Al escuchar la voz gruesa pidiendo su café me sentí aliviada.
Dios, eres grande.
Sin pensarlo, Gilbert se alejo dándole un puñetazo a la pared y se fue a su oficina.
Yo rápidamente me quite las lagrimas que sin saber estar caído en mi rostro.
Me tomo unos segundos recuperarme y rápido me puse de pie enfrente a la caja registradora donde estaba el chico de voz grave.
-E ... el café ¿con lec ...
-Solo un café negro.
Quisiera verle la cara pero no podía por la vergüenza, solo pude ver como iba vestido con su traje formal y su corbata bien puestos, sin ninguna arruga.
Me fui a la maquina para hacer en café y sentí su mirada penetrante sobre mi.
Agarré el vaso y serví el café en este, haciendo que cayeran algunas gotitas en la mesa gracias a mi temblor de manos.
De verdad quería calmar mi temblor y mis nervios pero no podía, si no hubiera sido por este chico ...
Todo pasa por algo, Kayla.
Respire hondo y fui hacia el chico con la cabeza agachada.
Puse el vaso al lado de la caja registradora porque estaba segura que si se lo daba en la mano terminaría derramándoselo en su costoso traje.
-Se..serían dos dólares.
Saca su cartera y me da un billete de 20 dólares.
-Quédate con el cambio.
Rápidamente levanto mi cabeza y abro mis ojos como plato.
No se si me impresiono más que el me diera 18 dólares de propina o lo que estaba viendo.
Sin duda era el hombre más atractivo que había visto en mi vida, su rostro era como tallado por los mismos Dioses griegos, tenia una pequeña barba muy bien arreglada y ojos muy tentadores, creo que ese verde se había convertido automáticamente en mi color favorito. Su cabello iba perfectamente arreglado hacia un lado, dejando algunos cabellos rebeldes sueltos.
Cerré la boca antes de que se me cayera la baba.
-Gracias. -susurré tan bajo que no sé si escucho.
Agarro su vaso y se dio la vuelta saliendo del pequeño local.
Rápidamente agarre mi propina del día y me fui corriendo del local antes de que saliera de nuevo Gilbert.
Saliendo me fui hacia el mercado más cerca que encontré para poder comprar comida, aparte de que me fue bien hoy con la propina, el chico me había dado bastante propina, aparte de salvarme de ese viejo cerdo, me salvo una comida.
Al llegar al mercado agarre lo básico, algunas verduras, una que otra fruta y comida enlatada.
Si fuera otro día, tal vez ni me hubiera llegado, pero me alcanzo hasta para poderles comprar una nieve grande, que no solo iba a alcanzar para los gemelos, sino para todos.
También vi un paquete con dos carritos y demasiado barato que sin dudar lo agarré.
Salí contenta con mi compra y casi corriendo llegue a casa para darles la sorpresa a los chicos.
Quería ver sus caritas emocionadas.
Al llegar con bolsas de mandado, rápidamente los gemelos se levantaron del viejo sofá y me ayudaron como todos unos caballeros.
-¡Está bien, llegaste! -grito Jacob corriendo hasta a mi para abrazar mis piernas y luego ayudarme con las bolsas.
-Llegue pequeño. -sonreí al ver sus ojitos llenos de emoción. -Y les traje una sorpresa.
Rápidamente me gane las cinco miradas curiosas de mis hermanos.
-¿Qué es? ¿Qué es? -los gemelos dijeron a la par y brincando emocionados.
Ámbar y Peyton me ayudaron a acomodar la comida.
-Les voy a decir hasta que terminemos de cenar.-les di un golpecito con mi dedo en sus narices pequeñas. -Pero a ver, cuéntenme como les fue en la escuela.
Empezaron a platicar y ahí nos entretuvimos todos, excepto Liz, como era de suponerse. Los gemelos siempre tenían historias para contar y para hacerlos callar, era otro cuento.
Ámbar y Peyton me ayudaban en ir a dejarlos e ir por ellos cuando terminara su escuela, tan solo tenían cinco años y eran bastantes inteligentes y no me daban ninguna molestia, siempre obedecían y hacían sus tareas de escuela, claro con ayuda de las chicas ya veces con la mía.
Ámbar y Peyton siempre me han dicho que me pueden ayudar trabajando, pero la verdad prefiero que se concentren en sus estudios para que puedan terminar sus carreras y me ayuden un poco con los gemelos ya que no los puedo dejar solos.
-La señora Lydia nos dio algo de verduras e hice un caldo. -explico Peyton.
Asentí agradecida, mañana le iré a dar las gracias a Lydia.
Lydia era nuestra vecina que nos ayudaba al máximo, nos daba comida casi siempre y no podía estar mas agradecida con esa señora, gracias a ella mis hermanos se han podido alimentar todos los días.
Peyton sirvió en platos para todos y nos pusimos a comer en silencio hasta que Lucian hablo.
-Kay ¿Quién te hizo eso en la mejilla? -pregunto poniendo su manita en mi mejilla.
Mierda, no me acordaba, ni siquiera había visto como me había dejado.
-Oh, me golpe con una pared, porque no la vi. -reí nerviosamente mientras con mi mano alocaba su cabello. -Hora de los regalos.
Me paré y saqué los carritos y la nieve.
Los chicos empezaron a brincar ya reírse con los juguetes en mano mientras que las chicas me miraban muy serias.
-Gracias, Kay. -dijeron al unísono mientras ambos me daban besos en mis mejillas.
