Priscilla Lombardi había llegado a lo que sería su última sesión de rehabilitación, el lugar donde ella recibía su tratamiento estaba ubicado cerca del centro de la ciudad de Fraxia. El sitio era una elegante construcción de cuatro pisos perteneciente a una de las familias nobles que habitaban el territorio.
A diferencia de las construcciones de los barrios marginales, las viviendas nobles estaban construidas con bonitas fachadas de piedra que había sido cuidadosamente seleccionada y cortada para ese propósito. Algunas contriciones tenían vigas de madera que cumplían una función decorativa y mejoraban la temperatura del interior de las estructuras, mientras que los edificios administrativos o tiendas, estaban hechas de "Mortero", un material que se podía obtener con una sencilla mezcla de arena, cal y agua.
Para ser más precisos, se usaba para juntar la piedra y darle la forma deseada, luego con el esfuerzo de los artesanos las estructuras de piedra tallada resultantes de la combinación de esos dos materiales eran un deleite a la vista.
De esa forma los pilares de soporte que daban la bienvenida a los visitantes de dichas construcciones eran simplemente magníficos, en ellos se podía observar todo tipo de tallados y patrones complejos, tanto los vitrales de las construcciones como los pisos de mármol ameritaban una segunda mirada de los observadores, ese era el tipo de edificaciones que uno vería al visitar el centro de la ciudad de Fraxia.
Cuando Priscilla bajó de su carruaje se encontró con la vista familiar del consultorio del Conde Freder. Como de costumbre los criados del Conde le dieron la bienvenida ayudándola a bajar del carruaje.
- "Tenga muy buenos días, Mi Señora." – Con increíble elegancia el mayordomo que se encargaba de recibir a los pacientes del Conde le dio la bienvenida.
- "Tenga muy buenos días también, Julio." – Priscilla tomó la mano del mayordomo para facilitar el trabajo del hombre que la ayudaba a bajar.
- "Permítame guiarla hasta el consultorio del Señor" – Al confirmar que la chica había tocado suelo de forma segura, el mayordomo se permitió hacer una reverencia mientras anunciaba sus intenciones.
- "Muchas gracias." – Priscilla se limitó a seguir al mayordomo al interior del lugar.
El lugar donde el Conde Freder recibía a sus pacientes era extremadamente elegante, era un lugar que estaba preparado para no incomodar a sus visitantes, ya que el Conde Freder solo atendía a la alta nobleza.
A Priscilla le tomó unos diez minutos recorrer los pasillos del lugar, hasta que finalmente llegó al despacho del Conde Freder. El Mayordomo tocó la puerta y tras recibir el consentimiento de la persona en el interior se apartó del camino para permitir que la invitada entrara al lugar.
- "Oh, sea bienvenida, Su excelencia." – El Conde recibía a su invitada con gran educación.
El hombre en cuestión revisaba uno de sus libreros cuando Priscilla entró a la habitación. Su apariencia era cuanto menos excelente, el hombre de 39 años llevaba un traje negro con un pañuelo blanco decorando uno de sus bolsillos, su cabellera mostraba algunas canas de edad temprana que, junto con sus generosas patillas y ojos marrones le daban un aire aristocrático.
- "¿Cómo se encuentra, Señor Freder?" – Priscilla hizo una rutinaria reverencia en saludo a la persona frente a ella.
- "Probablemente usted es la única persona que no se refiere a mi como: Conde." – menciono el hombre, mientras seguía revisando uno de sus libros.
- "Mis disculpas. Si no le agrada yo..." – Priscilla fue detenida por una risa ligera.
- "No se preocupe, ese no es el caso. Sencillamente me parece curioso que me llame de esa forma." – El Conde Freder dejó el libro que sostenía en su lugar antes de girarse hacia Priscilla y continuar. "Hoy termina su tratamiento, imagino que debe estar muy contenta."
- "Es como dice. Estoy realmente feliz por mi recuperación."
- "Para serle sincero, su caso es el más extraño que tuve en toda mi carrera."
- "¿Es así?" – Priscilla simplemente formuló esa pregunta por cortesía, ya que ella sabía mejor que nadie lo extraña que era su situación.
- "Ciertamente. Nunca escuché de nadie cuyas extremidades funcionaran adecuadamente y aun así no pudiera caminar. Por ese motivo me gustaría hacerle una pregunta."
- "¿Qué puede ser?"
- "¿Por qué pidió que la ayudaran a caminar por periodos prolongados de tiempo? Según mi perspectiva, eso simplemente hizo que mi trabajo se complicara."
- "No lo sé, sencillamente me pareció una buena idea."
Priscilla no podía decirle que en algún lugar de sus recuerdos había cierto tipo de conocimiento que le indicaba que ese era el mejor camino a seguir en su particular situación. El proceso normal sería que un médico recurriría a masajear las extremidades del paciente o a suministrar magia a sus extremidades para acelerar la recuperación.
