La mañana siguiente, Yūto y Akane se despertaron bajo el mismo futón, ambos envueltos en una mezcla de calor y comodidad.
El sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación.
—Buenos días —dijo Akane con una sonrisa tranquila, notando cómo Yūto la miraba con una expresión de ligera sorpresa.
—Buenos días —respondió Yūto, tratando de ocultar su timidez por el abrazo nocturno. Decidió desviar la conversación hacia un tema neutral—. ¿Te gustaría hacer algo hoy?
Akane pensó por un momento. La idea de hacer algo juntos era agradable, pero no tenía nada específico en mente.
Al ver a Yūto comenzar a prepararse para el día, se le ocurrió una idea.
—Podríamos hacer algo en la cocina —sugirió, intentando sonar casual—. Me vendría bien aprender a cocinar algo.
Yūto levantó una ceja, sorprendido por la sugerencia.
Aunque había cocinado para sí mismo durante años, nunca había pensado en enseñar a alguien más.
Sin embargo, aceptó la propuesta con una sonrisa.
—¡Perfecto! Podemos hacer galletas. Es un buen punto de partida para aprender.
Después de un desayuno ligero, ambos se dirigieron a la cocina. Yūto ya había preparado todos los ingredientes necesarios y los colocó sobre la mesa, listo para comenzar.
—Vamos a empezar —dijo Yūto, animado. Akane se acercó a la mesa, mirando los ingredientes con una mezcla de entusiasmo y nerviosismo—. Primero, mezclamos la harina y el azúcar.
Akane se inclinó para observar cómo Yūto hacía la mezcla, tratando de seguir el ritmo.
Sin embargo, se dio cuenta de que no sabía cómo manejar la batidora ni las cantidades exactas de los ingredientes.
—Eh, Yūto... —comenzó a decir, tratando de encontrar una manera de confesar que no sabía mucho de cocina—. Nunca he hecho esto antes, así que, um, ¿podrías ayudarme?
Yūto notó la incomodidad en la voz de Akane y le sonrió con comprensión.
—Claro, no te preocupes. Todos empezamos desde cero en algún momento —dijo, tomando la batidora y mostrándole cómo usarla.
La manera en que le explicaba y la paciencia con la que lo hacía tranquilizaron a Akane.
Akane intentó batir la masa, pero pronto derramó un poco de harina fuera del bol. Yūto rió suavemente y le dio un paño para limpiar el desorden.
—Es parte del proceso —dijo Yūto, con una sonrisa alentadora—. No te preocupes si ocurre algún error.
Mientras mezclaban los ingredientes y la masa comenzaba a tomar forma, Yūto y Akane conversaban sobre cosas cotidianas.
Akane reveló que solía sentirse un poco insegura cuando se trataba de tareas domésticas, y Yūto le compartió una anécdota divertida sobre un desastre culinario que tuvo en el pasado.
—Una vez intenté hacer una pizza casera, y terminó pareciendo más una obra de arte abstracto que una pizza —contó Yūto con una risa.
Akane se rió con él, sintiendo que la conversación hacía que el proceso de cocinar fuera más agradable.
—¿Sabes? —dijo Akane mientras mezclaba la masa—. Me siento un poco avergonzada de no saber cocinar.
—No tienes por qué sentirte así. La cocina es algo que se aprende con práctica. Lo importante es que te estás esforzando —respondió Yūto, mientras formaba la masa en pequeñas bolitas y las colocaba en la bandeja para hornear.
Akane sonrió al escuchar las palabras de aliento de Yūto, sintiéndose más cómoda con la situación. A medida que pasaba el tiempo, las galletas comenzaron a tomar forma y el aroma dulce llenó la cocina.
—¡Ya huele delicioso! —dijo Akane, mirando la bandeja con satisfacción.
—Sí, parece que estamos haciendo un buen trabajo —respondió Yūto—. ¿Qué te parece si planeamos otra actividad para el fin de semana? Tal vez podamos hacer algo divertido juntos.
Akane asintió, agradecida por el gesto.
Mientras las galletas se enfriaban, conversaron sobre posibles salidas, como visitar un parque cercano o ir a un mercado local.
