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Chapter 5 - Capítulo 5. Temperamento – Parte 1

Antes de que nadie pudiera decir nada, un grito agudo atravesó la habitación. Charlotte saltó de su asiento y fue hacia donde estaba la niña. La emoción de la cumpleañera asustó a Vivian, que se escondió detrás del joven Carmichael cuando escuchó el grito de felicidad.

—¡Charlotte! –Priscilla, la madre de Charlotte, la regañó. –¡¿Cuántas veces te he dicho que no gritaras?!. En dos años comenzarás a crecer, y las jovencitas como tú no gritan como vándalos.

—Pero es tan linda, ¡me encanta! –declaró la vampiresa con alegría, y luego se dirigió a sus hermanos. —¡Este es el mejor obsequio de la historia!

—Te dije que eso era lo que quería, —le dijo Leonard, triunfante, a Julliard, que puso cara de asustado cuando su tía le frunció el ceño a su hijo.

—Charlotte, querida, ¿por qué no te quedas por aquí mientras tu tía y yo hablamos con tus hermanos? –Charlotte asintió, pero antes de caminar en solitario, tomó la mano de la humana que se veía asustada para así llevarla al sofá y sentarse juntas.

Luego de ver a su sobrina y a la niña desconocida sentarse en el sofá, Renae se dirigió a su hijo.

—Leonard, —su hijo se puso firme al escuchar su nombre completo, lo que significaba que estaba en problemas. –No puedes obsequiar a una persona.

—¿Por qué no? –Frunció el ceño ante los ojos llenos de desaprobación de su madre. –El Señor Peril compró un hombre para obsequiarle a su hermana. ¿Por qué nosotros no podemos?

La Señora Carmichael levantó las cejas y le preguntó:

—¿Dónde has escuchado eso?

—Los escuché a mi padre y al tío Sullivan cuando hablaban de eso hace una semana. –La Señora Carmichael lo miró. Los ojos rojos del niño la miraban cuestionándola, sin saber qué había hecho mal.

Se arrodilló para hablarle.

—Leo, nosotros no obsequiamos personas porque eso está mal. Cada uno es dueño de si mismo, y robar ese derecho está mal.

—¿Por qué lo hizo el Señor Peril si está mal? –Le preguntó Leonard a su madre. El Señor Peril era un conocido de los Carmichael, y el niño no entendía por qué el obsequiar a una persona si estaba mal.

La Señora Carmichael apretó los labios preguntándose qué responderle a su hijo. Era verdad que las personas se comercializaban como objetos, lo que era llamado "esclavitud", pero ella no estaba de acuerdo con esto. Ella no quería tratar a la esclavitud como algo normal solo por provenir de un linaje de vampiros de sangre pura.

—Él es un hombre estúpido. Estoy segura de que ninguno de ustedes... –la Señora Carmichael miró a su sobrino y a su hijo con una mirada penetrante. quiere ser un estúpido, ni quiere ser llamado así.

—Yo sabía que era una mala idea. –dijo Julliard, a quién su madre empezó a regañar bruscamente.

—¿Y quién dijo algo cuando presentaron a la humana como un obsequio? Jovencito, mejor que se prepare para limpiar la biblioteca cuando volvamos a casa.

La Señora Carmichael se paró, y giró para ver a su sobrina quien le mostraba algunos juguetes a la niña, quien estaba sentada en silencio escuchando a la muchachita hablar emocionada sobre tazas de té.

—Ahora, ¿dónde encontraron a la niña? Debemos devolverla a su familia antes de que nos acusen de secuestro.

—Trabaja aquí. –respondió rápidamente su hijo. Entonces la Señora Carmichael se dio cuenta de que esa era la niña que Martha, su ama de llaves, había llevado a la casa hace una semana.

Cuando Paul, uno de los criados de la mansión, llegó para llamar a todos a desayunar, vio que las madres de los niños los miraban con enojo. Hacía tres años que trabajaba en la mansión Carmichael y aquella escena era muy común. Los niños siempre se metían en problemas por esto o aquello, manteniendo en guardia a sus padres, especialmente a sus madres.

No había pasado un mes desde que los niños habían prendido fuego al abrigo de piel del Señor Tate. Aunque había sido una situación desesperante en su momento, ahora esto los hacía reír.

