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Chapter 33 - Confesión

—Trataré de ayudarles en lo que pueda, pero... ¿por qué están investigando si no son detectives? ¿acaso se los pidió el alcalde? —preguntó Claudia con curiosidad, ya que no entendía por qué el sobrino de su padre estaría a cargo de una investigación de homicidio.

—Digamos que algo así —César continuó en su papel del sobrino de don Andrés—. Hago esto por justicia. No quiero que la muerte de mi primo quede impune.

César actuaba tan bien, que incluso podía hacer que sus ojos se volvieran rojos, como si realmente le doliera la pérdida. Tras esto, Claudia lo consoló.

—No puedo imaginar lo difícil que ha sido tu pérdida. Lo lamento muchísimo.

Clarissa, que también parecía conmovida, tomó la mano de César para continuar con la farsa. Este movimiento resultó repentino para él, provocando que se erizara por ello. Tras esto, apenas pudo controlarse y continuar con su actuación.

—Realmente era como un hermano para mí —continuó hablando, pero su expresión se tornaba un tanto sombría— por eso quisiera encontrar al desgraciado que hizo esto.

Claudia sintió escalofríos por la expresión tan fría de quien pensaba era su supuesto primo. Luego pensó que no debía callar más, ya que en el fondo sospechaba que algo no iba bien en la investigación y su marido le ocultaba cosas. Entonces decidió revelar lo que ella había visto.

—No sé por dónde empezar —dijo al final— La verdad esto no se lo dije a nadie más, ni siquiera a —los policías que están investigando el caso.

—Estamos agradecidos de que aceptes ayudarnos —dijo Clarissa.

—Dinos lo que sabes, aunque sea lo más insignificante —agregó César en su modo detectivesco.

Claudia se levantó y se dirigió a la puerta para cerrarla con seguro. Después dio unos pasos hacia Clarissa y César, mientras los miraba con cierto temor. Luego de unos segundos, comenzó a hablar.

—Sí noté algo extraño. Mis alumnas comenzaron a desaparecer un día después de que mi esposo venía a verme a la escuela...

Inmediatamente Clarissa y César se pusieron alertas cuando Claudia mencionó a Alberto, lo que ella dijera confirmaría sus sospechas que tenían sobre el director de seguridad.

—La primera vez no me di cuenta de ello —continuó contando—, hasta que desapareció Jenny. Un día antes Alberto había llegado a verme y me percaté que Jenny estaba muy nerviosa con su presencia. Cuando terminó la clase, intenté preguntarle qué le pasaba, pero ella aseguró que no tenía nada y se fue. Ese día fue la última vez que la vi... —la voz de Claudia se cortó.

—¿Por qué piensa que su marido tendría relación con las víctimas? —preguntó César intrigado.

—Aunque es normal que mi marido lleve trabajo a la casa, un día vi que en su celular le llamaba alguien con el nombre de Mary. No le tomé mucha importancia, pero esa llamada ocurrió un día antes de que Marisa desapareciera.

—Pero eso no comprobaría nada ¿no? —cuestionó Clarissa.

—Cuando me enteré de la muerte de Marisa, no pude más y sin que Alberto se diera cuenta, revisé tu teléfono celular. Entonces encontré entre sus contactos varios nombres de mujeres y tres me parecieron bastante familiares.

—¿Eran los nombres de sus alumnas?

—Eran sus nombres y números telefónicos.

César sintió que esta revelación incriminaba tanto a Alberto y no podía creer que él fuera tan tonto como para tener los números teléfonos de las víctimas a la vista de cualquiera. Entonces le lanzó una pregunta más directa a Claudia.

—Una duda, ¿su marido es fetichista?

—¿Qué?

—¿Alguna vez ha notado que a él le atraen sexualmente los pies?

—¿Qué? ¡No! —exclamó bastante sonrojada Claudia, pero su miraba trataba de ocultar algo.

—Lo siento —se disculpó César—, no quería incomodarla con mi pregunta. Es que las investigaciones apuntaban a que el asesino es un fetichista, y el daño a los pies de las víctimas era como su sello.

—Eeee... —titubeó Claudia.

Clarissa notó que Claudia se había puesto nerviosa, por lo que intervino para evitar que ella se negara a confesar.

—Lamento mucho el atrevimiento de mi prometido, él es así de directo —rió nerviosamente—. Si está segura de que su esposo no tiene ese tipo de gustos, entonces no podría ser el sospechoso, ¿verdad?.

—¡No! Bueno... he visto que alaba mucho mis pies... pero no a ese nivel —respondió nerviosamente.

—Volviendo a lo que nos estabas contando —continuó Clarissa— ¿notaste algo más? No sé, reacciones violentas o salidas sospechosas.

—Bueno... —Claudia comenzó a pensar— Nada del otro mundo. Alberto siempre llegaba tarde a la casa por el trabajo y se iba muy temprano. Aunque a veces notaba que al regresar a casa parecía bastante fresco, como si recién se hubiera bañado. No sé... supongo que se aseaba en la oficina.

—¿Hay duchas en la oficina de policía? —cuestionó Clarissa

—O podría ser que él tuviera una aventura —sugirió César, cuyo objetivo era ver cómo reaccionaba Claudia ante la pregunta.

—¡No! —exclamó inmediatamente irritada— Él me ama mucho y siempre me lo demuestra.

—¿Estás segura? —atacó César sin compasión, dejando a Claudia sin poder responder.