Chapter 42 - Arco 4.6

Dos meses después, se podía ver la nieve apilandose. El suelo marrón y verde, había desaparecido ante el blanco intenso que cubría el bosque y hasta había congelado los lagos. El viento golpeaba con fiereza, acompañado de copos que sobrevolaban y de vez en cuando se pegaban en la ropa y las pestañas de los aldeanos.

Era prácticamente imposible salir de las tiendas. Dar unos simples pasos se había convertido en toda una travesía, principalmente para los niños que quedaban sepultados en zonas profundas. 

Willak y Yaax declararon estado de emergencia. Los hombres estaban encargados de limpiar la nieve que se acumulaba por los alrededores de las tiendas y asegurarse de que nadie saliera herido.

Las mujeres y hermanos debían cuidar de los ancianos y niños que eran más propensos a enfermarse o morir por congelación. Cada quien tenía su labor y no debía descuidarse.

Sin embargo, esto no pudo evitar que ocurriera lo peor. Las bajas temperaturas comenzaron a llevarse la vida de los más débiles. Enfermos, ancianos y niños recién nacidos, no pudieron resistir el intenso frío que los envolvía. Sus cuerpos perdieron todo rastro de calor humano y cayeron dormidos. Sus almas no tardaron en ser arrebatadas e ingresar a las puertas del inframundo.

Sus muertes destrozaron a ambas tribus. Llantos desgarradores se podían escuchar por todo lados; aunque la desgracia vino con la aparición de las gripes. 

Pese a la consideración de los curanderos, comenzaron a aparecer enfermedades que se propagaban con rapidez y crueldad. Toses se podían escuchar de un lado al otro, junto al silbido del viento y las ventiscas que sacudían bruscamente las tiendas hechas de tela. 

Rimu y el curandero no daban abasto. Trataban de atender a todos los aldeanos con síntomas posibles. Dolor de garganta, tos, fiebre, decaimiento y dolor de cuerpo. Cualquiera que sintiera alguno de estos malestares debía acudir inmediatamente a ellos y tomar distancia del resto de aldeanos. Esto a fin de impedir más contagios.

Astu hacía todo lo posible por asistirlos. Con una tela cubriendo su boca y nariz, les entregaba medicina a los más enfermos. 

"Bebe esto. Te sentirás mejor en poco tiempo"

Astu le entregó un cuenco, con brebaje verdoso, a un hombre pálido y con circulos negros debajo de los ojos. No paraba de retorcerse del dolor y clamar por sufrir de tanto calor. La fiebre lo estaba atormentando y volviéndolo loco.

El hombre ingirió el líquido de apariencia dudosa y de sabor aún más desagradable. Tosió un par de veces, dejando escapar gotas de saliva, flema y sangre. Su condición era severa y Astu no estaba seguro de que pudiera sobrevivir.

Aún así, no podía mostrar sus verdaderos pensamientos. Se mantenía firme, sereno y confiado para no alertar ni aterrar a los enfermos. 

"Astu, el líder leopardo te está buscando"

Astu dejó el cuenco a un lado y volteó a ver a Rimu. El joven lucía agotado y tratando de exprimir sus últimas fuerzas para atender a más pacientes. 

Una punzada de dolor atormentaba a Astu cada vez que lo veía de esa manera. En más de una oportunidad le había aconsejado descansar y tratar de reponerse, pero Rimu se había negado. El curandero dependía de sus habilidades y los aldeanos también. No podía abandonarlos. 

"Entendido. Ahora voy"

Le respondió y se puso de pie. Palmeó suavemente el hombro de Rimu y trató de transmitirle un poco de consuelo. 

Enseguida salió de la tienda y se encontró con su hombre, quien estaba cubierto de pieles de animales y había recogido su cabello dorado para evitar que el viento lo soplara con fuerza.

Yaax miró a Astu con seriedad. Tocó su mejilla, sintiendo su piel fría y áspera. Sintió lástima al contemplar la condición de su bebe.

"Es hora de comer. Vamos"

Astu asintió. Dejó que su hombre lo tomara de la mano y lo llevara hasta su tienda, donde varios cuencos con verduras y sopas los estaban esperando. 

Yaax estaba preocupado por el estado de Astu. No solo permanecía cerca de los pacientes, con riesgo de contraer alguna enfermedad, sino que a veces se olvidaba de comer y dormir. Con su pequeño y débil cuerpo de hermano, temía que pudiera colapsar.