Antes de que pudiera preguntarse qué habrían hecho los niños esta vez, sus ojos cayeron sobre la pequeña Vivian, que estaba sentada al lado de la Señorita Charlotte.

—Me alegra que estés aquí. –La Señora Carmichael suspiró cuando Paul apareció.

Vivian, a quien Paul le era mucho más familiar que las demás personas de la habitación, escapó silenciosamente de Charlotte cuando la madre de la niña comenzó a hablarle.

—Te hemos estado buscando toda la mañana. –dijo Paul cuando Vivian sostuvo sus pantalones marrones con sus pequeñas manos. —¿Estás bien? –Vivian asintió y él sonrió. –Es bueno oír eso. Debes estar con mucha hambre, vamos a prepararte el desayuno cuando vayamos a la cocina.

Luego de escuchar lo que su madre tenía para decirles, los ojos de Leonard se fijaron en los dos criados, Paul y Bambi. Algo que Paul dijo, hizo que la niña sonriera, lo que Leo no había visto desde la noche anterior.

El grito de emoción de su prima hermana la había asustado. Charlotte era famosa por gritar de esa manera, y tenía ese efecto en la mayoría de las vampiresas de su edad. Los ojos del niño se encontraron con los de la niña y vio cómo ella se sostenía de los pantalones de Paul como si su vida dependiera de ello. Parecía que Bambi confiaba en su criado y que Leonard la asustaba.

Paul, que había terminado de hablar sobre pastel y que había preparado para la Señorita Charlotte, vio que el joven Carmichael lo miraba fijo, y que sus ojos se entornaban, lo que hizo que el hombre lo mirara desconcertado.

—¿No iremos a la feria? –Charlotte le preguntó a su madre.

—Hoy no. Debemos visitar a tus abuelos, ¿recuerdas? Cuanto más rápido termines tu desayuno y te alistes, más rápido iremos a la feria l –contestó su madre.

—Bambi también vendrá, ¿no? –preguntó Charlotte con esperanza en sus ojos. —¡Desayunemos juntas! dijo.

Priscilla miró con preocupación a su hermana, y Renae asintió. –Por desgracia, ella...

Cuando miró rápidamente a Paul, éste contestó:

—Vivian.

—Claro, Vivian. Vivian tiene cosas que hacer y no podrá acompañarnos en la mesa. Pero puedes jugar con ella más tarde, cuando volvamos de ver a tus abuelos. ¿Está bien? –preguntó Renae a su sobrina, quien asintió velozmente.

Durante el desayuno, a los Carmichael y los Easton se les sumaron los Meyers y el hermano menor de Giles Carmichael, Sullivan.

La segunda hermana de Renae, Margery, estaba casada con William Meyers, y tenían un hijo llamado Rhys, que era dos años más joven que Leonard y Julliard, ya que Margery se había casado más tarde que sus otras dos hermanas. Sullivan Carmichael trabajaba para su hermano, que administraba tierras y ganado.

—Feliz cumpleaños, Charlotte. Le deseó Sullivan desde su asiento.

—Gracias, tío Sullivan. –Charlotte le agradeció mientras columpiaba sus piernas suavemente por debajo de la mesa.

—Me contaron que ya has abierto la mitad de tus obsequios. Deberías disfrutar el momento de cada obsequio. –dijo Sullivan mientras tomaba una servilleta y la colocaba a su derecha. —¿Qué te han regalado tus hermanos?

Al escuchar esa última frase, Charlotte abrió su boca, pero su madre intervino.

—Nada, todavía. Julliard ha prometido que le conseguiría un regalo en la feria, ¿o no, Julliard?

Julliard, que tenía la boca llena de comida, no hizo más que asentir con la cabeza antes de tragar.

—Sí, madre.

—Hemos planeado algo grande. Llevará tiempo. –agregó Leo, tomando comida de su plato.

—¡Otro obsequio!. Me están consintiendo. –murmuró Charlotte y escuchó que los adultos se reían en voz baja.

—Es tu día, querida. Todo está permitido. –respondió su tío Giles, y vio una sonrisa amplia en la cara de la niña.