[Capítulo 1]
—Luciano, he estado casada contigo durante tres años, pero no me has tocado ni una sola vez. Te daré mi bendición a ti y a tu primer amor al renunciar a nuestro matrimonio. Mañana, serás libre para ir con ella, pero, por ahora, recompénsame por mis sentimientos hacia ti durante todos estos años.
Roxana Jerez se inclinó y presionó los labios sobre el hombre frente a ella, como si fuera un insecto atraído hacia la luz; fue un acto frenético y desesperado. Ella sabía que era un movimiento despreciable; sin embargo, lo había amado durante bastante tiempo, por lo que había sufrido considerablemente y lo único que quería era un poco de consuelo.
—Roxana, ¿cómo te atreves?
Furioso, Luciano Fariña apretó la mandíbula y en su atractivo rostro se vio reflejada la ira. Quería apartarla, pero el creciente deseo en su cuerpo era irresistible y amenazaba con consumir su capacidad para razonar. «¿Cómo se atreve a tramar en mi contra?».
—No le temo a nada…
Una lágrima cayó por el rabillo del ojo de la mujer. Intensificó sus besos al mismo tiempo que sus inexpertas manos tocaban con torpeza y rapidez el cuerpo del hombre; lo único que quería era poseerlo por completo por una vez.
A Luciano lo invadió la ira y, por desgracia, no tenía la situación bajo control. Enseguida, se dejó llevar por sus instintos y, a medida que le ardía el cuerpo, perdió por completo su razonamiento.
Al día siguiente, al amanecer, Roxana se despertó, reprimió el malestar que sentía, se levantó de la cama y se vistió. A continuación, sacó del cajón el acuerdo de divorcio que había preparado, lo colocó sobre la mesa de noche y, antes de marcharse, miró al hombre que estaba en la cama.
—Luciano, te liberaré. A partir de hoy tomaremos caminos separados y ya no sabremos nada el uno del otro —murmuró.
Apartó la mirada y se volteó para irse. Sentía mucho rencor y angustia cuando salió de la residencia Fariña ya que había amado a Luciano durante siete años. Había estado enamorada de él desde su adolescencia hasta sus días en la universidad, por lo que su mayor deseo era ser su esposa. Por desgracia, él la detestaba desde el momento en que formó parte de su familia.
En aquel entonces, su abuelo estaba gravemente enfermo y necesitaba un motivo de alegría para alejar la desgracia; la suerte quiso que ella fuera la elegida para ser la esposa de Luciano. El codicioso padre y la madrastra de Roxana aceptaron el matrimonio de inmediato. Ella aún podía recordar lo contenta que estaba mientras esperaba la noche de su boda. No obstante, Luciano apareció con una expresión de fastidio e indignación.
—Roxana, debes saber que la persona con la que quiero casarme es Abril Pedrosa; nunca quise casarme contigo. Solo ella tiene el derecho a ser mi esposa. No eres lo suficientemente buena para mí —declaró.
Roxana sabía que él no estaba obligado a amarla; sin embargo, igual se aferró a la esperanza de ganarse el cariño del hombre algún día. En los últimos tres años de su matrimonio, hizo todo lo posible para ser una esposa buena y cariñosa. Todas las noches, preparaba la cena para que él se encontrara con comidas recién hechas al llegar a casa. No importaba lo tarde que fuera, ella solo se iba a acostar tranquila cuando él regresaba.
Si él se embriagaba en eventos sociales, ella lo cuidaba en lugar de dejarlo en manos de otra persona. Cada vez que se enfermaba o estaba herido, Roxana era quien más se preocupaba. Cada invierno, encendía la calefacción y le llenaba la bañera con agua caliente. Por las mañanas, se despertaba más temprano de lo habitual para calentarle la ropa así no sentía frío. No obstante, él nunca la amó y jamás lo haría.
Hacía dos días había sido el cumpleaños de Roxana, pero Luciano fue al hospital para hacerle compañía a Abril. Fue entonces cuando ella comprendió que sus sentimientos nunca serían correspondidos y no lograría que Luciano se enamorara de ella, ya que su corazón le pertenecía a otra mujer; por lo tanto, decidió darse por vencida.
Luciano se despertó a las diez de la mañana y lo primero que quiso hacer luego de levantarse fue estrangular a Roxana hasta la muerte. Él era el director ejecutivo de Grupo Fariña y era conocido por su perspicacia. Nadie en el mundo empresarial estaba a su altura, por consiguiente, jamás había caído en la trampa de nadie y ni siquiera en sus sueños más locos se imaginó caer en la trampa de esa mujer. Miró alrededor de la habitación hirviendo de ira, pero no vio a Roxana por ningún lado; no obstante, por el rabillo del ojo, vio el documento sobre la mesa de noche.
—¿Qué es eso?
Luciano frunció el ceño mientras tomaba el documento que tenía las palabras «Acuerdo de divorcio» impresas en negrita en la primera página y entrecerró la mirada de forma amenazadora. «Primero, recurrió a esa despreciable trampa para obligarme a tener sexo con ella y ahora quiere el divorcio. ¡Ja! ¿Cuántos trucos tiene bajo la manga?». Luciano se negaba a creer que ella en verdad quería divorciarse de él así que se puso de pie, se vistió y se dirigió furioso al piso de abajo.
—¿Viste a Roxana? —le preguntó a Lautaro, el mayordomo.
—Señor, la señora Fariña salió de casa con su equipaje antes del amanecer —respondió el hombre, luego de que lo tomara desprevenido.
Luciano se detuvo de inmediato tras escucharlo.
Seis años después, en el Instituto de Investigación Médica de Realidad Virtual en Yara, Roxana acababa de salir de su laboratorio cuando su asistente, Linda, le dijo:
—Doctora Jerez, el profesor Laborda necesita hablar con usted. Quiere verla en su oficina.
Después de permanecer despierta durante toda la noche, Roxana se sentía somnolienta; no obstante, luego de escuchar a Linda, salió de su ensimismamiento mientras se despabilaba.
—¿Dijo algo? No me digas que mis pequeños traviesos volvieron a destruir los resultados de la investigación.
—Eso parece —respondió y miró a la mujer en modo compresivo.
Roxana era una mujer eficiente y competente. A temprana edad se convirtió en la aprendiz de Javier Laborda, el mejor profesor del mundo médico. Nunca la reprendieron por su trabajo debido a sus capacidades excepcionales. No obstante, eso no evitaba que fuera el chivo expiatorio por sus traviesos hijos.
—Pasó tres días en el laboratorio, así que Andrés y Bautista estaban preocupados por usted. Pasaron sus días rondando en la oficina del profesor Laborda y creo que le salieron canas nuevas por los problemas que causaron. —Linda la reconfortó.
Roxana sintió que se aproximaba un dolor de cabeza; no obstante, no pudo evitar que la situación también le pareciera graciosa. Seis años antes, ella se marchó de la residencia Fariña y se dirigió al extranjero sin vacilar. Al principio, quería continuar sus estudios, pero pronto descubrió que estaba embarazada y, en aquel entonces, se vio atrapada en un dilema sobre si debía abortar a sus hijos. Cuando llegó al hospital, cambió de opinión porque no podía soportar separarse de ellos, por lo que, al final, continuó con el embarazo.
Ella estaba embarazada de trillizos; dos niños y una niña. Durante el parto, la niña nació sin signos vitales debido a la falta de oxígeno y solo sobrevivieron los niños, a quienes nombró Andrés y Bautista. Roxana sentía una felicidad total al pensar en sus ingeniosos hijos; sin embargo, se sintió desanimada cuando recordó que estaban a punto de regañarla gracias a ellos.