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Chapter 7 - Bajo las estrellas

El sonido de las ramas crujientes bajo nuestros pies y el suave susurro del viento entre los árboles llenaba el aire mientras mi papá y yo caminábamos por el sendero hacia el lugar donde planeábamos acampar. El día había amanecido fresco, el cielo estaba despejado, y el aroma del bosque era tan revitalizante como lo recordaba. Estos momentos con él siempre habían sido mi escape favorito, una oportunidad de desconectar del mundo exterior y, a la vez, de conectarme más con él. Es como si todo lo que había estado pasando los últimos días solo hubiera sido parte de mi imaginación.

—Este lugar se ve perfecto, ¿no crees? —dijo mi papá, deteniéndose en un claro, donde los árboles se abrían en un espacio amplio y soleado, con una vista impresionante de las montañas en el horizonte.

—Sí, está genial —le respondí, sonriendo. Ya conocía este ritual de sobra, lo habíamos hecho incontables veces desde que tengo memoria. Montar la tienda, encender la fogata, sentarnos a hablar bajo las estrellas. Siempre me hacía sentir en paz. Aquí, en la naturaleza, las cosas parecían más simples, menos complicadas.

Pasamos la siguiente hora instalando la tienda y preparando todo para nuestra noche al aire libre. Trabajar juntos en algo tan sencillo siempre había sido parte de lo que hacía estas excursiones especiales. No era tanto lo que hacíamos, sino el tiempo que compartíamos, lejos de la rutina, mamá solía venir con nosotros, luego, al percatarse de que ya no requeríamos de su presencia, se negó a volver con nosotros, simplemente no le gustaba dormir incómodamente mientras los molestos mosquitos y grillos estaban dando vueltas.

—Amery, trae la leña, que iré preparando el fogón —dijo mi papá mientras revisaba las provisiones que habíamos traído para la cena.

Obedecí sin protestar, disfrutando del silencio, del crujido de las hojas bajo mis pies, y del leve susurro del viento que me recordaba lo pequeño que uno es comparado con el vasto mundo natural.

Cuando regresé con la leña, lo vi observando las montañas, perdido en sus pensamientos, pero al notar mi presencia, me sonrió. Su mirada, aunque cansada por los años y las responsabilidades, siempre había sido cálida y protectora.

—¿En qué piensas, papá? —le pregunté mientras me sentaba junto a él en una roca.

—Oh, ya sabes, en lo de siempre. Cómo pasa el tiempo. —Sonrió, pero su voz tenía un toque de nostalgia—. Me acuerdo de la primera vez que te traje aquí. Apenas podías cargar tu propia mochila, pero no querías que te ayudara. Insistías en que podías hacerlo sola.

Sonreí ante el recuerdo. Siempre había sido así, empeñada en demostrar que era independiente, incluso cuando era una niña pequeña. Mi papá había sido mi ancla en esos momentos, respetando mi espacio, pero siempre estando cerca por si lo necesitaba.

—Supongo que sigo siendo la misma —le dije, medio en broma, pero con un toque de verdad.

—Sí, lo eres —dijo, mirándome con una mezcla de orgullo y preocupación—. Pero no puedo evitar pensar que hay algo más que te preocupa, Amery. Has estado distante últimamente, incluso más de lo habitual. ¿Hay algo que quieras contarme?

El tono de su voz me hizo bajar la guardia, aunque una parte de mí dudaba en hablar de lo que estaba ocurriendo, de esa presencia que había estado sintiendo. No quería preocuparlo. Él siempre había sido mi refugio, mi lugar seguro, y no quería cargarlo con algo que ni siquiera yo entendía completamente.

—No es nada importante —dije, pero mi respuesta sonó poco convincente incluso para mí misma.

Mi papá me observó con esa mirada que sabía leer más allá de las palabras, pero no presionó. Sabía que si necesitaba hablar, lo haría a mi propio ritmo.

—Bueno, lo que sea que estés enfrentando, lo resolverás, como siempre lo haces —dijo finalmente, encendiendo la fogata—. Eres fuerte, Amery, y yo siempre estaré aquí para lo que necesites.

