo peor de la humanidad.

Las calles estaban plagadas de luces de neón que parpadeaban erráticamente, anunciando prostíbulos, antros y bares de mala muerte. Mujeres con ropas mínimas y miradas vacías se apoyaban en las paredes, llamando a los transeúntes con voces forzadamente seductoras. Los hombres que respondían a esas llamadas no eran mejores: sus rostros deformados por el deseo y el abuso de sustancias parecían máscaras grotescas.

En cada rincón había rastros de Blue Cristal todavia en circulación: hombres y mujeres inhalaban profundamente, el humo azul envolviéndolos en una neblina espesa que cubría la calle como una manta viscosa. Algunos se desplomaban en los callejones, temblando y gimiendo mientras la droga consumía lo poco que quedaba de sus cuerpos y almas.

Alqatil caminaba entre la podredumbre con una expresión fría, sin molestarse en ocultar su desprecio.

—Tsk, qué asco. Orión, ve y pregunta dónde está la "Rosa Caliente" o Daniel.

Orión asintió sin cuestionar. Se acercó a una mujer de cabello teñido y piel desgastada, que apenas podía mantenerse en pie con sus altos tacones.

—El señor Daniel, ¿dónde puedo encontrarlo? —preguntó Orión con voz cortante.

La mujer lo miró con ojos vidriosos antes de señalar con un dedo tembloroso.

—Tres cuadras adelante. Gira a la izquierda, luego a la derecha... y sigue derecho. Tiene un letrero rojo con una rosa.

Orión regresó rápidamente.

—Es por aquí —informó.

Alqatil continuó avanzando, ignorando las miradas que se posaban en él y el humo que intentaba infiltrarse en sus pulmones. Entonces, algo llamó su atención.

A su derecha, un grupo de hombres se había reunido alrededor de una niña que no tendría más de siete años. Su vestido estaba sucio y desgarrado, y sus ojos mostraban un terror absoluto mientras intentaba escapar de las garras que la buscaban.

Al ver la escena, Alqatil frunció el ceño, el brillo en sus ojos se volvió más frío, calculador. Comenzó a seguirlos con paso firme, observando cada movimiento, cada gesto. No tardó mucho en ver cómo la niña era acorralada, su rostro reflejando un miedo palpable, y a punto de ser despojada de su humanidad por los animales que la rodeaban.

Entonces, apareció.

—Señores, —dijo Alqatil en voz baja, su tono tan suave como mortal—, me parece que esa señorita no necesita de sus "servicios". Les agradecería que se apartaran.

Uno de los hombres se giró con una sonrisa burlona, como si fuera a retar al pequeño. Su expresión cambió al instante cuando, con un movimiento calculado, sacó su miembro y lo mostró de manera grotesca.

—Parece que alguien también quiere un poco de esto —respondió, la voz llena de desdén.

Alqatil lo observó, sin inmutarse, y con una ligera inclinación de su cabeza, chasqueó los dedos.

—Tuérzele los brazos y las piernas, y llévalos al COT.

—Sí, señor. —La respuesta fue instantánea. Orion, como sombra, aparecio de la nada, su presencia opresiva como la muerte misma. Los hombres, desconcertados, se armaron con tubos de metal, creyendo que podrían hacer frente a lo que parecía ser solo un guardaespalda.

Pero Alqatil sabía que la lucha estaba decidida antes de que siquiera comenzara.

—Que empiecen los malditos juegos. —El líder de los agresores soltó una risa cruda, acercándose a el guardaespalda.

Orion esperó, casi con calma, hasta que el hombre levantó el tubo con intenciones letales. Se movió con la velocidad de una serpiente, esquivando el golpe, y con una rapidez que solo el más frío de los soldados podría ejecutar, torció la rodilla del agresor con un sonido siniestro. El tubo, que ya no tenía dueño, pasó como un rayo por su costado, mientras su oponente caía al suelo, el aire escapando de sus pulmones.

El otro atancante, igualmente eficiente, se enfrentó a Orion, que intentó pegarle un puñetazo con furia ciega. Sin esfuerzo, el golpe pasó de largo, y con un solo movimiento, le hundió el codo en la cara del agresor, dejándolo sin conciencia, mientras el cuerpo caía inerte al suelo.

