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Chapter 6 - ϝ

Han pasado 5 años...

Cinco años habían transcurrido desde su reencarnación. Durante ese tiempo, Alqatil se había adaptado al idioma de este mundo, aprendiendo a escribirlo y hablarlo con fluidez. Era sorprendente cómo este lenguaje guardaba tantas similitudes con el español, facilitando su aprendizaje. Mientras repasaba mentalmente las extrañas conjugaciones de ciertos verbos, un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Pase —dijo con voz firme.

La puerta se abrió revelando a una niña. Su rostro era angelical, de ojos grandes y cabello oscuro que caía en ondas suaves. Luna Zolenos, su media hermana, tenía una expresión de falsa inocencia que Alqatil había aprendido a reconocer con el tiempo.

—Hola, hermano, ¿cómo estás? ¿Me podrías cubrir diciendo que fui a entrenar? —preguntó con un tono cantado, adornado con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

Alqatil suspiró profundamente.

—Hola, Luna. Lo siento, pero sabes que si descubren que mientes, la culpa caerá sobre mí.

—Vamos, no seas tan aguafiestas. Sólo será esta vez.

—Dije que no. Además, ¿qué estás planeando hacer? —inquirió, sintiendo curiosidad a pesar de sí mismo.

—Eso no es asunto tuyo —replicó con un tono mordaz. Luego, con una mirada desafiante, añadió—: No olvides quién soy. Yo soy la hija legítima, la verdadera princesa. Tú no eres más que el hijo de una... mujer oportunista.

La palabra "ramera" quedó implícita en el aire, pero no hizo falta pronunciarla.

—¡No te atrevas a hablar así de mi madre! —Alqatil reaccionó instintivamente, cruzando el espacio entre ellos y dándole una bofetada antes de siquiera pensarlo.

Luna retrocedió, llevándose una mano a la mejilla, los ojos brillantes de lágrimas. Sin decir una palabra más, salió corriendo de la habitación, dejando a Alqatil con la culpa revolviéndose en su interior.

Tras su breve pero tensa interacción, la niña salió corriendo con lágrimas en los ojos, pero su rostro se transformó rápidamente en una máscara de astucia mientras avanzaba por los pasillos del palacio.

Las sirvientas se apartaban de su camino, algunas bajaban la mirada o susurraban entre sí, mientras otras se escondían en las esquinas, temerosas de ser atrapadas en el radio de su enojo. Luna caminó con pasos firmes hacia el salón del trono, donde su padre, Nerón, se encontraba sentado en una majestuosa silla tallada con figuras de dragones.

La sala era impresionante: los suelos de mármol reluciente reflejaban la luz que caía de un enorme candelabro, mientras que las columnas cubiertas de estandartes del imperio se alzaban como gigantes silenciosos. Sin embargo, todo ese esplendor parecía sombrío ante la figura de Nerón, cuyo ceño estaba permanentemente fruncido por el peso del poder.

Luna llegó hasta él y, tras arrodillarse dramáticamente, rompió en llanto.

—¡Padre! ¡Alqatil me golpeó! —sollozó, aferrándose a las faldas del trono—. Me insultó, me dijo cosas horribles... ¡incluso intentó hacerme daño de formas que ni puedo mencionar!

El ceño de Nerón se frunció aún más, su rostro endureciéndose como piedra. No dijo una palabra. Con un movimiento casi imperceptible, se inclinó hacia el sirviente que estaba a su lado y le susurró algo al oído.

El sirviente asintió rápidamente y salió apresuradamente de la sala, dirigiéndose hacia una de las torres laterales del palacio. Allí, en un estudio repleto de libros, mapas y herramientas extrañas, se encontraba el segundo príncipe, Kael Zolenos.

Kael tenía el cabello de un rojo intenso, corto y desordenado, como llamas atrapadas en movimiento, y unos ojos ambarinos que recordaban a un perro alerta. Estaba concentrado resolviendo un intrincado rompecabezas tridimensional, una estructura metálica que parecía imposible de desmontar. A su alrededor, pergaminos y cuadernos estaban esparcidos, llenos de ecuaciones y anotaciones meticulosas.

El sirviente se acercó con cautela, sabiendo que interrumpir al príncipe Kael nunca era una buena idea.

—Su Majestad, el emperador le solicita. Es acerca de su hermana.

Kael detuvo sus manos por un momento, levantando la mirada hacia el hombre. Sus ojos parecían perforar a quien los mirara, aunque una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.

—¿Qué hizo esta vez? —preguntó, colocando el rompecabezas con cuidado sobre la mesa.

—No fue ella, mi príncipe. Fue... el hijo de la otra mujer.

Kael se levantó lentamente, alisándose la ropa.

—Entendido. Veo que es mi turno de lidiar con este asunto —dijo, más para sí mismo que para el sirviente.

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De vuelta en la habitación de Alqatil, los pasos resonaron en el pasillo antes de que la puerta se abriera de golpe. La imponente figura de Kael apareció, su presencia llenando la habitación como una tormenta inminente.

—Así que... el pequeño bastardo se atrevió a levantar la mano contra mi hermana —dijo Kael con voz tranquila pero cargada de amenaza.

Alqatil, aún confundido por la rapidez de los eventos, intentó responder.

—No fue como lo estás diciendo. Ella...

—No me interesa tu versión —lo interrumpió Kael, avanzando hacia él—. Eres una desgracia para nuestra familia. Mi padre me envió a recordarte tu lugar.

Sin previo aviso, Kael levantó a Alqatil por el cuello de su camisa y lo golpeó con fuerza, haciendo que cayera al suelo.

—Recuerda esto, bastardo. No importa cuánto intentes encajar, siempre serás menos que nosotros.

