Todos estuvieron de acuerdo con la sugerencia de César, entonces pensaron en encontrarse con Claudia bajo sus papeles como familiares de don Andrés y así poder entablar una charla cercana con Claudia. Después de afinar detalles para el encuentro, Clarissa y César salieron de la casa rumbo a la Casa de la Cultura. Al llegar al lugar les llamó la atención que el lugar estaba bastante animado, a pesar de que días atrás habían encontrado tres cuerpos, sin embargo continuaron con su misión e ingresaron a las oficinas.
—Buenos días señorita —saludó Clarissa— ¿podría hablar con la maestra Claudia?
—Buenos días, en estos momentos ella está en clase...
—No importa —interrumpió Clarissa— somos sus amigos y nos dijo que podíamos pasar a verla.
—Qué raro, la maestra no me dijo que ustedes llegarían —la recepcionista levantó el teléfono para marcar un número— me puede decir sus nombres para avisarle que ya llegaron.
Clarissa tembló al tener que revelar su identidad, pero César salió al rescate.
—Puede decirle que el sobrino del alcalde vino, por favor.
—¡Cielos! —la mujer exclamó asombrada al reconocer a César, por lo que inmediatamente se levantó— Mil disculpas por no reconocerlo, con gusto los llevaré con la maestra Claudia.
Mientras se dirigían al salón de Claudia, la recepcionista estaba bastante nerviosa de tratar con alguien tan cercano al alcalde, por lo que se la pasaba haciendo reverencias cada vez que volteaba a verlos. Clarissa se sentía divertida por la escena, pero César parecía fastidiado por tantas atenciones.
Cuando llegaron, vieron a Claudia dando indicaciones a sus alumnas para que siguieran el ritmo de la música. Las jóvenes bailaban con gracia y sin equivocaciones. Claudia tenía una expresión tranquila, aunque el tono de su voz era estricto. Su complexión era delgada y delicada gracias a sus años como bailarina de ballet clásico. Tenía el cabello teñido de rubio que combinaba perfectamente con su piel pálida.
César la observaba detenidamente, ya que notaba algo extraño en la forma de caminar y cómo movía sus manos. Sin embargo, esto causó que Clarissa sintiera un poco de celos al verlo tan embelesado.
Cuando terminó la rutina, Claudia se percató de la presencia de los extraños visitantes y les sonrió amablemente. Después de se despidió de sus alumnas y se acercó curiosa para preguntar el motivo de su visita.
—Buen día, ¿en qué les puedo ayudar?
—Buen día —saludó primero César mostrando su mano— No sé si me recuerdes, soy Raúl Zavala, el sobrino del alcalde. Y ella es mi prometida, Clarissa Montero.
—Oh, mucho gusto...—Claudia estrechó la mano de ambos mientras sonreía amablemente.
—El motivo de nuestra visita es que necesitamos de su ayuda —dijo César.
—Está bien, les parece si vamos a mi oficina y charlamos ahí —sugirió Claudia.
—Sí, sería grandioso poder hablar en privado —respondió César.
Claudia los guió hacia su oficina y cuando llegaron, inmediatamente les ofreció algo de tomar. Clarissa pidió café y César sólo quiso agua. Cuando terminó de hablar por el intercomunicador, Claudia les preguntó inocentemente.
—¿Qué necesitan de mí?
—Estamos preocupados por lo ocurrido recientemente... —comenzó hablar César—. Entiendo que ya habló ante las autoridades al respecto, pero nos gustaría escucharlo de su propia voz, ya que mi tío tiene sospechas de que en su equipo le están ocultando cosas importantes de la investigación.
Al escuchar esto, Claudia se puso un poco nerviosa. Antes de que pudiera decir algo, en ese momento llegó su asistente con el café y el agua. Cuando estuvieron solos de nuevo, Claudia comenzó a titubear.
—No sé qué más decirles —tomó un sorbo de café— la verdad estoy muy consternada por la enorme pérdida de mis alumnas. Cuando comenzaron los crímenes, varias de mis chicas dejaron de asistir a clases por temor.
—¿Conocía bien a las víctimas? —insistió César, sin ocultar su faceta policíaca.
—No mucho —Claudia tenía un leve temblor en las manos mientras hablaba— Eran buenas chicas, me preocupé mucho cuando desaparecieron y cuando supe lo que les pasó, simplemente... —la voz se le quebró y comenzó a secarse las lágrimas con un pañuelo.
—Debió haber sido muy doloroso —intervino Clarissa— pero en realidad estamos aquí para ayudar al alcalde. Sabemos su secreto y queremos que colabore con nosotros.
«¿Secreto? Acaso ellos saben que soy la hija ilegítima del alcalde», pensó Claudia, que tenía el rostro pálido luego de escuchar a Clarissa.
Por su parte, César notó que el nerviosismo de Claudia había incrementado, ya que sus manos tenían un leve temblor y su respiración era agitada.
—No sé... no sé de qué hablan, yo... yo...
—Lo sabemos —increpó César— Así que no es necesario fingir más.
—Piense en el alcalde y el dolor que está pasando, él también es una víctima —agregó Clarissa.
Esto último conmovió a Claudia, que las lágrimas asomaron por sus ojos. Clarissa se sintió mal por ella, sin embargo César se mostraba estoico ante los sentimientos de la testigo. Cuando al fin pudo controlarse, Claudia dijo al fin.
—Está bien, ayudaré.