Por el camino no dijo absolutamente nada, pero no dejaba de mirarme. Tan pronto llegamos a una casa todos se bajaron. Caminé detrás de él y miré los alrededores. Era una casa muy grande, aunque no es la misma en la que me tenía cuando me secuestró la otra vez. Tenía muchos hombres armados y perros por donde quiera. Parecía al infierno del que salí. Por estar evaluando todo, no me di cuenta cuando se detuvo, y me tropecé con él.
—¿Estás ciega? ¿No estás mirando por dónde caminas?
—Fue un accidente, lo menos que quiero es estar cerca de ti.
—Que pena por ti, pero eso vas a tener que hacer de ahora en adelante.
Es tan imbécil que me dan ganas de golpearlo, pero no puedo permitir que me provoque. En su territorio no podré defenderme como quisiera.
—Lo que digas — respondí indiferente.
—Camina al frente. Al enemigo no se le puede dar la espalda.
—¿Y yo sí tengo que dártela?
—No me colmes la paciencia, maldita insolente.
—Entonces no quieras obligarme a hacer algo, que no estás dispuesto a hacer tu.
—Eres una... — sacó su arma y me apuntó —. Eres muy insoportable. A mí no me hables así, si quieres seguir respirando.
—Si solo vas a amenazarme a cada instante que tengas, será mejor que lo hagas de una vez.
—Tras de perra, también eres malagradecida. Arriesgué mi cabeza por sacarte de ese lugar, ¿y así agradeces?
—Te recuerdo que fuiste tú quien lo quiso hacer por beneficio propio, yo no te pedí nada.
La empleada de la casa se acercó a nosotros y fijó su mirada a ella.
—Señor, ya está preparada la habitación.
—¡Lárgate!— le ordenó molesto.
—No tienes que hablarle así —respondí molesta.
—Tú cállate, y camina — guardó el arma y me empujó para que caminara.
Entramos a un cuarto, parecido a un estudio.
—Vamos a dejar todo claro desde un principio, y procura no agotar mi paciencia como hasta ahora.
—No me obligues a hacerlo entonces.
—Eres muy insolente, luego me encargaré de modificar esa conducta tuya. Por ahora, solo pondré las cartas sobre la mesa. De hoy en adelante vas a trabajar para mi. Entre esos trabajos está velar por mi seguridad y realizar cualquier tipo de trabajo que te ofrezca, y sin quejas. ¿Hasta ahora voy siendo claro?
—Sí— respondí secamente.
—¿Qué tipo de respuesta es esa? —¿De verdad planea que lo trate como mi jefe?
—Sí, señor— suspiré molesta.
—Ya nos estamos entendiendo, me gusta. Quiero que practiques y te vuelvas fuerte. Serás entrenada para darme resultados, y si no veo resultados, ni colaboración de tu parte, no tiene caso repetir lo que pasará.
—Sigo sin entender la razón por la cual quieres que sea yo. Tienes muchos hombres aquí que pueden hacer el trabajo sucio que le pida, tiene dinero para comprar a quien sea, ¿Por qué quiere utilizar a alguien como yo? Supongo que lo hace para fastidiarme más la vida, ¿No es así?
—Ya te dije las razones y no tengo que repetirlas.
—Yo no creo en ninguna de ellas.
—No me importa lo que tú creas— se acercó.
—¿Y si no quiero hacer nada de lo que pidas?
—Te recuerdo algo, no tienes más opciones que seguir mis órdenes. Te guste o no, trabajarás para mí.
—Eso no es algo que tú decidas.
—No sabes cuántas ganas tengo de callar esa fastidiosa boca que tienes — enlazó un mechón de mi cabello en su dedo.
—No creo que sean más fuerte que las que tengo yo de hacerte pagar por todo lo que me hiciste.
—Es una pena que no puedes — sonrió.
—¿Por qué no me dejas ser libre? No le hice nada para que me haya hecho todo lo que hizo.
—¿No hiciste nada? Viste algo que no debiste haber visto, fuiste a la policía para delatar a mis hombres, me intentaste matar, y para completar eres lo que más detesto. Hablas puras pendejadas, de todo te quejas y argumentas. ¿No son suficientes razones para matarte de una buena vez?
