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Chapter 3 - Conocimiento

Han pasado 5 años...

Cinco años habían transcurrido desde su reencarnación. Durante ese tiempo, Alqatil se había adaptado al idioma de este mundo, aprendiendo a escribirlo y hablarlo con fluidez. Era sorprendente cómo este lenguaje guardaba tantas similitudes con el español, facilitando su aprendizaje. Mientras repasaba mentalmente las extrañas conjugaciones de ciertos verbos, un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Pase —dijo con voz firme.

La puerta se abrió revelando a una niña. Su rostro era angelical, de ojos grandes y cabello oscuro que caía en ondas suaves. Luna Zolenos, su media hermana, tenía una expresión de falsa inocencia que Alqatil había aprendido a reconocer con el tiempo.

—Hola, hermano, ¿cómo estás? ¿Me podrías cubrir diciendo que fui a entrenar? —preguntó con un tono cantado, adornado con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

Alqatil suspiró profundamente.

—Hola, Luna. Lo siento, pero sabes que si descubren que mientes, la culpa caerá sobre mí.

—Vamos, no seas tan aguafiestas. Sólo será esta vez.

—Dije que no. Además, ¿qué estás planeando hacer? —inquirió, sintiendo curiosidad a pesar de sí mismo.

—Eso no es asunto tuyo —replicó con un tono mordaz. Luego, con una mirada desafiante, añadió—: No olvides quién soy. Yo soy la hija legítima, la verdadera princesa. Tú no eres más que el hijo de una... mujer oportunista.

La palabra "ramera" quedó implícita en el aire, pero no hizo falta pronunciarla.

—¡No te atrevas a hablar así de mi madre! —Alqatil reaccionó instintivamente, cruzando el espacio entre ellos y dándole una bofetada antes de siquiera pensarlo.

Luna retrocedió, llevándose una mano a la mejilla, los ojos brillantes de lágrimas. Sin decir una palabra más, salió corriendo de la habitación, dejando a Alqatil con la culpa revolviéndose en su interior.

Tras su breve pero tensa interacción, la niña salió corriendo con lágrimas en los ojos, pero su rostro se transformó rápidamente en una máscara de astucia mientras avanzaba por los pasillos del palacio.

Las sirvientas se apartaban de su camino, algunas bajaban la mirada o susurraban entre sí, mientras otras se escondían en las esquinas, temerosas de ser atrapadas en el radio de su enojo. Luna caminó con pasos firmes hacia el salón del trono, donde su padre, Nerón, se encontraba sentado en una majestuosa silla tallada con figuras de dragones.

La sala era impresionante: los suelos de mármol reluciente reflejaban la luz que caía de un enorme candelabro, mientras que las columnas cubiertas de estandartes del imperio se alzaban como gigantes silenciosos. Sin embargo, todo ese esplendor parecía sombrío ante la figura de Nerón, cuyo ceño estaba permanentemente fruncido por el peso del poder.

Luna llegó hasta él y, tras arrodillarse dramáticamente, rompió en llanto.

—¡Padre! ¡Alqatil me golpeó! —sollozó, aferrándose a las faldas del trono—. Me insultó, me dijo cosas horribles... ¡incluso intentó hacerme daño de formas que ni puedo mencionar!

El ceño de Nerón se frunció aún más, su rostro endureciéndose como piedra. No dijo una palabra. Con un movimiento casi imperceptible, se inclinó hacia el sirviente que estaba a su lado y le susurró algo al oído.

El sirviente asintió rápidamente y salió apresuradamente de la sala, dirigiéndose hacia una de las torres laterales del palacio. Allí, en un estudio repleto de libros, mapas y herramientas extrañas, se encontraba el segundo príncipe, Kael Zolenos.

Kael tenía el cabello de un rojo intenso, corto y desordenado, como llamas atrapadas en movimiento, y unos ojos ambarinos que recordaban a un perro alerta. Estaba concentrado resolviendo un intrincado rompecabezas tridimensional, una estructura metálica que parecía imposible de desmontar. A su alrededor, pergaminos y cuadernos estaban esparcidos, llenos de ecuaciones y anotaciones meticulosas.

El sirviente se acercó con cautela, sabiendo que interrumpir al príncipe Kael nunca era una buena idea.

—Su Majestad, el emperador le solicita. Es acerca de su hermana.

Kael detuvo sus manos por un momento, levantando la mirada hacia el hombre. Sus ojos parecían perforar a quien los mirara, aunque una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.

—¿Qué hizo esta vez? —preguntó, colocando el rompecabezas con cuidado sobre la mesa.

—No fue ella, mi príncipe. Fue... el hijo de la otra mujer.

