A la noche, luego de que la cena fuera servida, Vivian miró hacia fuera por la ventana, donde las nubes derramaban lluvia desde que se había ido a dormir la noche anterior. No entendía cómo podía llover tanto sin parar. Su mente infantil se preguntaba dónde conseguía una nube tanta cantidad de agua, y si le estaba pidiendo agua prestada a alguien.
—Todo limpio, —un hombre entró a la cocina llevando platos sucios. Su cabello negro y corto estaba amarrado en una coleta que hacía que se viera puntiagudo. – Puede que necesitemos buscar más agua.
—No te preocupes por eso. Ya le he pedido a alguien que lo hiciera. Por favor, alcánzame aquellas gafas, ¿podrías? –Martha levantó el gran recipiente que estaba en la hornilla para enfriarlo.
—¿Cuándo empezamos a hervir esto? – preguntó el hombre, a punto de sumergir su dedo en el recipiente, que estaba lleno de sangre. Le pegaron en la mano para que la quitara. Al ser un vampiro, ver sangre no le resultaba repulsivo, pero miró a la niña que se había volteado a ver como si se tratara de una olla con vegetales y no hubiera sangre dentro, y que luego había mirado hacia otro lado. Para tratarse de una niña humana, era una de las reacciones más inexpresivas que había visto.
—Los Easton la beben caliente por la noche, —respondió Martha, tomando una copa y llenándola de sangre.
—Escuché a Lady Renae decir algo sobre que en Woville no es fácil adquirir sangre. Algunos humanos intentan corromper la sangre, lo que afecta a los vampiros más jóvenes. –Paul alzó la ceja, dubitativo.
—¿Es eso posible? ¿Qué pasa con esto, entonces? ¿No deberíamos estar calentando la sangre para asegurarnos de que el joven amo no sea afectado? –Paul expresó sus preocupaciones.
—El Señor Carmichael debe confiar en nuestro Señor si no nos ha pedido que hirviéramos toda la sangre con la que alimentamos al joven amo.
—Debe ser así. –murmuró la mujer. Colocó las copas en la bandeja y llamó a Vivian.
—Debemos recoger las flores marchitas. Déjame mostrarte dónde están, de manera que puedas hacerlo antes de irte a dormir. Ven ahora. –y, como un gato, Vivian siguió a Martha de cerca.
En una de las habitaciones, la Señora Carmichael estaba contándole una historia a su sobrina Charlotte antes de que se durmiera. Era algo que se había vuelto un hábito para la familia, cada vez que una de las hermanas menores de la Señora los visitaba. Su sobrino y su hijo estaban sentados en la esquina de la habitación jugando al ajedrez.
—Y cuando el joven cervatillo dijo eso, la madre de Bambi acarició suavemente el cuello de su hija para asegurarle que no debía preocuparse porque ella estaría siempre para protegerla. Eso es todo por hoy. – Lady Renae cerró el libro mientras Charlotte se incorporaba para preguntar con curiosidad.
—¿Y qué pasa con el cazador? ¿Regresará?
—Claro que lo hará. –Leonard, el único hijo de los Carmichael respondió a la pregunta de su prima.
—¿Y qué pasará cuando regrese? –preguntó la joven vampiresa a Leonard.
—¿Qué gracia tiene que la tía Renae te lea un cuento si sólo lo escucharás por partes? –preguntó Julliard, el hermano mayor de Charlotte, que tenía la misma edad que Leonard.
—¡No podré dormir si no lo sé! –exclamó Charlotte antes de mirar persuasivamente a su primo, quien le respondió con una sonrisa. Alguien tocó la puerta de la habitación.
—Adelante, Martha. –Lady Renae no esperó a su criada, sino que caminó hacia ella para tomar las copas de la bandeja que sostenía y dárselas a los niños. Luego, se dirigió a Charlotte.
—Creo que Julliard tiene razón, querida. Tendrás que esperar hasta mañana por la noche, o leerlo por la mañana luego de una noche de descanso. No nos has dicho lo que quieres para tu cumpleaños mañana.
La pequeña vampiresa rubia no esperó ni un segundo para expresar su deseo:
—¡Quiero a Bambi! –Lady Reanae soltó una risita ante el pedido.
—¿Y, por qué, de todas las cosas, deseas a Bambi? Creí que habías dicho que querías un lobo la última vez.
—Si tengo a Bambi, el cazador no podrá asesinarlo.
La Señora Carmichael se agachó para darle un beso en la frente de su sobrina y murmuró:
—Pero si eres la niña más dulce.
—Nos está pidiendo que nos introduzcamos en un libro para conseguir su regalo. –comentó Julliard ante el pedido ridículo de su hermana.
El joven Carmichael, que estaba tomando sangre de su propia copa, levantó la mirada y encontró algo extraño detrás de la puerta, o más bien, detrás de su criada. Parecía más bien una sombra, y, cuanto más tiempo pasaban sus ojos mirando, más se escondía la sombra detrás de la criada. Hasta que unos ojos negros se abrieron con sorpresa al encontrarse con su mirada.
—Ya veremos qué podemos hacer tus hermanos y yo con eso. – Lady Renae le sonrió a Charlotte y la arropó en la cama.
—Es hora de que ustedes, niños, vayan también a dormir. A ninguno de sus padres les causará gracia encontrarlos corriendo por los pasillos, excepto que sea importante. Vayan a dormir ahora. –Lady Renae esperó que los niños salieran de la habitación y los siguió para asegurarse de que fueran a su cuarto.
Pero los niños vampiros nunca escuchaban, ni los Easton, ni los Carmichael. Como cada noche, los niños se quedaban en el salón de vidrio de la mansión, sentados en el angosto tablón del techo de madera.