En una sociedad donde la brujería era castigada con la muerte, una joven fue acusada de practicar artes oscuras. En la plaza del pueblo, la hoguera ardía brillante, esperando consumir a la condenada.
Atada al poste, la joven miró con valentía a sus verdugos. "¡No soy una bruja, no cometí ningún delito!", gritó, pero sus súplicas cayeron en oídos sordos.
Los verdugos encendieron las llamas, el calor intenso envolviendo a la joven. Sus gritos de agonía llenaron el aire mientras el fuego devoraba su cuerpo. La multitud observó en silencio, algunos con lágrimas en los ojos, mientras la joven se consumía hasta convertirse en cenizas.