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Chapter 2 - β

Las provincias y los reinos conquistados por Zalos, aunque sometidos, se mantenían bajo la vigilancia constante de los gobernadores designados por la familia imperial. Estas tierras, algunas prósperas y otras lejanas, vivían bajo una paz tensa, sabiendo que el imperio no aceptaba disidencias. Los pueblos eran ricos en recursos, pero siempre la amenaza de la justicia imperial colgaba sobre ellos, asegurando que ningún reino osara desafiar la supremacía de Zalos.

Alqatil sabía que el poder de su familia era tan inmenso que se extendía por todo el horizonte. A pesar de ser solo el cuarto príncipe, la sombra de los Zolenos lo envolvía en cada rincón del imperio. Su nombre, aunque todavía desconocido para la mayoría de los habitantes del imperio, llevaba consigo una carga histórica y una promesa de poder futuro. Ser un Zolenos era ser parte de una historia que se tejía a través de los siglos, una historia que nunca terminaba, una historia en la que cada nuevo príncipe debía demostrar su valía para mantener viva la dinastía.

El imperio Zalos no era solo un gobierno; era la cultura , el poder y el futuro de todo el continente. Una sola chispa de su gloria era suficiente para iluminar un camino eterno.

Un día, mientras descansaba, algo extraño llamó la atención de Alqatil. Un pequeño ícono brillaba en la esquina de su campo visual, una figura que no debería estar ahí. Se quedó mirando por un largo momento, entrecerrando los ojos, incapaz de creer lo que veía.

—No... ¡no puede ser! —murmuró para sí, incrédulo.

Sin pensarlo dos veces, se enfocó en el ícono, dejando que su mente se concentrara por completo en aquello que parecía una señal del destino. Debe ser mi "dedo dorado" , pensado, recordando, por los fragmentos vagos de su vida anterior, que esta era la habilidad especial que lo haría sobresalir en este mundo. Era lo que lo haría diferente, lo que le daría la ventaja que tanto había anhelado.

—¡Esto es... esto es increíble! —exclamó en voz baja, saltando casi de la cama de la emoción, tan feliz que estuvo a punto de caerse de la cuna. Su corazón latía rápidamente, como si una poderosa ola de energía estuviera comenzando a recorrer su cuerpo. ¡Esta era su oportunidad! No podía ser algo más que el inicio de su grandeza.

Con el corazón en la garganta, intenté activarlo. Cerró los ojos, se concentró y gritó en su mente, como si pudiera forzar el poder a obedecer: " Sistema , estado , ventana , ¡ estadísticas !". Repitió las palabras una y otra vez, pero… nada.

— ¡¿Qué demonios?! —exclamó, abriendo los ojos con una mezcla de incredulidad y furia. Sus manos apretaron las sábanas con tal fuerza que casi las rasga. Intentó de nuevo, más insistente, más desesperado, concentrándose como nunca antes lo había hecho. Pero el ícono seguía ahí, inmóvil, tan distante como si nunca hubiera existido.

—¡Maldita sea! ¡Esto es una broma de mal gusto! —bramó, furioso. Cada palabra salió con el peso de su frustración, su mente comenzaba a hervir con ira. ¿Cómo podía ser tan estúpido? El dedo dorado no estaba funcionando, ¡la oportunidad que había estado esperando no era más que una ilusión!

Se dejó caer de espaldas sobre la cama, mirando al techo con el ceño fruncido, respirando con dificultad. ¿Qué había fallado? ¿Por qué no podía activar esa maldita habilidad?

Con los dientes apretados, maldijo una vez más, esta vez con más fuerza: —¡Esto es una basura! ¡Maldición! ¡Mi suerte no puede ser tan asquerosa, mierda!

La ira lo envolvía, pero lo que más le quemaba era la sensación de estar tan cerca de algo tan grande, y sin embargo, tan lejos al mismo tiempo. Cerró los ojos, apretó los puños con rabia y, finalmente, se dejó vencer por el cansancio. Mañana lo intentaré de nuevo , pensó, aunque el rencor seguía palpitando en su interior.

Al día siguiente, mientras Alqatil reflexionaba sobre su situación, una serie de pasos resonaron en los pasillos del palacio. Eran pasos firmes, pesados, que hicieron que las paredes temblaran levemente, y no se podía comparar con los de ninguna criada o sirviente. Era el sonido del poder mismo acercándose, como el regreso del sonido de un trueno lejano. La puerta de su habitación se abrió lentamente, y una sombra oscura llenó el umbral.

