Cuando volví a abrir los ojos, la luz del mundo me envolvió con una calidez extraña y reconfortante. Mi vista, aún borrosa, se enfocó lentamente en un rostro que me dejó sin aliento.
Era una mujer de una belleza serena, con una piel tan clara que parecía reflejar la misma luz que bañaba la habitación. Su cabello, negro como una noche sin estrellas, caía suavemente alrededor de su rostro, enmarcando unos ojos oscuros y profundos, llenos de secretos y algo más: un cansancio que atravesaba el alma.
El dulce abrazo de la muerte estaba cerca de ella, pero aun así no podía dejar de mirarme. Sus labios temblaron al hablar, y con una voz débil pero cargada de amor, susurró:
—Mi bebé... mi bebé... sé fuerte. No te dejes caer... mi bebé...
Esas palabras, tan delicadas como las alas de un susurro, fueron su último aliento. Y con su último suspiro, dejó caer un nombre:
—Crisol.
Aunque su voz apenas era un murmullo, el nombre resonó con fuerza en la habitación enmudecida. Todos los presentes, incluidos los doctores, giraron la mirada hacia ella, comprendiendo lo inevitable. Vi cómo negaron con la cabeza, sus rostros abatidos.
Lo supe antes de que lo confirmaran: mi madre había muerto. Sus últimas palabras eran también las últimas vibraciones de vida que escapaban de su cuerpo. La habitación, fría y quieta, se volvió un testigo silencioso de su sacrificio.
Mi nombre, Crisol, quedó suspendido en el aire como su legado.
—Doctor, ¿qué hacemos con el niño?
—Registrenlo. Ya saben qué hacer, no es la primera vez que ocurre algo así.
—¿Tenemos datos de la paciente?
—Solo encontramos una identificación con el nombre Ariel Brow.
—Entonces usemos su apellido. No hace falta buscar otro nombre; la madre ya lo eligió.
El médico, con un leve suspiro, hizo una seña para que procedieran.
—Espero que tengas un futuro brillante, Crisol.
Un asistente intervino con un tono de voz más bajo:
—¿Llamamos a un centro de ayuda para que el bebé encuentre una casa hogar donde pueda vivir?
—Sí, háganlo. Que Arceus lo acompañe en su camino.
Un mes después
Pasó solo un mes desde que llegué a esta casa hogar, y no tengo dudas: esto es un fiasco. Por fuera, el lugar parece un refugio decente, pero dentro es todo lo contrario. Los encargados tratan a los niños como esclavos, obligándolos a trabajar y olvidándolos a su suerte. Y lo peor de todo... Esta casa pertenece a una organización criminal. Venden a los niños como mercancía, probablemente para esclavitud.
Es frustrante. No importa cuánto cambien las eras, estas cosas parecen no desaparecer nunca.
"Tengo que hacer algo", me digo una y otra vez. Pero antes, debo calmarme.
Respiro hondo. Aun siendo un bebé, puedo sentir el peso de mi ira mezclándose con la impotencia. Extraño Terranova. Ahí todo era diferente: pacífico, seguro. No existían estas pesadillas ni estos presagios oscuros que ahora siento.
Susurré casi sin darme cuenta:
—Cómo quisiera estar en Terranova...
Y entonces, el mundo cambió.
Cuando volví a mirar a mi alrededor, supe al instante dónde estaba. Terranova.
El aire, aunque diferente, aún llevaba un eco de lo que solía ser. Aquí fue donde viví algunos de mis momentos más felices, rodeado de aquellos que eran mucho más que compañeros: mis Pokémon. Cada rincón de este lugar solía estar lleno de vida y energía, desde los huevos recién puestos hasta los más ancianos y sabios que guiaban al resto.
Recordé las tardes en los campos interminables, donde los más jóvenes jugaban y reina, mientras los mayores cuidaban de ellos con paciencia infinita. Los ríos cristalinos donde algunos se zambullían felices, las cuevas donde otros se refugiaban en busca de paz, y los cielos donde el vuelo sincronizado de grandes y pequeños llenaba el horizonte de colores y esperanza.
Pero ahora, todo había cambiado.
Terranova no era el lugar cálido y vibrante que había sido. Todo lo que amé aquí había desaparecido. El campo que alguna vez estuvo lleno de Pokémon de todas las formas y tamaños ahora era un vasto paisaje de dolor y vacío. La hierba verde se había marchitado, dejando grietas profundas en la tierra, como si el propio suelo llorara por lo perdido.
En el centro del campo, un cementerio se extendía ante mí. Entre la neblina, vi los restos de dos imponentes figuras: Ho-Oh y Lugia. Sus esqueletos gigantes, ahora consumidos por el tiempo, eran un recordatorio brutal de la guerra que lo había destruido todo.
Pero no eran los únicos. Alrededor de ellos, dispersos entre la tierra y la hierba seca, pequeñas gemas brillaban tenuemente. Cada una contenía los últimos vestigios de mis Pokémon, los que habían luchado y caído aquí. No eran solo los grandes y fuertes los que habían desaparecido; también los pequeños, aquellos que apenas habían salido de sus huevos, aquellos que aún necesitaban mi guía.
Era un silencio abrumador. Ya no había risas, ni rugidos, ni los suaves murmullos que llenaban este mundo. Todos se habían ido.
El peso de la soledad me aplastó. Mis piernas flaquearon, y mi visión se nubló mientras las lágrimas quemaban mis ojos. Cada recuerdo feliz que intentaba aferrarme ahora se tornaba una punzada más en mi pecho.
"¿Por qué yo? ¿Por qué solo yo sobreviví?"
El pensamiento me atravesó como una lanza. Terranova había sido mi refugio, mi hogar, un lugar donde nunca estaba solo. Pero ahora era solo un mausoleo de lo que fue.
Mis emociones desbordaron. La ira, el dolor y la impotencia me consumieron. Pero mi cuerpo, aún pequeño y frágil, no podía soportarlo. Mis fuerzas se desvanecieron, y el mundo se tornó oscuro mientras caía al suelo, desmayado.