Chapter 45 - Arco 4.9

Gritos, rugidos, objetos cayendo al suelo y destrozándose en miles de pedazos. Voces familiares y desconocidas resonaban por los alrededores, generando temor en Rimu y los enfermos que lo acompañaban.

Estaban mudos; petrificados; atentos a lo que pudiera estar sucediendo en el mundo exterior. No sabían que pensar, que decir, que hacer. 

De repente, una mujer ingresó corriendo a la tienda con el brazo arañado y abundante sangre descendiendo por sus manos. Su rostro retrataba el temor y el gran dolor que estaba sintiendo.

Con sus últimas fuerzas, se arrojó a los pies de un herido y se sujetó su propio brazo con fuerza. Trataba de detener el sangrado que se desbordaba desde ese corte profundo y descendía por su piel hasta teñir el suelo.

"Ataque…¡Estamos bajo ataque!"

Gritó con pavor.

El silencio que reinaba sobre la tienda desapareció en un instante. Murmullos comenzaron a resonar, aumentando la intensidad y el desespero. 

Los hombres presentes entraron en pánico. Intentaron levantarse de las camas y salir a pelear con la tribu invasora, pero sus cuerpos no respondían como ellos esperaban. Se sentían mareados, agotados y con dificultad para respirar. Claramente su condición no era la adecuada para salir.

Rimu se acercó hacia ellos y trató de impedir que se fueran.

"¿Qué están haciendo? Están enfermos. No pueden salir así. Solo harán que los maten"

Rimu tomó a un hombre del brazo y jaló de él hacia atrás. Lo obligó a recostarse nuevamente, despertando la bronca del sujeto quien lo miró con fiereza.

"¿Qué estás haciendo? ¿Esperas que nos escondamos aquí y veamos como la tribu es aniquilada? ¡Somos hombres! Nuestro trabajo es proteger a los aldeanos así que apártate"

El hombre se zafó de su agarre con violencia. Lo apartó con brusquedad y siguió intentando levantarse y transformarse en una bestia. 

Rimu quedó anonadado. No esperaba ser tratado de esa manera por los pacientes que tanto había cuidado y a quienes les había brindado toda su preocupación y cariño.

"Retrocede hermano. No hay forma de que nos hagas cambiar de opinión"

"Así es. No eres más que un simple ayudante de curandero. No puedes mandarnos"

"Si. Si"

Los hombres fueron levantándose de uno en uno. Con sus cuerpos cansados, pesados y doloridos, caminaron hacia la puerta. Arrastraban sus pies y tosían de vez en cuando, pero sus expresiones eran firmes. Morirían si fuese necesario; todo para proteger a la tribu.

Rimu entró en desesperación. Sabía que si esos hombres se marchaban, no regresarían con vida. Salir era un suicidio y todo mundo lo sabía, pero aún así, no estaban dispuestos a detenerlos. Se debía a ese maldito orgullo de hombres y guerreros con el que no querían meterse.

¿Entonces por qué? ¿Por qué había invertido tanto tiempo en salvarles la vida? ¿Por qué había desperdiciado comida y medicamentos en ellos? ¿Por qué había ignorado las horas de dormir para permanecer a su lado y cuidarlos? 

Rimu formó las manos en puños. Había hecho tanto por ellos ¿y así se lo iban a pagar? Pues no. No iba a permitirlo.

"¡Alto!" 

Gritó con furia. 

Enseguida corrió hacia la entrada de la tienda y les bloqueó el paso. Con ojos plagados de fiereza, observó detenidamente a cada uno de los hombres que se arrastraba por salir.

Los hombres se sorprendieron ante su repentino comportamiento. No pudieron evitar cambiar la forma en la que lo veían. Jamás se habían encontrado con un hermano que tuviese semejante expresión. 

"Soy el curandero a cargo y ustedes los pacientes. Lo que yo digo, es ley. Será mejor que regresen a sus camas ahora mismo y me hagan caso, o de lo contrario, les daré hierbas paralizantes o sedantes"

"Esto no es gracioso hermano. No tenemos tiempo para esto. Debemos…"

"¿Crees que estoy bromeando? No invertí tantos recursos y tiempo en salvarlos para que ahora vayan a ser comida de alguna bestia. Si tanto quieren morir, simplemente les daré un veneno rápido y letal que los acabará en segundos. ¿Eso quieren?"

Rimu estiró ambas manos. Dejó en claro su posición y dijo con voz potente.

"Nadie tiene permitido salir. Quienquiera que me desobedezca no tendrá que preocuparse por morir en pleno combate, porque yo me encargaré de asesinarlo antes de que de tres simples pasos. Tengo hierbas letales que los harán sufrir de una muerte extremadamente dolorosa. No me subestimen"

Los presentes quedaron en shock. Incluso los curanderos de la tribu leopardo no sabían qué decir. Rimu había emitido una amenaza concisa, pero con saña y fiereza. Su mirada no era la de una persona que estuviese bromeando o fuera a dudar al momento de atacar. 

