Rui
Al despertar me encontraba en una habitación cerrada, amarrada con las esposas todavía; aunque no estaban agarradas a algo. Mi cuerpo dolía, tanto como mi cabeza.
Me levanté como pude y caminé examinando el área. La puerta estaba cerrada, mas había una ventana en cristal, que si tuviera algo con que romperlo podría salir por ahí, pero no sé si hayan personas allá fuera.
Escuché un sonido que provenía de la puerta, así que me senté en el suelo fingiendo que no estaba haciendo nada.
—Me ahorraste el tiempo de despertarte. ¿Te gusta este lugar? Lo escogí exclusivamente para ti, no puedes quejarte de mi buen trato —dijo el hombre que abusó de mi.
—Sí, se ve de maravilla — quise responder su sarcasmo.
—Es una lastima que no podrás estar mucho tiempo aquí. La policía ya viene para acá, para que rindas cuentas por la persona que mataste.
—Querrás decir que tú mataste— él solo sonrió con malicia.
—No sé de qué hablas, salvaje. No quieras culpar a un inocente por tus crímenes, Rui.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Rui Himura; 21 años, vives sola. Tienes un hermano que se llama Raiki Himura de 33 años y es militar. Tus padres murieron en un accidente de auto, en el cual solo tú quedaste viva. Mucha coincidencia, ¿No crees? ¿Acaso mataste a tus padres también?— arqueó una ceja dudoso.
—¿Qué estás diciendo, cabrón? — ¿Cómo se atreve a decir algo como eso?
—Parece que aún no aprendes la lección. Cuida bien tu lenguaje y actitud, salvaje. Ya vendrán a buscarte. Espero tengas una buena estadía en la cárcel. Eso merecen las perras salvajes y asesinas como tú— entre risas salió de la habitación.
—¡Maldito imbécil! ¡No te saldrás con la tuya fácilmente!—grité con todas mis fuerzas.
Shiro
Me detuve frente a la puerta y miré de reojo a mi empleado.
—No le quites el ojo de encima, y si intenta hacer una estupidez, la matas.
—Sí, señor.
—Tengo que atender unos asuntos, cuando venga el oficial ya sabes que hacer. El maletín con el dinero está en la habitación del lado.
Rui
En este lugar hacía demasiada calor, sentía que me faltaba el aire y tenía mucha hambre. Escuché la puerta abrirse otra vez, y era el hombre que estuvo hace un momento con ese cabrón aquí.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Llegó la policía?—no respondió ni una sola palabra, solo se bajó el cierre del pantalón. ¿Así que así vamos a jugar?
—Ven aquí—me ordenó señalando al suelo.
Me levanté y me acerqué lentamente, luego me arrodillé frente a él. Debe tener un arma en alguna parte, así debo encontrarla para salir de aquí. No sé usar bien un arma, pero mi hermano siempre me aconsejó de cómo debía hacerlo si algún día me veía obligada a usarla. La idea de apuntarle o hacerle daño a una persona no estaba en mi lista, pero era mi vida o la de ese sujeto.
—¿Puedo poner mis manos aquí?— pregunté acercando mis manos amarradas a su abdomen.
Quise hacerle creer que haría lo que pedía. Si no tiene el arma detrás, entonces estaré en un aprieto si todo sale mal, pero no tenía más opción.
Sonreí y lo golpeé en los huevos con las esposas de mis manos. Mientras se sujetaba los huevos, me levanté para buscar en su espalda, y efectivamente ahí estaba el arma. La cogí en mis dos manos y le apunté. Era ahora o nunca.
Le disparé en la pierna de cerca, asegurándome de no fallar el tiro. Luego aproveché para dispararle a la ventana, y con el arma saqué los cristales que quedaban en ella. Como pude, aún con las manos amarradas, me subí a la ventana y salí. Era de noche, no sabía dónde demonios estaba, solo podía ver árboles y escuchaba unos ladridos a lo lejos.
Me adentré en el bosque a máxima velocidad, antes de que se dieran cuenta que había salido de ahí. Mis pies descalzos me dolían al correr de esta forma; las piedras y ramas me lastimaban, pero no era momento de pensar en eso.
Era como un callejón sin salida, entre más me adentraba al bosque, menos posibilidades veía de poder salir. La adrenalina me impedían sentir hambre, sed o dolor; solo estaba concentrada en salir de ahí. El tener las manos esposadas me complicaban más las cosas.
—¿Dónde estás, perrita? —escuché el grito de un hombre a lo lejos.
Mierda, ¿Ahora qué hago? No quiero herir a nadie más.
Seguí corriendo lo más que pude, era poco lo que podía ver, pero al llegar a un árbol, pude ver claridad a lo lejos. Corrí a esa dirección, aún escuchando los gritos de varios hombres buscándome.
Al llegar, pude ver la carretera. Corrí por ella esperando y deseando que alguien pasara, pero en las fachas que estaba, solo pensarán que soy una criminal y no se van a detener.
Shiro
Mientras manejaba a mi negocio, mi teléfono sonó y me di cuenta de que se trataba de mi empleado. ¿Ahora qué demonios sucede?
—La perra salvaje se escapó, Sr. Shiro.
—¡¿Qué?! ¡¿Con qué tipo de hombre cuento?! Encuéntrala, y así sea muerta, la traes.
—Sí, señor.
Colgué la llamada y le di un golpe al volante. ¡Maldita salvaje de mierda!