El corazón de Yaax palpitaba de dolor. Se juró nunca permitir que su pareja volviera a sufrir de esta manera. Para el siguiente año, debía idear una forma de mejorar la supervivencia de ambas tribus y garantizar que no aparecieran enfermos.

Astu tomó asiento y se llevó el cuenco con sopa a la boca. Si bien el sabor no era agradable, ante la falta de especias y condimentos, la comida era suficiente para calmar el hambre que contraía su estómago.

Astu tragó un sorbo de sopa caliente, permitiendo que su cuerpo aumentara de temperatura. Podía sentir como el líquido bajaba por su garganta y llegaba hasta el centro de su estómago, entibiando sus entrañas y haciendo a su sangre hervir.

Dejó escapar un suspiro de placer.

Yaax se quitó el abrigo y lo colocó sobre los hombros de Astu. Se aseguró de que estuviera bien cubierto, antes de tomar asiento y almorzar. 

"¿Los sacerdotes han dicho algo? ¿Tienen alguna novedad sobre hasta cuándo seguirá nevando?"

Yaax negó.

"Siguen tratando de comunicarse con el Dios Bestia, pero no han obtenido respuestas. Se espera que el temporal se extienda por un mes más"

Astu frunció el ceño. La preocupación era visible en sus ojos, ya que no estaba seguro de que los aldeanos pudieran resistir mucho tiempo más. 

Yaax pareció percibir el cambio de humor de su bebé y trató de reconfortarlo.

"Convocaré a una reunión para discutir medidas de contingencia. Haremos todo lo posible por evitar que más aldeanos mueran. Te lo prometo"

Astu le dedicó una cálida sonrisa. Sabía que su posición era difícil y estaba bajo mucha presión. Más que ser consolado por él, debía estar brindándole consuelo.

Astu se puso de pie y caminó hasta Yaax. Ubicó su cuerpo sobre el suyo, sentándose sobre su regazo y adoptando una postura íntima y amorosa. 

"Gracias"

Dijo en voz baja, plantando un beso en su afilada mandíbula. Yaax rio de felicidad, lo besó en la frente y lo envolvió entre sus brazos. Era un simple gesto que llenó a Astu de seguridad y fuerza. Con su amante a su lado, estaba convencido de que todo estaría bien.

"¡Líder!"

El dulce momento duró muy poco. Un hombre irrumpió en la tienda con el rostro lleno de preocupación, una mirada temerosa y una voz plagada de inseguridad. Toda su persona expresaba "malas noticias".

Yaax frunció el ceño y soltó suavemente a Astu. Le indicó que siguiera comiendo, antes de acompañar al hombre hasta la tienda de los sacerdotes. Tenían algo urgente que reportar.

Astu se preguntaba qué podría estar sucediendo. La trama que conocía no indagaba en estos detalles, lo que lo ponía ansioso y temeroso. No sabía con qué podrían encontrarse en un futuro cercano.

"Sistema"

"Dime humano"

"¿Tienes forma de saber lo que sucederá en un futuro?"

Lumie se manifestó frente a Astu. Su pelaje rosado y esponjoso rebotó sobre las telas de animales esparcidas en el suelo, las cuales funcionaban como una especie de alfombra. 

"Si fuese un sistema normal podría saberlo, pero en nuestro estado de renegados no. Podría interceptar los datos del sistema de tu hombre, pero eso nos pondría en evidencia. No creo que sea una buena opción"

Astu estaba de acuerdo. La situación de su hombre era bien peculiar y no quería despertar a su sistema. No temía por que pudieran ser descubiertos, sino lo que podría pasarle a él en ese caso. Por su seguridad, prefería mantener las cosas como estaban.

"¿Y qué hay de contactar con el Dios Bestia? ¿Es posible?"

Lumie analizó por un momento.

"Es posible. Requiere un poco de energía y sólo durará unos minutos, pero puede funcionar. ¿Quieres intentarlo?"

"Hagámoslo"

"¡Astu! ¡Astu!"

Rimu entró corriendo a la tienda. Se abalanzó sobre Astu con una expresión de desesperación y angustia. Respiraba pesadamente y no le importaba el hielo en el que se habían convertido ahora sus manos. 

Su rostro estaba enrojecido a causa del frío y copos de nieve se habían pegado a sus pestañas, pero nada de eso parecía importarle en estos momentos.

Sujetó a Astu de los hombros y pronunció una serie de palabras que lo arrojaron a un abismo de oscuridad y desesperanza.

