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Chapter 38 - λζ

El sonido de una respiración pesada resonaba entre los árboles, interrumpiendo la calma del bosque. Alqatil avanzaba, saltando de un árbol a otro, rompiendo ramas con cada impulso. Su cuerpo se movía con una fuerza y agilidad que desafiaban la gravedad, dejando un rastro de destrucción en su camino.

Llegó al borde de un risco. Sin detenerse, se lanzó al vacío. La caída fue rápida y certera. Abajo, un monstruo cuadrúpedo esperaba, sus ojos brillando con una ferocidad primitiva. El cuerpo del monstruo combinaba la ferocidad de un tigre con los brazos musculosos de un gorila. Dos colas se agitaban violentamente mientras cuatro brazos y dos piernas terminaban en garras afiladas. Sus cuatro ojos y dos bocas descomunales chorreaban saliva, preparándose para devorar a su presa.

Alqatil cayó sobre la bestia, sus músculos tensos por el impacto. Su respiración se calmó mientras cerraba los ojos por un breve segundo. "Es ahora." Pensó.

— Hmmm —exhaló lentamente, apretando el puño, reuniendo toda su fuerza. Con un solo golpe, envió al monstruo al suelo, rompiendo el terreno en pedazos. La explosión levantó una nube de polvo y escombros que cubrieron el área.

Alqatil fue lanzado hacia atrás por la fuerza del impacto, aterrizando con elegancia, sin perder el equilibrio. Sus ojos se fijaron en el monstruo caído, su cuerpo relajado pero alerta. Lentamente, se acercó al cuerpo inerte, cada paso resonando con un eco de poder.

De repente, una figura surgió del polvo. Un puño rozó su mejilla, apenas esquivándolo. Alqatil retrocedió instintivamente, sus sentidos agudizados. El humo se disipó, revelando al monstruo de pie, sus ojos inyectados en sangre, brillando con un rojo intenso.

— ¿Así que aún tienes pelea en ti? —murmuró Alqatil, sonriendo con una mezcla de desafío y emoción. El combate estaba lejos de terminar.

El monstruo rugió, y la batalla comenzó nuevamente.

El tiempo pareció detenerse mientras el monstruo lanzaba un puño gigantesco, tan grande como un hombre adulto, hacia Alqatil. Cada músculo se tensaba, y el aire a su alrededor se comprimía con la fuerza del ataque. Pero para Alqatil, todo transcurría en cámara lenta.

Observó el puño acercarse, calculando cada detalle. Con una agilidad sobrehumana, se impulsó hacia arriba, corriendo a lo largo del brazo del monstruo mientras este completaba su trayectoria. "Cada movimiento cuenta." Pensó.

Con precisión milimétrica, Alqatil preparó un rodillazo que impactó directamente en la mandíbula de la bestia. El golpe resonó, haciendo que el monstruo levantara la cabeza por la fuerza. Sin embargo, para sorpresa de Alqatil, la criatura sonrió, mostrando sus colmillos afilados.

En un instante, otro brazo del monstruo se dirigió hacia Alqatil con una velocidad vertiginosa. Aún en el aire, Alqatil vio el golpe venir. "Debo usar esto a mi favor." Se dijo a sí mismo.

Girando su cuerpo, maniobró sobre el puño que se aproximaba, colocando sus pies encima de él. Con un movimiento fluido, lanzó una patada que redirigió el ataque hacia la cara del monstruo, causando que su propia fuerza lo golpeara brutalmente.

Aprovechando la confusión, Alqatil se deslizó hasta la espalda de la criatura. Con un movimiento rápido, desenvainó su espada, su hoja brillando a la luz del sol. Reunió toda su fuerza y la clavó profundamente en el cuerpo del monstruo, perforando su carne hasta el otro lado.

El monstruo rugió de furia, sacudiéndose violentamente. En un último intento por deshacerse de Alqatil, se lanzó hacia el risco cercano, intentando aplastar a su enemigo contra la roca.

Alqatil, anticipando la maniobra, saltó justo a tiempo. Con una agilidad felina, se impulsó por la pared del risco, subiendo con velocidad. "Esto termina ahora." Murmuró, levantando su espada con ambas manos.

Con un corte limpio y poderoso, dividió la punta del risco. La roca se desplomó con un estruendo, cayendo directamente sobre el monstruo, atrapándolo bajo su peso colosal.

Alqatil retrocedió, saltando hasta la rama de un árbol cercano. Desde allí, observó el polvo asentarse, sus ojos fijos en el lugar donde el monstruo yacía inmóvil.