Kael se levantó lentamente, alisándose la ropa.

—Entendido. Veo que es mi turno de lidiar con este asunto —dijo, más para sí mismo que para el sirviente.

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De vuelta en la habitación de Alqatil, los pasos resonaron en el pasillo antes de que la puerta se abriera de golpe. La imponente figura de Kael apareció, su presencia llenando la habitación como una tormenta inminente.

—Así que... el pequeño bastardo se atrevió a levantar la mano contra mi hermana —dijo Kael con voz tranquila pero cargada de amenaza.

Alqatil, aún confundido por la rapidez de los eventos, intentó responder.

—No fue como lo estás diciendo. Ella...

—No me interesa tu versión —lo interrumpió Kael, avanzando hacia él—. Eres una desgracia para nuestra familia. Mi padre me envió a recordarte tu lugar.

Sin previo aviso, Kael levantó a Alqatil por el cuello de su camisa y lo golpeó con fuerza, haciendo que cayera al suelo.

—Recuerda esto, bastardo. No importa cuánto intentes encajar, siempre serás menos que nosotros.

Alqatil, con sangre en los labios y los ojos nublados por el dolor, observó cómo Kael se retiraba con la misma calma con la que había llegado. Mientras la puerta se cerraba, el eco de las palabras de su medio hermano resonó en su mente.

El castigo terminó con una orden que heló la sangre de Alqatil.

—¡Guardias! Enciérrenlo en el calabozo por dos meses. Que aprenda su lugar.

Los guardias lo arrastraron sin ceremonias, ignorando su estado herido. Cuando llegaron al calabozo, lo lanzaron dentro como si fuese un saco de carne.

—Apresurémonos, tengo cosas más interesantes que hacer —dijo uno de los guardias.

—¿Otra vez con tus rameras? —respondió el otro, burlándose.

Las palabras resonaron en la cabeza de Alqatil mientras se acurrucaba en el suelo frío y oscuro de la celda.

"Odio este imperio podrido. Odio todo esto", pensó, mientras su cuerpo dolido y su mente agotada lo sumergían en un estado de semiinconsciencia.

—Sistema... ¿cuántos días llevo aquí? —murmuró con apenas un hilo de voz.

[0 días.]

El mensaje lo golpeó como un balde de agua fría.

"Esto será más largo de lo que pensaba", reflexionó antes de que el agotamiento lo venciera por completo.

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──────────Escena retrospectiva────────

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—¡Alqatil, no corras tanto! —llamó su madre, entre risas suaves—. Si sigues así, vas a tropezarte.

El niño giró con rapidez, su rostro iluminado por una sonrisa llena de emoción.

—¡Lo siento, mamá! Pero estoy feliz... ¡Por fin voy a conocer a todos! —exclamó con inocente entusiasmo.

La mujer lo alcanzó, su delicada figura envuelta en un sencillo vestido que, aunque modesto, resaltaba una elegancia innata. Sus ojos oscuros estaban llenos de calidez, pero también de un leve destello de inquietud.

—Lo sé, cariño, pero recuerda algo —dijo, arrodillándose para quedar a su altura—. No importa lo que digan los demás, siempre debes mantener la cabeza en alto.

—¿Por qué alguien diría algo malo? —preguntó Alqatil, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Algunos no saben mirar más allá de los títulos —respondió, acariciándole el cabello con ternura—. Pero no te preocupes. Lo importante es que estemos juntos, ¿verdad?

El niño asintió con energía.

—¡Sí, juntos siempre, mamá!

—Entonces, mami, ¿qué prefieres, que te crezcan dientes en los pies o que te salgan pelos en los dientes?

—¿Qué son esas preguntas, Alqi? Pero creo que los pelos en los dientes.

—¡Qué asco, mami! Imagínate besar a alguien... ¡wuakala!

Al llegar al comedor, las risas de ambos llenaron el ambiente, pero fueron rápidamente sustituidas por un silencio incómodo. Todas las miradas se posaron sobre ellos. El emperador Nerón estaba sentado al final de la mesa, observándolos con una expresión indescifrable. A su alrededor, los demás miembros de la familia mantenían un aire de superioridad evidente.

El ambiente era sofocante, cargado de hostilidad apenas disimulada. Los comentarios ácidos no tardaron en llegar.

—Mira quién se digna a aparecer —murmuró una de las consortes, una mujer de cabellos dorados y mirada venenosa—. Pensé que este era un lugar para nobles, no para... basura de los mugrientos pobres.

La madre de Alqatil mantuvo la compostura, ignorando las palabras como si no las hubiera escuchado.

