—¿Su cómplice? —preguntaron al unísono Clarissa y Marcos, que no podían creer lo que su compañero les acababa de decir.
—Como lo oyeron —contestó en un tono sereno— ¿No creen que es muy sospechoso que nos haya revelado pistas circunstanciales que podrían mostrar a Alberto como el culpable? Mi instinto me dice que algo no cuadra en esta historia y nos están haciendo creer que el director de policiaco es el asesino.
—Si es como tú dices, entonces Claudia habría llevado a las víctimas con Alberto, y ahora ella quiere desligarse de él echándole toda la culpa —reflexionó Clarissa.
—Es probable, su personaje de víctima me confunde mucho —señaló César.
—¿Recuerdan que el alcalde nos dijo que la madre de Claudia? Ella le pidió que protegiera a su hija del asesino, pero antes de que pudieran hacer algo, él misteriosamente desapareció. Qué pasaría si Claudia en realidad tenía una relación con ese sujeto y lo está protegiendo —planteó Marcos.
Los tres se quedaron por un rato pensando en las posibilidades que implicaba este caso, hasta que César dijo al final.
—Creo que estamos muy viciados de todo esto, que no estamos pensando con claridad, así que sería mejor despejar nuestra mente. Propongo que vayamos a ver cómo está Lisa. Quizá nos pueda decir algo.
Todos estuvieron de acuerdo y salieron juntos de la habitación. En el camino se toparon con don Andrés, que tenía el rostro afligido, lo cual puso en alerta a los detectives.
—Buen día alcalde, ¿pasa algo? —preguntó Clarissa, que fue la primera en acercarse.
—¡Oh! No es nada niña —sonrió levemente— es solo que estoy cansado. Hoy los medios me atacaron por no encontrar a los culpables de estos crímenes y ahora han surgido nuevos casos de desaparición de chicas.
—Leí al respecto —intervino Marcos— pero esos casos han sido descartados, ya que no cumplen con los perfiles de las primeras víctimas. Incluso se demostró que algunas chicas se fugaron y aparecieron en otros distritos.
—Lo sé —suspiró el alcalde— pero la opinión pública está en mi contra por eso y complica mis aspiraciones políticas.
Al escuchar esto, César recordó que entre sus hipótesis estaba la venganza, lo cual lo hizo pensar en la posibilidad de que Claudia supiera que él era su padre, y celosa de no ser parte de la familia del alcalde, contactó a Antonio con el objetivo de crear una venganza perfecta.
Como César estaba pensativo, Marcos le dio un codazo para que reaccionara.
—¿Qué? —dijo sobresaltado.
—¿Nos vamos?
—¡Ah! Está bien, vámonos.
Don Andrés se les unió y todos abordaron uno de los vehículos oficiales. Entonces Clarissa se percató que había pocos elementos de seguridad protegiendo al alcalde.
—Don Andrés, ¿acaso hay menos guardaespaldas? —preguntó extrañada.
—Así es, gracias a Marcos pude detectar quiénes eran confiables y quiénes no. Es más, toda la mañana nos dedicamos a buscar los dispositivos de rastreo y micrófonos que habían sido implantados sin mi consentimiento, así que estén seguros que este vehículo está fuera del radar del enemigo.
Clarissa estaba sorprendida por lo que acababa de escuchar, que miró a Marcos para confirmar, a lo cual él asintió con la cabeza.
—Lo que dice el alcalde es cierto, desactivamos un montón de dispositivos que encontramos en todos los vehículos que usa el alcalde, hasta el nuestro, así como en varias habitaciones.
Esto le hizo recordar que César le había dicho que guardara silencio porque tenían un micrófono implantando, a lo cual ella se fue en contra de él por mentirle.
—¡Eres un mentiroso! —exclamó furiosa— me hiciste callar a propósito, porque nunca hubo un micrófono.
—¡Deja de golpearme! —reclamó—. La verdad eres demasiado molesta cuando hablas, que no me dejas pensar con claridad, por eso dije que había un micrófono para mantenerte callada.
—¡Eres un idiota! ¡No volveré a creer en ti!
César ignoró los reclamos de su compañera, limitándose a mirar el paisaje. Esto molestó más a Clarissa, que dejó de golpearlo y se apartó de él con los brazos cruzados. Marcos y don Andrés se reían al ver la escena tan peculiar.
Tras recorrer varios kilómetros, llegaron a un rancho ubicado a media hora de Montecristo. Cuando descendieron, don Andrés fue recibido efusivamente por los trabajadores, quienes se acercaban para hacerle plática o contarle de sus problemas. El alcalde los atendió amablemente, escuchando a cada uno de los empleados mientras caminaban hacia el interior de la casa. Debido a esto, los tres detectives seguían lentamente al grupo de personas.
Cuando entraron a la casa, los empleados se dispersaron, dejando solos a don Andrés con su grupo de detectives.
—Síganme chicos, es por aquí —señaló el alcalde, mientras caminaba hacia un pasillo que llevaba a varias habitaciones.
Los cuatro llegaron frente a una de las habitaciones, entonces don Andrés abrió la puerta y en el lugar se encontraba Lisa leyendo un libro, sentada junto a la cama de un hombre con mascarilla de oxígeno. Clarissa casi se desmaya al reconocer que aquel joven que estaba postrado era Mario.