El sol apenas asomaba por el horizonte cuando Yūto, aún sumido en un profundo sueño, comenzó a moverse inquieto en su cama.
La noche había sido tranquila, pero en su subconsciente, algo lo impulsaba a girarse y moverse más de lo habitual.
En un giro demasiado brusco, Yūto perdió el equilibrio y cayó de la cama, aterrizando directamente en el colchón donde Akane dormía.
El impacto fue suave, pero suficiente para despertarla. Akane abrió los ojos, desconcertada, y se dio cuenta de que Yūto estaba ahora a su lado.
Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, Yūto, aún medio dormido, se acercó a ella instintivamente y la abrazó, acurrucándose contra ella como si fuera un peluche.
(nota del creador: me gustan los abrazos, veras muchos)
—¿Eh...? —murmuró Akane, su corazón latiendo con fuerza mientras sentía el cálido abrazo de Yūto.
El rostro de Akane se puso completamente rojo.
Sabía que Yūto no estaba consciente de lo que hacía, pero la situación era tan inesperada y cercana que no podía evitar sentir una mezcla de vergüenza y nerviosismo.
La calidez del cuerpo de Yūto, la forma en que la abrazaba con tanta naturalidad, era abrumadora.
Poco a poco, Yūto comenzó a despertar.
Al abrir los ojos, lo primero que sintió fue la suavidad de algo cálido contra él.
Al principio, pensó que era su almohada, pero al enfocar su vista, se dio cuenta de la verdad.
Estaba abrazando a Akane, quien lo miraba con una mezcla de sorpresa y vergüenza.
—¡Akane! —exclamó Yūto, saltando hacia atrás con tal rapidez que casi se tropieza de nuevo—.
¡Lo siento mucho!
El rostro de Yūto estaba tan rojo que parecía que iba a estallar. Akane, aún sonrojada, se incorporó y trató de calmarlo con una sonrisa nerviosa.
—No te preocupes, Yūto. Fue solo un accidente... —dijo ella, aunque su voz temblaba un poco.
Para Yūto, sin embargo, no era solo un accidente. Mientras se apartaba, sintió un torbellino de emociones dentro de él.
La calidez de Akane, la manera en que su corazón latía tan rápido...
¿Podría ser que realmente estaba empezando a enamorarse de ella?
No sabía cómo procesar esos sentimientos, pero no podía negar lo que sentía en ese momento.
Después de ese incómodo despertar, ambos bajaron a desayunar, intentando actuar con normalidad.
Sayaka estaba en la cocina, preparando el desayuno, mientras Miyu ya estaba sentada en la mesa, esperando impacientemente.
Aunque el desayuno transcurrió sin incidentes, Yūto no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia Akane, recordando lo ocurrido.
Ella, por su parte, intentaba mantenerse tranquila, aunque también sentía el peso del recuerdo.
Mientras Sayaka servía el té, miró hacia Yūto con una expresión preocupada.
—Yūto, escuché un golpe por la noche. ¿Todo estaba bien? —preguntó, tratando de sonar casual pero con un dejo de preocupación en su voz.
Yūto se puso rojo de inmediato, su mente bloqueada por la vergüenza.
Intentó responder, pero las palabras se atascaban en su garganta.
Miraba a Akane, y la incomodidad se hacía más palpable.
—Eh... Sí, no es nada... —balbuceó, buscando desesperadamente una respuesta adecuada.
Sus mejillas estaban encendidas, y su mente parecía en blanco.
Akane, viendo la lucha de Yūto por encontrar las palabras correctas, decidió intervenir para aliviar la tensión.
—No, no pasó nada —dijo rápidamente, sonriendo para tranquilizar a todos—.
Yūto se cayó de la cama, pero está bien. Fue solo un accidente.
Sayaka asintió, aunque aún parecía un poco preocupada.
Luego, continuó sirviendo el desayuno mientras Miyu, ajena al malentendido, hablaba animadamente sobre la escuela.
Al terminar de desayunar, Yūto y Akane comenzaron a prepararse para ir a la escuela.
Yūto fue a buscar su mochila, pero Akane se detuvo de repente, su rostro palideciendo.
—No tengo mochila —dijo, dándose cuenta de que la había dejado en su casa.
Una sensación de pánico la invadió.
¿Cómo iba a pasar el día sin sus libros y apuntes?
Pero antes de que pudiera preocuparse demasiado, Yūto se acercó a ella con una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes, Akane. Podemos compartir mis cosas en clase —le dijo con un tono de voz calmado.
Akane lo miró con gratitud, sintiendo un alivio inmediato.