Rimu hablaba en serio, a la vez que estaba firme y enojado. Nadie dudaba de que, en caso de que intentaran abandonar la tienda, no cumpliría con lo estipulado. Esta revelación les puso la piel de gallina.

"Bien". Rimu aplaudió, despertando a los presentes de entre sus pensamientos. "Como nadie se atreve a marcharse, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Los aldeanos con fiebre, fatiga y dolor muscular se ubicarán en un rincón de la tienda. Haremos espacio para los heridos de la guerra. Los demás pacientes que no tengan temperatura, y se sientan un poco mejor, me ayudarán a trasladar a los heridos y atenderlos. ¿Quedó claro?"

Nadie contestó. Todos estaban enmudecidos y observando atentamente a Rimu.

"¡¿Quedó claro?!"

Gritó Rimu nuevamente, despertando a los enfermos y curanderos. Le contestaron que sí, y enseguida llevaron adelante sus indicaciones. Acomodaron la tienda y atendieron a la mujer que estaba sangrando.

Rimu suspiró al ver esta escena. Afortunadamente se había mantenido firme y había conseguido controlar la situación. No deseaba ver a sus pacientes muertos.

En ese momento, un grupo de personas ingresó a la tienda. Se trataban de mujeres y hermanos que estaban cargando a una persona. Persona sumamente reconocida y que dejó a más de uno en petrificado.

"¡Patriarca!"

"¿Qué sucedió? ¿Por qué el patriarca está herido?"

Inmediatamente Rimu ordenó a los sacerdotes.

"Preparen una cama y pónganlo ahí. Díganme que sucedió"

Organizaron un lugar para ubicar al patriarca leopardo. Lo recostaron con cuidado y le dieron espacio a Rimu para que lo revisara. 

Rimu palpó sus ropas teñidas de sangre y las retiró con cuidado. Estaba sumamente nervioso por lo que podría encontrarse a continuación. Por la gran cantidad de sangre, y la zona manchada, podía determinar que se trataba de una herida punzante y profunda en la zona del pecho. No era una buena señal.

Sin embargo, cuando Rimu removió las telas que le estorbaban, no se encontró con nada de lo que suponía. Su piel estaba inmaculada. No había señales de herida y ni siquiera un raspón se veía en su pecho.

Rimu quedó desconcertado.

"¿Pero qué…? ¿Qué está sucediendo?"

"No está herido"

"¿Pero de quién es la sangre entonces?"

Comentaron los curanderos.

Una de las mujeres que lo había traído, tomó la palabra. Explicó la situación del patriarca con ojos brillando de emoción y regocijo.

"Fue salvado por el Dios Bestia. El patriarca fue herido por una fecha en el pecho, pero en ese momento una luz descendió desde cielo y lo sanó. Es un milagro"

"No fue una luz que descendió, fue Astu. Astu se convirtió en el elegido del Dios Bestia y lo salvó con sus poderes"

"Es cierto. Es cierto"

Las mujeres conversaban, despertando la curiosidad y el fanatismo de los presentes. Lentamente comenzaron a clamar en agradecimiento al Dios Bestia y a Astu. Cantaban alabanzas y se postraban en adoración. Algunos hasta miraban al cielo con lágrimas en los ojos.

La emoción se había apoderado de la carpa completa. Todos parecían haber olvidado que estaban en medio de un ataque, el cual podría ser devastador para la aldea. Pero ya no tenían miedo, sabiendo que el Dios Bestia les había enviado a su elegido.

"Astu…"

Rimu percibió una voz ronca desde su izquierda. Desvió su mirada de regreso al patriarca leopardo, percatándose de que ya había abierto los ojos. Con labios agrietados, pronunciaba repetidamente el nombre de Astu.

"Astu. ¿Dónde está Astu?"

En estos momentos, Astu estaba peleando salvajemente contra Beno. Su cuerpo estaba ensangrentado y sucio. Su respiración era agitada y el cansancio era visible en su mirada. Aún así, Astu perseveraba e iba de frente.

Tomando un cuchillo que se le había caído a un aldeano, Astu se abalanzó sobre Beno. Aterrizó sobre su espalda y rápidamente incrustó el filo de la navaja en la zona de sus costillas.

Pudo sentir como el objeto se incrustaba en su carne, atravesando la dura capa de piel y pelo de animal. Beno emitió un fuerte gruñido y se sacudió con violencia. Intentó apartar a Astu de su cuerpo sin suerte.

Astu sacó el cuchillo y se lo volvió a clavar. Esto enfureció considerablemente a Beno, quien quiso estampar a Astu contra unos árboles. 

El joven vio venir su movimiento, así que retiró el arma y se apartó. Por desgracia, su brazo fue arañado por el lobo.

Sangre comenzó a descender por su antebrazo, tiñendo sus dedos y cayendo como gotas carmesí al suelo. La nieve dejó de ser enteramente blanca, para abrazar un nuevo color.