—Entonces ¿Por qué no lo hiciste? ¿No fue más fácil salir del problema eliminándome, o dejándome en la cárcel?— respondí indiferente.
—Porque no se me dio la gana. ¿Seguirás preguntando la misma mierda? Si quieres que te regrese a donde estabas, avísame, yo mismo te mando de vuelta. Que no se te olvide que ahora eres una prófuga de la justicia, a la que llegues a ese lugar, no podrás escapar nunca. Si no llega a ser por mi, ahora mismo estarías muerta.
—Ah, entonces ¿quieres que te agradezca?
—Es lo menos que puedes hacer.
—Que pena, hombre, pero no me interesa en lo más mínimo. No te pedí que me ayudaras. Es una lastima que haya tenido que desmayarme frente a ti.
—Me irritas, debí haberte dejado morir.
Si sigo con esta guerra terminaré muerta y no podré vengarme de él. Es irritante y humillante tener que bajar la puta cabeza para servirle.
—Gracias entonces— agradecí sin ganas, y se quedó mirándome fijamente.
—¿A qué viene eso? ¿No puedes decir gracias sin ponerte tan fea? Pareces una vieja.
—Pero mira quién habla, un burro hablando de orejas — mis palabras lo molestaron, más de lo que creí.
Me agarró el cuello empujándome contra la pared.
—Me tienes hasta las narices con tu maldita estupidez. Eres una maldita necia, salvaje e imprudente. Debería matarte de una vez — su mano ejercía mucha presión en mi cuello.
Ante el desespero de querer respirar, le di un puño en la cara, aunque la fuerza no fue mucha; aún estaba algo débil por todo lo que he pasado. Luego de unos instantes, dejó ir mi cuello y y caí de rodillas al suelo en busca de aire.
—¡Eres tú el maldito salvaje! ¿Acaso no te han enseñado a tratar a una mujer?
—¿Y dónde hay una mujer que no la veo? Yo solo veo una perra sucia que ha colmado mi paciencia. Si no vas a hacer lo que te pido, entonces debo matarte.
No puedo seguir provocando a este idiota, pero ¿Cómo me aguanto este odio que siento dentro de mi y esas ganas de matarlo?
—Está bien, haré todo lo que pides— tengo que fingir ser una niña buena y obediente, de otra forma, no podré salir de aquí.
—¿Y ese cambio tan repentino? ¿Tanto así no deseas morir? — arqueó una ceja.
—Quiero hacerte una pregunta.
—Ya la hiciste.
—Si hago todo lo que pides, sin quejas, ¿Puedo pedir algo a cambio?
—Si hablas de tu libertad, ya sabes mi respuesta.
—No, no hablo de eso.
—¿Entonces?
—Quiero que saques de la cárcel a una mujer.
—¡¿Qué?! ¿Formaste lazos pendejos en la cárcel?
—Responde. ¿Crees que pueda negociar pidiendo solo eso?
—¿Sabes lo que estás pidiendo? En este negocio los sentimientos no deben existir. Encariñarte de una criminal como tú, no te llevará a nada bueno.
—No quiero tus consejos. Quiero que me digas si puedes o no. Si no puedes, quiero permiso para hacerlo yo misma— mis palabras lo hicieron reír, y apreté los puños.
—Eres muy estúpida si crees que vas a poder negociar conmigo así de fácil. No has hecho un carajo de trabajo para mí, ni siquiera sabemos si puedas cumplir con mis expectativas, y ya planeas negociar algo tan estúpido a la ligera. Demuéstrame qué puedes hacer y luego negociamos, ¿Te parece?
—Esta bien. Puedes ponerme a prueba.
—Mañana vas a comenzar el entrenamiento. Espero tu estupidez y salvajismo te sirva para defenderte. Demuéstrame cuánto deseas sacar a tu amiguita de ahí.
—Sí, señor— respondí entre dientes.
—Así obediente no te ves mal. ¿Por qué no duermes conmigo esta noche?
—No, prefiero dormir afuera.
—Tus deseos son ordenes, salvaje.