En las mazmorras del castillo, un hombre esperaba su destino. Había sido condenado por luchar por la libertad de su pueblo, por desafiar al tirano que los oprimía.
En la mañana de su ejecución, fue llevado al patíbulo, su cabeza en alto y su espíritu indomable. El verdugo ajustó la soga al cuello del hombre, pero su mirada desafiante no flaqueó.
"¡Viva la libertad!", gritó el hombre, sus últimas palabras resonando en la plaza. La multitud, aunque temerosa, sabía que estaban presenciando un acto de valentía contra la injusticia.
Con un gesto rápido, el verdugo liberó la trampa y el hombre cayó. La cuerda se tensó y el cuerpo se balanceó, pero su espíritu permaneció libre. La multitud observó en silencio, algunos con lágrimas de admiración, mientras el hombre pagaba el precio de la libertad con su vida.