Sin embargo, Alqatil no pudo evitar sentir la tensión. Quería gritarles, defender a su madre, pero un suave apretón en su mano lo detuvo.

—No importa lo que digan —susurró ella—. Somos mejores que eso.

La única excepción a la frialdad general era Luna, la hija menor de Nerón, quien observaba a Alqatil con curiosidad. Cuando los comentarios cesaron, ella se deslizó hacia él, con una tímida sonrisa en el rostro.

—Hola, yo soy Luna.

—Yo... yo soy Alqatil.

—¿Por qué ellos son tan malos contigo? —preguntó en voz baja, señalando con la cabeza a los demás.

—No lo sé. Mamá dice que es porque... no saben mirar más allá de los títulos.

La niña frunció el ceño, como si procesara la respuesta, y luego asintió.

—Bueno, si ellos no quieren ser amables, yo lo seré por ellos —dijo, extendiéndole la mano—. ¿Amigos?

Alqatil sonrió, tomando su mano.

—Amigos.

Con el tiempo, la relación entre ambos floreció, compartiendo juegos y secretos, mientras la madre de Alqatil encontraba pequeños momentos de paz al verlos juntos. Sin embargo, esa tranquilidad no iba a durar.

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Días después, la madre de Alqatil decidió llevarlo a la ciudad. Quería que conociera un poco del mundo más allá de los muros del palacio. Era una oportunidad para escapar, aunque fuera por unas horas, de la opresión constante.

—Mamá, ¿por qué compramos todo esto? —preguntó Alqatil, mirando las bolsas que llevaban.

—Porque cuando la familia se reúne, todos deben lucir su mejor versión —respondió con una sonrisa, aunque había una tristeza velada en su voz.

Sin embargo, mientras regresaban al castillo, un grupo de hombres los interceptó en un callejón. La madre de Alqatil inmediatamente sintió el peligro, tirando de él hacia atrás.

—¿Quiénes son ustedes? ¡Déjennos pasar! —exigió con firmeza.

El líder del grupo, un hombre con una cicatriz que le cruzaba el rostro, sonrió con crueldad.

—Solo cumplimos órdenes, plebeya. Nadie te extrañará.

En un instante, los hombres los rodearon, sujetándolos con fuerza. La madre de Alqatil luchó, pero la superaban en número y fuerza.

—¡Déjenla en paz! —gritó Alqatil, intentando zafarse de su captor y recordando viejos tiempos.

Uno de los hombres lo golpeó con fuerza, dejándolo aturdido.

—Silencio, mocoso. No queremos matarte... todavía.

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En un lugar apartado, los hombres revelaron sus intenciones.

—La familia imperial no debería mancharse con sangre plebeya —dijo uno de ellos, con desprecio—. Nos aseguraremos de que "la basura" desaparezca.

El acto que siguió fue una muestra de crueldad calculada, diseñada no solo para destruir a su madre, sino también para quebrar al niño que observaba.

Cuando todo terminó, dejaron el cuerpo de la mujer en el suelo y se giraron hacia Alqatil.

—Recuerda, niño. Este mundo no tiene lugar para los débiles.

Alqatil, llorando en silencio, sintió que algo dentro de él se rompía.

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En el salón del trono, el emperador Nerón permanecía inmóvil, sentado sobre un asiento imponente de obsidiana y oro. Su figura irradiaba autoridad, incluso mientras mantenía los ojos cerrados, concentrado en su cultivo. El aire a su alrededor parecía vibrar con energía contenida, como si el mero hecho de estar cerca de él resultara intimidante.

Un sirviente se acercó con pasos nerviosos, deteniéndose a una distancia prudente.

—Majestad... —susurró, su voz temblorosa—. Hay noticias sobre Lady Abigail... la madre del joven príncipe Alqatil.

Nerón abrió los ojos lentamente, dejando entrever un brillo helado en su mirada azul. No dijo nada, solo giró la cabeza levemente hacia el sirviente, indicándole que continuara.

—Fue atacada en la ciudad. Ha... fallecido. Parece ser obra de mercenarios.

El silencio que siguió era ensordecedor. La expresión del emperador no cambió, pero el sirviente pudo sentir un cambio en el ambiente. Una leve presión, como si el peso del mundo se concentrara sobre sus hombros. La mano de Nerón, apoyada en el brazo del trono, se tensó casi imperceptiblemente, y su respiración se hizo más profunda.

—Retírate —ordenó en un tono bajo, pero que no admitía réplica.

El sirviente se inclinó rápidamente y salió del salón, dejando al emperador en su soledad. A pesar de su exterior imperturbable, un destello de ira se reflejaba en sus ojos.