Astu presionó la herida y activó sus poderes de curación. Una luz verde envolvió el corte en su brazo, provocándole un ligero cosquilleo. Astu sintió como la herida se cicatrizaba y la sangre dejaba de caer.

"Humano, si sigues usando tus poderes indiscriminadamente te agotarás"

Astu no se molestó en responderle a Lumie y se enfrascó otra vez en el combate. 

Beno estaba furioso. Astu no dejaba de propiciarle cortes y golpes en su cuerpo el cual, por más de ser el de un hombre, estaba demostrando no ser invencible.

Nunca imaginó que un hermano podría acorralarlo de esa manera. Ciertamente lo había subestimado, ¿o quizás se debía a los extraños poderes que tenía? ¿El Dios Bestia lo había hecho, de alguna manera, invencible?

Si ese era el caso, entonces tenía más razones para hacerlo su mujer. 

"¡Beno!"

Un lobo de pelaje anaranjado se interpuso. Al notar el desastroso estado en el que se encontraba Beno, decidió interferir para evitar que sus heridas empeoraran. 

Saltó en dirección a Astu y apuntó sus garras hacia su rostro. El joven lo esquivó con facilidad y acomodó el cuchillo entre sus dedos. Sujetó el mango con firmeza, asegurándose de que la sangre no le estorbara e hiciera que se le cayera el arma por accidente. 

Apuntó al intruso con el cuchillo y respondió a su ataque. Comenzó a lanzar cortes en sentido horizontal y vertical, de izquierda a derecha. El lobo seguía sus movimientos con la mirada, adoptando una postura defensiva y tomando distancia. Se negaba a acercarse y concederle a Astu la ventaja.

Gotas de sudor habían comenzado a caer por la frente de Astu. Su espalda estaba húmeda y los latidos de su corazón eran cada vez más frenéticos. Sus piernas se estaban tornando pesadas y sentía como si sus movimientos estuvieran disminuyendo de velocidad. Estaba llegando a su límite.

El lobo anaranjado pareció percatarse de este hecho. Sonrió de manera triunfal e incrementó su velocidad de ataque. Logró arrinconar a Astu contra una tienda destartalada y venida a menos. Le rugió con fiereza y utilizó su pata para mover la nieve del suelo. Se la arrojó a Astu a los ojos, obstaculizando momentáneamente su visión e impidiendo su siguiente movimiento.

Astu no vio venir su ataque. Sus ojos se cubrieron de nieve, convirtiéndolo en una persona vulnerable. Acto seguido, el lobo apuntó sus garras contra su abdomen. Estaba convencido de que le propinaría un golpe fatal. 

Sin embargo, se centró demasiado en el enemigo que tenía delante que ignoró la posibilidad de que lo atacaran por detrás. Y así ocurrió.

Un leopardo se trepó a su espalda y lo mordió con fiereza. Incrustó sus colmillos en su cuello, impidiendo que su garra tocara un solo mechón del cabello de Astu.

El lobo chilló de dolor. El leopardo ejerció mayor presión, dando como resultado que el lobo dejara de respirar y cayera pesadamente al suelo. Sus ojos perdieron su brillo y su corazón se detuvo. Murió en cuestión de segundos.

Justo cuando Astu terminó de limpiarse los ojos, se topó con semejante escena. Su corazón latió con fuerza al observar al hermoso y poderoso leopardo que yacía delante de él. 

Astu sonrió.

"Te tardaste amor"

"Lo siento. Mi error"

Yaax se acercó hasta su bebé y lo lamió con cuidado. Estaba sumamente arrepentido de no haber tenido cuidado y esquivado esa fecha. Por su descuido, había puesto a su pareja en peligro. Era simplemente inaceptable.

Astu acarició la cabeza de su hombre. El pelaje se sentía suave y caliente. Era una sensación diferente, pero agradable al mismo tiempo.

"¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Aléjate de mi mujer!"

Beno se enojó al observar el comportamiento íntimo de ambos. Sentía su sangre hervir, al notar como la mujer que había identificado estaba coqueteando con otro hombre como si nada. 

Cuando Yaax escuchó sus palabras, quiso reír. No pensó que hubiera nadie tan valiente como para considerar a Astu de su propiedad. Su bebé era suyo. Solo suyo.

Yaax volteó y se encontró cara a cara con Beno. Le enseñó los colmillos con fiereza y se preparó para el combate.

"¿Tuyo? ¡Ja! Astu es mi mujer"

"Yo lo reclamé primero"

"Ya dije que es mío, pero como se ve que tu cabeza no puede entender palabras tan simples ¿por qué no te la arranco directamente? No parece que la estés usando"

Astu decidió apartarse para no estorbar a su hombre. Dejó que Yaax se encargara de darle a ese lobo una buena lección. 

"No dañes su pelaje demasiado. Juré hacer una alfombra con su piel"

Le recordó.

Yaax asintió y analizó sus posibles rangos de movimiento. Debía determinar la mejor secuencia de acción para garantizar que la piel del enemigo no se viera afectada. Los deseos de su pareja eran sus órdenes. Le daría lo que pidiera y más.