Año 1766.
Vivian presionó con sus pequeñas manos las ventanas heladas de la habitación silenciosa en la que estaba encerrada. Sus ojos, que alguna vez habían sido rojos, pero que se habían vuelto negros gradualmente en pocas semanas, se fijaban ahora en los invitados que charlaban alegremente entre ellos. Ella, mientras tanto, no tenía a nadie que la acompañara. La ventana ante la cual se paraba la niña era de una forma tal en la que solo permitía que la persona dentro de la habitación viera hacia afuera, no se podía ver desde afuera hacia adentro, por lo que incluso si alguien pasara cerca, ninguno de los invitados podría hablar con ella.
Con la esperanza de que su madre o su padre vinieran a abrirle, se paró frente a la ventana a esperarlos, pero los minutos se hicieron horas y nadie llegó para dejarla salir de la habitación.
La pequeña Vivian no tenía idea de por qué había sido encerrada en la habitación, era algo que no había ocurrido antes. Su familia la amaba. Su padre la adoraba era su primogénita, nacida antes que su hermano Gregorie, que era unos años más joven comparado con la edad vampírica de Vivian, si ella fuera todavía un vampiro como el resto de su familia.
La fiesta de la mansión Harlow continuó sin Vivian, quien, finalmente, se quedó dormida justo debajo de la ventana. Cuando los invitados dejaron la mansión, la puerta de la habitación en la que Vivian se había quedado dormida se abrió con fuerza para dejar entrar a un hombre. Frente a la puerta, no muy lejos de aquel hombre, se paraba una mujer que no se animaba a dar un paso dentro de la habitación.
—Abel, espera. Emmanuel dijo que no abriéramos.
—¡Ya basta, Elaine! —el hombre la frenó antes de que dijera más tonterías. Tomó a la niña en sus brazos y salió de la habitación para llevarla a la que a ella le pertenecía, y la arropó en su cama. Al salir, trabó la puerta y le lanzó una mirada a la mujer.
—¡No puedo creer lo que le has hecho a tu propia hija!
Solo le pedí que se quedara en la habitación.
La mujer no era otra que la madre de Vivian, que hablaba con un tono de preocupación al cuestionarse qué diría su marido.
—Emmanuel no va a estar contento si se entera de que ella está de nuevo en su habitación. Debemos protegernos, Abel.
—¿Protegernos de qué, hermana? —se mofó Abel, incrédulo.
Al escuchar esto, Elaine susurró:
—Ella no es como nosotros, ¡¿no lo ves?! —Es humana. Tiene que haber alguna brujería involucrada. Si no es por eso, solo puede significar que alguien nos engañó y esta niña no es nuestra hija.
—Demonios, ¿escuchas lo hablas? —Ella es tu hija. ¿Por qué es tan difícil para ti creerlo? –discutió Abel con su hermana mayor.
—Porque es humana. Los vampiros no se vuelven humanos de la nada. Somos vampiros, Abel. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste que un miembro de nuestra familia se volviera humano? –lo cuestionó Elaine, y luego negó con la cabeza. –Ni siquiera sabemos qué es, ni dónde buscar respuestas. –le daba vergüenza pensar en ello.
Al nacer y casarse dentro de familias de vampiros, Elaine y su marido creían fervientemente que los vampiros debían casarse con vampiros, y que los humanos no eran nada. sino tierra bajo sus pies.
Existían casos extraños en los que una vampiresa daba a luz a un niño humano, que luego era mayormente rechazado por la sociedad y por su propia familia. Afortunadamente, y a diferencia de su hermana, Abel había pasado demasiado tiempo fuera de su casa y en la mansión como para haber absorbido esas ideas tontas. Sabía perfectamente que era difícil cambiar la opinión de su hermana una vez que ya estaba arraigada. No eran exactamente sus asuntos, pero la niña era su sobrina. No merecía estar encerrada en una habitación por algo que no podía controlar. No era que él no se hubiera dado cuenta. En semanas, la niña había perdido su apetito en cuanto a beber sangre. La última vez que la había visto sangre, sus ojos habían cambiado de rojo a negro por un momento fugaz. Al principio, cuando llegó a la mansión, no había pensado mucho en la ausencia de la niña, hasta que su sobrino Gregorie lo llevó a aquella habitación mientras los dueños de casa hacían entrar a sus invitados.
—No sabemos por qué se volvió humana, pero eso no significa que puedan encerrarla en una habitación por miedo a que los demás descubran que ahora tienen una hija humana. Apenas tiene siete años. Después de haber sido amada todos estos años, sus padres repentinamente se comportan distantes, le van a romper el corazón de esa niña.
Y continuó:
—Es una niña, Elaine. No olvides eso. Se trata, sobre todo, de tu hija. –Al no oír respuesta por parte de su hermana, suspiró. –Me iré ahora y te visitaré en la mañana cuando tu mente esté mucho más clara. –declaró antes de pasar por al lado de ella hacia las escaleras para encontrarse en el camino con su cuñado Emmanuel.
Haciendo una reverencia con su cabeza, salió de la mansión. Lamentablemente, lo que Abel no sabía era que Elaine y su marido ya habían decidido abandonar a su hija.
Al día siguiente, antes de que amaneciera en la mansión, la niña fue enviada con una criada a otro lugar de la tierra. Una vez que la oveja negra se hubiera ido, no habría nada por lo que avergonzarse en aquella sociedad que se jactaba tener únicamente miembros vampiros.