Luna llamó a su amigo aquella mañana, aquel que le hubo facilitado la droga con que controlaba a Daniel. Lo volvía a necesitar para lo que tenía en mente.
Tras hablar durante una hora en la cual le relató con detalle todo lo que había descubierto y planeado hacer, su interlocutor suspiró profundo. Aquello no sería nada sencillo.
— Es mucho más fácil que se presenten ante sus hermanos contándoles todo, no creo que sean rechazados por ellos.
— No es lo que deseo hacer y lo sabes perfectamente. Además no es mi estilo.
— Pero Daniel tenía razón, ellos no tienen la culpa de los errores de sus padres.
— Quiero mi venganza ¿Me ayudarás en ésto o no?— dijo ella cortante
— Sabes que sí, solo que te advierto que no terminará nada bien esto. Nada bien.
—Mientras tenga mi venganza no me importa nada ¿Oíste? Nada.
—¿Y Daniel? ¿Pensaste en él?
— Por supuesto, Daniel es mío. Me pertenece por completo. Cualquiera que sea mi destino, él correrá con el mismo. Me lo llevaré al mismísimo infierno de ser necesario.
— ¿Sin importarte su opinión?
—¿Por qué debería de importarme? Daniel es mío — aquello lo afirmó pronunciando cada palabra.
— En ese caso está todo decidido, te ayudaré en todo lo que necesites.
— Sabía que podía contar contigo, en verdad lo sabía — Dijo ella sonriendo como una niña a la que le acababan de dar un caramelo.
— Te mandaré las llaves de mi departamento de esa ciudad y un mapa para que puedan llegar. Podrán quedarse el tiempo que quieras.
— Necesito además que te ocupes del local mientras Daniel y yo estemos ausente.
— Déjalo todo en mis manos Luna. Buena cacería.
— Gracias, muchas gracias.
Al colgar Luna estaba más que felíz, ya tenía dónde hospedarse y con quién dejar el local. Todo iba tomando forma.
Sola en su alcoba mientras Daniel se duchaba, ella se miraba al espejo pensando en todo lo que sucedía. Lo que le había dicho a su amigo era cierto.
Daniel le pertenecía exclusivamente a ella. Nadie se lo quitaría jamás, y era ella quien decidía por él. Incluso si vivía o moría. Y ella jamás compartías sus pertenencias con nadie. Jamás.
La obseción que Luna tenía por Daniel era tan grande que nada ni nadie se la podría destruir ni eliminar. Cuando lo vio salir de la ducha, tan sexy e imponente, le sonrió perversamente. De pronto su mente se inundó de múltiples escenas de ambos juntos.
La respiración se le entrecortó al tiempo que su excitación iba en aumento. Por su parte Daniel sintió aprención al ver la forma en que ella lo miraba. Súbitamente sintió deseos de cubrirse y salir corriendo.
Pero Luna se le acercó y empezó a restregar como si de una feroz serpiente se tratase. Él quiso detenerla pero no lo consiguió. Después de todo siempre era ella quien tomaba todas las decisiones e iniciativas.
— Luna....basta....no....no tengo ganas
— ¿Desde cuándo importa eso Daniel?
Él apretó los labios de furia, pero cedió a sus caprichos. Siempre debía ceder ya que esa era su obligación. Suspiró apesadumbrado y se dejó arrastrar a la cama. Allí Luna comenzó a besarlo y acariciarlo con loca desesperación, sedienta de él y de sus besos.
Daniel se sentía asfixiado, en esos momentos mientras se duchaba había despertado su verdadero ser, aquel que solo rechazo y repulsión sentía hacia Luna. Y ahora tenía que soportala encima suyo.
Ella no se daba por aludida y empezó a lamer su miembro que comenzaba a endurecerse, pese a él mismo. Las caricias de ella eran muy agresivas para su gusto.
Puso la mente en blanco para poder cumplir con su deber, así tras colocarse sobre de ella la penetró sin preparación previa.
Luna se enroscó en su cuerpo, envolviendo sus piernas en la cintura de Daniel y sus brazos en su cuello. Con cada embestida que él le daba, ella lanzaba eróticos gemidos.
Por esa noche Luna se dedicaría a disfrutar del cuerpo sensual de Daniel y de su exquisita forma de hacerle el amor a ella. Al día siguiente partirían rumbo a la otra ciudad donde estaban sus gemelos.
Se instalaron durante una temporada ya que el objetivo era estudiar el terreno y en particular la situación de sus hermanos para poder planear mejor la venganza.