ALANA QUANT
Aquella bodega era como mi prisión. He pasado un mes encerrada como castigo a que quise huir después que Martín me besara a la fuerza. Ese momento fue asqueroso.
Me dan de comer una sola vez al día y solo un plato de frijoles cocidos. Duerme en el suelo, aunque siendo un poco honesta, no duermo por miedo a que Martin entré y quiera besarme de nuevo.
Hoy amanecí con mucho dolor en mi abdomen, me sentía un poco enferma. Clara entró a dejarme el plato de frijoles.
— Aquí tienes— poniendo el plato en el suelo, me sentía como un perrito de la calle.
— Ayúdame Clara, me duele mucho la panza — señalé con la mano debajo del ombligo.
Ella se puso a reír.
— Eres muy tonta. Es tu período que viene. Te traeré unas toallitas.
— Gracias.
Aunque Clara muchas veces era algo apática, otras veces mostraba su lado humano. Ella al igual que yo, fue traída en contra de su voluntad cuando tenía más o menos mi edad. Ahora tiene 20 años y es como si ya se adaptó a este estilo de vida.
Me trajo un paquetito rosado y me explicó sobre la menstruación y como usar esas cosas que ella le decía toallitas. Mi primera menstruación llegó, duró unos cuatro días. Después de eso, mi trabajo despachando cervezas por las noches empezó. Así estuve durante unos tres años. De cierta forma esta vida es mejor que la que tenía junto a mi padre, si hacía bien mi trabajo, no me pegaban, aunque a veces los borrachos me querían tocar, pero yo me les corría.
Empecé a dormir con las demás chicas en un cuarto tan pequeño. Martin entró.
— Ya eres una mujer— sonrió tan asquerosamente que mi cuerpo empezó a temblar— hoy empieza tu servicio como una zorra más.
Me tomó del hombro y me jaló hasta su cuarto.
— No intentes en escapar. Aquí nadie vendrá a rescatarte. Quítate la ropa.
— No quiero— tomé un poco de valor y le respondí.
Si bien sabía lo que Martin quería, tenía miedo. No quería que mi primera vez quedara en Martin, no quería prostituirme.
Martin me tomó del cabello y me tiró con fuerza contra la pared. Mi cabeza pegó fuerte, me sentía mareada y un chorro de sangre salió de un lado de mi cabeza. Él se abalanzó y me quitó la ropa. Dejando todo al descubierto.
— Ponte de pie y camina.
Sentía vergüenza, pero si no lo hacía me iba a castigar. Me puse de pie, lo miré con mucho miedo, empecé a caminar. Mis piernas me temblaban, sentía como mi estómago iba de un lado a otro.
— Estás un poco flaca, pero es hora de recuperar mi dinero. Te voy a subastar— Él puso esa sonrisa asquerosa en sus labios.
Bajé mi mirada al suelo y empecé a llorar.
— Prepárate, este sábado vendo tu virginidad.
— No lo haga, puedo pagarle limpiando, sirviendo, pero no quiero— mi voz se quebró.
Martin me sacó desnuda de su cuarto. Me llevaba del cabello. Todas las chicas que estaban ahí me miraban sin intervenir. Me llevó al centro del burdel y me tiró al piso. Se quitó la faja de su pantalón y lo amarró en mi cuello.
— Nadie se atreve a decirme no. Aquí no eres más que todas ellas. Te iba a vender al mejor postor, pero ya lo pensé mejor.
Ahí en el piso temblando del miedo, con la faja que me asfixiaba, él se abalanzó sobre mí. Abrió mis piernas con tanta fuerza que pensé que se habían desprendidos, gritaba de miedo, de dolor, todas veían, pero no hacían nada. Me golpeó hasta que quedé sin fuerzas, solo sentía como introducía su miembro en mi parte íntima, me dolía mi corazón, dolía tanto que deseaba que me golpeara con más fuerzas hasta morir. Deseé con todo mi alma morir.
Yo solo era una chica de quince años. Una niña que se ha vuelto mujer de la peor forma.
ALANA QUANT
Martín se levantó dándose por servido.
— Si alguna de ustedes le ayudan, ya saben lo que les espera— lo gritó para que las demás muchachas lo escucharán.
Inmediatamente, las chicas se fueron a sus cuartos. Él se quedó en una esquina observándome.
Tenía mis entrepiernas llenas de sangre, a como pude me puse de pie y a media arrastra me fui a mi cuarto. Cerré la puerta con seguro. Entré al baño y ahí estuve alrededor de unas 3 horas, quería borrar ese asqueroso momento de mi piel.
Si toda mi vida había deseado morir, está vez era más grande ese deseo. ¿Por qué nací? ¿Por qué mi madre me dejó? ¿Será que soy verdaderamente su hija? Me han tratado con odio, desprecio, con indiferencia todo este tiempo, es como si tal yo no fuese hija de ellos, pero eso ya no importa.
Esta es mi realidad, todos a mi alrededor han atentado con mis derechos humanos, con mi dignidad, me han violentado física, mental y sexualmente. Es como si fuera menos que una mierda.
Salí del baño y me metí debajo de mis cobijas, a llorar. ¿Cuándo he sido feliz?
Tocaron mi puerta. Me levanté casi corriendo a abrir, porque si era Martin y no abría a tiempo me iba a volver a pegar. Cuando abrí la puerta estaba Clara.
— Martin te envía esto, que te lo pongas en la noche— me dio lencería— Todas pasamos por esto. Sé fuerte. Me voy no quiero tener problemas con él.
Tomé la lencería. Cerré la puerta. Me agaché a la orilla de la puerta a llorar.
No quiero esto. No quiero. Que alguien me salve. Juro que si algún día escapo de este lugar, voy a regresar a matar a Martin y liberar a todas chicas. Maldito proxeneta.
Llegó la maldita noche, odiaba la noche tanto como adiaba a mis padres. Clara llegó.
— ¿Por qué no te has puesto la lencería? Póntelo, viene Martin y si no te lo ve puesto te va a pegar.
— Ya lo decidí, que me pegué hasta que me mate. No quiero más esto.
— Alana— ella puso un gesto de tristeza. Salió del cuarto.
A los pocos minutos entro Martin a mi cuarto.
— ¿Qué esperas para salir? Ya tienes tu primer cliente.
— No voy a bajar— me temblaban las piernas solo de pensar en que otra vez me iban a violar.
Martin sonrió.
— No importa si no bajas, el cliente puede subir.
Cuando Martin salió del cuarto, mi corazón empezó a palpitar descontrolado y mi cuerpo sudaba frío, me temblaban mis piernas.
Martin abrió la puerta y entró un hombre muy obeso. Empecé a llorar. Martin cerró la puerta.
— Ya pagué por ti, deja de correrte escuincla estúpida— Yo no quería que me tocará.
No sirvió de nada correr mucho, porque logró tomarme del cabello y me pegó tanto que prácticamente caí al suelo medio muerta. El hombre obeso salió del cuarto.
Al rato llegó Martin.
— Parece que está muerta. No quiero problemas con la policía— Llamó a alguien.
A la hora llegaron dos hombres y me llevaron a un auto. Ellos condujeron hasta que me dejaron tirada en medio de un bosque. Estaba desnuda, no me podía mover, tenía frío, mi cuerpo está adolorido. Hubo un momento en que no pude más y perdí la conciencia.