El hombre que entró era un ser que podría aplastar todo a su paso, tanto en cuerpo como en alma. Su figura imponente parecía cortar la luz, como una montaña que bloqueaba el sol. Los sirvientes a su paso se apartaban con temor, algunos hasta caer de rodillas, otros sufriendo el dolor de sus huesos quebrándose bajo el peso invisible de su presencia. No se atrevían a alzar la vista, dejándose pisar como si fueran piedras en su camino. Los que caían al suelo, quebrándose por la fuerza de su paso, sabían que sus muertes no serían en vano: recibirían una compensación de por vida, suficiente para asegurar la felicidad de sus familias. Aún así, no podía evitar la mezcla de pavor y reverencia al estar tan cerca de su señor, el emperador de Zalos.

El hombre se acercó a la cama de Alqatil con una lentitud que parecía interminable, sus ojos azules brillando con una intensidad desmesurada. Cada paso suyo resonaba como un golpe de martillo en el corazón de aquellos que tenían la suerte, o la desgracia, de estar en su camino. El aire a su alrededor se tensó, como si el mismo espacio temiera tocarlo.

Su cabello negro, más oscuro que la noche misma, caía de manera perfecta en su rostro, pero lo que realmente hacía que todo a su alrededor se quedara en silencio era su mirada. Esos ojos azules no solo veían, sino que perforaban a través de la piel, más allá de cualquier alma, despojando a quien fuera de su humanidad. La energía que irradiaba de él era tan densa y potente que parecía apoderarse de toda la habitación, llenándola con un poder aplastante, imponente.

Con una calma aterradora, sacó su espada, un filo forjado con siglos de tradición y poder. El brillo frío de la hoja reflejaba la luz de la habitación, y el hombre la apuntó directamente hacia Alqatil, quien quedó paralizado por el temor. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¡Apuntarle a su propio hijo con una espada! Alqatil no podía creer lo que veía, su cuerpo temblaba ligeramente mientras luchaba por procesar lo que ocurría.

El padre de Alqatil. Simplemente, pronunció una palabra en un idioma antiguo, su voz grave y cargada de poder resonando en la habitación: ἀποβλήτη .

Era una palabra que significaba "descarte" , y aunque Alqatil no comprendía completamente, la sensación de desdén y desprecio era palpable, como si toda la vida de su existencia fuera vista como algo insignificante. No había amor en su mirada, no había signos de un padre, solo una frialdad de alguien que se encontraba por encima de todo y de todos.

El momento se extendió por lo que parecía una eternidad, hasta que finalmente, con un movimiento tan rápido como el viento, guardó su espada y dio la vuelta, dejando a Alqatil allí, inmóvil, con la mente en blanco. Sin decir una palabra más, salió de la habitación con la misma presencia arrasadora que había traído consigo. La puerta se cerró tras él, dejando a Alqatil en un mar de pensamientos encontrados.

—Está loco —murmuró Alqatil, sintiendo una mezcla de alivio y temor, un nudo en el estómago que le recordaba que la figura de su padre no era solo imponente, sino aterradora.

Ese hombre, el emperador de Zalos, estaba tan por encima de los demás que sus súbditos ni siquiera se atrevían a mirarlo a los ojos. El terror y el respeto que generaba a su alrededor eran tan vastos que cualquier rebelión, cualquier atisbo de duda, era aplastado inmediatamente. Y Alqatil, el cuarto príncipe, aún era solo un niño bajo su sombra.

De repente, una extraña sensación lo invadió. Era como si su alma fuera tocada por algo profundo y antiguo, algo más allá de la comprensión humana. Alqatil sintió una corriente helada recorrer su cuerpo, y, en ese mismo instante, una cascada de luces brillantes apareció frente a sus ojos. Miles de almas, condensadas en una imagen cegadora, se desplegaron ante él. La pantalla se materializó de forma tan imponente que parecía que el espacio mismo se estaba desmoronando a su alrededor, la sensación de poder era casi palpable. De repente, un mensaje surgió ante sus ojos, con una energía indescriptible que parecía resonar en lo más profundo de su ser.

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¥€√kd@k te da la bienvenida. Por favor, selecciona un sistema. Hay múltiples opciones disponibles.

