La noche avanzó, y mientras las sombras del bosque se alargaban, me sumergí en un sueño profundo. Sin embargo, no era un sueño tranquilo. En cambio, me encontré atrapada en una pesadilla que me arrastró a un lugar oscuro y desconocido. En el sueño, me hallaba en un bosque, pero este no era el mismo que había explorado durante el día. Las sombras eran más densas, y la niebla se arremolinaba a mi alrededor, ocultando lo que estaba más allá de mi vista. Podía escuchar susurros en el aire, pero no lograba distinguir las palabras. La sensación de ser observada me envolvía, y una inquietante familiaridad en el ambiente hacía que mi corazón latiera más rápido.
Mientras avanzaba, el suelo crujía bajo mis pies, y la atmósfera se tornaba cada vez más opresiva. Mis sentidos estaban alerta, pero no había nada a la vista. De repente, el silencio fue interrumpido por un sonido gutural, un aullido lejano que resonó en el aire, atravesando la bruma. Una ola de terror me invadió. Corrí, pero cada paso que daba me parecía pesado, como si el bosque intentara atraparme. Las ramas crujían a mi alrededor, y las sombras parecían cobrar vida, alargando sus garras hacia mí. Mi mente luchaba con la confusión: ¿por qué este lugar se sentía tan familiar y, al mismo tiempo, tan ajeno?
Luego, vi una figura en la distancia. Era alta y oscura, con unos ojos que brillaban como dos faros en la oscuridad. En mi interior, sentía una mezcla de atracción y miedo. Quería acercarme, pero algo en mí me decía que debía huir. "¡Amery!" me llamó una voz que resonó en el viento, un eco de mi propia mente. Al girarme, vi una imagen de mí misma reflejada en la niebla. Una versión de mí que estaba cubierta de sombras y cuya mirada era intensa y penetrante. La figura me sonrió, pero sus labios no se movieron al hablar, y el mensaje llegó como un susurro aterrador: "¿Por qué temes lo que eres?".
Desperté de golpe, con el corazón latiendo desbocado y el sudor empapando mi frente. La luz de la linterna que había dejado encendida iluminaba tenuemente la tienda, y el sonido del viento en los árboles me recordaba que estaba a salvo, al menos por ahora. Me senté en la oscuridad, tratando de calmarme. El eco de la pesadilla aún resonaba en mi mente. La pregunta que había escuchado continuaba retumbando: "¿Por qué temes lo que eres?". Sabía que había algo dentro de mí que no comprendía del todo, algo que anhelaba ser liberado.
En lugar de permitirme caer de nuevo en la trampa del pánico, decidí tomar una respiración profunda. Mi papá seguía dormido a mi lado, y el sonido suave de su respiración era reconfortante. Me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido, y salí de la tienda para mirar las estrellas una vez más. El aire fresco de la noche me dio la bienvenida, y me senté en la hierba, dejando que la calma del lugar me envolviera. Mientras miraba hacia arriba, las estrellas parecían parpadear, como si quisieran consolarme. A pesar de la inquietud que había sentido en el sueño, sabía que era un recordatorio de que debía enfrentar mis miedos.
Mientras contemplaba las estrellas, una calma comenzó a desplazar la inquietud que había anidado en mi pecho durante tanto tiempo. Aquí, bajo el vasto cielo nocturno, el murmullo de las hojas y el suave crujir de la fogata parecían susurrar secretos, recordándome que había más en mi vida que el miedo y la confusión. Las sombras de mi mente aún acechaban, y los susurros que había sentido en el parque volvían a asomarse, como ecos distantes que no podía ignorar. "¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso?", me pregunté en silencio. Aunque la conexión con mi padre me brindaba un respiro, los murmullos persistían, recordándome que había partes de mí que aún no entendía.
La mirada comprensiva de mi padre, su risa y la calidez de su abrazo, todo eso era real. Pero en el fondo, sabía que mi vida era más compleja de lo que podía compartir con él. La imagen de esa figura en mi sueño, con su inquietante sonrisa y sus ojos resplandecientes, me atormentaba. Era como si me conociera mejor de lo que yo misma me conocía. "¿Qué es lo que me detiene?", pensé mientras la brisa nocturna acariciaba mi rostro, como un recordatorio de que debía seguir adelante.
Decidí, en ese momento, que no permitiría que el miedo definiera mi existencia. Miré hacia el cielo, donde las estrellas brillaban con una intensidad que parecía desafiar la oscuridad. "Mañana será otro día", pensé, sintiendo que, con él, vendría la oportunidad de seguir explorando lo que significaba ser Amery. Quizás sería un paso más hacia comprender no solo mis inquietudes, sino también el poder que residía dentro de mí, uno que aún no había aprendido a desatar.
Mientras el aire fresco de la noche llenaba mis pulmones, comencé a reflexionar sobre el vínculo que compartía con mi padre. Esa conexión era más que una simple relación; era un refugio en medio del caos que sentía dentro de mí. Recordé sus palabras de aliento durante los momentos difíciles y cómo siempre había estado a mi lado, apoyándome en mis decisiones. Esa noche, comprendí que no estaba sola en esta lucha interna, que tenía a alguien en quien confiar.
La noche avanzaba, y aunque no podía ignorar por completo las sombras, sabía que había un camino que recorrer. No tenía todas las respuestas, y tal vez aún había secretos por descubrir, tanto sobre mi vida como sobre el mundo que me rodeaba. Pero en este momento, me permití sentir la esperanza. Un leve susurro de determinación se encendió en mi interior, recordándome que la búsqueda de la verdad era parte de mi viaje. Mientras contemplaba las constelaciones que brillaban con fuerza, decidí que al día siguiente, enfrentaría la vida con valentía, y quizás, por primera vez, comenzaría a desentrañar los misterios que acechaban en las profundidades de mi ser.