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Chapter 9 - Ecos del Pasado

 

El amanecer rompió el horizonte con destellos anaranjados, filtrándose entre los árboles del bosque. El aire era fresco y el rocío cubría las hojas, pero la paz que reinaba en el campamento no alcanzaba a calmar el torbellino que se arremolinaba en mi interior.

Los ecos de la pesadilla seguían presentes, adheridos a mi mente como una sombra que no podía sacudirme. Me había despertado varias veces durante la noche, sofocada, con los latidos del corazón golpeando mi pecho. Los susurros. Esos malditos susurros aún resonaban, como una advertencia que no lograba comprender.

Miré hacia la tienda donde mi padre aún dormía, su respiración tranquila y constante. Quería sentirme reconfortada, como solía ser cuando era más joven. Pero había una grieta invisible entre nosotros, una barrera hecha de secretos que ni siquiera yo podía entender completamente. Mi relación con él seguía siendo sólida, pero algo estaba cambiando. Yo estaba cambiando.

Me levanté con cuidado, sin hacer ruido, y caminé hacia el borde del claro donde habíamos acampado. El suelo húmedo bajo mis pies crujía con cada paso, pero era un sonido familiar, casi tranquilizador. A lo lejos, los primeros pájaros del día comenzaban a cantar, como si quisieran recordar que, a pesar de las sombras que se cernían sobre mí, el mundo seguía girando.

Cerré los ojos y dejé que los susurros del viento envolvieran mi cuerpo. Había algo en este lugar que me hablaba, algo más allá de lo que podía ver. Sentía como si el bosque intentara decirme algo, una verdad que me esperaba en lo más profundo de su corazón.

"¿Por qué temes lo que eres?"

La pregunta de la noche anterior me atravesó como un rayo, dejándome helada. Lo que soy. No podía sacarla de mi mente. Sabía que había algo en mí que estaba diferente, algo que no había sentido nunca hasta ahora, pero no podía nombrarlo.

Las estrellas de la noche anterior parecían lejanas ahora, pero el eco de sus luces seguía grabado en mi mente. Era como si un velo entre mi mundo y otro se estuviera desvaneciendo poco a poco. El mismo velo que había sentido la primera vez que escuché los susurros en el parque.

Mientras me dejaba envolver por el aire frío del amanecer, escuché pasos detrás de mí. Mi padre se acercaba, su presencia siempre reconfortante. Me giré y le sonreí, pero era una sonrisa tensa, llena de preguntas que no sabía cómo hacer.

—¿Estás bien? —preguntó, con una ligera arruga en su frente. Era una pregunta sencilla, pero había algo más en su mirada. Algo que no había notado antes.

—Sí, solo quería disfrutar un poco del amanecer —mentí. Sabía que él podía notar cuando no decía toda la verdad, pero tampoco quería preocuparlo. No después de todo lo que había hecho por mí.

Nos quedamos en silencio por un rato, mirando cómo el sol ascendía lentamente sobre los árboles. Mi mente seguía perdida en los susurros, en esa figura en la oscuridad que me llamaba a enfrentar lo que era. ¿Pero qué era yo realmente?

—Siempre has sido alguien fuerte, Amery —dijo de repente, su voz grave rompiendo el silencio. Lo miré, confundida, y él continuó, como si supiera exactamente lo que rondaba por mi cabeza—. A veces es fácil olvidar que lo llevas dentro, pero el mundo siempre te pondrá a prueba. Lo que importa es cómo decides responder.

Su comentario me desconcertó. ¿Era coincidencia? ¿O sabía más de lo que me estaba dejando ver?

—No siempre me siento fuerte —confesé, bajando la mirada hacia mis manos, que de repente parecían ajenas a mí—. A veces siento que hay algo en mí que no puedo controlar. Algo que no sé si quiero entender.

Mi padre no respondió de inmediato. Lo vi observarme, pero no como lo hacía normalmente. Esta vez su mirada parecía más… atenta, como si estuviera viendo algo que yo no podía. ¿Había estado ocultándome algo todo este tiempo?

—Amery —dijo, con una voz suave pero firme—, todos tenemos partes de nosotros que aún no comprendemos del todo. Lo importante es que no te cierres a lo que puedas descubrir. No importa cuán aterrador pueda parecer.

Las palabras resonaron en mi mente. Por un instante, sentí una conexión entre su advertencia y los susurros que me acosaban en mis sueños. ¿Acaso él también los había escuchado alguna vez? ¿Sabía algo sobre lo que me estaba pasando?

Pero no tuve el valor de preguntarle. No aún. No estaba lista para enfrentar todo lo que eso podría significar.

El resto de la mañana pasó en una mezcla de conversaciones triviales mientras desarmábamos el campamento y nos preparábamos para el regreso a casa. Sin embargo, el silencio entre nosotros no era incómodo; había una comprensión tácita de que, eventualmente, las respuestas llegarían. O eso quería creer.

Mientras mi padre conducía de vuelta a casa, me perdí en mis pensamientos. Los árboles pasaban rápido por la ventana, pero no podía dejar de sentir que el bosque seguía observándome, incluso a kilómetros de distancia. Los susurros no se habían ido, simplemente estaban esperando, acechando en los rincones de mi mente, listos para volver en el momento menos esperado.

Llegamos a casa al caer la tarde. Mi madre nos recibió con una sonrisa, y por un momento, el calor del hogar me hizo sentir segura. Pero esa seguridad era frágil, y lo sabía.

Esa noche, mientras me tumbaba en mi cama, volví a escuchar los susurros. Esta vez, no eran solo ecos lejanos. Eran más claros, como si estuvieran mucho más cerca de mí. Y no eran una advertencia.

Eran una llamada.