El goteo del agua era el único sonido de la habitación, a no ser que estuvieras prestando la suficiente atención como para captar la débil respiración de una persona, pero aparte de eso, todo estaba extrañamente silencioso, como si la naturaleza supiera del futuro por venir.
El sol ya salía y se colaba por la pequeña ventana del calabozo, dando justo en la cara de la prisionera.
La chica abrió los ojos, desorientada, no tenía idea de dónde estaba, ni siquiera sabía quién era.
Al tratar de levantarse un repentino dolor en sus extremidades la detuvo, con una inspección rápida se dio cuenta de que estaba encadenada de las muñecas y los tobillos a la pared, además, los harapos que traía puesto estaban llenos de sangre, la cual no parecía ser suya, ya que no tenía ninguna herida que pudiera haber causado tal estropicio.
La chica estaba cada vez más confundida, el hecho de no recordar nada y el estado en el que se encontraba estaban a punto de causarle una crisis nerviosa. No paraba de preguntarse que le había ocurrido para terminar en esa situación.
A sabiendas de que no había nada que pudiera hacer para escapar gracias a los grilletes, se dedicó a mirar el techo esperando que alguien viniera pronto.
:/
A medida que el tiempo pasaba y el sol iba recorriendo la habitación, las esperanzas de que la sacaran de ahí ese mismo día se iban desvaneciendo.
En serio que debía ser muy tonta para pensar que tendría la suerte de salir ese mismo día, aunque quien sabe, quizás, solo quizás, la suerte la acompañara.
Cerca de la puesta del sol se escucharon pasos al otro lado de la puerta de metal de la celda, minutos después la puerta se abrió dando paso a dos enormes hombres vestidos con algún tipo de uniforme y espadas colgadas de la cintura.
Sin decir una palabra entraron en la habitación y abrieron los grilletes, le pusieron esposas, para a continuación arrastrarla fuera, donde había más guardias.
La hicieron caminar por un pasillo repleto de celdas que parecía no tener final. Las piernas le dolían por la falta de uso y el maltrato de los guardias no hacía más que empeorar las cosas.
Por fin vio una luz al final del pasillo, el sol resplandecía con todas sus fuerzas mientras se escondía detrás de las olas.
Al salir el olor del mar la golpeó de lleno en la cara, también pudo oír los murmullos de algunas personas, pero no fue esta que sus ojos se acostumbraron a la claridad que vio a la gran multitud que estaba a su alrededor. Todos ellos formando un camino que iba directo a una guillotina.
Su cara palideció, el corazón le dejó de latir por un momento, ¿acaso estaba a punto de morir? ¿Sin siquiera tener un juicio? Aunque bueno, según lo que ella sabía, bien podría haber tenido un juicio justo o no.
La situación era cada vez más frustrante, lo único de lo que estaba segura era de que no quería morir, menos delante de todas esas personas que parecían regocijarse con el sufrimiento ajeno.
Andaba tan perdida en sus pensamientos que no notó que habían terminado el recorrido hasta que la obligaron a arrodillarse. Frente a ella estaba parado un hombre de aproximadamente 190 cm, su cabello rojo fuego estaba amarrado en un moño en lo alto de su cabeza, vestía un traje rojo y negro que se amoldaba a su cuerpo fornido.
—Eira Asdis Hannele —la voz del hombre, grave e imponente, hizo que todos guardaran silencio —hoy aquí, inclinada ante mí, el rey de Maylea, te haré pagar por tus crímenes, aunque la pena de muerte sea un castigo demasiado benevolente para ti.
A lo largo de la multitud se extendió la voz de cuán generoso era su rey al solamente hacerle eso a semejante traidora. Como si una ejecución pública fuera algo por lo que estar agradecida.
Por su parte, la prisionera no estaba prestando atención, su cerebro se había quedado en la parte donde decía su nombre.
Eira.
Eira.
Eira Asdis Hannele.
Lo repitió una y otra y otra y otra y otra vez en su mente y aun así su propio nombre no le parecía familiar en lo absoluto. A pesar de eso no se preocupó mucho, supuso que sería a causa de la amnesia.
Levantó su cabeza y sus ojos se encontraron con los del rey, quien por un segundo, pareció mirarla con una expresión afligida en el rostro.
Dos enormes manos la tomaron por los brazos y la obligaron a caminar, volvieron a dejarla de rodillas, esta vez frente a la guillotina, con la cabeza debajo de la afilada cuchilla.
El rey volvió a hablar, recitaba los crímenes por los que era condenada.
Eira dejó de oír todo a su alrededor y miró al frente, al cielo azul que se unía al mar, al acantilado, a unos 20 metros de ella, y tuvo una idea. Quizás no fuera la mejor decisión de su vida, quizás fuera la última, pero era mejor arriesgarse que esperar a la muerte ahí arrodillada.
Se alzó sobre sus rodillas y trató de mantener el equilibrio lo más posible mientras buscaba una forma de saltar, cuando por fin lo logró apenas tuvo tiempo de apoyar la barbilla en la fría madera y tomar impulso hacia atrás antes de que la cuchilla cayera.
La multitud hizo una exclamación de asombro, pero ella apenas tuvo tiempo de captar nada más.
Rodó sobre su cuerpo lo más rápido que pudo sin darle tiempo de reacción a los guardias. Cuando llegó al borde de la plataforma dio una última vuelta, en ese momento tuvo la suerte de su lado, porque gracias al cielo cayó sobre sus pies y pudo echar a correr a toda velocidad.
El camino parecía no acabarse nunca, sentía que mientras más corría hacia el acantilado más se alejaba este de ella. Pero, sin importar lo que sintiera, corrió con todas sus fuerzas.
En ningún momento quiso mirar atrás, era solamente una pérdida de tiempo que la retrasaría y seguramente se pondría más nerviosa si veía a los guardias demasiado cerca.
A medida que corría, la mente se le iba despejando y una sonrisa le apareció en el rostro sin razón alguna, se sentía tan libre mientras corría hacia un posible suicidio.