En una de las lujosas habitaciones del palacio, la mujer de cabello dorado y mirada venenosa, conocida como Lady Calisia, se encontraba riendo con suavidad. Un par de doncellas a su lado mantenían la vista baja, intentando no llamar la atención.

—Así que la plebeya finalmente encontró su final —dijo Calisia, jugando con una copa de vino en sus manos—. Y pensar que creía que podía caminar entre nosotros como si fuera igual.

Una de las doncellas asintió con cautela.

—¿Y los responsables, mi lady?

Calisia chasqueó la lengua, su sonrisa tornándose aún más afilada.

—¿Qué clase de ejemplo sería para el imperio si los dejamos libres? —dijo con falsa indignación—. Ejecuten a todos los involucrados. No podemos permitir que la sangre real sea deshonrada por actos tan vulgares.

Las doncellas intercambiaron miradas nerviosas, pero no dijeron nada mientras Lady Calisia tomaba un sorbo de vino, disfrutando de su victoria.

En las celdas subterráneas, los hombres responsables del asesinato de Abigail estaban encadenados, sus rostros desfigurados por la furia y la confusión.

—¡Esto es una traición! —gritó uno de ellos, golpeando los barrotes con sus puños—. Nos prometieron que esto no tendría consecuencias.

—¿Promesas? ¡Idiotas! —respondió otro, más viejo, escupiendo al suelo—. Esa mujer nos usó. Solo éramos peones en su juego.

Los guardias, indiferentes a los gritos, vigilaban las celdas con expresiones serias. Uno de ellos soltó una risa burlona.

—Les prometieron impunidad, ¿eh? Quizás deberían haber sabido que la sangre real no perdona deshonras.

La burla solo enfureció más a los prisioneros.

—¡Esto no quedará así! —rugió uno de ellos—. ¡Cuando salgamos de aquí, todos pagarán!

Pero sus gritos se apagaron cuando uno de los guardias habló.

—Nadie saldrá de aquí. La orden ya fue dada. Al amanecer, serán ejecutados.

El silencio que siguió fue pesado, lleno de resignación y rabia contenida.

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En la habitación de Alqatil, el silencio era tan denso como una niebla. El niño estaba sentado en la esquina, abrazando sus piernas mientras las lágrimas corrían por su rostro. La imagen de su madre, rota y sangrante, no dejaba de atormentarlo.

Unos golpes suaves en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.

—¿Hermano? Soy yo, Luna.

No respondió, pero la niña entró de todos modos, llevando un plato de comida. Su rostro reflejaba tristeza y preocupación.

—Sé que esto no ayuda mucho, pero traje esto para ti. Lo hicieron especialmente por... por la muerte de alguien importante.

Cuando sus ojos se encontraron, el dolor de Alqatil se transformó en una furia descontrolada. De un manotazo, tiró el plato al suelo, derramando la comida.

—¡NO ME HABLES! —gritó, con la voz quebrada—. ¡ESA COMIDA ES PARA CELEBRAR EL CADÁVER DE MI MADRE!

Luna retrocedió, sorprendida y herida por las palabras de su hermano.

—Yo solo... quería ayudarte...

—¡AYUDARME! —gritó, poniéndose de pie—. ¡TÚ ERES COMO ELLOS! ¡TE ODIO! ¡OJALÁ TE MUERAS!

Luna apretó los labios, sus ojos llenándose de lágrimas. Sin decir nada más, se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Cuando Alqatil se quedó solo, el peso de sus palabras lo golpeó con fuerza.

—"No debí haberle gritado..." —pensó, pero el arrepentimiento llegó demasiado tarde. Desde ese día, la relación entre ambos cambió para siempre. Luna, herida por el rechazo, comenzó a odiarlo en silencio, mientras que Alqatil se sumía cada vez más en su dolor y culpa.

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──────────────Fin───────────────

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El tiempo empezó a pasar y, sin hablar con nadie real, Alqatil comenzó a sentir una profunda soledad que lo carcomía por dentro. La falta de interacción humana lo hacía sentir como un fantasma atrapado en un mundo que ya no lo reconocía. Solo le daban comida cada siete días y agua cada cinco, así que para no morir de deshidratación, tenía que lamer las paredes y el techo, buscando las gotas de humedad como un animal en la búsqueda de su próximo sorbo. Cuando los guardias lo olvidaban durante uno o dos días, se veía obligado a comer cucarachas y moho para sobrevivir. Su cuerpo había sido llevado al límite: hambre, sed y un aire espeso de hedor eran su única compañía. Durante dos meses, la desesperación fue su única realidad, y la dignidad, como su piel sucia y magullada, había desaparecido.

