La lluvia no mostraba signos de detenerse.
La noche continuaba envolviendo la ciudad, y el puente seguía siendo testigo de una escena que, para ambos, marcaba un antes y un después.
Después de un largo silencio, Yūto se puso de pie, sacudiendo un poco el agua de su ropa empapada.
Miró a Akane, que seguía arrodillada en el suelo, agotada y temblorosa.
La tristeza en sus ojos aún era evidente, pero había algo más: una chispa de alivio, quizás de esperanza.
Yūto respiró hondo, intentando reunir todo el valor posible para dar el siguiente paso.
—Akane —dijo con una voz suave, pero firme—, vamos a mi casa.
No es lejos de aquí.
Puedes quedarte allí mientras piensas qué quieres hacer.
Akane levantó la vista, sorprendida.
El simple hecho de que alguien se preocupara por ella, de que alguien quisiera ayudarla, la conmovía de una manera que no esperaba.
Sin embargo, se sentía demasiado débil, física y emocionalmente, como para levantarse por sí misma.
Yūto notó su dificultad y, sin pensarlo demasiado, se inclinó frente a ella.
—Sube a mi espalda —le dijo, sus palabras firmes pero amables—. Te llevaré a casa.
Akane lo miró, dudando por un instante.
La idea de ser llevada en la espalda de alguien era tan infantil y absurda que casi le sacó una sonrisa.
Sin embargo, estaba demasiado cansada para negarse. Además, no tenía las fuerzas para caminar por sí misma.
Con un pequeño esfuerzo, se incorporó y, con cuidado, se acomodó en la espalda de Yūto.
Él la sostuvo con firmeza, asegurándose de que no se cayera, y comenzó a caminar.
El peso de Akane sobre su espalda no era lo que lo hacía temblar, sino la responsabilidad que sentía al intentar protegerla.
Mientras avanzaban bajo la lluvia, Yūto se desvió brevemente para recoger la novela y el paraguas que había dejado caer en su prisa por alcanzarla.
Con Akane a cuestas, se inclinó torpemente para tomar ambos objetos, esforzándose por mantener el equilibrio.
—Puedes quedarte en mi casa mientras decides qué hacer —dijo Yūto, intentando sonar casual mientras abría el paraguas con una mano—.
No tienes que tomar una decisión ahora. Solo... quédate tranquila esta noche.
Akane apoyó la cabeza en el hombro de Yūto, exhausta, pero sintiéndose un poco más segura de lo que había estado en mucho tiempo.
Por un instante, cerró los ojos, dejando que el sonido rítmico de la lluvia y el calor de la espalda de Yūto la confortaran.
—Gracias... Yūto —susurró, su voz apenas audible sobre el sonido de la tormenta.
Yūto no respondió.
No porque no quisiera, sino porque no sabía qué más decir.
Solo siguió caminando, sintiendo la respiración tranquila de Akane contra su cuello, mientras ambos se dirigían hacia su hogar.
Con cada paso que daba, Yūto sentía que la vida, por primera vez, estaba empezando a parecerse a una de esas novelas que tanto le gustaban.
Pero sabía que, a diferencia de las historias que leía, este no sería un camino fácil. Sin embargo, estaba decidido a ver cómo se desarrollaba esta nueva historia, una historia en la que él mismo era uno de los protagonistas.