—Llévatelos —ordenó Alqatil, su mirada nunca apartándose de la escena, como si fuera un espectador disfrutando de un espectáculo privado.

—Sí, señor. —Orion se encargo de arrastrar a los hombres, los arrastro como si fueran despojos, inservibles, sin dignidad.

La niña, tirada en el suelo, temblando y desnuda, observó lo que sucedía, confundida y asustada. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, empezó a correr en un estado de pánico absoluto hacia el callejón sin salida, sin siquiera saber qué destino le aguardaba.

—Oye, oye, tranquila. —Alqatil dejó escapar una sonrisa fría, casi imperceptible.

Se acercó lentamente, mientras la niña temblaba, el miedo visible en cada uno de sus movimientos. La tensión en el aire era espesa, casi opresiva, mientras los pasos de Alqatil resonaban en el callejón vacío, llenos de una calma macabra. Los ojos de la niña recorrían el entorno, buscando alguna salida que no existía. En ese instante, cuando Alqatil estaba a solo un paso de ella, la niña, en un arranque de desesperación, se abalanzó hacia un lado de él.

Con un movimiento fluido, Alqatil la intercepto y la abrazó, no por compasión, sino como un maestro de marionetas que guía a su muñeca.

—Tranquila, respira conmigo. Nadie te hará daño, relájate, no te haré daño. —Las palabras salieron de su boca como un susurro gélido, totalmente ajeno a la fragilidad de la niña, mientras sus dedos acariciaban su cabello con una suavidad calculada.

La niña, inconsciente de la oscuridad detrás de las palabras de Alqatil, comenzó a respirar de manera más controlada. Pero la represión emocional de la joven encontró una salida brutal: en un estallido de desesperación, mordió el hombro de Alqatil con una fuerza salvaje. Los dientes humanos, aunque pequeños en comparación con la brutalidad del entorno, eran suficientes para abrir la carne, dejando un rastro de sangre fresca.

Alqatil se quedó inmóvil, sin inmutarse ante el dolor. El tiempo pareció detenerse mientras la niña vaciaba su dolor, su angustia, sus lágrimas empapando su hombro, apretando cada vez más fuerte. Después de un tiempo interminable, sus sollozos empezaron a calmarse.

—Ya ves, no hay nada a que temer. —Alqatil la acarició suavemente en la cabeza, y se quitó la chaqueta, cubriéndola con ella.

[Ah, sí, muy empático de tu parte. Un niño asustado y una perfecta oportunidad para practicar tu 'habilidad de confortar'. Como si eso fuera a sanar su alma rota.]

Alqatil ignoró la voz interna del sistema, dándole su atención a la niña mientras la observaba con una mirada fría, pero algo en su tono cambió.

—Dime, ¿por qué te estaban persiguiendo?

La niña, aún temblando, levantó la vista con los ojos rojos por el llanto, su voz rota y quebrada.

—Ellos, ellos... mataron a mi padre por una deuda. Dijeron que la cobrarían conmigo y con mi hermana... —sollozó, la desesperación reflejada en cada palabra.

—¿Dónde está tu hermana? —preguntó Alqatil, sin siquiera mirar a la niña mientras se apartaba de ella.

En cuanto la niña lo miró, su rostro se retorció por la angustia. Sus lágrimas comenzaron a caer de nuevo, más abundantes que antes.

—No sé... se la llevaron. —Sollozó, su voz apenas audible.

—Ya, ya la recuperaremos, ¿sí? —Alqatil la miró, su voz vacía de compasión pero impregnada con una seguridad ominosa, como si todo estuviera bajo su control.

[Sí, claro. Y luego una taza de té para calmar los ánimos, ¿no? Recuerda, las promesas vacías no te hacen mejor persona.]

Alqatil lo ignoró una vez más, su mente ya desviándose hacia lo siguiente. Observó a la niña, que seguía sollozando en silencio, y suspiró.

—Bien, ¿tienes algún lugar en el que quedarte? —le preguntó con indiferencia.

—No... —la respuesta fue tan pequeña, tan perdida.

Alqatil se levantó lentamente, su figura oscura y silenciosa, como una sombra que se desvanece en la noche. Sacó una moneda de su manga y la sostuvo frente a la niña.