—Gracias, Yūto.
Realmente aprecio tu ayuda —respondió ella, sonriendo sinceramente.
La mañana en la preparatoria comenzó de manera tranquila. Mientras caminaban por el pasillo, Akane y Yūto se encontraron con algunos de los amigos de Akane.
Aunque Akane no era extremadamente popular, tenía algunos amigos cercanos que la recibieron con sonrisas y abrazos.
—¡Akane! —exclamó una de sus amigas, abrazándola—. ¿Y este chico?
No nos habías contado que tenías novio
Akane se sonrojó de inmediato, sus ojos parpadeando con nerviosismo mientras intentaba encontrar una respuesta adecuada.
—¡No, no es eso! —dijo Akane, con su voz un poco temblorosa—.
Él es Yūto.
Me ha ayudado en bastantes cosas últimamente. No es mi novio, solo... alguien que me ha estado apoyando.
La amiga, aunque no completamente convencida, asintió lentamente.
—Si tú lo dices —dijo, con una sonrisa que no ocultaba del todo su duda.
Yūto, que estaba acostumbrado a ser un solitario en la escuela, se sintió un poco incómodo al principio, pero la calidez de Akane y la amabilidad de sus amigos lo hicieron sentir más a gusto.
Pronto, se integró en el pequeño grupo, y Akane se aseguró de que se sintiera incluido en todas las conversaciones.
Durante las clases, Yūto y Akane compartieron libros y apuntes, sus manos a veces rozándose por accidente, lo que provocaba que ambos se sonrojaran ligeramente.
A medida que pasaban las horas, Yūto se dio cuenta de que estar cerca de Akane lo hacía sentir diferente, más feliz y más conectado con el mundo que lo rodeaba.
Después de que las amigas de Akane se despidieron, Yūto, aún con una expresión pensativa, se acercó a Akane mientras se dirigían a su siguiente clase.
—¿Tus amigas saben lo de tu familia y lo del suicidio? —dijo Yūto, con una voz cargada de preocupación.
Akane, sorprendida por la mención, se quedó en silencio por un momento.
Su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y reserva.
—No, no saben nada —respondió finalmente, con un suspiro—.
Prefiero mantener esas cosas en privado.
Yūto asintió, comprendiendo la necesidad de privacidad de Akane.
Ambos continuaron caminando por el pasillo, sus pensamientos inmersos en las conversaciones y la cercanía que habían compartido durante el día.
Al final del día escolar, mientras caminaban juntos hacia la salida, el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado.
La escuela se vaciaba lentamente, y en el aire flotaba una sensación de calma.
—Gracias por estar conmigo hoy, Akane —dijo Yūto, rompiendo el silencio con una pequeña sonrisa.
Akane lo miró, y su corazón se llenó de calidez al ver la sinceridad en sus ojos.
—Siempre, Yūto —respondió ella, con un brillo en los ojos.
Mientras caminaban juntos hacia la salida, ambos sabían, aunque no lo decían en voz alta, que su relación estaba cambiando.
Una conexión especial estaba creciendo entre ellos, marcada por pequeños momentos que solo ellos compartían.
Al final del día, Yūto se preparó para dormir mientras Akane ya estaba en la cama, lista para descansar.
A medida que las luces se apagaban y el silencio llenaba la habitación, Yūto miró hacia su escritorio, donde reposaba su novela ligera.
—Hace tiempo que no leo por culpa de Akane. Creo que voy a leer un poco —murmuró Yūto en voz baja, mientras se sentaba en la cama y comenzaba a hojear el libro.
Akane, ya acomodada en su conchon, escuchó el murmullo de Yūto.
Abrió los ojos y lo vio con la novela en la mano. Un suspiro se escapó de sus labios mientras se giraba para mirarlo.
—Yūto, ¿no deberías irte a dormir? —le sugirió, un poco cansada—. Mañana tienes que levantarte temprano para la escuela.
Yūto levantó la vista de su libro y le sonrió, aún con el rostro iluminado por la luz suave de la lámpara de noche.
—Te pareces a mi madre —dijo, bromeando mientras trataba de contener una risa.
Akane frunció el ceño y luego sonrió al ver la expresión de Yūto.
Ambos estallaron en risas suaves, compartiendo un momento de complicidad antes de que el sueño los venciera.
Con la risa todavía en el aire, Yūto se estiró y finalmente cerró su novela.
La luz se apagó y ambos se acomodaron en la cama, ahora con una sensación de tranquilidad que marcaba el inicio de una nueva etapa en sus vidas.