En la plaza principal de la ciudad, las campanas resonaban lúgubremente, anunciando la ejecución del condenado. Ante una multitud silenciosa, el hombre fue llevado al cadalso, sus pasos resonando en el suelo de madera.
El verdugo, con su rostro oculto por una máscara de hierro, ajustó la soga al cuello del prisionero. Las últimas palabras del hombre fueron un murmullo perdido en el viento. "¡Injusticia!", gritó, pero sus palabras se perdieron en el eco del silencio.
Con un tirón rápido, la trampa se abrió y el cuerpo cayó, el sonido del cuello rompiéndose llenando la plaza. La multitud observó en silencio mientras el hombre colgaba, su último suspiro escapando en un gemido agonizante.