Alqatil, con sangre en los labios y los ojos nublados por el dolor, observó cómo Kael se retiraba con la misma calma con la que había llegado. Mientras la puerta se cerraba, el eco de las palabras de su medio hermano resonó en su mente.

El castigo terminó con una orden que heló la sangre de Alqatil.

—¡Guardias! Enciérrenlo en el calabozo por dos meses. Que aprenda su lugar.

Los guardias lo arrastraron sin ceremonias, ignorando su estado herido. Cuando llegaron al calabozo, lo lanzaron dentro como si fuese un saco de carne.

—Apresurémonos, tengo cosas más interesantes que hacer —dijo uno de los guardias.

—¿Otra vez con tus rameras? —respondió el otro, burlándose.

Las palabras resonaron en la cabeza de Alqatil mientras se acurrucaba en el suelo frío y oscuro de la celda.

"Odio este imperio podrido. Odio todo esto", pensó, mientras su cuerpo dolido y su mente agotada lo sumergían en un estado de semiinconsciencia.

—Sistema... ¿cuántos días llevo aquí? —murmuró con apenas un hilo de voz.

[0 días.]

El mensaje lo golpeó como un balde de agua fría.

"Esto será más largo de lo que pensaba", reflexionó antes de que el agotamiento lo venciera por completo.

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──────────Escena retrospectiva────────

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—¡Alqatil, no corras tanto! —llamó su madre, entre risas suaves—. Si sigues así, vas a tropezarte.

El niño giró con rapidez, su rostro iluminado por una sonrisa llena de emoción.

—¡Lo siento, mamá! Pero estoy feliz... ¡Por fin voy a conocer a todos! —exclamó con inocente entusiasmo.

La mujer lo alcanzó, su delicada figura envuelta en un sencillo vestido que, aunque modesto, resaltaba una elegancia innata. Sus ojos oscuros estaban llenos de calidez, pero también de un leve destello de inquietud.

—Lo sé, cariño, pero recuerda algo —dijo, arrodillándose para quedar a su altura—. No importa lo que digan los demás, siempre debes mantener la cabeza en alto.

—¿Por qué alguien diría algo malo? —preguntó Alqatil, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Algunos no saben mirar más allá de los títulos —respondió, acariciándole el cabello con ternura—. Pero no te preocupes. Lo importante es que estemos juntos, ¿verdad?

El niño asintió con energía.

—¡Sí, juntos siempre, mamá!

—Entonces, mami, ¿qué prefieres, que te crezcan dientes en los pies o que te salgan pelos en los dientes?

—¿Qué son esas preguntas, Alqi? Pero creo que los pelos en los dientes.

—¡Qué asco, mami! Imagínate besar a alguien... ¡wuakala!

Al llegar al comedor, las risas de ambos llenaron el ambiente, pero fueron rápidamente sustituidas por un silencio incómodo. Todas las miradas se posaron sobre ellos. El emperador Nerón estaba sentado al final de la mesa, observándolos con una expresión indescifrable. A su alrededor, los demás miembros de la familia mantenían un aire de superioridad evidente.

El ambiente era sofocante, cargado de hostilidad apenas disimulada. Los comentarios ácidos no tardaron en llegar.

—Mira quién se digna a aparecer —murmuró una de las consortes, una mujer de cabellos dorados y mirada venenosa—. Pensé que este era un lugar para nobles, no para... basura de los mugrientos pobres.

La madre de Alqatil mantuvo la compostura, ignorando las palabras como si no las hubiera escuchado.

Sin embargo, Alqatil no pudo evitar sentir la tensión. Quería gritarles, defender a su madre, pero un suave apretón en su mano lo detuvo.

—No importa lo que digan —susurró ella—. Somos mejores que eso.

La única excepción a la frialdad general era Luna, la hija menor de Nerón, quien observaba a Alqatil con curiosidad. Cuando los comentarios cesaron, ella se deslizó hacia él, con una tímida sonrisa en el rostro.

—Hola, yo soy Luna.

—Yo... yo soy Alqatil.

—¿Por qué ellos son tan malos contigo? —preguntó en voz baja, señalando con la cabeza a los demás.

—No lo sé. Mamá dice que es porque... no saben mirar más allá de los títulos.

La niña frunció el ceño, como si procesara la respuesta, y luego asintió.

—Bueno, si ellos no quieren ser amables, yo lo seré por ellos —dijo, extendiéndole la mano—. ¿Amigos?

Alqatil sonrió, tomando su mano.

—Amigos.

Con el tiempo, la relación entre ambos floreció, compartiendo juegos y secretos, mientras la madre de Alqatil encontraba pequeños momentos de paz al verlos juntos. Sin embargo, esa tranquilidad no iba a durar.

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Días después, la madre de Alqatil decidió llevarlo a la ciudad. Quería que conociera un poco del mundo más allá de los muros del palacio. Era una oportunidad para escapar, aunque fuera por unas horas, de la opresión constante.

—Mamá, ¿por qué compramos todo esto? —preguntó Alqatil, mirando las bolsas que llevaban.

—Porque cuando la familia se reúne, todos deben lucir su mejor versión —respondió con una sonrisa, aunque había una tristeza velada en su voz.

Sin embargo, mientras regresaban al castillo, un grupo de hombres los interceptó en un callejón. La madre de Alqatil inmediatamente sintió el peligro, tirando de él hacia atrás.

—¿Quiénes son ustedes? ¡Déjennos pasar! —exigió con firmeza.

El líder del grupo, un hombre con una cicatriz que le cruzaba el rostro, sonrió con crueldad.

—Solo cumplimos órdenes, plebeya. Nadie te extrañará.

En un instante, los hombres los rodearon, sujetándolos con fuerza. La madre de Alqatil luchó, pero la superaban en número y fuerza.