Los tres regresaron a casa pasadas las 8 de la noche. El alcalde se dirigió a sus habitación, mientras que César y Clarissa fueron con Marcos. Cuando entraron al cuarto, encontraron al joven investigador que yacía en la cama durmiendo. Su rostro mostraba que estaba agotado por trabajar tantas horas en la computadora.
—¡Wow! Se ve que trabajaste mucho ¿eh? —habló primero Clarissa, que no pudo aguantar las ganas de encarar a sus amigos y obtener respuestas—. Y después de todo, ¿ya descubrieron algo?
—Puedes esperar hasta mañana, todos estamos agotados —señaló César, que comenzó a desvestirse frente a Clarissa y así obligarla a salir de la habitación.
—¿Qué haces? ¡Sigo aquí! —reclamó la chica— ¡Necesito respuestas!
—Y las tendrás, ahora no es momento —exclamó el detective en forma agria.
—¡Por favor! Quiero saber, ¿Marcos? Dime algo —clamó Clarissa, que se acercó a la cama de su compañero para moverlo, pero para su sorpresa él no respondió y sólo se acomodó en otra posición para después roncar tan fuerte. Esto hizo que su amiga se enojara y saliera de la habitación azotando la puerta. Luego de esto, Marcos abrió los ojos y se levantó.
—¿Estás seguro que debemos ocultarle la cosas? —preguntó preocupado.
—Descansa, ha sido una jornada muy larga y necesitamos estar frescos para mañana —contestó César en un tono frío.
—¿Qué plan tienes? No me digas que iremos ahí.
César no respondió, pero su expresión bastó para que Marcos entendiera el plan de su amigo.
Al día siguiente, César y Marcos salieron a temprana hora de la casa de Andrés, sin avisar a Clarissa. Sólo le enviaron un mensaje que decía: "Volvemos al mediodía, checa el mapa que te mandamos. Tu trabajo será desactivar las cámaras y micrófonos que se encuentran en la casa del alcalde. Cuida de que no te descubran".
Aunque al principio le molestó que no la llevaran, Clarissa se sintió contenta de que César le haya dado una misión por cumplir. Luego de desayunar, se puso manos a la obra.
Por su parte, los jóvenes investigadores decidieron hacer una visita al Hospital de Montecristo para averiguar sobre el estado de salud de Lisa. Cuando llegaron, se fueron directo a la recepción para pedir una cita.
—Buenos días señorita —saludó Marcos, que vestía un traje de oficina y anteojos para tratar su rostro.
—Buen día, ¿en qué lo puedo ayudar? —preguntó amablemente la recepcionista.
—Mucho gusto, soy Gerardo Almeida —se presentó Marcos con una enorme sonrisa, mientras extendía su tarjeta de presentación a la mujer de edad mediana—. Mi compañero y yo somos representantes de Insumos Médicos Buenaventura y nos gustaría hablar con el encargado de compras para mostrarle nuestro catálogo de productos.
—Con gusto, ahora reviso si el contador está disponible.
—Te lo agradezco mucho Arely —contestó Marcos mientras leía el nombre de la recepcionista, el cual estaba escrito en su gafete. Su expresión hizo que la mujer se sonrojara y de inmediato levantara el teléfono para contactar al contador.
Tras colgar, la recepcionista les dio los gafetes de visitante y les indicó dónde se encontraba la oficina. Marcos agradeció la atención y junto con César, comenzaron a caminar por varios pasillos. Luego de dar varias vueltas, encontraron un baño y ambos entraron. No pasó mucho tiempo cuando Marcos salió de ahí y se dirigió a la oficina del contador.
Por su parte, César salió después, esta vez disfrazado de enfermero y se fue por otro camino para buscar la habitación donde se encontraba Lisa. No tardó mucho en hallarla, ya que en la puerta estaban dos guardias vigilando. Su caracterización era tan buena, que los policías lo dejaron pasar sin ningún problema. Al entrar, supo que su deducción era la correcta.