La semana había transcurrido en un torbellino de emociones encontradas para Yūto y Akane.
Aunque habían hablado y aclarado algunas cosas, una sombra de inquietud persistía en el aire.
La relación con Haruki seguía siendo un tema delicado, y la tensión aumentó cuando, un día después de la escuela, Akane apareció con un moretón visible en su brazo.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Yūto, con preocupación al notar la marca en el brazo de Akane mientras estaban en la cocina, preparando la cena juntos.
Akane se sonrojó y miró hacia otro lado, tratando de evitar el contacto visual.
La incomodidad era palpable y, aunque intentó restarle importancia, la preocupación de Yūto solo creció.
—Es solo un pequeño accidente —dijo ella con voz temblorosa—. No es nada grave.
Yūto no estaba convencido. La marca era demasiado evidente para ser un simple accidente.
Sabía que algo no estaba bien y que debía averiguar la verdad.
Su mente estaba llena de preguntas y sospechas, especialmente con el reciente comportamiento evasivo de Akane.
Esa noche, después de la cena, decidió hablar con Akane sobre el asunto.
Había sido un día agotador y la situación parecía cada vez más tensa. Estaban en la sala de estar, ambos sentados en silencio, cuando Yūto finalmente rompió el silencio.
—Akane, necesito que me digas qué está pasando —dijo con firmeza—. ¿Por qué tienes ese moretón en el brazo?
Akane suspiró, y su expresión era una mezcla de tristeza y resignación.
—Haruki... él... me empujó —dijo finalmente—. Fue en un momento de enojo. Tuvimos una discusión, y él se puso violento.
La confesión cayó como una losa sobre Yūto.
Su ira y preocupación se mezclaron en un torbellino de emociones.
No podía creer que Haruki, quien había sido una parte importante de la vida de Akane, hubiera llegado a lastimarla.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó Yūto, su voz temblando de enojo—. ¿Por qué lo escondiste?
—No quería que te preocuparas más de lo necesario —respondió Akane—. Y no quería causar más conflictos entre ustedes.
Yūto sintió una oleada de frustración y tristeza.
No podía permitir que Haruki saliera impune después de lo que había hecho.
Apretando fuerte los puños decidió que debía enfrentarse a él y resolver la situación de una vez por todas.
Al día siguiente, Yūto se encontró con Haruki en el pasillo de la escuela.
Había un aire de tensión en el ambiente, y Yūto no podía esperar más para confrontarlo.
—Haruki —dijo Yūto con voz fría—, necesitamos hablar.
Haruki levantó una ceja, y su expresión pasó de sorpresa a una sonrisa desafiante.
—¿Ah, sí? ¿Sobre qué? —preguntó, claramente sin intención de hacer las cosas más fáciles.
—Sobre lo que le hiciste a Akane —dijo Yūto con determinación—. Sé que la lastimaste, y eso no lo voy a dejar pasar.
Haruki frunció el ceño, y su sonrisa se desvaneció.
La tensión entre ellos era palpable, y otros estudiantes empezaron a detenerse para observar la confrontación.
—Eso no es asunto tuyo —dijo Haruki con desdén—. Akane y yo tenemos asuntos que resolver. Tú no tienes que entrometerte.
Yūto dio un paso adelante, sintiendo cómo su furia se apoderaba de él.
—No voy a permitir que la lastimes más —dijo con firmeza—. Si tienes algo que decir, dilo ahora. De lo contrario, tendrás que enfrentarte a mí.
Haruki se rió con sarcasmo.
—¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacer? ¿Desafiarme a una pelea?
Sin esperar respuesta, Haruki empujó a Yūto con fuerza.
La provocación fue suficiente para que Yūto perdiera la paciencia. Sin pensarlo, le devolvió el empujón con la misma intensidad.
Las cosas se descontrolaron rápidamente.
Los dos se lanzaron golpes, la confrontación se volvió física y violenta.
Los estudiantes alrededor miraban atónitos mientras la pelea entre Yūto y Haruki se intensificaba.
Yūto estaba impulsado por su preocupación y enojo, y cada golpe que lanzaba estaba cargado de la desesperación que sentía por proteger a Akane.
Haruki, por otro lado, estaba impulsado por su propio resentimiento y la necesidad de demostrar su superioridad.
La pelea no duró mucho tiempo, pero fue lo suficientemente intensa como para que ambos quedaran exhaustos y con heridas visibles.
Finalmente, el personal de la escuela intervino, separando a los dos y llevándolos a la sala de profesores para una reprimenda.
Después de la pelea, Yūto se encontró en la sala de enfermería con algunos vendajes en su rostro y brazos.
Akane llegó poco después, con una expresión preocupada.
—¿Estás bien? —preguntó ella, acercándose a Yūto con cuidado.
—Sí, estoy bien —respondió él, aunque el dolor en su rostro era evidente—. Solo... me preocupaba verte y quería asegurarme de que Haruki supiera que no puedo permitir que te haga daño.
Akane lo miró con gratitud y tristeza.
—Lo aprecio, Yūto. Pero no quería que llegáramos a esto. Siento mucho que te hayas lastimado por mi culpa.
Yūto tomó la mano de Akane, intentando ofrecerle una sonrisa reconfortante.
—No te preocupes por eso. Lo importante es que estás bien. Y si eso significa tener que enfrentar a Haruki, entonces lo haré.
Akane asintió, y ambos se quedaron en silencio por un momento, procesando lo que había sucedido.
La tensión entre ellos se había disipado un poco, y aunque las heridas físicas y emocionales aún estaban frescas, sabían que estaban juntos en esto.
Al final del día, ya en casa, Yūto y Akane se prepararon para dormir.
La habitación estaba en silencio, y la tensión del día se sentía en el aire.
Yūto, con las heridas aún frescas y la mente agitada, no podía evitar sentir que algo estaba cambiando entre ellos.
Se acomodó en su cama, pero el sentimiento de ausencia de Akane en el futón le resultaba extraño.
Esa noche, después de un rato de dar vueltas en su cama, Yūto decidió hacer algo que había hecho anteriormente.
Se levantó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido, y se dirigió al futón de Akane.
Con movimientos sigilosos, se deslizó debajo de la manta, sintiendo el calor y la suavidad del futón.
Aunque el gesto era una forma de buscar consuelo, también era una manera de reconectar con la cercanía que había compartido con Akane antes.
Akane, sintiendo el movimiento, abrió los ojos lentamente.
Al ver a Yūto junto a ella, sonrió suavemente y se movió para acurrucarse más cerca de él.
El abrazo que compartieron antes de dormir se sentía aún más reconfortante en ese momento.
Ambos se acurrucaron bajo la manta, el calor compartido y el consuelo en la cercanía ayudaron a calmar los nervios y las emociones acumuladas.
En ese momento, se sintieron más conectados que nunca, y aunque el futuro seguía siendo incierto, al menos tenían el uno al otro.
Finalmente, se quedaron dormidos juntos, rodeados por la calidez del futón y el confort de su cercanía.
La noche pasó tranquila, y aunque las heridas y los conflictos del día no desaparecieron por completo, el abrazo compartido ofreció un pequeño respiro y un recordatorio de que, a pesar de todo, estaban juntos en esto.
(nota del creador: Esta ultima parte nunca puede faltar, adoro los abrazos)