En un mundo donde la magia existía, simplemente habían ignorado la capacidad natural del cuerpo para curarse, también se ignoraba el proceso cognitivo que estimula dicha recuperación. En resumen, si la magia no podía curar una enfermedad, se clasificaba como incurable.
En los recuerdos de Priscilla no solo había un método de rehabilitación efectivo, también había todo tipo de información que contradecía los conocimientos del médico frente a ella.
- "Ya veo. Bueno, simplemente haremos una revisión rápida."
Freder empezó a masajear las piernas de Priscilla en busca de algún daño que le permitiera seguirle cobrando a la familia Lombardi exorbitantes sumas de dinero. Sin embargo, era evidente que su deseo no sería escuchado, la joven gozaba de excelente salud, por lo que insistir en mantenerla en tratamiento sería sospechoso.
- "Todo parece estar bien." – Anuncio el médico mientras se apoyaba en el espaldar de su silla.
- "En ese caso iré a prepararme para la celebración de esta noche." – Priscilla se levantó de un pequeño sofá especialmente preparado para ese tipo de revisiones.
- "Oh, con respecto a ese tema. En la mañana llegó una carta de su padre." –Dijo el médico mientras se dirigía a su escritorio para sacar una pequeña carta del cajón central del mueble.
- "¿De mi padre?" – Priscilla estaba genuinamente sorprendida. El médico simplemente se acercó y le entrego una carta sellada con el emblema de su familia.
Priscilla tomó la nota en silencio, el sello de cera estaba intacto y ciertamente el papel coincidía con el que usaba su padre. Sin embargo, tras abrir la carta descubrió que la letra no coincidía.
Este no era un tema de preocupación, su padre no siempre escribía las cartas, en ocasiones simplemente le podía a alguno de sus ayudantes que lo hiciera. El problema era el contenido.
En la carta se le solicitaba a Priscilla recoger un cargamento de una de las propiedades de su familia en los barrios marginales. Este no era realmente un problema, lo que sucedía es que su padre siempre le prohibió acercarse a ese sitio.
Luego de pensarlo detenidamente por unos segundos. Priscilla llegó a la conclusión que, debido a los preparativos de la fiesta que tendría lugar esa noche, los miembros de su familia no podían atender el asunto referente a las provisione y por eso su padre la había enviado a ella.
- "¿Su excelencia?" – El Conde no pudo resistir la curiosidad al observar el rostro pensativo de la chica frente a él.
- "No es nada, solo un encargo de mi padre." – Priscilla se apresuró a guardar la carta y producir una nada natural sonrisa fingida.
- "Entiendo. En ese caso no le quito más tiempo, Su excelencia." – El Conde Freder se limitó a Despedirse de la chica y continuar con sus labores diarias.
Priscilla salió de la sala de consultas médicas y se dirigió a cumplir con el encargo que se le había indicado en la carta. Poco después de que Priscilla se marchara de la sala de consulta otro hombre golpeo la puerta.
- "Adelante." – El Conde Freder dio su aprobación y la persona entró sin vacilación.
- "Buen trabajo, Conde Freder."
- "Tal como pidió entregue la carta que escribió, Su Excelencia." – El Conde expresó los resultados del pedido.
- "Así es, aunque debo admitir que me hubiese ahorrado la molestia de hacer todo esto, si simplemente hubiese envenenado a mi hermana como se lo pedí inicialmente." – Era una mujer de 20 años la que expresaba esas peligrosas ideas.
- "Entiendo que la lucha por la sucesión de la alta nobleza sea feroz, pero ¿Es necesario llegar a estos extremos? Quiero decir, si el Duque llegará a averiguar que envenené a su hija en mi consultorio, mi reputación quedaría arruinada." – El Conde Freder realizó un cómico gesto con sus manos mientras se quejaba. – "Además, según tengo entendido, incluso si Su Excelencia se deshace se su hermana no tendrá ningún derecho a la sucesión del título."
- "Hice un trato con mi hermano, pero eso es algo que no le concierne Conde Freder."
- "Estoy de acuerdo. Prefiero no involucrarme en este asunto más que esto." –El Conde se encogió de hombros con resignación mientras expresaba sus ideas.
- "Aquí está su pago." – La mujer arrojó con desdén una pequeña bolsa que produjo un sonido metálico cuando cayó sobre el escritorio del Conde.
- "Un placer hacer negocios con usted, Su Excelencia Miska." – La mujer realizó un gesto de desagrado antes de dejar la habitación de forma poco formal.
- ("Lamento hacerle esto Señorita Priscilla, pero este dinero vale más que nuestra pequeña amistad.") – Pensó el Duque, mientras contaba las monedas de la bolsa que le habían entregado.