"El curandero…él…está enfermo. Está grave. Él…él…"

Rimu no pudo terminar con su oración antes de romper en llanto. Astu lo abrazó y palmeó suavemente su espalda, tratando de transmitirle tranquilidad y consuelo. 

Sus manos se movían con dulzura y a un ritmo pausado, sin reflejar el verdadero estado mental y emocional de su dueño. Astu no estaba tan tranquilo como aparentaba. Por dentro estaba tratando de pensar en su siguiente movimiento. 

Que el curandero cayera enfermo era una terrible señal. Las tribus no tardarían en entrar en pánico, con enfermos sufriendo de una mayor ansiedad y empeorando su estado de salud. 

Si el miedo a la muerte se apodera del corazón de los aldeanos, perderán la fuerza para luchar y no tardarán en sucumbir al frío, hambre y enfermedad.

Siendo ese el caso, debería dar un paso al frente.

"Rimu". Astu lo miró atentamente. "La tribu leopardo y pantera dependen de ti ahora. El curandero también. Se que da miedo y no confías lo suficiente en tus habilidades, pero debes tomar el mando"

"No…yo no…"

"Yo te ayudaré". Le afirmó Astu. "Son pocos mis conocimientos pero haré todo lo posible por ayudarte. No estás solo asique tienes que ser fuerte"

Rimu cerró los ojos, se obligó a calmarse y respiró profundo. Permitió que un frío aliento se adentrara por sus pulmones y le concediera alivio a su cabeza saturada y adolorida. 

Astu estaba en lo cierto. Rimu sabía perfectamente que los aldeanos dependían de él en estos momentos. Con la asistencia de los curanderos leopardos podrían salir adelante. Debía tener fe.

"Esta bien". Dijo con mayor determinación. "Volvamos a la tienda a revisar a los enfermos"

Ambos volvieron al trabajo. Rimu estaba a cargo de liderar el equipo de los curanderos, mientras que Astu brindaba apoyo moral y logístico. 

Lentamente comenzaron a recuperar la calma y a contagiar su ánimo a los aldeanos. Que el curandero principal no estuviera, no significaba que quedarían desamparados.

Con ese claro mensaje, la mirada de nerviosismo de los aldeanos se fue desvaneciendo. Todo el mundo estaba luchando y no era momento de rendirse.

Al mismo tiempo, Yaax estaba recibiendo malas noticias. Willak había salido a patrullar con los hombres por seguridad, sin esperar encontrarse con rastros de otras tribus por los alrededores. Estimaba que las intensas ventiscas y avalanchas podrían haber obligado a alguna aldea a abandonar su hogar e ir en busca de un nuevo refugio.

Esto podría ser una buena o mala señal dependiendo la tribu en cuestión. Si eran amistosos, podrían formar una alianza temporal y permitir que se quedaran en sus límites. Aunque eso infligiría mayor peso en sus reservas de comida y medicina.

Pero si se trataba de una tribu enemiga, estarían bajo una potente presión. No estaban en condición de ser víctimas de un ataque. 

"¿No pudiste reconocer de qué tribu se trataba? ¿No hay huellas o rastros de olor?"

Willak negó.

"La nieve cubrió sus pisadas y el viento se llevó cualquier olor que hayan podido desprender. No sabemos qué tribu pueda ser, pero ya me encargue de reforzar la vigilancia. Se quien sea, estaremos preparados"

Yaax estaba conforme con los arreglos de Willak. Dejó asentada un par de consideraciones más y se marchó. Había dejado a su bebé almorzando solo.

Sin embargo, cuando Yaax regresó a la tienda, la encontró vacía. Astu no estaba por ningún lado y la comida yacía a medio comer.

Yaax encaró una ceja y salió a preguntar qué estaba sucediendo. Detuvo a un hombre al azar y le manifestó sus dudas sobre el paradero de Astu.

"Lo más probable es que se encuentre en la carpa de los heridos. El curandero contrajo una enfermedad y no puede brindar atención. Todos están muy preocupados por eso"

Yaax se sintió perdido. Pese a los preparativos que habían llevado adelante, estaban atravesando problema tras problema. 

Por más que quería cuidar de su bebé, estaba obligado a ver cómo se presionaba hasta el cansancio. Eso lo ponía de mal humor y hacía que le doliese el corazón.

Finalmente la profecía de los sacerdotes se estaba volviendo realidad. Habían anunciado un crudo invierno, y sin duda, lo estaba siendo. 

Yaax elevó su cabeza al cielo y enfocó su mirada en ese horizonte grisáceo. No pudo evitar pensar que sería un buen momento para ser salvados por el Dios Bestia.