Un barco plagado de agujeros. Así describía Astu a la situación actual de la tribu pantera y leopardo.
Los días pasaban y eran pocas las personas que le ganaban a su enfermedad. La fiebre se había convertido en el principal enemigo de los curanderos. Los pacientes sufrían de tres o cuatro días de altas temperaturas, debiendo tomar medicinas para reducir el calor y evitar el peligro.
Como consecuencia, las hierbas medicinales se estaban agotando. Las reservas ya estaban en código rojo y todavía restaba un mes de época invernal. Hacía imposible pensar que saldrían airosos.
La situación era compleja y caótica, hasta el punto en el que Astu no podía ver a Yaax. Las comidas diarias, y los encuentros íntimos, desaparecieron entre la pila de preocupaciones y tareas por realizar. Astu debía controlar a los enfermos, mientras que Yaax intentaba averiguar la identidad de la tribu que los acechaba desde las sombras.
Pero no piensen que son los únicos que están lidiando con problemas. En una tienda no tan lejana, de tamaño mediano, dos hombres grandes y barbudos estaban batallando con las ganas de cubrirse los oídos. Sus cabezas zumbaban ante las palabras que escuchaban incesantemente.
Ambos se miraron y pudieron leer el fastidio que estaba grabado en sus ojos. ¿Cuánto tiempo más deberemos lidiar con esto?, se preguntaban internamente.
"Tienen que escucharme. Yo sé lo que les digo"
El hombre de cabello blanco acomodó las pieles que cubrían su cuerpo y tosió ligeramente para calentar su garganta. Atrajo la atención de Eluney, quien no dejaba de despotricar con los brazos colocados a ambos lados de su cadera y el ceño fruncido.
"Señorita, ya le hemos explicado cómo son las cosas. Usted no es ninguna elegida del Dios Bestia y eso no cambiará por más que nos lo repita una y otra vez"
"¡No puede ser! He recibido sueños, señales…¿Qué más pruebas necesitan para confirmar que soy la elegida?"
El hombre suspiró.
Enseguida tomó la palabra el otro sujeto de melena cobriza. Sus ojos no eran tan serios y alienados como el anterior, pero tampoco podía ocultar el cansancio y el hartazgo por la mujer que tenía delante. Aun así intentó calmar sus emociones y decir en el tono más sereno posible.
"Hemos confirmado repetidamente con el Dios Bestia. Él no seleccionó a ningún elegido. Puede que sus señales se trate de un simple error. Podemos volver a preguntar si no está convencida para que…"
El sacerdote canoso lo interrumpió. Con ojos profundos y oscuros observó a Eluney y le dijo.
"Es suficiente. Es hora de que aceptes como son las cosas y te centres en ayudar a la tribu. Se acabaron las discusiones sin sentido". El hombre señaló la salida de la tienda. "Ahora le agradecería que se marchara. Es momento de orar al Dios Bestia y no tenemos tiempo que perder"
El corazón de Eluney dio un vuelco ante la negativa honesta y reiterativa del sacerdote. No podía creer que su plan había fracasado a causa de un Dios inexistente, porque si, Eluney no creía en la presencia de este supuesto Dios Bestia. Viniendo de un plano mucho más avanzado, se consideraba agnóstica y no podía confiar en una deidad como tal.
Con su artimaña desestimada, Eluney no tenía formas de expulsar a Astu de la tribu.
Pisó el suelo con enojo y dio media vuelta. Salió de la tienda, despotricando en contra de los sacerdotes. Y por más que bajo el timbre de su voz, sus palabras fueron percibidas por los oídos de los hombres, quienes enarcaron una ceja con desagrado.
El sacerdote canoso dirigió su mirada a su colega y le preguntó.
"¿En verdad estabas por sugerir volver a preguntarle al Dios Bestia sobre si es una elegida o no? ¿Cuánto más pensabas molestar a nuestro Señor por simples engaños?"
El hombre frunció el ceño.
"Pero viste las señales. Me hacen dudar sobre si no entendimos bien su mensaje o es una prueba del Dios Bestia"
"Olvídalo Kio. Esa mujer miente, y no importa por donde lo mires, eso no cambiará"
"Pero Ley…"
El hombre de melena plateada, también conocido como Kio, sujetó a Ley de los hombros. Lo obligó a centrar su atención en él y le explicó el motivo tras sus pensamientos.