—Entonces, ¿quieres acompañarme a vivir? —Su voz, como siempre, era seria, pero algo en su tono parecía burlesco, como si lo que ofrecía fuera una opción de escaso valor, pero la única opción que la niña tenía ahora.

Ella lo miró, entre sollozos, pero algo en sus ojos cambió. La luz de la desesperación se mezcló con una chispa de esperanza rota.

—Sí... —respondió finalmente, su voz quebrada pero decidida.

—Bien, sígueme. —Y sin esperar otra palabra, Alqatil dio un paso adelante, avanzando con su típica calma, sabiendo que la niña no tenía otro camino más que seguirlo.

[Ah, un nuevo 'proyecto', ¿eh? ¿Qué podría salir mal.]

El sarcasmo del sistema era una constante, pero para Alqatil, era solo ruido de fondo. Todo estaba en su lugar, y la niña, aunque rota, sería una herramienta más en su vasto tablero.

Cuando Alqatil y la niña se alejaron del callejón, la oscuridad de la noche parecía tragarse todo a su alrededor. El aire pesado olía a humedad y descomposición, y una sonrisa sádica se dibujó lentamente en el rostro de Alqatil. No era solo una sonrisa de victoria, sino de satisfacción macabra, como si estuviera saboreando el inicio de un plan que ya había comenzado a tomar forma.

La niña, sin saberlo, había sido la primera pieza de un rompecabezas siniestro, la primera de muchas que seguirían. Con ella en sus manos, Alqatil sentía que su poder crecía, que el control ya era suyo. La oscuridad se cerraba más sobre el callejón, consumiéndolo, mientras avanzaban hacia su destino.

Al llegar al prostíbulo, la entrada era una oscura puerta de madera que crujía al abrirse. La recepcionista, una mujer de mirada vacía y rostro impasible, levantó la vista cuando Alqatil habló. La observó por un momento, frunciendo el ceño al notar que los dos niños estaban allí, pero no hizo preguntas. ¿Quién era ella para juzgar? El lugar era un pozo de corrupción y depravity donde nadie era inocente.

—Señorita, ¿me haría el favor de dejarnos entrar? —dijo Alqatil, su voz fría como el acero, sus ojos vacíos de emoción.

La recepcionista lo miró de arriba a abajo, pero al ver el brillo metálico de las monedas que Alqatil sacó de su bolsillo, no dijo más. Tomó los cobres sin dudarlo y, finalmente, aceptó el precio.

—Cinco cobres... y con una plata, tal vez te den algo mejor dentro. —La voz de la recepcionista era monótona, como si ya no le importara nada en ese mundo.

Al entrar, Alqatil y la niña fueron recibidos por un ambiente enloquecido. El aire estaba denso, saturado de olores nauseabundos: el vómito, el semen, el sudor, el alcohol y las drogas se mezclaban en una atmósfera espesa que se sentía como una nube de desesperación.

El lugar estaba decorado con colores brillantes y luces tenues, pero esas luces solo acentuaban la decadencia, como una pintura de belleza rota. Mujeres y hombres se movían por el lugar, algunos con sonrisas forzadas, otros simplemente vacíos, ya sin alma. Los cuerpos de las bailarinas se movían con desesperación, algunos en busca de una escapatoria, otros resignados a la vida que se les había impuesto. El sonido de risas ahogadas y carcajadas mezcladas con gritos y sonidos de golpes llenaban el aire, creando una melodía macabra, casi ensordecedora.

En los rincones más oscuros, la violencia se desataba de forma rutinaria: hombres golpeando a mujeres y viceversa, deudas que se cobraban con sangre y sudor. Los gritos eran constantes, y la sensación de sufrimiento estaba impregnada en cada rincón. Había peleas, personas buscando su dosis de Blue Cristal, y cuerpos caídos que ya no importaban.

[¿Estás disfrutando del espectáculo, Alqatil? Porque parece que este lugar es tan corrupto que podría ser tu hogar. Aunque debo admitir que no puedo evitar ver el atractivo en la miseria ajena.]

Alqatil no respondió al sistema, su mirada fija en la niña, quien, aunque aún asustada, no podía evitar observar con una mezcla de horror y fascinación el lugar al que había llegado.