Desde la rama del árbol, Alqatil observó el polvo asentarse, dejando al monstruo aparentemente inmóvil bajo la roca. Sin perder más tiempo, saltó ágilmente al suelo, dirigiéndose hacia el cuerpo caído. Sus pasos eran firmes, sus ojos afilados como dagas.

Al acercarse, el silencio era engañoso. Justo cuando estaba a punto de confirmar la muerte de la bestia, un último destello de vida surgió. Con un rugido final, el monstruo lanzó su puño gigante hacia Alqatil. El golpe fue rápido, inesperado, como el zarpazo de una fiera moribunda.

Alqatil cruzó los brazos en X frente a él, recibiendo el impacto. La fuerza del golpe lo empujó violentamente hacia atrás, estrellándolo contra el risco con un estruendo. El dolor recorrió su cuerpo mientras una bocanada de sangre escapaba de su boca. Tosió, escupiendo sangre al suelo.

— Bien, bien... hasta la rata acorralada ataca —dijo con una sonrisa torcida, limpiándose la sangre de los labios.

Con determinación, Alqatil se levantó, sus ojos centelleando con un fuego indomable. Se acercó al monstruo una vez más, la espada firme en su mano. Sin vacilar, levantó la hoja y, en un movimiento certero, la clavó profundamente en la cabeza de la bestia. El sonido del metal atravesando el cráneo resonó, poniendo fin a la lucha.

El monstruo se convulsionó por última vez antes de quedar completamente inerte.

[Confiándote de nuevo, ¿verdad? Y mira, recibiste heridas por eso.]

La voz burlona del sistema resonó en la mente de Alqatil, casi con un tono de reproche divertido.

Alqatil suspiró, limpiándose la sangre de la boca mientras sacaba su espada del cadáver del monstruo.

— Sigue como siempre, ¿no? —respondió Alqatil, resignado, dejando que otro suspiro escapara de sus labios.

[Felicidades. Ese era el último monstruo en un radio de diez kilómetros alrededor de tu pueblo.]

Alqatil levantó la mirada hacia el horizonte, su respiración volviéndose más tranquila. El cansancio comenzaba a pesar en sus músculos, pero una sensación de logro lo acompañaba.

De entre las sombras del bosque, apareció Lyra, con una sonrisa serena y sus ojos brillando de admiración.

— Buen trabajo, Al —dijo ella, acercándose con paso ligero.

Alqatil la saludó con un leve movimiento de cabeza.

— Llévense el cadáver —ordenó con voz firme pero calmada, señalando el cuerpo del monstruo.

Lyra asintió y se volvió para llamar a los demás. Alqatil, por su parte, comenzó a caminar lentamente de regreso al pueblo. Su figura se mezclaba con el entorno, pasando desapercibido como un simple aldeano, ocultando su verdadera identidad como el líder del lugar.

Alqatil caminaba por el centro del pueblo, sus pasos firmes resonaban suavemente sobre la carretera de piedra que cruzaba el lugar. A su alrededor, la vegetación abundante adornaba los bordes de las calles, mezclándose armoniosamente con la arquitectura rústica del pueblo. Carretas tiradas por caballos pasaban de vez en cuando, llevando mercancías y personas, mientras que el camino peatonal, más estrecho y rústico, bordeaba la carretera principal.

Alqatil observaba a su alrededor con calma. Las casas de madera, bien construidas pero simples, albergaban a familias que reían y se divertían en su interior. A lo largo del camino, se veían negocios locales: forjas donde herreros trabajaban con ahínco puliendo y forjando espadas, panaderos amasando pan recién hecho, y artesanos esculpiendo figuras de madera.

Entre ellos, Alqatil notó a Orion, absorto en la creación de una de sus figuras de madera. Su concentración y habilidad eran evidentes, y por un momento, Alqatil se detuvo para admirar su destreza antes de seguir su camino hacia el corazón del pueblo.

Al acercarse al centro, llegó a un gran edificio de madera. En el primer piso, personas realizaban trámites y otros asuntos administrativos. Alqatil entregó su tarjeta de mensajero al guardia en la entrada, quien la aceptó sin cuestionar, ya acostumbrado a ver a este mensajero en particular.

Alqatil subió las escaleras y abrió una puerta en el piso superior. Dentro, vio a Sidra acostada en una silla, aburrida, mientras bebía algo. Sirius, por otro lado, estaba concentrado en el papeleo, sumido en su trabajo.

Sidra sonrió al verlo y se acercó.

— ¿Qué cazaste hoy? —preguntó con curiosidad.

