Priscilla Lombardi una joven de 16 años, caminaba temerosa por las ruinas de un templo. Había varios muros de piedra blanca, los hermosos grabados en ellos habían sido carcomidos por el tiempo y las enredaderas silvestres habían hecho de la estructura su hogar.
Ocasionalmente podía ver pequeñas aves y murciélagos revolotear cerca de su cabellera azul de una tonalidad similar a la tanzanita, sus ojos de la misma tonalidad de su cabello, recorría el lugar en busca del cristal que había mencionado un vagabundo que en ese momento era prisionero en uno de los calabozos bajo una de las numerosas propiedades de su padre.
—"Este lugar luce muy antiguo...¿Me pregunto si lo que dijo el vagabundo es cierto? Honestamente, no creo que su cuerpo esté en un lugar como este."
Ella imaginaba a aquel vagabundo como un auténtico monstruo salido de las pesadillas. En circunstancias normales, ella no se involucraría con un hombre como ese, pero su situación era desesperada.
Sus hermanos adoptivos la querían muerta, ya que deseaban ansiosamente la fortuna de su padre, el Duque Lombardi. Ciertamente las propiedades de su padre eran tan bastas como para matar por ellas y eso no se limitaba solo a las propiedades que poseía.
Cosas como el poder político, influencia y prestigio no son cosas que se puedan conseguir con facilidad. Por ese motivo sus hermanos la deseaban fuera de la competencia, ya que era de conocimiento público que Priscilla era la hija favorita del Duque.
Sin embargo, Priscilla no era una persona que pudiera lidiar con los temas referentes a la lucha de poder. Ciertamente ella tenía un motivo para desear ser la heredera, pero su motivo no estaba ligado a la obtención de riqueza o poder político.
Mientras cruzaba las ruinas, un repentino sonido llamó su atención. Un asustado grupo de murciélagos salió de un pasaje subterráneo.
Priscilla observó las escaleras de las que habían salido los murciélagos, para encontrar un pasadizo oscuro que llevaba al interior de las ruinas. Tras espiar ligeramente el lugar desde el exterior, tragó saliva, no solo su nerviosismo crecía, también su expectación y curiosidad la invitaban a bajar los escalones frente a ella.
—"Este lugar es escalofriante... ¿Por qué no traje una antorcha?" Priscilla lamentaba su falta de previsión.
Los pasillos de piedra eran ligeramente visibles, pero con algo de ayuda de la magia [Lumia] se volvieron completamente visibles. En los muros del pasaje había varios grabados que relataban una sangrienta batalla pasada. A simple vista, se podía observar a cientos de caballeros armados avanzar con determinación hacia una sola persona que los esperaba en el centro de una planicie.
—"¿Quién es el hombre que sostiene esa extraña espada?"
Las imágenes en el muro, mostraban un hombre que portaba una impresionante espada hecha de hueso que parecía extremadamente peligrosa. A medida que avanzaba, los grabados se volvían más sangrientos y macabros, hasta que finalmente se detuvo en una puerta.
En la gigantesca puerta de piedra frente a ella había un último grabado. El mismo extraño hombre de las inscripciones anteriores, estaba sentado a los pies de un frondoso árbol.
—"Esas son... ¿tumbas?" Priscilla pasaba su mano por los grabados de la puerta.
A los pies del árbol del grabado en el muro, había un total de seis piedras que, a simple vista parecían ser lápidas de algún tipo y el hombre de las inscripciones estaba apoyado en una de ellas, su cuerpo estaba lleno de heridas, con un sinnúmero de armas perforaban su carne.
Después de pensarlo, empujó audazmente las puertas de la habitación, dando paso a una hermosa luz tenue de tonalidad azulada. Había un gigantesco cristal en la habitación, cuyo reflejo iluminaba la estructura con un bonito tono azulado.
Priscilla se acercó al cristal, sus ojos brillaban al ver la bonita gema frente a ella, por lo que no fue hasta que se calmó un poco que notó que, dentro del cristal, había una persona.
—"Esto no puede ser..." Priscilla no daba crédito a lo que veían sus ojos, ella había imaginado el cuerpo del vagabundo muy diferente, pero lo que tenía delante eclipsaba incluso a sus sueños más salvajes.
—"¿Si mal no recuerdo, dijo que debía ofrecer mi sangre? Supongo que puedo intentarlo. Espera... ¿No me matará cuando sea liberado?" La duda la había detenido segundos antes de llegar a su objetivo.
Ciertamente el vagabundo parecía ser confiable; el problema era que parecía ser una persona extremadamente malvada. Realmente no importaba demasiado, ella tenía que mantenerse con vida sin importar el costo hasta que su deseo se cumpliera y eso incluía hacer un trato con el mismísimo demonio, ya que solo un demonio podría detener a otro.
Su corazón dejó las dudas a un lado, por lo que usado la daga que había llevado con ella cortó la palma de su mano, dando lugar a un punzante ardor mientras grandes cantidades de sangre abandonaban su cuerpo. Luego de cerrar los ojos debido al dolor, colocó su mano en el cristal.
Al inicio no pasaba nada, pero al cabo de unos segundos el cristal empezó a resquebrajarse y la persona el interior abrió los ojos, luego extendió sus brazos, rompiendo el cristal que lo aprisionaba.
La persona atrapada en el cristal portaba ropas harapientas que, apenas y cubrían lo necesario. Después de ser liberado del cristal, cayo grácilmente frente a la chica que lo había liberado y se apoyó sobre una de sus rodillas en señal de respeto.
—"Estoy a su servicio, Mi Señora."
Priscilla no sabía que decir, solo estaba ahí parada observando a la persona que había salido del cristal con la boca completamente abierta.
—"¿E-es así?"
—"Sí, Mi Señora. Destruiré y desmembraré a sus enemigos, sin mostrar piedad alguna a quien se oponga a sus deseos."
Por un segundo un escalofrió recorrió la rígida columna de Priscilla, el hombre en el cristal tenía una voz extremadamente tétrica y los ojos afilados como los de un asesino.
—"¿Eh?"
Aquel día, esa inocente joven muy bien pudo haber abierto la caja de pandora sin saberlo y esa peligrosa caja ahora era su responsabilidad.