"El Águila" se puso pálido ante tal revelación, ya que durante mucho tiempo buscó por todos los medios el millón de dólares que había perdido durante el cierre de un negocio. En ese tiempo el robo fue tan sonado, que los medios llegaron a burlarse de él por ese motivo.
—¿Qué dices? ¿La maestra Claudia? —cuestionó extrañado
César miró con seriedad a Abraham y afirmó con seguridad.
—Sí, ella llegó a esta ciudad en las mismas fechas, cuando usted perdió ese dinero.
—¿Cómo estás seguro de esto? Ella no... —"El Águila" estaba tan sorprendido, que negaba con la cabeza.
—Bueno, mientras hacía una búsqueda hemerográfica de casos similares a los ocurridos aquí, encontré un titular que hacía mofa de su robo. Revisé la fecha y me llamó la atención que en ese mismo año Claudia vino a vivir a esta ciudad.
—¿Pero qué tiene que ver este caso con las muertes de esas jovencitas? —cuestionó el mafioso con incredulidad.
—Sospecho que ella está relacionada con esos crímenes, ya sea directa o indirectamente. El asesino ha seguido todo este tiempo a Claudia, y es posible que lo conozca.
El capo escuchaba atento las suposiciones de César, mientras meditaba en silencio. Algo que estaba seguro es que él sospechaba de alguien del círculo de Claudia, pero no podía imaginar que ella fuera también responsable.
César guardó silencio en espera de que Abraham dijera algo, mientras observaba sus expresiones. Estaba seguro que él podría darle la pista que le faltaba para conectar los casos con Claudia y Alberto.
En ese momento, llegó un sirviente con el café y tazas limpias para reemplazar la que se había roto en el arrebato de Abraham. Cuando terminó de ordenar todo y servir el café, Abraham rompió el silencio.
—Supongo que el hecho de que me hayas revelado esto es para que te diga quién fue el que atacó a Mario.
El joven detective tomó un sorbo del café y respondió tranquilamente.
—Cualquier cosa que usted sepa, me sería de gran ayuda.
—Pero antes de eso, necesito una prueba de lo que me dices es cierto.
Tras esto, César sacó su teléfono móvil y comenzó a buscar un archivo. Cuando lo encontró, se lo entregó al mafioso.
—Gracias a mis ayudantes, pude rastrear los últimos movimientos bancarios de Claudia y como verá, las cantidades no corresponden al sueldo de una maestra.
Abraham comenzó a revisar a detalle el archivo para corroborar. César continuó explicando.
—Tengo una hipótesis. Cuando ella era aún estudiante de ballet, conoció al asesino. Como la madre de Claudia no aceptaba al pretendiente, la trajo a vivir a Montecristo, con el objetivo de alejarla. Pero el asesino la halló, y la única forma de "demostrarle su amor" era a través de las muertes de varias jóvenes. De alguna manera ella entendió sus mensajes y se comunicó con él. En algún punto él consiguió el dinero, pero como era demasiado, comenzó a hacer depósitos esporádicos a la cuenta de ella, los cuales eran transferidos a una cuenta en un banco extranjero. En conclusión, a lo largo de estos años su dinero está ganando intereses sin que usted pueda beneficiarse de ello.
El rostro de Abraham estaba sombrío y sus ojos parecían arder de rabia al enterarse de que Claudia y alguien más estaban haciéndose millonarios a costa de su fortuna; así que sólo pensaba en castigar a quienes resulten responsables.
El joven detective notó que el capo estaba furioso, a lo que decidió esperar a que se calmara para continuar con su propuesta. Luego de unos instantes, la ira de Abraham se aplacó.
—Bueno chico, me sorprende tu nivel de deducción. Si lo que me dices es cierto, me aseguraré de confirmarlo con mis propios métodos.
Al escuchar esto, César sospechó que Abraham haría un movimiento, así que continuó ofreciéndole más información con tal de ganar tiempo.
—En realidad —hizo una pausa con tal de atraer la atención del capo— esto es una teoría y las pruebas son circunstanciales. Lo único que pude conseguir fue el nombre del titular de la cuenta que le deposita a Claudia.
—¿Quién es el maldito? —preguntó con interés.
—Manuel Montañez.
El mafioso abrió los ojos como platos al escuchar ese nombre, ya que él recordaba haberlo mandado a matar por petición de un padre que había perdido a su hija.
—¿No está muerto?
—Pues en realidad la policía nunca lo encontró, ya que era buscado por haber asesinado a una joven, compañera de Claudia.
—¿Entonces ese maldito no murió? Yo... —él guardó silencio, ya que no quería decir algo que lo comprometa.
César se dio cuenta y completó la frase.
—Usted conoció al padre de Dariana, ¿no? Él le ofreció dinero a cambio de la cabeza de Manuel.
Al verse descubierto, Abraham sonrió amargamente.
—Eres demasiado listo, chico. Lástima que seas de los buenos.
—Mi trabajo consiste en encontrar la verdad, yo no hago justicia.
—¿Qué ganas con saber la verdad? ¿no es mejor dejar las cosas como están?
—No es mi estilo, si algo está oculto, no descanso hasta descubrirlo.
—Vaya, pues qué te puedo decir, ya lo sabes todo. Lástima que no tienes pruebas para comprobar lo que estás diciendo.
—Es probable, pero yo sólo vine por una que me interesa y usted podría confirmar.
Abraham miró con desdén a César, y después continuó.
—Ya que tanto insistes, te lo diré: Alberto García mandó a acribillar a Mario.