El día amaneció con un cielo gris y cargado de nubes oscuras, presagiando una tormenta que ya se asomaba en el horizonte.
Yūto y Akane habían decidido pasar la tarde juntos, sin ningún plan en particular, simplemente disfrutando de la compañía del otro.
Había algo diferente en el aire; la confesión de la noche anterior aún resonaba en sus corazones, pero ninguno había hablado al respecto desde entonces.
Ambos estaban conscientes de que algo había cambiado, pero parecían no estar listos para enfrentarlo todavía.
Caminaron por el parque, sintiendo la brisa fresca y el olor a tierra mojada que llegaba con el viento.
Las hojas de los árboles crujían bajo sus pies, y el sonido lejano de los truenos comenzaba a resonar.
Aunque el clima no era el más ideal, para Yūto, cualquier lugar era perfecto si Akane estaba a su lado.
Se sentía más tranquilo de lo habitual, como si la proximidad de Akane disipara las nubes que llevaban meses formándose en su mente.
—Parece que va a llover pronto —comentó Akane, mirando hacia el cielo mientras caminaban lado a lado, con las manos en los bolsillos de su chaqueta.
La humedad del aire hacía que su cabello se encrespara ligeramente, pero ella no parecía preocupada.
Yūto asintió, observando el panorama.
Había una tensión palpable, una sensación de expectativa en el aire.
Desde su confesión, cada momento juntos parecía estar cargado de una nueva energía, como si ambos estuvieran descubriendo su relación desde una perspectiva diferente.
A pesar de su habitual torpeza con las palabras, Yūto se sentía sorprendentemente cómodo.
—Sí, pero está bien —respondió Yūto, sonriendo con suavidad—. Me gusta este tipo de clima. Además, las tormentas no duran para siempre, ¿verdad?
Akane lo miró de reojo y sonrió.
Había algo en la forma en que Yūto decía las cosas, como si siempre encontrara la manera de hacer que cualquier situación pareciera menos aterradora.
Mientras avanzaban, una fina llovizna comenzó a caer, apenas lo suficiente para ser perceptible, pero anunciando la inminente tormenta.
—¿Quieres regresar? —preguntó Yūto, aunque en el fondo esperaba que Akane dijera que no.
A pesar de la lluvia, la cercanía y la tranquilidad del momento eran lo único que le importaba.
Había un deseo latente de seguir caminando, de no romper esa burbuja de intimidad que los envolvía.
—No, sigamos un poco más —respondió ella, con una determinación que lo hizo sonreír.
Sus palabras eran simples, pero en su tono, Yūto percibió algo más profundo, una especie de deseo compartido de prolongar aquel tiempo juntos.
Continuaron caminando hasta llegar a un pequeño puente de madera que cruzaba un arroyo.
El sonido del agua corriendo bajo sus pies era calmante, y por un momento, se detuvieron a mirar cómo las gotas de lluvia salpicaban la superficie del agua.
Akane se inclinó sobre la barandilla, observando el reflejo distorsionado de las nubes en el arroyo, mientras Yūto se colocaba a su lado, sin decir nada, solo disfrutando de la simpleza de estar juntos.
La lluvia empezó a caer con más fuerza, empapándolos rápidamente.
Akane rió mientras trataba de cubrirse con las manos, pero en lugar de refugiarse, ambos parecieron disfrutar del momento, dejando que el agua los mojara por completo.
Era como si el mundo exterior no existiera, solo el instante presente.
—¡Vaya, esto es peor de lo que pensé! —exclamó Akane, sus palabras apenas audibles por encima del rugido de la tormenta.
Sus cabellos oscuros se pegaban a su rostro, y sus mejillas estaban sonrojadas por el frío.
Aun así, no parecía molesta; de hecho, su sonrisa era más amplia que nunca.
Yūto, viéndola así, no pudo evitar sentir una oleada de emoción.
Había algo increíblemente bello en su risa despreocupada, en la manera en que sus ojos brillaban a pesar del agua que caía sin descanso.
Cada gota de lluvia parecía intensificar sus sentimientos, como si la tormenta fuera un reflejo de la confusión y el fervor que sentía por dentro.
En ese instante, sintió que el amor que había mantenido oculto durante tanto tiempo estaba a punto de desbordarse.
—Akane... —dijo Yūto, su voz casi sofocada por el estruendo del agua—. Te ves...
Antes de que pudiera terminar su frase, un relámpago iluminó el cielo, seguido de un estruendo ensordecedor.
Akane, por reflejo, dio un paso hacia Yūto, aferrándose a su brazo con fuerza.
Fue un gesto instintivo, pero el contacto hizo que ambos se miraran a los ojos, y en ese momento, todo lo demás dejó de importar.
Los rostros de Yūto y Akane estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro.
La lluvia caía con fuerza, empapándolos completamente, pero nada podía desviar sus miradas.
En los ojos de Akane, Yūto vio una mezcla de sorpresa, anhelo y algo más, algo que había estado buscando desde hacía mucho tiempo.
Fue un instante, un impulso compartido que ninguno de los dos pudo detener.
Yūto se inclinó hacia adelante y, sin pensar en las consecuencias, cerró la distancia que los separaba.
Sus labios se encontraron en un beso que comenzó con suavidad pero que rápidamente se volvió más intenso.
No había palabras ni vacilaciones, solo la urgencia de expresar todo lo que sentían.
Akane respondió de inmediato, envolviendo sus brazos alrededor de Yūto mientras el beso se profundizaba.
Había una urgencia en sus movimientos, una necesidad de expresar todo lo que las palabras no podían decir.
El sonido de la tormenta a su alrededor se desvaneció, dejando solo la sensación del calor de sus cuerpos a pesar de la lluvia fría.
Sus labios se movían con desesperación y ternura, una mezcla perfecta de deseo y emoción contenida.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento, sus frentes todavía apoyadas una contra la otra.
La lluvia continuaba cayendo, pero en lugar de enfriar el momento, parecía intensificar la calidez que compartían.
Yūto no pudo evitar sonreír, sintiendo una oleada de felicidad pura, sin adulterar, como nunca antes.
—Akane... —susurró, su voz temblorosa pero llena de sinceridad—. No sé qué decir...
Akane lo miró, con los ojos brillantes y una sonrisa que reflejaba toda la alegría del momento.
Sus mejillas estaban enrojecidas, y sus labios temblaban ligeramente, como si el beso aún dejara un rastro palpable.
—No digas nada —respondió ella, con una risa suave—. Creo que esto lo dice todo.
Yūto asintió, abrazándola nuevamente, esta vez con una firmeza que reflejaba la certeza que había encontrado en su corazón.
No había más dudas ni temores, solo la verdad de lo que sentía por Akane.
El beso inesperado bajo la tormenta fue la confirmación de todo lo que ambos necesitaban saber.
Mientras permanecían así, envueltos en un abrazo que los protegía del mundo exterior, Yūto supo que, finalmente, había encontrado el coraje para vivir sus sentimientos plenamente.
Y tal vez, pensó, ese era solo el comienzo de algo aún más hermoso.
Mientras la tormenta seguía su curso, Yūto y Akane compartieron un último beso bajo la lluvia, sellando un nuevo capítulo en su historia juntos.