Al principio, Alqatil aún lloraba, aún rogaba a las sombras que alguien viniera por él. Los gritos rasposos se convertían en susurros débiles, hasta que las lágrimas se agotaron y el dolor se volvió un peso frío en su pecho. La desesperanza lo aplastaba, pero entonces, algo empezó a germinar en el vacío de su alma. Primero fue una chispa, luego una llama, hasta que su sufrimiento se transformó en rabia. La traición de su propia sangre le dejó una herida que nunca sanaría, y esa rabia comenzó a alimentarse, a crecer, hasta convertirse en un odio profundo hacia todos. Los recuerdos de sus abusos, el sufrimiento físico y emocional, se acumulaban como un veneno, y la necesidad de venganza se volvió el motor de su existencia. De niño lloroso pasó a un ser consumido por un fuego oscuro.

Finalmente, lo liberaron, pero no fue por piedad. No era más que un desecho, algo que ya no valía la pena mantener en las mazmorras. Alguien había decidido que él ya no era un riesgo, tal vez porque no había nada más que sacar de él. Lo arrojaron a la calle como a un mendigo, despojándolo de toda dignidad. Alqatil gritaba preguntando por qué había sido expulsado de la familia real, y la única respuesta que recibió fue un seco "ya no perteneces". Los guardias lo empujaron hacia afuera sin ningún remordimiento, como si fuera basura que ya no tenía valor.

En la calle, se acurrucó entre las bolsas de basura, alimentándose de ratas y comiendo lo que fuera necesario para sobrevivir. El mundo que había conocido ya no existía. Estaba en la oscuridad, en un lugar sin nombre ni rostro, donde los gritos y las risas eran una constante. Noble tras noble, se divertían a su costa, insultándolo y pisoteando su dignidad. Cada golpe, cada palabra cruel, se grababa en su alma, y al final, Alqatil dejó de ser un niño. El mundo le había quitado todo: su familia, su nombre, su humanidad. Solo quedaba el odio.

Un día, mientras mendigaba algo de pan, vio a una cultivadora sanadora. Tenía un aire etéreo, con ropas blancas que irradiaban luz, y su presencia causaba que los demás se inclinaran con respeto. "Una sanadora", pensó Alqatil, con una chispa de esperanza en su corazón. "Ella me ayudará." Pero esa esperanza se rompió como cristal cuando su mirada se cruzó con la de él. La mujer lo ignoró por completo, y él, desesperado, intentó tocar su ropa, buscando alguna señal de humanidad.

—¿Cómo se atreve un mendigo como tú a tocar a la princesa Nox Xlim, maldito mortal? —gritó ella, su voz llena de desprecio. Con un movimiento rápido, concentró energía en su puño y lo mandó volar, lanzándolo contra la pared con una fuerza devastadora.

La cultivadora ni siquiera miró la escena, simplemente se alejó hacia una tienda a comprar unas pastillas, dejando a Alqatil tendido en el suelo, sintiendo cómo la vida se le escapaba. Mientras yacía desangrándose, un frío intenso se apoderó de él, pero al mismo tiempo, un fuego se encendió en su interior. Escuchó algo en el aire, algo que heló su sangre y la calentó a niveles explosivos. Un cambio ocurrió, algo dentro de él se rompió, pero también se reconfiguró. El odio que lo había consumido hasta ese momento adquirió un nuevo propósito.

[Energía desconocida detectada. Iniciando recopilación de datos...]

Progreso:

10%... 50%... 100%.

Recopilación exitosa de "Energía Mundial Externa" (Qi). Detectando etapas de cultivo:

1... 5... 10... etapas identificadas 20 sin identificar.

Detectando "Energía Interna del Cuerpo" (Qin). Reconociendo linaje...

Linaje identificado: Humano Mayor (Rango 3).

Desbloqueo del linaje:

0.0000001%... 0.00001%... 0.001%... 0.1%... 5%... 20%... 60%... 100%.

Estado del linaje: Activo. Energía del alma baja. Entrando en enfriamiento.

[Felicitaciones, Anfitrión. Su inicio hacia el poder comienza ahora.]

Alqatil sintió la oleada de información fluir por su mente. Era como si cada fibra de su ser estuviera resonando con una fuerza desconocida.

—¡Ja, jaja, JAJAJA! —Su risa resonó como un trueno, una mezcla de dolor, euforia y locura. Se adentró en la oscuridad del callejón, sus ojos brillando con una intensidad inhumana. La oscuridad lo abrazaba, y por primera vez, él la abrazó de vuelta.

El sufrimiento ya no era una carga, sino un combustible para un fuego que recién comenzaba a arder.