—Estos sitios siempre son así, niña. No te alejes de mí. —Alqatil no podía permitirse que ella se perdiera en la oscuridad del lugar, pero tampoco le importaba demasiado. Era solo otra pieza en su juego.

Las luces brillaban, los cuerpos se movían, pero en el fondo, todo era una farsa. El dolor humano era la verdadera moneda aquí, y todo el mundo tenía un precio.

Advertencia: El siguiente contenido es oscuro y perturbador, y puede ser inapropiado para ciertos lectores aparecera un icono en verde cuando termine la escena.

La niña observaba todo a su alrededor con ojos desorbitados, una mezcla de curiosidad y miedo que la hacía sentir más pequeña de lo que era. Cada paso que daban en el prostíbulo parecía sumergirla aún más en un abismo de podredumbre. Al principio, los colores llamativos, las risas y los movimientos sensuales parecían emocionantes, pero a medida que avanzaban, el ambiente se tornaba cada vez más repulsivo.

Las sombras de los pasillos se alargaban, y los sonidos de risas se entremezclaban con gritos apagados y murmullos sucios. La suciedad impregnaba cada rincón, y el aire pesado se sentía como una bofetada en el rostro. La niña, incapaz de comprender del todo la magnitud de lo que veía, intentaba esconder su horror, pero era imposible. Cada lugar que pasaban parecía peor que el anterior.

—Oye, ¿tú sabes dónde está Daniel? —preguntó Alqatil con una calma inquietante.

Se acercaron a un hombre corpulento, recostado en una silla con dos mujeres a su lado. El gordo estaba bebiendo, y su sonrisa era de las que desbordaban satisfacción vacía. Al escuchar la pregunta, soltó una carcajada que resonó de manera burlona en el aire. Su mirada pasó de Alqatil a la niña, y con una mano despectiva le dio una nalgada a una de las chicas a su lado, quien apenas reaccionó.

—Ho, ho, ho... un niño que divertido. ¿No querrás alguna de estas bellezas? —dijo el hombre, mientras su risa grotesca llenaba el espacio.

Alqatil, sin un atisbo de emoción, dejó caer una moneda de cincuenta cobres en la mesa. El sonido metálico cortó la risa del gordo, y las monedas rodaron por el suelo, dispersándose por el lugar con el peso de la compra.

—¿Dónde está? —repitió Alqatil, con un tono que dejaba claro que no estaba para juegos.

El hombre, ahora molesto, bufó y se inclinó hacia él, mirando a la niña de manera lasciva antes de contestar.

—No eres divertido, lo sabes. No, Daniel está en el tercer piso... aunque no lo recomendaría para unos niños. —Su voz era áspera, como si estuviera acostumbrado a manipular y despreciar todo lo que le rodeaba.

—Gracias —respondió Alqatil con un tono tan plano que parecía más una orden que una gratitud.

Con un leve gesto, ambos se dirigieron hacia el ascensor. La niña aún no entendía bien por qué todo parecía tan mal, pero la presión en el aire era palpable. Los pasillos se volvían más oscuros y las puertas más sucias a medida que se acercaban. Al entrar al elevador, una nube de humedad, polvo y un olor nauseabundo de fluidos viejos y podridos los envolvió. Bichos revoloteaban sobre las paredes, el sudor y la suciedad pegajosa cubrían los rincones. El aire estaba impregnado con una mezcla asquerosa de semen y orina.

Alqatil frunció el ceño al ver la escena, pero sin perder su compostura. Sin decir palabra, empujó a un hombre que estaba en el ascensor, un completo desconocido, y lo empujó contra el panel de botones. Con una mano firme, obligó al hombre a presionar el botón del tercer piso, mientras la niña se aferraba a su lado, sintiendo una presión en el pecho que no podía explicar.

El ascensor comenzó a ascender, el sonido de las cuerdas y el crujido del metal resonando en la quietud.

Advertencia: Este contenido es explícito y perturbador. Puede contener escenas de violencia gráfica y sufrimiento que pueden resultar muy intensas para algunos lectores. Proceda con cautela.

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El ambiente dentro del edificio era completamente diferente. Todo estaba más organizado, y la luz, blanca y uniforme, bañaba las paredes sin una sombra que alterara la serenidad de ese espacio. Había dos hombres adultos, robustos, que custodiaban una puerta. Su mirada fija, como si estuvieran esperando a alguien importante.

