La ciudad portuaria era sorprendentemente animada y bulliciosa, incluso a esas horas de la noche. Las personas iban de aquí para allá, ocupadas con sus propios asuntos, pero a pesar de eso todos se fijaban en la deslumbrante chica de llamativo cabello blanco. Era imposible que no llamara la atención cuando todos los demás tenían el pelo color café.
Eira siguió caminando, trataba de ignorar las miradas indiscretas y los murmullos a su alrededor. A medida que avanzaba y se adentraba más en la ciudad, la situación empeoraba, así que apresuró el paso.
De repente se encontró con una calle aún más animada que el resto. Había pequeños puestos de venta iluminados por la tenue luz de las velas esparcidos por todo el lugar. Desde comida hasta joyas y ropa eran las cosas que se vendían en los puestos.
Eira fijó su vista en un puesto cercano. Era uno que vendía ropa. Había vestidos elegantes y otros más simples, capas de piel, otras de seda y diamantes.
Se le ocurrió algo que trató de no pensar mucho y solo actuó rápido. Se ató el pelo en una cebolla para que no la entorpeciera y echó a correr. El puesto no estaba tan lejos y su camino estaba prácticamente despejado. Pasó corriendo junto a él y alargó la mano para agarrar algo.
Lo tomó y corrió con todas sus fuerzas hasta que se perdió en la multitud. Disminuyó un poco la velocidad una vez que estuvo segura de que perdió de vista al dueño del puesto que gritaba por una ladrona.
Siguió corriendo hasta que encontró un callejón oscuro donde ocultarse. Una vez allí se detuvo un momento para descansar y ver lo que había en su mano.
Se había robado del puesto una capa. Era simple, blanca, con una capucha de la cual salían dos trenzas del mismo color. Se la puso y acomodó de manera que tapara toda su cara. Con el cabello oculto para no llamar la atención, volvió a la calle.
El caos ocasionado por las personas a causa del robo había disminuido, pero los guardias habían aparecido e interrogaban a todos a su alrededor. Por extraño que sonara parecía que se habían tomado el robo de una simple capa demasiado en serio.
Eira respiró profundo para calmar su corazón acelerado, la situación le parecía emocionante, la adrenalina recorría su cuerpo.
Alguien la tomó del hombro para detenerla. Era uno de los guardias que estaba interrogando a las personas. Su uniforme era completamente blanco, con algunos detalles en azul y tenía bordado un emblema. Sobre su corazón un círculo de hilo plateado con algún tipo de flor decorando su centro y enredaderas a su alrededor. A diferencia de los que había conocido en Maylea este guardia no llevaba espada ni ningún otro tipo de arma.
—Disculpa, ¿podrías acompañarme? La capa que llevas puesto es igual, tiene la misma descripción de una que acaban de robar.
—Lo siento, tengo prisa, ahora no puedo.
—No puedo dejarla ir, por favor colabore y esto acabará rápido —apretó su agarre sobre su hombro para evitar que se fuera.
—Quítame las manos de encima.
—Señorita, no quiero usar la fuerza, así que por favor colabore conmigo.
Eira, quien definitivamente no necesitaba pasar otro segundo más en la cárcel, actuó tan impulsivamente como siempre.
Tomó la mano sobre su hombro y en un movimiento combinado de pies, manos y fuerzas lanzó al guardia por los aires y lo tiró al suelo. El ruido que hizo al caer llamó la atención de los otros guardias, quienes enseguida se dirigieron hacia donde ella estaba.
Volvió a huir, tratando de escabullirse entre las personas y lanzando al suelo cada cosa que pudiera entorpecer el camino de los guardias.
Mientras corría y visualizaba todo a su alrededor, encontró otra ruta de escape. Justo por delante de ella había un montón de cajas apiladas convenientemente en forma de escalera que llevaba a los techos.
Se dirigió a ese lugar y subió por las cajas, una vez en el techo las empujó causando una gran conmoción.
Eira corrió, saltó, trepó, se deslizó, todo para escapar, pero cuando miró hacia atrás se dio cuenta de que sus esfuerzos fueron en vano. Tres de los guardias estaban volando, los otros siete la perseguían a caballo y estaban listos para disparar sus ballestas.
Eira perdió el equilibrio y calló al suelo. Había escalado tantas veces que en ese momento se encontraba en un tercer piso. Estaba segura de que iba a morir, después de todo la tercera era la vencida.
Extrañamente, no tenía miedo, solo paz en su interior. Pensó que tal vez ya estaba preparada para morir porque ya lo había hecho una vez. Eira se iría en paz porque no recordaba a nadie, así que no sentiría culpa por creer que alguien la echaría de menos.
Ya lo había aceptado, estaba cayendo y no podía hacer nada para evitarlo, se había resignado a morir. Era completamente distinto a cuando se lanzó del acantilado, al menos esa vez existía la posibilidad de que el mar la ayudara a sobrevivir la caída, pero ahora no tenía la más mínima esperanza.
Unos brazos fuertes la rodearon antes de llegar al suelo, y un embriagante aroma a mar la atrapó. No sabía quién era, pero se sintió extrañamente segura, así que serró los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.