En una pequeña aldea, un hombre fue condenado por un crimen macabro que estremeció a la comunidad. Había sido encontrado culpable del asesinato brutal de una familia entera, sus cuerpos mutilados y abandonados en un campo cercano.
La ejecución se llevó a cabo en la plaza del pueblo, donde la horca esperaba al culpable. El hombre, con la mirada vacía y la culpa en sus ojos, fue llevado al cadalso."No hay palabras que puedan justificar mis actos", murmuró el hombre mientras la soga era ajustada alrededor de su cuello. La multitud observaba en silencio, algunos con lágrimas por las víctimas del crimen atroz.
Con un suspiro resignado, el hombre aceptó su destino y dio un último vistazo al cielo antes de que la trampa se abriera. El sonido de su cuello rompiéndose llenó la plaza, una sombría conclusión para un crimen tan horrendo.