Akane siguió al oficial de policía por los pasillos de la escuela, con el corazón latiéndole a mil por hora.
A medida que se acercaban a la sala de profesores, trataba de mantener la calma, aunque las preguntas sin respuesta se acumulaban en su mente.
¿Por qué estaba allí ese oficial?
¿Qué había sucedido para que la buscaran de esa manera?
Finalmente, entraron en una pequeña sala de reuniones donde la esperaba una mujer que reconoció al instante: la consejera de la escuela, la señora Fujimori.
Ella estaba sentada al lado de una mesa, con una expresión de preocupación evidente.
—Akane, por favor, siéntate —dijo la señora Fujimori en un tono suave, señalando una silla frente a ella.
Akane obedeció, sintiendo que sus piernas estaban a punto de fallar.
El oficial cerró la puerta tras de sí y se quedó de pie junto a la entrada, como una presencia imponente en la sala.
La señora Fujimori entrelazó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante.
—Akane, sé que esto puede parecer abrumador, pero estamos aquí para ayudarte —comenzó la consejera—.
El oficial Yamamoto está aquí porque recibimos una llamada preocupante esta mañana.
Es sobre tus padres.
El corazón de Akane dio un vuelco.
Inmediatamente, su mente se llenó de imágenes de su madre, con sus mensajes crueles, y de su padre, siempre distante y ausente. Pero en ese momento, la idea de que algo más grave pudiera haber sucedido la llenó de terror.
—¿Qué pasó? —logró preguntar, su voz temblando.
El oficial Yamamoto dio un paso adelante.
—Recibimos un informe que sugiere que ha habido una situación de violencia en tu hogar —dijo con tono firme, pero no sin compasión—.
Queríamos asegurarnos de que estás a salvo, y también necesitamos que confirmes algunos detalles.
Akane sintió que el mundo a su alrededor se desmoronaba. No podía evitar que las lágrimas empezaran a llenar sus ojos.
Recordó las veces que su madre había perdido los estribos, y cómo su padre no había hecho nada para detenerla.
Sabía que la situación en casa no era buena, pero nunca había imaginado que llegaría a esto.
—¿Mis padres están…? —no pudo terminar la pregunta, su voz quebrándose.
—Tus padres están bien, físicamente —respondió la señora Fujimori, tratando de consolarla—. Pero estamos preocupados por tu bienestar, Akane. Queremos que sepas que no estás sola en esto.
Akane se quedó en silencio, luchando contra las emociones que la abrumaban. La consejera continuó hablando, su voz tranquila y reconfortante.
—Sabemos que has pasado por mucho, Akane, y queremos ofrecerte el apoyo que necesitas. Esto no tienes que enfrentarlo sola.
Akane asintió lentamente, sintiendo que las palabras de la consejera comenzaban a penetrar en la niebla de su confusión y miedo.
Sabía que tenía amigos, sabía que tenía a Yūto, pero hasta ahora no se había permitido realmente confiar en que alguien pudiera ayudarla.
—Vamos a proceder con una investigación, pero mientras tanto, nos gustaría que consideres quedarte con una familia de acogida temporal o con alguien de tu confianza —añadió el oficial Yamamoto—.
Solo hasta que podamos asegurarnos de que estarás segura.
Akane se quedó mirando sus manos, tratando de asimilar todo lo que le estaban diciendo.
Pero en su mente, solo una imagen persistía: la de Yūto, con su torpe pero sincera preocupación por ella, ofreciéndole su apoyo en medio de su propia timidez y miedos.
—¿Puedo… puedo quedarme con los Takahashi la familia de Yūto? —preguntó, levantando la vista hacia la consejera y el oficial.
Su voz era apenas un susurro, pero estaba cargada de esperanza.
La señora Fujimori sonrió, asintiendo con comprensión.
—Podemos arreglar eso, Akane. Hablaré con la familia y haré los arreglos necesarios. Lo más importante ahora es que te sientas segura y apoyada.
Akane sintió un ligero alivio al escuchar esas palabras.
Aunque la situación era aterradora, había una pequeña luz al
final del túnel.
Sabía que aún tenía mucho por lo que pasar, pero no lo haría sola.
De vuelta en el aula, Yūto apenas podía concentrarse en la clase.
Su mente estaba llena de preocupaciones por Akane, imaginando todos los escenarios posibles de por qué la policía la había llevado a hablar.
Cuando la puerta del aula se abrió, y Akane regresó, todo lo que podía hacer era mirarla con una mezcla de alivio y preguntas.
Akane caminó directamente hacia él, con una expresión tensa pero decidida.
Cuando se sentó a su lado, le susurró:
—Tengo que hablar contigo después de clase.
Yūto asintió, y el resto de la lección transcurrió en un silencio cargado de tensión
Después de la escuela, se dirigieron juntos a un pequeño parque cercano, un lugar tranquilo donde podían hablar sin ser interrumpidos.
Una vez allí, Akane le contó a Yūto todo lo que había sucedido, su voz temblorosa pero decidida a no quebrarse.
Le explicó lo que la policía y la consejera le habían dicho, y cómo había pedido quedarse con su familia.
Yūto la escuchó en silencio, sintiendo una mezcla de tristeza por lo que Akane estaba pasando y un profundo deseo de protegerla.
—Por supuesto que puedes quedarte con nosotros —dijo finalmente, con una firmeza inusitada en su voz mientras se inclinaba y la envolvía en un cálido abrazo—. No tienes que volver a ese lugar si no quieres.
Akane lo miró sorprendida, y por un momento, el peso del mundo pareció aligerarse.
Yūto, siempre tan reservado, estaba mostrándole un lado de él que nunca antes había visto, y eso le daba fuerza.
Sintiendo el calor y la seguridad en el abrazo de Yūto, Akane cerró los ojos por un segundo, permitiéndose descansar en ese momento.
—Gracias, Yūto. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí —dijo Akane, su voz suave y llena de gratitud.
Yūto desvió la mirada, sonrojándose levemente mientras aflojaba el abrazo.
—Solo quiero que estés bien, Akane —respondió, con una sinceridad que hizo que el corazón de Akane latiera con fuerza.
Antes de que pudieran decir algo más, Akane sonrió levemente, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, verdaderamente apoyada.