Él estaba convencido de que Eluney mentía. Por más señales o pruebas que presenciara, su percepción no iba a cambiar. Esto gracias al sentimiento que ella le generaba y los destellos ocasionales que podía percibir en su mirada, los cuales no coincidían con los de un elegido del Dios Bestia.
"Escúchame con atención y grábate mis palabras. Un elegido es enviado para colaborar con la tribu. Su tarea es ayudar a la comuna a salir de un apuro o evitar la calamidad, ¿pero qué beneficio ha traído ella? En lugar de contribuir con los enfermos o consolar a los que perdieron a un ser querido, está intentando por todos los medios expulsar a un aldeano. Aldeano que no ha dejado de asistir al curandero y hace todo lo posible por impedir que una persona más muera. A mis ojos, Astu pareciera ser más un elegido que ella"
Ley reflexionó por unos momentos y asintió. Los dichos de Kio tenían sentido. El Dios Bestia jamás enviaría a una persona de mente tan estrecha y que hablara de expulsar a un aldeano. Eso no había ocurrido nunca antes.
Ambos sacerdotes llegaron a un mutuo entendimiento y decidieron ignorar la situación de Eluney. No le dieron más vueltas al asunto y se dispusieron a orar al Dios Bestia, tratando de obtener un milagro. Imploraban por que les enviara ayuda o detuviera la fuerte ventisca que los atormentaba.
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Eluney estaba furiosa. Nada estaba funcionando como lo tenía planeado y eso la ponía ansiosa, de malhumor y frustrada.
A su negro estado anímico, se le sumaba el terrible clima, la falta de alimento, el escaso entretenimiento en este mundo y los cientos de enfermos que merodeaban por la tribu.
Cada vez que salía de su tienda, escuchaba toses y quejidos provenientes del área de cuarentena. Estaba harta.
Eluney deseaba con todo su corazón cerrar los ojos y volver a encontrarse en su mundo original. No le importaba ser engañada por su rastrera pareja y esa zorra; lo único que quería era comer una pizza, escuchar música, mirar su serie favorita y darse un baño caliente.
Desde hacía mucho tiempo que no tenía estas ideas. El encuentro con Willak había calmado su corazón. Él se convirtió en su motor; en el propósito de aceptar este mundo primitivo, salvaje y aburrido. Sin embargo, Willak no estaba a su lado ahora como en la trama original.
Willak se la pasaba patrullando los alrededores y apenas le dirigía la palabra. No eran una pareja ni mucho menos amigos cercanos. Tenían una mínima relación que ya se estaba desgastando y eso era algo que Eluney no podía aceptar.
Cough Cough
Los oídos de Eluney volvieron a captar la toses congestionadas de los pacientes. Un fuerte odio y disgusto pareció apoderarse del interior de la joven, quien decidió dar media vuelta y alejarse de la tribu.
A pesar de la nieve, que no paraba de caer, y las bajas temperaturas que enrojecían su nariz y mejillas, optó por dar un paseo. Quizás eso podría calmar su estado anímico y permitirle organizar un nuevo plan para desterrar a Astu.
No pensaba rendirse en cuanto a su objetivo. Debía deshacerse de Astu y obtener el corazón de Willak. Sentía que solo esos dos logros podrían hacerla enteramente feliz.
Eluney comenzó a caminar por entre los árboles. Se alejó más y más, ignorando el peligro que esto suponía. Willak había solicitado encarecidamente no alejarse de los límites de la aldea a causa de los pozos en los que era fácil tropezar y caer. Eso sumado a la presencia de animales hambrientos que podrían estar merodeando por los alrededores.
Eluney observó el cielo grisáceo, del cual descendían copos de nieve. Llovían volutas blanquecinas que daban la impresión de que las nubes se estaban deshaciendo y, cual algodón de azúcar, se iban derritiendo en la tierra.
Estiró su mano y recogió un copo de nieve al azar. Observó cómo se derretía en su palma congelada y entumecida.
Eluney sonrió. No podía negar que los paisajes eran bellos a pesar de la terrible situación en la que se encontraban.
Respiró hondo un par de veces y retomó a su estado de calma. Se dio ánimos mentalmente y se dispuso a regresar a la aldea, pero no alcanzó a dar un paso que escuchó un extraño sonido proveniente de su espalda.