Cuando vieron a Alqatil acercarse, sus ojos se entrecerraron. No parecía el tipo de persona que perteneciera allí.

—Niño, te equivocaste o tienes VIP —uno de ellos dijo con tono de desdén, creyendo que su simple presencia bastaba para intimidar.

Pero Alqatil ya no estaba en el estado de ánimo para negociar.

Con una rapidez y furia imprevistas, alzó su mano y, con un solo golpe, reventó las cabezas de ambos guardaespaldas. La sangre salpicó por toda la puerta, tiñendo de rojo la fría piedra que adornaba la entrada. Las vísceras y fragmentos de hueso se dispersaron como una lluvia macabra, quedando esparcidos sin piedad.

Alqatil tomó un pedazo de trapo de su camisa, y con calma, limpió la sangre de su rostro. El sistema lo alertó en ese momento.

[Advertencia: Se acerca una escena que podría ser extremadamente perturbadora. El contenido visual y emocional puede ser más de lo que un ser humano debería enfrentar.]

— Ya he visto lo peor de la humanidad —pensó Alqatil, ya acostumbrado a lo inhumano.

Abrió la puerta con frialdad, sin un atisbo de emoción, sabiendo que lo que estaba por suceder no era más que otro paso en su camino hacia la oscuridad.

Y, en ese instante, comenzó el terror para la niña.

Nota: El contenido de esta sección es más sombrío y perturbador. He decidido omitir detalles explícitos en esta parte, ya que no deseo comprometer el acceso a la obra. Aquellos que ya están familiarizados con el tema entenderán el enfoque que estoy tomando. Estoy profundizando en territorios más oscuros, donde la imaginación no tiene fronteras, y algunos aspectos de la trama quedarán fuera de vista por el momento. Puede que en el futuro decida compartir esta parte en un espacio más privado, pero hasta entonces, permanecerá fuera del alcance utilizen su imaginacion.

— Esto es muy crudo y asqueroso.— penso la joven

La joven, completamente horrorizada y sintiendo un malestar insoportable, se agazapa detrás de Alqatil, aterrada. Aún recuerda que su cuerpo está sin proteccion textil de la cintura para arriba, y la única protección que tiene es la chaqueta que cuelga de sus hombros, incapaz de cubrirla completamente.

— Hey, esos jovenes no quieren disfrutar de esto, pero yo quiero sus cuerpos... Tal vez les dé algo a cambio.

Un hombre gordo, sin ropa, se acercó rápidamente a ellos. Pero antes de que pudiera siquiera tocar a la joven, su cabeza salió volando, despedazada por la furia de Alqatil, quien observaba con una mirada cargada de enojo.

— Qué asco... sigamos. Alqatil dice, mientras pisa desechos.

Avanzaron a través de ese lugar nauseabundo, el suelo cubierto de heces y sustancias repulsivas que la joven ni siquiera se atrevió a identificar. Cada paso parecía profundizar la podredumbre de su entorno, mientras la oscuridad se hacía más pesada, envolviéndolos en una atmósfera irrespirable.

Llegaron finalmente a una habitación donde una figura se encontraba de pie, vistiendo solo una bata, mientras observaba a una joven atrapada en una escena de humillación. La atmósfera era densa, cargada de desesperación, y el aire estaba impregnado de una decadencia indescriptible.

"Tsk, odio a este tipo de personas, y no estoy de acuerdo con lo que hacen. Trabajaré con él, pero jamás bajaré la guardia. Solo espero que no le haga nada a ella ni a ningun otro miembro."

— Eres Daniel.

El hombre flaco se giró, mirando a dos jovenes. A pesar de ser lo que era, no podía evitar seguir siendo un alquimista, observando desde la distancia. Alqatil, con su vestimenta rara pero de calidad alta, se destacaba, y la joven a su lado parecía ser un rescate, o algo similar, pero aún quedaba esa incertidumbre en el aire.

— Si, soy yo. ¿Qué necesitas, caballero?

Daniel aparta a la joven con brusquedad, tirándola al suelo sin preocuparse. Se ajusta los pantalones y se abrocha la bata con una calma inquietante, como si nada de lo que sucediera fuera importante.

[Aquí tenemos a la estrella invitada…]

— Requiero de tus servicios durante unas semanas, ¿te gustaría trabajar con Nova?

