—Ven conmigo.
—¿Qué?
—Acompáñame en mi siguiente encargo, así tendrás una idea sobre el trabajo que te estoy ofreciendo.
—¿Por qué no me ofreciste eso desde el principio?
—No es algo que hago muy a menudo, suele ser el último recurso para convencer a alguien de aceptar al puesto.
—¿Y si aun así no quiero aceptar?
—Tendré que matarte.
—No si yo lo hago antes.
—Igual morirías. Tengo respaldándome a una docena de hombres que ya han visto tu cara, y aunque lograras escapar de ellos seguirán buscándote. Ahora, si pones en una balanza ser perseguida por siempre contra tener un trabajo que da buena paga, es obvio hacia donde se inclinará.
—¿Y si decido no ir contigo porque el trabajo no me interesa en absoluto?
—Te dejaré ir de inmediato y trataré de interponerme en tu camino lo menos posible.
Eira no tuvo mucho que pensar, la curiosidad mató al gato y el pan no vuela al plato.
Se levantó del suelo sacudiéndose los pantalones y se acercó a aquel hombre. Extendió la mano, esperando que él la recibiera, y se dieron un apretón para cerrar el acuerdo de forma silenciosa. Ella lo acompañaría a pesar de saber el riesgo que eso suponía para su vida.
:/
Fue sacada de la pequeña oficina con los ojos vendados, cuando la venda fue retirada se vio rodeada de pulido mármol brillante. Estaba en una especie de bar de la alta sociedad.
Pisos y mesetas hechos de mármol negro, paredes de concreto cuidadosamente decoradas con trozos de mármol de distintos colores. Los muebles eran de madera de roble, cuidadosamente tallados y marcados con un símbolo que parecía haber sido rayado para que no se distinguiera. La luz era lo más extraño, no había ningún candelabro ni nada que emitiera luz, así que esta no provenía de ningún lado y a la misma vez de todas partes.
El asombro en su cara evidente, a pesar de no recordar nada y de saber que no provenía de este mundo, sentía el entorno extrañamente familiar. Caminó alrededor, pasó la mano por el respaldo de una silla, el tacto se sentía conocido, como si hubiese tocado algo así antes.
—Ponte esto.
Volvió a la realidad al oír la voz, el hombre de antes estaba frente a ella cuando se dio la vuelta. Tenía un par de botas talla chica y se las ofrecía.
—Prefiero andar así —dijo rechazando los zapatos.
—Bien, entonces vamos.
Salieron al exterior, las calles eran concurridas, pero a pesar de eso nadie se acercaba al local. Al rededor no había otros establecimientos lujosos, eran más bien casas humildes. El hombre empezó a caminar en silencio, ella lo siguió. El camino era largo y confuso, dieron vueltas en círculos y a veces retrocedían unas calles, anduvieron así al menos unos treinta minutos hasta pararse frente a una gran cerca de hierro. De una casa a unos diez metros de la verja salió alguien y les abrió. Entraron y siguieron a la sirvienta a la casa que resultó ser los dormitorios de los sirvientes. Ahí les entregaron uniformes y tras una breve charla apartada con el hombre, la sirvienta desapareció.
—A partir de ahora tienes que hacer todo lo que yo te diga —dijo el hombre para luego desaparecer detrás de una puerta para ponerse el uniforme.