En el desolado bosque, una especie de pisada resonó con intensidad haciendo que Eluney se estremeciera del miedo. Su corazón empezó a latir con fuerza, retumbando en su pecho y siendo percibido hasta en sus oídos.
Su respiración se detuvo y su mente quedó en blanco. ¿Será un oso? ¿Un lobo?, se preguntaba con pavor.
Eluney volteó lentamente. Intentó descubrir la identidad del ser que la acechaba por detrás.
Sus ojos se fijaron en la enorme figura que yacía de pie, mirándola con atención y un atisbo de burla. Eluney vio su reflejo en unos ojos anchos, dorados y profundos.
La bestia acercó su hocico hasta su rostro y respiró con fuerza. Eluney fue cubierta por su aliento desagradable, que revolvió su estómago e hizo que su miedo se incrementara.
"Ohhh. Mira lo que tenemos aquí. Hueles a pantera, mujer"
El lobo habló con saña.
Analizando detenidamente el cuerpo de la mujer delante suyo, sacó su lengua y relamió sus caninos que picaban y añoraban por clavarse en un pedazo de carne. Que suerte para él que se encontrara con un miembro de la tribu pantera.
"No…no…por favor…"
Las piernas de Eluney perdieron su fuerza y acabó cayendo bruscamente al suelo. Su trasero impactó contra la nieve fría, que comenzó a humedecer su ropa y congelar su piel. Pero Eluney no tenía tiempo para preocuparse por eso, con el enemigo estando tan cerca de ella.
El lobo pegó aún más sus rostros.
"Dime mujer…¿dónde está tu tribu? ¿por qué se mudaron? Será mejor que me digas todo lo que sabes o sino…"
A pesar de ser un animal, Eluney estaba seguro que ese lobo se estaba riendo. Su expresión era salvaje y brutal, desentonando en el relajado y hermoso paisaje que los envolvía.
Así, mientras la nieve no dejaba de caer, Eluney se vio obligada a abrir su boca y revelar aquellos detalles que traerían grandes consecuencias para ambas tribus. Lástima que esto no pudiera salvarla de la desgracia que se avecinaba.
El lobo se emocionaba conforme escuchaba las palabras que pronunciaba la mujer entre temblequeos y tartamudeos. Su sangre hervía con solo imaginarse el motín que obtendrían muy pronto.
Rápidamente el lobo la sujetó del cuello. La levantó por la ropa, provocando que Eluney emitiera un ruido desgarrador que aturdió a sus sensibles y gigantes orejas.
"¡Cállate!"
Le gritó con enfado y enseguida dio media vuelta en dirección a su tribu. Debía notificarle al líder sobre la situación de la tribu pantera y leopardo. Podrían utilizar a esta mujer para obtener mayor información o emplearla como amenaza.
En base a lo que Eluney le había mencionado, podía deducir el precario estado de ambas aldeas. Estaban sufriendo de una epidemia, falta de alimentos y medicamentos. Era el momento ideal para llevar a cabo un ataque sorpresa.
Al mismo tiempo, en el interior de una tienda, dos sacerdotes detuvieron sus plegarias al Dios Bestia de repente. Una violenta brisa movió las telas de su tienda y los golpeó de frente. El frío envolvió su alrededor y las velas se apagaron, dejándolos prácticamente a oscuras.
Kio se sorprendió al descubrir que el colgante que había tallado con el retrato del Dios Bestia había caído al suelo. Sin duda, era una mala señal. Algo grave estaba apunto de suceder.
"Kio, esto…"
"Si. Un peligro se aproxima a nuestra aldea. Debemos informar al patriarca para que se prepare"
Ley asintió. Su rostro era serio y con un ligero atisbo de temor. ¿Serían capaces de sobrevivir con una nueva amenaza en puerta?
Kio trató de calmarse. Cerró los ojos por unos segundos y recuperó la compostura habitual.
Notó la expresión de Ley y le indicó que siguieran con su labor diaria. En momentos como estos, debían encomendarse aún más en sus oraciones. Solo el Dios Bestia sería capaz de salvarlos.
"Oremos un poco más"
Comentó Kio, tratando de ignorar la ventisca que se podía escuchar en el exterior. Eso sumado a las toses y quejidos de la carpa de los enfermos.