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Alqatil quedó atónito. La magnitud de lo que estaba viendo lo dejó sin aliento. ¡Esto era real! ¡Por fin, algo que podía usar para crecer, para sobrevivir en el imperio despiadado! Sentía como si, por primera vez en su vida, le hubieran lanzado una cuerda de salvación. Aunque las dudas seguían acechando en su mente, el deseo de poder y la necesidad de venganza eran más fuertes. Este podría ser su camino hacia la cima, su herramienta para demostrar que, incluso como un príncipe de cuarta categoría, podría llegar a ser más grande que todos.

—Esto es... —murmuró, completamente fascinado por lo que tenía ante sí.

Pero, mientras su mente trataba de lo mismo que estaba ocurriendo, una extraña incomodidad lo invadió. Un tipo de restricción. Sabía que el mensaje había sido un saludo, pero, ¿quién o qué era ¥€√kd@k? Intentó pronunciarlo en su mente, pero algo lo bloqueó. Como una fuerza invisible que evitaba que su mente lo descifrara, como si ese nombre fuera demasiado grande, demasiado antiguo para ser entendido por un simple mortal.

Con el pulso acelerado y una sonrisa de satisfacción, Alqatil enfocó su mente en las opciones que se desplegaban ante él. La lista parecía interminable, cada una más extraña que la anterior, pero había una que destacaba por encima de los demás, algo que le ofrecía lo que necesitaba, lo que había estado buscando.

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─────────Lista de Sistemas ───────────

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─Sistema de Sangre

─Sistema de Incubos

─Sistema de Almas

─Sistema de Runas

─Sistema de Placaje

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Y entre todos ellos, uno brillaba con una luz oscura, poderosa, y tentadora.

Sistema del Villano.

—Voy a elegir uno de los buenos, algo que me dé una verdadera ventaja —murmuró Alqatil, una risa fría y macabra escapando de sus labios. Sabía que este sería su sistema. No quería nada menos. No había tiempo para debilidades ni para vacilaciones. El imperio no tenía piedad, y él tampoco la tendría pero aun asi tenia una duda en su mente.

Seleccionó el sistema con decisión, casi como si estuviera tomando el control de su destino.

Pero en el instante siguiente, ocurrió algo extraño.

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Error #@$$##: el sistema del Villano se ha fusionado con otro ser.

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¿Qué? ¿Qué demonios están pasando? Pensó Alqatil, sorprendido. ¡Yo no elegí esto!

Intentó calmarse y evaluar la situación. Quizás el error no era tan malo como sonaba.

—Estado —dijo en voz alta, tratando de activar algo.

Mierda... pensé, frustrado.

De repente, la extraña sensación volvió a invadirlo, más fuerte que antes. Esta vez, Alqatil no pudo evitar un escalofrío al ver el mensaje que apareció ante sus ojos.

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Misión

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Demuestra que eres un villano. Comete un acto cuestionable sin remordimientos.

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Objetivo: Mata a una sirvienta.

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Recompensa: Estado desbloqueado.

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El aire a su alrededor parecía volverse más denso, como si el espacio mismo lo presionara. Alqatil cerró los ojos, sintiendo un nudo en el estómago. Esa misión, esa orden... le resultaba inconfundible. Matar . Era lo que había hecho en su vida anterior, antes de que hicera la promesa a su madre, Esa palabra lo arrastro a un tipo de vida que ya no quería recordar lo que menos espera.

¿De verdad tengo que hacerlo? —pensó, tragando saliva. ¿Matar otra vez?

Se quedó allí, paralizado. La imagen de una sirvienta apareció brevemente en su mente. Una mujer frágil, sin poder, sin influencia. Un ser que no merecía morir, al menos no por su mano.

Alqatil pensaba en que este sistema, seria uno de esos sistemas de tener sexo con las protagonistas y hacerle la vida imposible al heroe, robar todo eso, pero en la mayoria de novelas, el sistema nunca pide quitar una vida directamente, son las acciones de la persona, pero aqui es al revez.

¿Por qué? Pensó, mirando sus manos, como si pudiera darle una respuesta. ¿Por qué ahora?

Recordaba las palabras de su madre, susurros en sus oídos cuando era joven, antes de que todo cambiara. "Nunca mas, nunca mas mates, hijo mío. Es el camino de los monstruos. No te convertirás en lo que tu padre fue". Las palabras de su madre eran claras, nítidas en su mente, y Alqatil las había tomado como un juramento personal. Había decidido no ser como él, su padre, quien nunca mostró piedad. Sin embargo, el futuro no le ofrece muchas opciones. Si quisiera sobrevivir, tendría que adaptarse.