Daniel guarda silencio por un momento. Luego, una risa sádica brota de sus labios, como si la situación fuera una broma macabra.

— ¿En serio estás trabajando con ese loco? Bueno, necesito algo de dinero, así que no lo voy a rechazar. Pero antes, ¿qué tengo que hacer?

— Obviamente, conoces la alquimia, pero ¿acaso conoces la química?

Daniel se detiene, como si la palabra resonara en su mente. Un brillo de emoción se enciende en sus ojos. La alquimia es su vida, pero esto... esto lo atrae aún más.

— ¿Qué es eso?

Alqatil observa la reacción, disfrutando de su angustia. Es su naturaleza aprovechar la curiosidad humana, esa debilidad que puede manipular a su favor.

— La química es... una forma más precisa y devastadora de arte, —respondió Alqatil con una sonrisa oscura—. Y como buen alquimista, deberías entenderlo. Manipulamos los átomos, los electrones, los protones... pero no solo para crear algo, sino para destruir, transformar, e incluso… controlar el caos.

Daniel asiente, como si hubiera descubierto una nueva dimensión en su obsesión. Su rostro se ilumina con la misma emoción que un niño en su primer descubrimiento.

— Suena interesante joven.

— Bien, entonces es un trato. Encuéntrame en el parque al norte de la ciudad a las 4 de la tarde. Nos vemos.

— Nos vemos.

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Alqatil, mientras recorría todo el camino, no podía dejar de pensar en algo que había comenzado a germinar en su mente desde su encuentro con Daniel: la inmortalidad. No se trataba solo de un deseo fugaz, sino de una semilla que había comenzado a crecer, alimentada por la ambición y el deseo de poder absoluto. La muerte, esa barrera final... debe ser derrotada, controlada. No importa si no soy inmortal de verdad, puedo serlo en la mente de los demás. Ser algo más grande que la muerte misma una idea.

A medida que caminaba, esa idea se volvía más poderosa, más clara.

Al llegar a la salida, vio a Orion y Sirius esperándolo, siempre firmes a su lado. Con un gesto, Alqatil los miró y, sin más, dijo:

— Vámonos.

Al llegar al territorio de la organización, más específicamente a su casa, Alqatil se quita las sandalias antes de entrar, como si el simple hecho de estar allí lo obligara a despojarse de lo que representaban esos pasos. Mira a la niña a su lado y, con una mirada que parecía comprender más de lo que decía, habla con una frialdad calculada.

— Te comprendo —le dice—. Yo fui igual, solo que no tengo ropa de mujer, pero no te preocupes, el sastre se encargará de traer ropa adecuada para ti, como ropa interior para una niña, y algo cómodo, como pijamas o camisas.

Sidra lo observa en silencio, notando la frialdad en su tono, pero también la extraña sensación de que él, de alguna manera, entiende lo que acaba de presenciar. Alqatil se detiene frente a ella y, con una calma perturbadora, la mira a los ojos.

— Bienvenida, niña, a tu nuevo hogar. Pero antes que nada, tengo que preguntarte dos cosas.

Sidra asiente, sin poder apartar la vista de él.

— ¿Cuál es tu nombre y qué piensas de lo que viste hoy?

Sidra, aún impactada por la brutalidad que fue testigo, responde con una voz quebrada.

— Mi nombre es Sidra.

Hace una pausa, su rostro lleno de horror al recordar las escenas que acaba de presenciar.

— Y hoy... hoy fue la cosa más fea que he visto. Esa cantidad de gente haciendo eso, fue horrible, asqueroso... y me provoca una sensación de… —Sidra traga saliva, luchando por mantener la compostura—. De miedo, de repulsión.

Alqatil cierra los ojos por un momento, dejando que el silencio llene el espacio. Luego, se calma y se prepara para hablar, su rostro ahora tan frío como la muerte misma.

— Ira, enojo, odio. Porque eso es lo que siento cuando veo lo que le hacen a alguien como tú.

Sidra levanta la cabeza, su rostro transformado por la mezcla de temor y curiosidad, y mira a Alqatil fijamente a los ojos. Luego, con una voz suave pero firme, pronuncia una palabra que resuena en el aire como una marca de destino.

— Hermana.