-Vayan con sus juguetes a jugar a la habitación, ahorita les llevo sus nieves.
Peyton los mando a su habitación mientras se paraba y los chicos asentían y se iban contentos.
-¿Fue otra vez el viejo asqueroso? -pregunto con brazos cruzados Liz.
Asentí con la cabeza gacha.
-¡Ya deja ese puto trabajo! -grito enojada Ámbar. -¡Entiende que podemos trabajar nosotras!
-¡No todo es tu trabajo, Kayla! -ahora grito Peyton. -Encontraremos otro lugar y mas trabajos. Por favor, Kayla.
Peyton se acerca y me abraza.
Sin pensarlo me aferro a su brazos y lloro a mares, lloro por lo que no pude llorar en todo el día.
Siento como Ámbar y Liz se acercan al abrazo.
-Tranquila, lo solucionaremos.
Duramos unos cuantos minutos abrazadas hasta que escuchamos como abren la puerta de la habitación.
-¿Ya podemos comer helado? -Lucian hace un puchero y juega con sus manos.
Río entre lagrimas y asiento.
Nos sentamos todos en la mesa mientras comíamos helado y hablábamos de cualquier cosa.
Por mas que quisiera levantar mi animo no podía.
Esto es tan difícil.
Al día siguiente hice mi rutina diaria.
Darle desayuno a los chicos, alistarme y venirme a trabajar.
Aquí estaba atendiendo mesas y evitando quedar sola con Gilbert.
El moreno pelo chino se acerca hasta donde estoy.
-Hola. -saluda rascándose la cabeza con nerviosismo.- Uhm ... tenia pensado en salir por un helado y quería saber si podías ir conmigo.
Deje de hacer lo que estaba haciendo y me voltee a verlo sorprendida.
-De verdad quisiera, pero no puedo.-le di una sonrisa apenada.
Claro que no podía, mientras no trabajaba trataba de pasar mi tiempo con mis hermanos. Seria injusto que yo este saliendo a comer helado mientras mis hermanos están en casa.
-Oh, claro, entiendo.-me sonríe con vergüenza. -Debes estar ocupada, no te preocupes.
Dicho eso, se va a atender otras mesas ya decir verdad si quisiera ir por ese helado y me da pena dejarlo así.
-Roger. -lo llamo y el voltea a verme rápido. -Mmh yo se que no es mucho pero tal vez podríamos comer el helado en mi casa.
Rápidamente se le forma una enorme y hermosa sonrisa en su rostro.
-¡Si! Digo, si, claro. -dice tratando de ocultar su entusiasmo y yo suelto una risita.
-¿Te parece bien mañana? Tal vez saliendo de aquí.
-Claro, cuando tu quieras. -me guiña un ojo.
Sonrío y asiento mientras voy hacia otra mesa.
El día pasa lento pero con muchos chistes de Roger que de vez en cuando me sacan una carcajada
Ya estábamos juntando todo para irnos.
-¿Juntaste buena propina? -me pregunta Roger.
Miro mi propina y no esta nada mal, no es como la de ayer, pero si es buena.
-Algo así ¿Y tu?
Él baja su mirada a sus manos que tiene su propina y se encoge de hombros.
-Nada mal. -sonríe y yo lo imito. -¿Quieres que te lleve a tu casa?
Ya le iba un respondedor.
-No, Kayla a mi oficina. -interrumpió Gilbert mientras volvía a su oficina.
Miedo, era todo lo que sintió, miedo con asco.
Roger se me quedo viendo y di mi mejor sonrisa fingida.
-Gracias Roger, aun tengo trabajo. Te veo mañana. -me despedí rápido con un beso en su mejilla y fui hasta la oficina.
Mis piernas y mis manos temblaban demasiado, así que sin tanto pensarlo toco la puerta.
-Pasa, gatita.
Con solo escuchar su puto apodo me dan unas nauseas.
Entro y lo veo parado con una vaso de vidrio con lo que supongo que tiene alcohol.
-Ven siéntate aquí. -palmea su escritorio.
Claramente estoy dominada por el miedo y me quedo en mi lugar sin moverme.
-¿Que acaso estas sorda? -dijo molesto.
Rápido se acerco a mi y yo simplemente cerré mis ojos con mucha fuerza como lo idiota que era.
Agarro mi cabello con mucha fuerza que me hizo sollozar en voz alta y al parecer eso le causo satisfacción ya que gimió como un depravado.
-Así me vas a gemir cuando este dentro de ti, gatita. -me removí con mas fuerza y llorando mas fuerte cuando susurro eso en mi boca.
Sin pensárselo agarro mi blusa y la rompió por la mitad. Sus besos empezaron de mi cuello y empezaron a bajar hasta mis pechos.
-Me voy a follar estas también. -dijo entre medio de mis pechos y yo ya estaba gritando y golpeándolo con fuerza.
-¡Suéltame!
Mis pechos dolían por sus fuertes agarres y mi garganta ardía por los sollozos que provocaba.
Ya iba a bajar mi sostén cuando escuchamos la campanita que estaba al lado de la caja registradora para llamar la atención de los trabajadores.
-Quiero un café.
Escuché la misma voz grave de ayer y en definitiva esa voz es como cantos de ángeles.
Gilbert gruñe y me avienta del escritorio haciéndome caer al piso.
-¡Ve y atiende rápido!
Como puedo me levanto rápido y corro fuera de la oficina para taparme con los trozos de mi blusa y me limpie rápidamente los ojos para ir a atender al chico.