Esas palabras me dieron una extraña sensación de alivio. Sabía que podía confiar en él, que siempre estaría ahí, pero algo en mí sentía que lo que estaba ocurriendo era más grande, más profundo de lo que él podía comprender. Y quizás, más de lo que yo misma podía manejar.

A medida que la noche se asentaba, el cielo se iluminaba con un manto de estrellas brillantes. La fogata crepitaba suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de la tienda. Mi papá y yo nos acomodamos en nuestros asientos improvisados, disfrutando de la calidez del fuego y la tranquilidad que nos rodeaba. Las conversaciones cotidianas se transformaron en charlas más significativas, mientras el brillo de las estrellas nos invitaba a compartir.

—¿Recuerdas cuando pensábamos que podíamos ver constelaciones? —preguntó mi papá, mirando hacia arriba con una sonrisa nostálgica.

—Sí, era divertido. Siempre decías que esa era la Osa Mayor y yo te creía —respondí, riendo—. Y luego descubrí que tú simplemente te inventabas las historias.

—Lo admito, sí —dijo, riendo también—. Pero siempre me ha parecido que las historias son importantes. Nos ayudan a entender el mundo. ¿Tienes alguna historia en mente que quieras contar?

Miré las llamas y me pregunté si era el momento adecuado. Este lugar, este momento, parecía perfecto. Quizás compartir algo de lo que me inquietaba me ayudaría a liberar un poco de la presión que sentía en mi pecho.

—A veces me siento… diferente —empecé, insegura—. Como si no encajara del todo. En la universidad, en la vida. No sé, es como si hubiera algo más allá de lo cotidiano que me llama, pero no sé qué es.

Mi papá giró su cabeza hacia mí, dándome toda su atención. Sabía que era difícil para mí abrirme, así que su reacción me alentó a continuar.

—A veces, me gustaría tener más claro quién soy realmente. Hay días en que siento que estoy actuando en lugar de vivir. Y la presión de lo que se espera de mí, de lo que debería ser... a veces es abrumadora.

—Amery —dijo, su voz firme y tranquilizadora—. Todos pasamos por eso en algún momento. Es parte de crecer, de encontrar nuestro lugar en el mundo. A veces, lo que parece confusión es solo un signo de que estás buscando. Es una búsqueda que muchas veces puede ser dolorosa, pero también es hermosa.

Tomé un profundo respiro, sintiendo que esas palabras resonaban en mi corazón. Quería creer que mi búsqueda también podía llevarme a algo bueno.

—A veces, me asusta. Miedo de no estar a la altura, de defraudar a las personas que amo —admití, sintiendo que las palabras se deslizaban sin resistencia—. A veces, siento que las cosas se están moviendo demasiado rápido, como si estuviera perdiendo el control.

—Es natural tener miedo, Amery. Significa que te importa. Pero recuerda que no estás sola. Siempre estaré aquí para ayudarte a navegar por esas aguas turbulentas. Nunca tienes que llevar la carga por ti misma. Puedes compartirlo, y juntos podemos encontrar la luz en medio de la oscuridad.

Su mano encontró la mía, un gesto sencillo pero poderoso que me hizo sentir una oleada de calor y protección. La conexión que teníamos era especial; siempre había sentido que mi padre era más que solo un guía, era un refugio.

—Gracias, papá —dije, sintiéndome un poco más ligera—. Hablando contigo, me doy cuenta de que no tengo que tener todas las respuestas ahora mismo.

—Exactamente. Lo importante es que sigas buscando y te permitas sentir. La vida no es un camino recto, y eso está bien. Aprenderás, crecerás, y un día mirarás hacia atrás y verás todo lo que has logrado.

Bajo el cielo estrellado, mientras el silencio del bosque nos rodeaba, me sentí profundamente agradecida. Agradecida por su apoyo incondicional, por el amor que siempre había estado presente. A veces, las respuestas no llegaban de inmediato, pero sabía que cada pequeño paso contaba en este viaje de autodescubrimiento.

Cuando el cansancio comenzó a apoderarse de mí, me recosté en mi asiento y miré hacia las estrellas. Las historias que habíamos compartido, las preocupaciones que habíamos dejado en el aire, todo parecía un poco más manejable. Cerré los ojos, permitiendo que la calma de la noche me envolviera, con la certeza de que, sin importar lo que el futuro traiga, siempre tendría un lugar donde volver.