La idea de pasar tiempo juntos en diferentes actividades hizo que ambos se sintieran emocionados.
Finalmente, las galletas se enfriaron y ambos probaron el primer bocado. A pesar de los errores y el pequeño caos, el sabor era delicioso.
—No están tan mal para una primera vez, ¿verdad? —bromeó Yūto, mientras Akane reía.
—Definitivamente mejores de lo que esperaba —respondió Akane, sintiendo una profunda satisfacción.
La noche cayó y la casa de Yūto estaba tranquila. Después de cenar, Akane se retiró a su habitación para prepararse para dormir, mientras Yūto se quedó en la sala, revisando algunas cosas en su computadora.
De repente, escuchó un leve ruido proveniente de la habitación de Akane. Al asomarse, vio que ella estaba sentada en la cama, con una expresión pensativa en el rostro. Parecía inquieta, como si estuviera pensando en algo.
Yūto decidió acercarse y preguntarle si estaba bien. Cuando entró a la habitación, notó que Akane estaba mirando por la ventana.
—¿Todo bien, Akane? —preguntó con preocupación.
Akane se volvió hacia él, con una leve sonrisa. —Sí, solo estaba pensando en cómo pasaron el día. Me alegra que hayamos hecho esto juntos.
Yūto sonrió y se sentó al lado de ella. —Sí, fue un buen día.
Se quedó en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad de la noche.
Akane parecía relajada, pero Yūto notaba una pequeña tristeza en su expresión, como si hubiera algo más en su mente.
—¿Te gustaría dar un paseo nocturno? —sugirió Yūto, tratando de animar el ambiente.
Akane asintió, agradecida por la compañía.
Ambos salieron al jardín trasero, donde el cielo estrellado les ofrecía una vista espectacular.
Encontraron un pequeño banco cerca del jardín, donde se sentaron a mirar las estrellas.
—Es hermoso, ¿no crees? —dijo Akane, mirando las estrellas con admiración.
—Sí, es realmente relajante —respondió Yūto, sintiendo que el momento era perfecto para expresar sus sentimientos.
Mientras observaban el cielo, Yūto pensó en la conversación que había tenido con Miyu y en su deseo de declarar sus sentimientos a Akane.
A pesar de la belleza del momento, no estaba seguro de si era el momento adecuado para hacerlo.
—Akane... —comenzó a decir, nervioso—. Hay algo que quiero decirte.
Akane lo miró con curiosidad, esperando su confesión. Yūto sintió que el corazón le latía con fuerza, y las palabras parecían quedarse atrapadas en su garganta.
Antes de que pudiera decir algo más, un leve sonido interrumpió el momento: el reloj de la casa sonó, indicando que era tarde.
Akane miró el reloj y se dio cuenta de que era hora de volver adentro.
—Deberíamos regresar —dijo Akane, con una sonrisa triste pero comprensiva—. Mañana será otro día.
(nota del creador: creo que deberia dejar de hacer esto)
Yūto asintió, sintiendo una mezcla de alivio y decepción.
Sabía que no era el momento adecuado para confesar sus sentimientos, pero estaba decidido a encontrar el momento perfecto.
Regresaron a la casa y, al llegar a su habitación, Yūto se preparó para dormir.
Sin embargo, antes de acostarse, decidió volver a hacerlo: fingió que se había quedado dormido en su cama y, con cuidado, se deslizó al futón de Akane y se acomodo allí, como si fuera parte de un sueño compartido.
Mientras se acomodaba, sintió la calidez y la comodidad del lugar, sabiendo que estaba cerca de Akane.
—No debería acostumbrarme a esto —murmuró Yūto en voz baja.
Akane, aún medio despierta, notó la presencia de Yūto a su lado y soltó una risa suave. Luego, le respondió con una sonrisa juguetona:
—Definitivamente no deberías.
Se giró hacia él y, con una expresión tierna, añadió:
—Pero me alegra que estés aquí.
Yūto sonrió, sintiendo que el momento era especial y lleno de significados que aún no entendía completamente.
Se acurrucó junto a Akane, disfrutando de la tranquilidad y del suave abrazo de la noche.