Alqatil sonrió y comenzó a contarle la batalla reciente. Mientras hablaba, Sirius, quien, con una vena palpitante en la frente, los miraba con evidente molestia por el ruido. Con un gesto brusco, los echó de la sala.

Mirando atravez de la ventana, mostraba una vista panorámica del pueblo.

El pueblo estaba estructurado en forma de "X", con la alcaldía en el centro. A lo largo de cada brazo de la "X" se extendían calles que se ramificaban por varias hectáreas. Aunque a simple vista parecía un lugar pacífico, la realidad era diferente.

Cinco sectores principales definían el pueblo:

El sector ganadero, ubicado lejos del centro, donde se concentraba la cría de animales y la agricultura.

El sector de las forjas y astilleros, donde se fabricaban armas y otros artículos esenciales.

El sector residencial de los policías, miembros de Aurora, que rodeaban el Cot, la prisión del pueblo.

El sector residencial común, donde vivían la mayoría de los aldeanos y recién llegados.

El sector de los líderes, con casas bien definidas: la de Lyra, seguida por las de Orion, Sirius, Nova, Daniel, y al final, la de Alqatil y Sidra, la más segura de todas. Detrás de su casa, una choza discreta albergaba el laboratorio secreto de Nova.

Bajo el pueblo, una red de túneles conocidos como la "zona oscura" servía como centro para negocios clandestinos: contrabando, comercio de pieles exóticas, mercenarios y otros tratos oscuros. Aunque solo los miembros del pueblo tenían acceso oficial, algunos aldeanos y forasteros conocían la existencia de este submundo y realizaban sus tratos allí.

El tráfico de niños era un crimen que se erradicaba de inmediato. Los responsables eran enviados al Cot, y el 70% de los niños rescatados regresaban a sus hogares. El resto, huérfanos o sin lugar al que volver, eran enviados a Sirius y luego a Alqatil, quien se aseguraba de que Nova los acogiera y les diera un nuevo propósito.

En las profundidades del pueblo, un grupo de miembros de Aurora rodeaba a unos esclavistas. Estos últimos, encadenados y con las cabezas gachas, no sabían que la "zona oscura" estaba bajo el control total de Aurora. Los niños que capturaban y vendían eran, en realidad, entregados a Aurora, que los enviaba a Nova a través de Alqatil.

Los miembros de Aurora inspeccionaban a los niños, separándolos en grupos. A cada uno se le hacía una pregunta sencilla:

— ¿Tienes hogar?

Uno de los niños, con ojos grandes y asustados, negó con la cabeza.

— No.

El guardia le sonrió con amabilidad.

— Ven, sígueme.

El niño fue conducido por los túneles hasta la entrada de un sótano bajo un bar. Al salir, fue llevado a la zona cinco. Allí, dos guardias vigilaban la entrada a las casas de los líderes. Cuando vieron llegar a cinco policías con varios niños, les abrieron paso rápidamente. Los niños fueron llevados a la casa de Nova. Este les dio la bienvenida con una mirada seria, pero sus palabras eran calmadas.

— Entren.

Mientras tanto, en otra parte del pueblo, un criminal corría desesperadamente con una bolsa llena de monedas de plata. Los policías lo perseguían de cerca, pero el destino del ladrón cambió cuando chocó con un miembro de Aurora que apareció de la nada. Los miembros de Aurora estaban divididos en rangos, y este en particular pertenecía al LFD (Legión de Fuerzas de Defensa), un grupo encargado de los crímenes más graves.

El ladrón, desafortunado, se topó con un miembro de rango 4. Sin esfuerzo, el miembro de Aurora lo capturó y se lo entregó a los policías.

Después, el LFD se dirigió a un restaurante, dispuesto a relajarse. Mientras esperaba en la cola, un murmullo se extendió entre los presentes. Lyra, acompañada de cazadores, llevaba el cadáver del monstruo gigante que Alqatil había cazado. Las carretas avanzaban lentamente, y el pueblo observaba con asombro. Los cazadores, miembros de Aurora de rango 3 y 2, ayudaban a trasladar el enorme cuerpo.

Los monstruos cazados por Alqatil no solo eran un peligro erradicado, sino también una fuente de celebración. Se organizaban banquetes en el pueblo, donde todos compartían el fruto de la caza.

Finalmente, la escena regresó a Alqatil. Estaba acostado en su casa, con Sidra a su lado, escuchándolo atentamente. La tranquilidad del hogar contrastaba con la agitación del día, y Alqatil, por un momento, se permitió un respiro en la compañía de Sidra.